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Críticas de Kasanovic
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Críticas 400
Críticas ordenadas por utilidad
6
13 de abril de 2017
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La relación entre Min-jung y Young-soo no marcha por muy buen camino. A ella le gusta salir a tomar unas copas por la noche, cosa que a él en principio no parece importarle, al menos hasta que sus amistades le cuentan unos rumores nada gratos sobre la actitud de su novia con otros hombres. Min-jung lo niega todo, pero la confianza entre ambos se ha perdido. Él, angustiado, buscará resolver el asunto y hacer las paces con la que consideraba como futura esposa, quien no está dispuesta a olvidar los insultos y prefiere que la pareja se dé un tiempo.

Así de simple y a la vez enrevesado es el planteamiento inicial de Lo tuyo y tú, la nueva película de Hong Sang-soo. Este director surcoreano siempre ha sentido una especial predilección por dos asuntos: las relaciones de pareja, sobre todo fundamentadas a través del cortejo, y la diferente evolución de las mismas dependiendo de la actitud que tome una o ambas partes de la relación. Lo vimos en diferentes planteamientos como las varias historias de aquella Isabelle Huppert de En otro país o la doble actitud del protagonista de Ahora sí, antes no a la hora de intentar seducir a una mujer.

En este caso, y como sucedía en su film previo, Sang-soo reparte protagonismos y culpas en los dos novios. Por un lado, entendemos la actitud de Min-jung, una mujer libre y que en sus salidas nocturnas tampoco hace nada muy diferente a lo que los hombres suelen hacer, pero la sociedad parece ver peor estas actitudes cuando vienen de una mujer. Por otro lado, los celos de Young-soo son entendibles si observamos su tenue personalidad, muy influenciable a ojos de los demás. Pero el cineasta surcoreano maneja ambas figuras para que también podamos ver lo peor de los dos: la falta de explicaciones del lado femenino y la agresividad verbal del masculino. Algo similar sucederá conforme vayan apareciendo los personajes secundarios, cuya falsedad a la hora de elaborar un discurso para el cortejo choca frontalmente con la presunta manipulación que la chica urdirá para evitar que la relación se extienda en el tiempo.

Esa calificación de “presunta” es, precisamente, el meollo de la cuestión que suscita Lo tuyo y tú. ¿Qué trama Min-jung? No parece haber una explicación clara, en el sentido de que Sang-soo no nos la ofrece en bandeja. Tendemos a pensar mal de la protagonista por mentir a los hombres con los que ha estado pero, aunque la situación al principio es violenta, realmente puede ser la única escapatoria para desembarazarse de la babosidad de sus pretendientes. O quizá la chica dice la verdad y no es realmente Min-jung, sino otra mujer. También puede ser que sufra algún tipo de amnesia o desequilibrio mental. Incluso, la escena final guarda un detalle que puede obligar a reinterpretar el conjunto del film. Todo esto, unido al voluntario desorden narrativo que propone el director —sea a través del propio guión o del montaje— convierte al relato en un pequeño galimatías que no siempre funciona, pero que inevitablemente engancha.

Por lo demás, la película conserva el habitual estilo visual de Sang-soo. No demasiados planos, algunos barridos de cámara, mucho uso del zoom y una fotografía bastante limpia. Aseada formalmente y con una historia que es santo y seña de su director, Lo tuyo y tú se queda, por debajo de otros trabajos de un fenomenal cineasta que, en cualquier caso, sigue siendo de lo más interesante que se puede encontrar ahora mismo por aquella parte del mundo (y no hay poco nivel, precisamente). Solo por esto ya merece la pena visionar otros 86 minutos de su filmografía, una nueva muestra de que el cortejo y las relaciones de pareja distan de ser un asunto baladí si hay talento cinematográfico de por medio.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para Cine Maldito
Kasanovic
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6
27 de mayo de 2016
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Paul Dédalus va a regresar a su país natal, Francia, tras una larga estancia en el extranjero. Pero en la frontera le espera un serio contratiempo: las autoridades le acusan de espionaje. ¿La prueba? Un pasaporte de identidad a su nombre y firma que muestra que realizó un viaje a Israel hace muchos años. Semejante situación solo puede ser resuelta mediante el uso de la verdad, por lo que Dédalus comenzará a relatar a los agentes una gran parte de su vida, toda ella focalizada en una esplendorosa y mágica juventud.

