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España España · Shangri-la. Andalucía
Críticas de Maggie Smee
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Críticas 377
Críticas ordenadas por utilidad
10
24 de noviembre de 2019
5 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque no desgranemos la filmografía de Jacques Rivette, el hecho de explicar la importancia de su aportación al cine, ocuparía un espacio demasiado extenso imposible de comprimir aquí.

Rivette es todo un renovador, todo un revolucionario. Es el “alma mater” de la Nouvelle Vague que junto a Truffaut, Godard y Rohmer formaban “la banda de los cuatro”, aunque no eran los únicos inscritos en este movimiento. Su cine, que siempre ha huido de modas posee una personalidad apabullante, ha tocado diferentes géneros, y tiene ciertas constantes que se repiten con mayor o menor intensidad. Por ejemplo, como en el caso presente, el teatro ocupa un lugar preferente, que no la teatralidad gratuita, que eso es otra cosa, si no el crear una realidad paralela, y en consecuencia, siente la necesidad y la fascinación de poder jugar con el espacio y el tiempo. Incluso el desdoblamiento de personajes o intercambiarlos también es otra de sus posibilidades. Para mí, este “vanguardismo”, este experimento en “Céline y Julie van en barco” si se entra en el juego, es toda una experiencia, muy audaz y muy agradecida. El reverso es, y de ahí que no sea un cine accesible, es que esto podría confundir al espectador habituado solamente a películas comerciales.

Lo que me ha movido a escribir mi impresión sobre ella es que he visto solamente un par de comentarios muy positivos y el doble de comentarios muy negativos con los que difiero totalmente, con pobres argumentos, que reflejan confusión y hasta el muchos casos una catetez supina y prejuiciosa, ya que es todo un ejemplo de las posibilidades que el lenguaje cinematográfico ofrece desde una perspectiva fresca y original.

El poder haber leído algunos comentarios por internet antes de pronunciarme, hace que le pueda dar la razón a los que señalan que David Lynch chupó bastante de Rivette para la creación de “Mulholland Drive”, aunque Lynch lo hiciera en clave de intriga. No veo un nexo “bergmaniano” con “Persona” como otros sí lo hacen, pero sí creo percibir el germen del cine más femenino que utilizaría con enorme acierto Robert Altman al cuidar la interrelación de las actrices en su cine, sobre todo con “Tres mujeres”.

Aquí la magia y el teatro se dan la mano gracias a los dos personajes protagonistas, Céline y Julie que, desde su inicio y a modo de cuento, inician un viaje iniciático, en el que las pistas que se nos van brindando van encajando a lo largo del metraje de manera sabia. La única manera posible de armar un guión tan bueno es como Rivette solía hacer, una total complicidad con su equipo y una admiración/ respeto por sus actores, la mayoría actrices en este caso, y que en este caso firman casi todos: Berto, Labourier, Ogier y Pisier en colaboración con su director, Rivette, con la ayuda en los diálogos de Eduardo de Gregorio y partiendo de la base de una historia de Henry James.

Su reparto se mueve como pez en el agua, sobre todo sus dos protagonistas que se encuentran casi en estado de gracia, con una naturalidad que se agradece. Barbet Schroeder, un director y guionista bastante interesante, aquí hace el papel de Olivier, con una presencia bastante personal y que también es el productor de la misma.

No hay grandes despliegues técnicos. Ni lo requería la historia ni tampoco había presupuesto para ello, aunque cumplan sus funciones, sobre todo su vestuario, aparentemente sin importancia y Jacques Renard en las escenas teatrales y de interior.

Puede que “Céline y Julie van en barco” no posea la fama de “Out 1: Noli me tangere”, la polémica de “La religiosa” o el esfuerzo y refinamiento de “La bella mentirosa”, pero es un precioso juego, que si se decide el espectador a participar de ella, que no dude que se trata de un pasatiempo inteligente, además de poco común que parece que ha sido rodado ayer.
Maggie Smee
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7
11 de febrero de 2017
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Proyectada en varios festivales de prestigio, como por ejemplo los de Nueva York, Toronto, Roma o Chicago y a dos semanas que quedan para la ceremonia de los Oscars, se estrena en nuestro país “Moonlight”, que ha sido nominada en ocho categorías, a pesar de tratarse de una producción independiente, pero que ha encontrado el respaldo necesario, sobre todo entre la crítica especializada.

