Muy acertadas las películas más naturalistas y documentales de Arantxa Echevarria. Carmen y Lola (perfecta para una clase de valores éticos) y esta Chinas
que marca el camino a seguir de esta notable realizadora.
No hay nada forzado ni sentimentaloide en Chinas, todo lo contrario, lo excelente reside en su discurrir por la vida de unos personajes que podemos encontrar en la frutería del barrio. Algunas escenas son realmente de un realismo magníficamente cruel, todas ellas en la tienda china, no hay mensajes ni subrayados innecesarios en el cine de Arantxa, tan solo esa mirada de unos personajes que se fusiona con la mirada del espectador, una mirada que no juzga, pero que es la mirada de ese dolor que supone vivir en una realidad desafortunada, porque el mejor cine de Arantxa nos habla de un mundo de intolerancia e incomprensión, un mundo poblado por seres miserables, pero también por seres nobles, de una transparencia única, seres que hacen que este repugnante mundo sea un poquito mejor.

El cine de Manuel Martín cuenca no es un cine que haga concesiones. Todas sus películas reúnen una visión de la existencia demoledora. La soledad es siempre el gran protagonista. Su cámara documental recorre escenarios y rostros con una sinceridad que, a los que buscamos explicaciones al hecho de vivir, nos deja petrificados en la butaca. Recuerdo lo que me costó digerir La mitad de Óscar. No me la quitaba de la cabeza mientras seguía fingiendo en mi vida cotidiana. Un gran director sabe crear desasosiego y conmover al mismo tiempo, esto resume (y no es fácil) el cine de Martín Cuenca. Hay que ver Malas temporadas, una película que como todas las de este director merece premios y más premios.
Hemos visto esta película convertida en basura por directores de medio pelo. Ahora, Caníbal, este ser encerrado en su cárcel-sastrería, un ser que desea amar y desear, pero al que alguien o algo ha convertido en monstruo, se convierte en cine en manos de un director que sitúa su cámara en lugares reales y en puntos de vista creíbles.
Me falta añadir, para más admiración, lo importante que es la dirección de actores, y Martín Cuenca es un gran director de películas y de actores y de realidades. Su punto de vista conmueve y remueve.

Los códigos existenciales de Dreyer y Bergman se actualizan de la mano de Tomas Alfredson de manera prodigiosa. Cada secuencia, cada plano, estudiado meticulosamente para expresar una idea, un sentimiento, una necesidad, es un auténtico regalo para el espectador.
Un ritmo lento, unos silencios necesarios nos cuentan la historia de dos seres que se necesitan y, de manera extraña, se aman. Él necesita una madre, ella necesita alguien que la alimente. Él le pregunta ¿quieres ser mi novia? Y hay una respuesta fría, es la frialdad de la inocencia, de quien siempre ha tenido doce años. La presuntuosa ingenuidad de los eternos doce años.
Pocas veces hemos visto en una pantalla una historia de terror tan hermosa, tan bien contada, exiigiendo al espectador humana sensibilidad, capacidad para amar lo extraño. Al ffin y al cabo, todos estamos solos y buscamos un ser afín que nos recuerde que nuestra vida tiene un pequeño gran sentido. Madre, alimento, ¿qué diferencia hay?
Pero al margen del terror preciso, calculado, presente en el ritmo, en los silencios, en la maravillosa banda sonora de Johan Soderqvist, la película nos relata la otra cara de la sociedad del bienestar, una Suecia deshumanizada: padres y profesores que ignoran, que miran a otro lado, que prefieren beber a jugar (magistral la secuencia con ese padre también ausente), esa clase obrera que bebe en los bares al margen de cualquier revolución. Todo está perdido. Los adolescentes interiorizan la violencia del sistema y sólo cabe sobrevivir. Amar es sobrevivir.
Déjame entrar es una película importante, exigente, perturbadora como toda obra maestra, es una película que será reconocida como una de las grandes obras maestras del cine por una sencilla razón: nos abre a la verdad de nuestra existencia.

Hay películas con vocación de pequeñas que en realidad perdurarán en nuestra memoria, lo cual las hace películas grandes. Nos encontramos ante una lección vital narrada a través del mundo musical, sus egos y su creatividad (magistral el diálogo sobre Pau Casals). Una lección sobre el final y sobre las pérdidas y el distanciamiento; y sobre cómo afrontar esto con dignidad. Saber pasar del protagonismo del escenario a la última fila de butacas, y mantener la dignidad intacta.
También nos hallamos ante lecciones magistrales de interpretación, contenidas, profundas, muy emocionantes. Mención especial para Catherine Keener (esa gran actriz del cine independiente) y para el inmenso Christopher Walken, su personaje y su actuación dan sentido a la historia y a cada una de las lecciones de vida que presenciamos. Su secuencia final es absolutamente memorable. Su manejo de la voz y del movimiento corporal, su serenidad frágil. Un hombre grande que sabe agradecer. Y, nosotros, maltratados espectadores, debemos saber agradecer esta pequeña gran joya, realizada (estoy convencido) con un profundo amor por el cine, por la música y por el arte en general. Realmente hermosa y conmovedora.

Gracias a todos los nietscheanos a los que os ha gustado esta magnífica película del maestro Lafosse. A los que os guste Spielberg lo siento, quedaos con el DIOS PADRE de todas sus basurígenas películas. Mi amor por Isabelle Huppert es visceral y su personaje de mujer frustrada (puro Lafosse, Madame Bovary) es magistral. La familia es la trituradora de la libertad, de la vida y de la existencia. Los hijos, los maridos, son cargas que la mujer acaba por soportar de forma insoportable.El deber de la mujer (cocinar, planchar) sólo es un papel social. La naturaleza no debe convertirse en dogma social.
Los añicos de la secuencia final son demoledores y forman parte de una filmografía arriesgada y auténtica, que mucha gente no acepta ni soporta, una metáfora bellísima que nos muestra la gran mentira en que nos hemos instalado desde siempre. Esto es la familia y esto es la vida, un agujero de miseria que se vende como solución. ¿A qué? A nada. Hermanos gemelos en un universo de verdad, eso es Lafosse, y lo siento por los que no lo entedáis. Seguid con vuestra familia burguesa, por desgracia su daño sigue ahí. Súblime dirección que saca lo mejor de cada actor/actriz y que siempre sitúa la cámara donde debe siturarse, en lo mejor del cine. Gracias, nietscheanos.