Arnaud Desplechin vuelve a echar mano de su álter-ego Paul Dédalus para elaborar una cinta autobiográfica sobre su época juvenil. Tres recuerdos de mi juventud (Trois souvenirs de ma jeunesse) hace honor a su nombre y divide su narración en tres etapas, aunque estas presentan varias dificultades a la hora de diferenciarse por el inequívoco patrón común que siguen. El director de Comment je me suis disputé... ma vie sexuelle (precisamente considerada por algunos como una precuela de Tres recuerdos de mi juventud) o Esther Kahn culmina aquí la que seguramente sea su película más reconocida hasta el momento, cosechando muchas alabanzas en la penúltima edición de Cannes y llevándose el César a la mejor dirección en 2015.

Con un ritmo vertiginoso al principio, Desplechin ya deja claro que la narración en el tiempo presente solo es una excusa para presentar la verdadera historia. El cineasta parece despreciar al espectador paciente y, en apenas tres brochazos, transita de situarnos a Paul Dédalus en su último tango en Tayikistán a, ya en manos de los agentes, vernos envueltos en el primer flash-back de la cinta. Aquí es donde comienza realmente Tres recuerdos de mi juventud, cuando vemos a un Dédalus bisoño dando tumbos de un lado a otro. Se ha citado al mito de Antoine Doinel para compararlo con este personaje sobre todo por sus respectivos hogares turbulentos y un carácter rebelde. Pero lo cierto es que, además de la evidente diferencia de edad (y consecuentemente, de motivaciones) el joven que Desplechin pone aquí en liza es un tipo que, pese a no resultar tan carismático como el que describió Truffaut, sí goza de una construcción más completa: interesado por la arqueología, metido en embrollos políticos, figura reconocida por toda Roubaix… Y locamente enamorado de Esther. Una mujer que, evidente belleza a un lado, guarda en su interior una deslumbrante personalidad.

De este hilo romántico es del que va tirando Desplechin para seguir progresando a través de las andanzas de Paul Dédalus. Con una mezcla atractiva de géneros (las secuencias de la URSS poseen un pequeño pero atractivo aroma a thriller), Tres recuerdos de mi juventud se convierte en una película cuyo visionado es más que agradable, al ofrecer un relato magnético y con una inconfundible atmósfera retro. Más mejorable es el ritmo general de la cinta, bastante mermado por la propia estructura del film, que explora personajes, subtramas y contextos adicionales a los de la línea narrativa principal. Una característica inextricable pero que refleja la esencia misma de la obra, al ser la juventud un período de continuos bandazos y fogosidad.

Aunque los pecados del principio del film puedan ser condonados por la propia superfluidad que otorga Desplechin al tiempo actual, no ocurre lo mismo con un flojo desenlace. Sin embargo, lo mucho que hay entre medias (dos horas de duración, recordemos) presenta una calidad lo suficientemente notoria como para convertir a Tres recuerdos de mi juventud en una película más que recomendable. No es fácil saber transportarnos a un período tan especial en la vida de casi cualquier ser humano sin utilizar recursos facilotes o trampas emotivas, pero Desplechin lo ha conseguido hacer a través de un trabajo tan personal en su creación como universal en su trasfondo.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Kasanovic
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6
14 de julio de 2014
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Coincidiendo con las fechas en las que se celebra la fiesta nacional francesa, y un año después que viese la luz en tierras galas, se estrena en España La chica del 14 de julio, una película que en su título y primeras escenas puede parecer como la típica comedia romántica de amor a primera vista y demás chorradas, pero en realidad su cometido dista bastante de este planteamiento. Sí, existe un punto de partida como es el interés que Hector y Truquette comienzan a sentir el uno por el otro (no me atrevo a llamarlo flechazo por las características tan empalagosas que subyacen a ese vocablo) y a partir de ahí se desarrolla la línea argumental de la obra; sin embargo, cualquier rastro relacionado con la típica línea cómico-romántica que engalana la filmografía francesa más conocida de los últimos tiempos, queda guardado en el cajón.

El responsable de tal película se hace llamar Antonin Peretjatko, el cual firma aquí una ópera prima alocadísima en concepto y ejecución. El tono paródico y satírico es evidente desde los primeros fotogramas, cuando vemos a Sarkozy y Hollande, respectivamente antiguo y actual presidentes de Francia, asistir al desfile del 14 de julio mientras suena una música un tanto bennyhillesca y la velocidad de la acción se multiplica recordando al cine mudo y las grotescas zancadas de sus protagonistas. Con semejante inicio sólo se puede presuponer que lo que viene después no va a ser ni de lejos tan estrambótico, pero craso error: el tono burlesco de la película sólo es comparable a su montaje rápido y certero, que en ocasiones asfixia hasta tal punto que la película oscila entre la genialidad y la simple tomadura de pelo.