Barry Jenkins, director negro que nace del mundo del cortometraje, es de esa nueva generación que podría suponer no solo el relevo sino la renovación de la industria en sí, todo un soplo de aire fresco. “Moonlight” entra de lleno en esa clase de películas atípicas, que habla, entre otros asuntos, de la homosexualidad, pero desde una óptica nunca tratada, quizás porque el mundo marginal de color, exceptuando estereotipos, nunca ha tocado este tema al ser tabú.

A pesar de la sutilidad empleada y no cebarse en escenas escabrosas, supongo que habrá sido mal digerida por la comunidad heterosexual de color, siempre más preocupada por su imagen “varonil” al uso más que por el tema moral, es decir, se han acostumbrado a ver tíos que despiden testosterona por todos sus poros, heterosexuales y con “empleos” de dudosa honorabilidad aunque no por ello les rechazaban, pero poner a tíos más grandes que armarios que puedan ser homosexuales, en barrios deprimidos y no en clave de comedia, podría generar un cisma en algunos sectores. Por ello era un film necesario y que puede abrir puertas, no me refiero ya a nuevos géneros y personajes más creíbles, lo cual ya es una ventaja para todos, si no a la vida real, puede ser una ayuda para “normalizar”, con el paso del tiempo indudablemente, para una integración social y derribar ciertas barreras.

Por ello “Moonlight”, aunque sea un buen film, tiene otros méritos añadidos, que la convierten en un paso al frente, con más valor del que en principio pueda parecer. Y no nos estamos refiriendo ya al tema de la homosexualidad. La violencia, las drogas o los maltratos, sean físicos o psíquicos, están tratados con tacto, con cierta poesía, y que no significa en absoluto que hayan sido edulcorados por miedo, que es otro concepto diferente. Su propósito así también le podrá llegar a más público aunque no por ello convierte a “Moonlight” en un film abiertamente comercial de sentimentalismo fácil.

Su factura es modesta pero tiene su valía y su mérito, sobre todo en la fotografía, que intenta acercarse a un estilo de “cinema verité” muy coherente con lo que se cuenta y esquivando sombras o reflejos de cámara, agilizados por un diestro montaje y sin olvidar otro punto fuerte, su banda sonora. No es casualidad que estos aspectos hayan logrado ser también nominados con toda justicia.

En su plantel han conseguido que un actor y una actriz sean nominados como secundarios: Mahershala Ali y Naomi Harris. El reparto completo cumple de sobra, incluyendo los más pequeños, pero considero que a quien tenían que haber nominado en todo caso tendría que haber sido Ashton Sanders como el joven Chiron, aunque le auguramos que ya tendrá otras oportunidades.

Nos alegramos porque “Moonlight” se haya hecho un hueco importante entre las películas del año, y que sin la resonancia de los Oscars, posiblemente hubiera quedado relegada a un segundo plano, sin ni siquiera saber si hubiera llegado a estrenarse entre nosotros.

