El racismo y los prejuicios caminan por la misma senda, un camino oscuro y estrecho que carece de la luz del raciocinio y la amplitud de ideas.

El color negro de la piel inquietante para algunos, con el diálogo, el conocimiento y la convivencia se resquebraja como la antigua pintura de una pared agrietada, debajo solo queda la humanidad que nos iguala a todos y que derrumba, como fichas de dominó, cada una de las imposiciones racistas.

Robin Bissell quita presión al problema racial utilizando un caso real de propuesta de integración, la película entretenida también nos aporta unas pinceladas sensibles muy de agradecer.

Las películas “de indios”, todo un referente en el siglo pasado, especialmente en los años 60 estaban marcadas por un surco único sembrado de tiros a discreción, innumerables gritos y alaridos y un sinfín de violencia y luchas continuas.

Scott Cooper nos presenta su propuesta, una opción mas humana y al tiempo más creíble, la violencia es innata en unos tiempos del lejano oeste en los que las ocupaciones de terrenos y toma de posesión de los mismos no se ejercía con el uso de la palabra y de las buenas formas sino más bien a tiro limpio, pese a todo, el film establece dos pilares básicos para la convivencia, el respeto y la empatía, respeto por todo ser humano solo por el hecho de serlo y empatía con el dolor ajeno, ese que rasga el interior de unos y que llega a conmover a otros.

Muy buen papel de Christian Bale, un actor de verdad, de los que nunca defraudan, capaz de asumir sus papeles hasta las últimas consecuencias, una película diferente en la que sobre preciosos valles, praderas y montañas vuelan las águilas de la libertad.

Tras cualquier guerra cruenta los ejércitos de ocupación emplean años en intentar reestablecer la normalidad entre la población ocupada, el déficit de trabajo y un exceso de tiempo libre suele ayudar a la confraternización entre unos y otros y muy especialmente entre los hombres del ejército y las mujeres civiles.

Billy Wilder, uno de los mejores directores de cine norteamericano de mediados del siglo XX, nos obsequia con una película entretenida y a la vez inteligente en la que toca todos los palos posibles de la situación de la post guerra en Berlín.

La excelente ambientación de una ciudad en ruinas, en enredo al que llevan las situaciones embarazosas, la estructuración del guion y de la presentación de la película junto con unos actores de primer nivel son muchos alicientes para sentarse a ver este film de 116 minutos.

Impecable como siempre Marlene Dietrich con una soltura ante la cámara digna de encomio y con una elegancia y aplomo en sus intervenciones tan apetecibles como el caviar del Volga. También más que reseñable el otro papel femenino con una Jean Arthur rubísima y guapísima que imprime fuerza en su mirada si la ocasión lo requiere o se transforma en un ángel sensual si la belleza femenina es el factor a resaltar.

La concupiscencia, la envidia, el odio, la inocencia, la perversidad, el amor y la bondad caminan de la mano desde que el hombre es hombre creando a diario una catarata de emociones que establecen vínculos, a veces provisionales y en otras ocasiones definitivos, entre los seres humanos que buscan su destino en la tierra sin una vereda sobre la que caminar.

Ingmar Bergman nos permite galopar a caballo a lomos de la historia sueca del siglo XVI, en una época en la que todo parecía ser mas genuino, en la que el sol brillaba con fuerza, la nieve caía del cielo mas blanca y la sangre de la muerte se deslizaba por el suelo por expreso deseo de quien impartía la justicia por su propia mano.

Un claro reflejo del comportamiento de los hombres a través de los siglos repitiendo una y otra vez los mismos errores, enfangándose en el mismo cieno, haciendo mortales las vidas entregadas por un ser infinito.

Los vividores saben que pueden conseguir mucho partiendo de una buena imagen, el ir trajeados, repeinados, siempre erguidos y con la cabeza alta proyecta en los demás el prototipo de triunfador, de persona activa e inteligente capaz de conseguir grandes logros, pero tras ese aspecto próspero se esconden muchas mentiras y miserias que le propulsan en una continua huida hacia adelante.

Para los vividores, la inmoralidad y el egoísmo a ultranza, no les son ajenos ya que forman siempre parte de su proyecto para enriquecerse a costa de todo y de todos, conforman una auténtica lacra social especialmente cuando detentan el poder en cualquiera de sus ámbitos.

Cory Finlay se encargó en detalle de pormenorizar todos los aspectos y comportamientos de una de estas ratas de la sociedad utilizando un caso real de estafa en el ámbito educativo americano.

Magnífica la interpretación de Hugh Jackman en su papel protagonista aportando grandes dosis de verosimilitud.