Esa despreocupación por el ridículo que existe en La chica del 14 de julio se extiende a muchos aspectos de la obra. El uso que se hace del color es abusivo, lo que contribuye a realzar todo ese clima de chiste que en ocasiones da paso a una negrura bastante peculiar. Por supuesto, casi ningún hombre o mujer del reparto escapa a estas pretensiones, más aún, existe una historia paralela de dos amigos pijos que es el súmmum de lo hilarante. Incluso podemos notar unos cuantos fallos de raccord que a todas luces son puramente intencionados, quizá como un homenaje a los inicios de la nouvelle vague. Aquí podemos enlazar un nexo de unión entre aquella corriente cinematográfica y el papel de Peretjatko en una nueva generación de cineastas franceses, tal y como aseguró Cahiers du Cinemá en abril de 2013.

Si la misma revista que parió a varios de los directores franceses más grande de la historia otorga un calificativo así a Peretjatko es que éste debe haber hecho algo bien. Uno no es tan francófilo como para desgajar de manera más o menos profunda la posición de los franceses respecto a que la fiesta nacional patria homenajee un acontecimiento tan singular como la toma de La Bastilla, teniendo en cuenta todo lo que se desencadenó a raíz de ello (brutales las referencias a la guillotina que vemos una y otra vez en el filme), pero no hay que ser tan perspicaz para percibir el humor tan ácido que rodea al contexto de crisis económica actual, algo que se puede apreciar una y otra vez en la película, desde la oficina de trabajo temporal hasta la peculiar situación laboral de alguno de los personajes, pasando por el uso tan burlón como meramente pintoresco que se hace del dinero en la cinta.

En La chica del 14 de julio la acción va saltando de un lado a otro sin motivo aparente y sin que ni siquiera un nexo de unión sirva como excusa, pero es innegable que en su conjunto la película tiene un sentido propio como es el de la representación en clave de humor sobre diversos temas, respecto a los que el ciudadano de pie ya no puede hacer sino reírse por no llorar, en relación a esa desafección política que parece extenderse por Europa. Una sátira, en definitiva, que para algunos estará muy pasada de rosca y para otros se convertirá casi en una obra maestra, como suele suceder con este tipo de películas que, más allá de su resultado final, intentan ofrecer algo diferente, fresco y alejado de complacencias.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Kasanovic
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5
15 de mayo de 2020
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La tensión que produce estar viendo momentos decisivos de un partido de fútbol, como los minutos finales de un partido decisivo o una tanda de penaltis, es conocida por todo aquel seguidor de este deporte. Pero si se trata de un Mundial del que tu país es anfitrión y además se está jugando el pase a la final por penaltis, este sentimiento arropa también a gente que pocas veces se ha acercado al balompié. Es lo que le sucede a un nutrido grupo de romanos que en una terraza observan la eliminación de su selección a manos de la Argentina de Maradona. En esos momentos tan decisivos, ni se habían dado cuenta de que un coche se precipitó desde un puente hacia las profundidades del río Tíber. A bordo, como se conocerá minutos más tarde, iba uno de los productores de cine más reputados del país. En el bolsillo de su chaqueta, la clave que quizá permita descifrar el misterio: una foto en la que aparece con su sufrida amante y junto a varios jóvenes desconocidos.

Al italiano Paolo Virzì le conocemos como un cineasta capaz de ponerse al mando de proyectos de cierto toque extravagante. El capital humano, quizá su título más conocido, ya poseía una combinación de drama, comedia y negrura que, aderezada con el retrato de personajes nada comunes, generaba una película tan singular que era difícil pasar por alto. Una dosis más fuerte de este producto la recibimos en Locas de alegría, similar tanto en su perfil cinematográfico como en el interesante resultado que arrojaba. Los respectivos coguionistas de estas obras se unieron y junto a Virzì firman el guion de Noches mágicas, cuyas secuencias iniciales reflejan a la perfección el espíritu de los comentados films. Parece, pues, que podemos estar ante un título igual de atractivo.

Noches mágicas se cimenta sobre un gigantesco flash-back en el que se intenta descifrar, desde un mes antes de la noche de autos, cuál es la relación entre el fallecido productor y los tres jóvenes que le acompañaban en la fotografía, amén de las causas del supuesto homicidio de aquel. La cinta abandona el plató de rodaje para penetrar en el ambiente que definía la sociedad cinematográfica italiana de comienzos de los 90. Un mundillo en el que los veteranos del séptimo arte pelean por cualquier cosa y recelan de todo aquello que huela a joven. Contemplamos este panorama desde la óptica de nuestros tres protagonistas, quienes, por cierto, no resultan nada convencionales: un siciliano sensible y cerebrito, un toscano libertino y una romana con serios problemas de autoestima. Los tres finalistas del prestigioso premio Solinas conviven durante un mes en la capital italiana, tiempo en el que conocen a los originales personajes que poblaban la escena cinematográfica por aquel entonces mientras ellos mismos tratan de dar sentido a su existencia.