Especulando lo que se ya se pronostica que podrá ocurrir en el reparto de premios Oscars según sopla el viento, mucho nos tememos, o mejor dicho, nos alegraremos, que si no fallan los augurios, más que recordada por el número exagerado de “Oscars” que recaerán sobre “La, la, Land” con la intención de igualarla con “West Side Story” o “Gigi”, será a la larga recordada por otros motivos más razonables: que si un premio para el guión original de “Manchester frente al mar” (en el que no vamos a entrar si lo merece o no), que si otro premio para el guión adaptado para “Moonlight”, que si otro premio para la secundaria Viola Davis (que es la única actriz de color que ha conseguido con “Fences” ser nominada en tres ocasiones), que si algún que otro premio para “La llegada”, incluyendo la fotografía realizada por un operador de color, que nunca la Academia, dicho sea de paso, había premiado en este apartado hasta la fecha a alguien que fuera negro, o el Oscar como film extranjero para Farhadi, que serviría de guantazo sin mano a ese ser tan horrendo que es Donald Trump con sus pretensiones de vetar la entrada en territorio americano a quien le sale del culo. En definitiva, el triunfo de la variedad de razas y del cine independiente. Algo así ya ocurrió cuando con “Gigi” se volvieron locos y le otorgaron los nueve Oscars a los que estaba nominada, y que sus contrincantes, algunas sin premio o nominadas en menos categorías, la han sobrevivido con el paso del tiempo, incluso se han revalorizado dándoles miles de vueltas, como por ejemplo: “La gata sobre el tejado de zinc”, “¡Quiero vivir!”, “Fugitivos”, “Mesas separadas”, “Horizontes de grandeza”, la sublimada “Vértigo (De entre los muertos)” o incluso “Como un torrente”, un dramón colosal que dirigiera Vincente Minnelli, casualmente el director de “Gigi”, y que la propia Academia relegó a cinco nominaciones sin incluirla ni como director ni película.
Maggie Smee
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4
14 de marzo de 2015
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es la primera vez, y me temo no será la última, que cualquier gran director pueda meter la pata al ofrecernos una obra fallida. Y no se trata de un pensamiento pesimista o un maleficio. Es ley de vida (que se da también en el arte) que el autor/a que haya degustado un proceso placentero de reconocimientos, corre el riesgo de elevarse por encima del bien y del mal, aunque sea de forma inconsciente, se sienta omnipotente, flotando… y literalmente la cague. No digo que “Puro vicio” sea una mala película, pero sí que es deficiente.
Mi teoría subjetiva es que no le ha traicionado su ambición, pero sí el ombliguismo de sumergirse en una obra literaria, en este caso de Pynchon, y creer que esa zambullida era suficiente para no haber sido riguroso u ordenado como en otras ocasiones, tanto con sus personajes como el haberse centrado en lo que quería transmitir, que era suficiente plasmar el alud de sensaciones como lector y que todo valía. Hasta cierto punto podía llevar razón ya que el adaptar la obra al cine la convierte en otra, tiene libertad para tomarse licencias, en definitiva hacer lo que quiera. El error ha sido no haber plasmado su punto de vista como director, siempre férreo, y pretender dar el del autor, porque otra explicación no encuentro. Paul Thomas Anderson es un tipo inteligente, por eso me ha chocado que no haya sabido ni mezclar bien su humor con su crítica, sin darle credibilidad al mundo “marciano” que cuenta y pretendiendo meter lo que en el guión “no cabía”, con voces en off de tintes literarios para hacer más profundos unos personajes en su mayoría no estaban bien descritos y cuyo verbo no era imprescindible para la acción, y eso que no he leído esta novela, pero se nota, o al menos a mí me ha dado esa sensación.
Su factura es buena, aunque tiene una banda sonora muy adecuada aunque excesiva. Los actores, que cumplen, van y vienen, hay muchos innecesariamente, ya que a medida que avanza el film van desapareciendo, resolviéndose mucho “de boquilla”. El cásting sorpresivamente en esta ocasión no me ha parecido ajustado, formando disonancias en su conjunto. Witherspoon, del Toro o Brolin, resaltan con una labor comedida, mientras Wilson o Short suenan más a guiño o a chiste que a personaje. Hay casi cameos como el desaprovechado Eric Roberts y el caso de Joaquin Phoenix, con mucho pesar, a mí en esta ocasión me satura con su armadura externa, escudándose en la estridencia y en su “look” más que en su verosimilitud (qué bonitas las gafas de sol de lentes circulares que luce) y que por cierto, hay planos donde me recuerda muchísimo a Vincent Lindon.
Mucho ajetreo, demasiado bullicio gratuito para unos fuegos artificiales que nunca acaban estallando, oliendo más a pólvora mojada que a polvo, porque, dicho sea de paso, vaya mamarracherío las escenas de polvos y la utilización del sexo en sí. Aunque hubiera sido adrede su intención es difusa, tanto como la neblina que se dibuja a veces en algunas escenas, a veces tan forzada y ficticia, confundiendo lo que debería ser onírico y sugerente, empobreciendo el efecto de las drogas a las que se aluden, tanto visualmente como elemento dramatúrgico supuestamente importante.