El vertiginoso ritmo que sigue Noches mágicas en su inicio y el inevitable atractivo que despierta contemplar las personalidades excéntricas que van apareciendo en pantalla hacen que Virzì consiga perfilar su obra de una manera notable. El film nunca cae del lado de la parodia ni tampoco cruza la divisoria con lo dramático, sino que se mantiene en un terreno intermedio que ya parece marca de la casa. Donde sí se desequilibra la balanza es a la hora de manejar los registros temporales, ya que hacia la mitad de la película esta parece encallarse y no consigue avanzar, perdida probablemente en la gran cantidad de personajes y subtramas con la que su director había ido aderezando su obra. Esta bulimia argumental termina por desatrancarse y el culmen de la obra arroja un aroma deliciosamente esperado, aunque sin eliminar cierto grado de acidez. En cualquier caso, Noches mágicas es un producto 100% Virzì y eso ya parece un sello suficiente como para atreverse a degustarlo.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para @CineMaldito
Kasanovic
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5
20 de julio de 2018
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Eve, una niña de 13 años, comenta las tareas domésticas que realiza su madre mientras graba todo ello a través de su smartphone. La joven también recoge en el móvil un vídeo en el que ella misma envenena a su hámster con los medicamentos que acabarán causándole una sobredosis a su madre. La ausencia materna obligará a la niña a irse a vivir con su padre Thomas, ahora casado en segundas nupcias y con otro hijo, lo que supone un problema para la estabilidad del hogar. Aunque para problemas de verdad los que acucian a Anne, hermana de Thomas y tía de Eve: la obra en la que trabaja su empresa acaba de presenciar un accidente que le puede costar una multa millonaria a la compañía. Por si fuera poco, Pierre, el hijo de Anne, presenta una clara inestabilidad emocional fruto de su excesivo apego al alcohol.

Estos problemas domésticos y laborales de una familia burguesa de Calais, en el norte de Francia, son el motor que mueve a Happy End, la última obra cinematográfica del gran Michael Haneke. Cada uno de los personajes principales que contemplamos en la película tiene su razón de ser, en el sentido de que nos muestra una temática interesante que el propio Haneke pretende diseccionar. Eve es la víctima de las malas decisiones por parte de sus padres, lo que le ha llevado a construirse un carácter ciertamente oscuro. Thomas vive engañado en un matrimonio que no le reporta placer, tal y como demuestran las tórridas conversaciones que mantiene por Facebook con otra mujer. Anne es el reflejo de una persona que siente más predilección por su trabajo que por su propia familia. Pierre mezcla los caprichos de los que siempre ha gozado por su condición burguesa con el odio interior que posee por esa misma razón. Finalmente, Georges, el pater familias, es un hombre ya anciano y cansado de la vida, que parece buscar desesperadamente a alguien que le ayude a calmar el dolor para abandonar por fin este mundo.

Dicho así, pareciera que Happy End es un film compuesto de ideas sugerentes que, con la mano de Haneke, podría convertirse en un trabajo memorable. Especialmente si tenemos en cuenta que, de manera progresiva, ese relato central se irá mezclando con una temática de actualidad como es el debate sobre la situación de los refugiados, asunto que precisamente en Calais tuvo uno de sus epicentros más bochornosos. La vida acomodada y burguesa frente a la desesperación y pobreza de aquellos que tienen que vivir con lo justo suena a un argumento en el que Haneke podría moverse con mucha facilidad. Sin embargo, la cinta tiene algo que no termina de enganchar. El cineasta muniqués abandona su parcela más cruel, su conocida habilidad para transmitirnos lo peor del ser humano a través de su inteligencia cinematográfica, para abrazar un relato bastante más comedido en apariencia y definitivamente sarcástico en el fondo. Con ello, Haneke consigue que en Happy End apenas haya rastro de esas imágenes perturbadoras que nos ha mostrado en otros de sus títulos. Solo las mencionadas escenas iniciales y la secuencia final poseen cierta fuerza, el resto del film se mueve en un terreno demasiado frío como para que nos permita entrar en su atmósfera.

Uno siempre espera lo máximo del director de La pianista o Funny Games, sobre todo cuando se rodea de grandes figuras de la interpretación como Isabelle Huppert y Jean-Louis Trintignant. En esta ocasión, Haneke ha apostado por un cierto cambio en su perspectiva, lo cual tiene mérito al tratarse de alguien que lleva tiempo detrás de las cámaras. Pero el resultado sería poco más que interesante si valorásemos a Happy End como una película alejada de la figura de su director, y claramente decepcionante si tenemos en cuenta que es Michael Haneke quien está detrás de este trabajo.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para @CineMaldito
Kasanovic
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