Maggie Smee
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1
29 de enero de 2011
49 de 98 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entre el documental hecho para el gobierno "This is Korea" de 1951 y "El precio de la gloria", otra de guerra, en este caso de ficción, en el mismo año, Ford rueda su añorado proyecto, "El hombre tranquilo" ya contando con el beneplácito de UK entera tras el éxito de "¡Qué verde era mi valle!". El resultado es un producto hábilmente confeccionado para ensalzar una serie de valores realmente arcaicos y recalcitrantes, con un hedor que planea durante toda la película, a pesar de los bellos parajes, con personajes en los que me cuesta no ya identificarme si no entenderles, con una falsa camaradería digna de un barco pirata.
Que siempre es un placer poder ver a Maureen O´Hara es verdad, a su partenaire, Wayne, lo reconozco, me cuesta trabajo tragármelo, casi siempre con un "gestus facial" de sufrir en silencio algún mal anal... El resto de actores (excelentes) se prestan a la farsa con esos personajes de guiñol, mamporreros y absolutamente inauditos.
Creo que juega más limpio en ese sentido Robert Wise en "Sonrisas y lágrimas", catedral insigne de ese cine peligrosamente llamado "familiar", por ejemplo, tanto que la critican. O cualquier comedia con Doris Day o Sandra Dee, incluso Capra o Leo McCarey con Bing Crosby... Ese cine bienintencionado y campechano es, aparte de los más aburridos, de lo más dañinos para cualquier instinto de superación.
Ford se vuelve más interesante en su última época. Despojado de su gloria por los más "modernos", cuando "trampas" como la horrenda "La taberna del irlandés" no colaban ni a crítica ni a público, rueda su mejor western y al fin se redime con la figura femenina con la excelente "Siete mujeres". Más vale tarde que nunca, pero hacer creer que "El hombre tranquilo" es ni siquiera una sana o buena película me parece una aberración, muy consentida por cierto por (supuestos) críticos especializados. A ellos habría que hacerles desde un test psicológico a un test cinematográfico. Quizás son los que le hacen creer a muchos que esto es cine genuino. Los mismos que cuando estrenan una película que le dan palo o pasa inadvertida y con el tiempo cambian descaradamente de criterio. Tan carentes de sentido como los personajes de esta nefasta película.
Maggie Smee
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2
6 de septiembre de 2013
25 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es inconcebible que haya películas que, al no pertenecer a ningún gran estudio, no puedan encontrar un hueco en la cartelera y otras, inmerecidamente, se estrenen. Todo esto se debe a una política errónea de distribución (o mafioseo) que, con el paso del tiempo, acabará destruyendo cualquier ápice de cultura, pasando el cine a ser una fábrica, no ya de sueños, sino de pesadillas, de pésimos telefilms incapaces de alimentar el alma. Y como ejemplo esta imbecilidad llamada “Cruce de caminos”, que parece ser que algún que otro crítico, sin tener ni idea de cine ni de lo que es perder el tiempo, la haya podido encontrar ni siquiera aceptable. Y que “Cruce de caminos” es un fallo brutal en muchos sentidos: desde una dirección funcional y nada creativa, a un guión ridículo en el que parecen que se integran casi tres largometrajes en uno, mal hilados, peor resueltos, resultando más largo que cualquier chiste- río que los que contaba el mítico Paco Gandía, y para colmo sin una gota de humor, a lo que hay que sumarle diálogos vergonzantes y con unas interpretaciones mediocres o, como en algunos casos, de juzgado de guardia como la de Eva Mendes o el ridículo, casi cameo, de Ray Liotta, por lo que de nuevo la figura del director de casting, como en muchas películas, es de alguien que cobra pero que su trabajo lo podía desempeñar cualquiera, al tratarse meros mercenarios con el poder suficiente para anular cualquier posibilidad de ver una buena actuación, al tener en cuenta solo nombres o bien de moda o de los enchufados de turno. En cuanto a maquillaje o peluquería ya merecen pelotón de fusilamiento, sobre todo porque, como la película se desarrolla a través de casi dos décadas, la ocurrencia de avejentar a Eva Mendes poniéndole dos mechas manchadas de tiza y un jersey con cremallera es digno del peor cine de cuarta. Quizás sea su banda sonora lo más curioso, sea por incluir temas conocidos o por ese intento de hacer casi música planeadora con aires de Mark Isham, dándole cierta ínfula a la película, como si fuera de “autor”, pero es sin duda una de las mediocridades más aburridas que he visto en mucho tiempo y que sinceramente espero se acuerden de ella para la próxima edición de los premios razzies. Sirve también esta bazofia como ejemplo de lo que es una película que no se sabe a qué público va dirigida, que si esto parece un thriller, un drama o chascarrillo de la abuela con el que, a su término, poder decir: “Ay qué ver, las casualidades de la vida…”. Y es que el guión entero, los grandes como Peckinpah o Lumet, lo hubieran podido resumir en boca de un agente corrupto en cinco minutos. Hubiéramos salido todos ganando.
Maggie Smee
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