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Críticas de Sandro Fiorito
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Críticas 372
Críticas ordenadas por utilidad
6
11 de enero de 2010
10 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de cometer un atraco y antes de ser detenido por la policía, un padre hace entrega a sus dos hijos del botín obtenido en el asalto, haciendo prometer a ambos que garantizarán su custodia y guardarán el dinero sin revelar el secreto, para que dicho patrimonio pueda ser disfrutado por los niños cuando estos lleguen a mayores.

Mientras espera ser ejecutado, el padre de las criaturas pronuncia en sueños una serie de palabras relacionadas con el destino de su dinero que son escuchadas por su compañero de celda, un misterioso y sobrecogedor Robert Mitchum que, una vez esté libre no cejará en su empeño por hacerse con el botín.

Para ello llegará hasta los dos niños y su viuda madre, usando todas las triquiñuelas que se le ocurran para ver cumplido su propósito.

Esta es la única película de Charles Laughton como director, que deleitó a los espectadores en papeles tan sobresalientes como los interpretados en Espartaco y Testigo de cargo entre otras cintas. La noche del cazador supone una interesante y notable película de intriga dotada de una atmósfera inquietante a la par que inocente y aleccionadora, esto último por los mensajes directos que Lilian Gish transmite en forma de relato tanto al principio como en el desarrollo del metraje.

El buen papel de Mitchum contrasta con la correcta interpretación de Billy Chapin, el chico responsable y protector que no se despega en toda la película de su hermanita (Sally Jane Bruce).
Sandro Fiorito
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8
13 de junio de 2013
8 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine italiano contemporáneo nunca deja de sorprenderme gratamente. En esta ocasión, con “Mi hermano es hijo único”, Daniele Luchetti, también director de la acertadísima película erigida como un creíble drama social “La nostra vita” (2010), demuestra una sensibilidad y entrega en su trabajo que transmiten el sentir de lo escrito por uno de los mejores duetos de guionistas del cine europeo, Sandro Petraglia y Stefano Rulli, ambos autores de cintas como “La nostra vita” (2010), “Cuando naces… ya no puedes esconderte” (2007) o extraordinarias miniseries como “La mejor juventud” (2003). En compañía de otro guionista, Petraglia ha escrito guiones como el de “No mires atrás” (2007), cinta protagonizada por el camaleónico y brillante Toni Servillo. Los textos de estos escritores (aquí basado en la novela de Antonio Pennacchi) siempre han solido ir acompañados de una fuerte carga sentimental que apuesta por reflejar la parte más cotidiana y natural, sin correcciones políticas mediante, de la sociedad italiana.

Aquí, ese sentimiento a la hora de escribir y filmar se ve plasmado en la práctica totalidad de los personajes, sobre los que desarrollan unas interpretaciones exquisitas. Y es que si además de tener una buena base para trabajar, los papeles de los actores son más que buenos, sólo puede salir a la luz un pequeño regalo del cine italiano como “Mio fratello è figlio unico” (por favor, véanla en VOS para poder disfrutar de esa fuerza, ironía y belleza del idioma italiano). ¿Y de qué nos habla Luchetti en esta cinta? Retrocedemos hasta la década de los sesenta para ver al rebelde adolescente Accio Benassi (Vittorio Emanuele Propizio) dispuesto a convertirse en sacerdote, deseo frustrado por su falta de fe, que le empuja a volver nuevamente con su familia en un ambiente hostil y derrumbado que aquí se representa de manera magistral, pues yo me creo todo: su mala relación con el hermano mayor Manrico (Riccardo Scamarcio), la sensación de rechazo que siente de su propia madre Amelia (Angela Finocchiaro), cada discusión que se sucede entre todos…

Su tambaleante posición dentro de la familia va convirtiéndolo cada vez más en un joven arisco e independiente que, motivado por Mario, un vendedor de manteles (Luca Zingaretti), se apunta a un partido fascista. Más que por hacer enfadar a los suyos (como se cuenta en alguna sinopsis de por ahí), por el hecho de encontrar en esas filas, y en Mario, el cobijo o sensación fraternal que no vislumbra en su propio hogar. Los años pasan y Accio crece, por lo que su papel pasa a ser protagonizado por Elio Germano, quien mantiene firme el grandioso trabajo que hasta ese momento estaba desarrollando Vittorio Emanuele con una naturalidad y entrega que me ha conquistado y que obliga a seguir de cerca a este actor nacido en 1991. Germano (“Díaz – No limpiéis esta sangre”, 2012), completamente metido en su personaje, apuntala con su trabajo un protagonista memorable, auténtico y desgraciado sobre el que se puede sentir toda la empatía que un rol pueda producirte en el cine.

Su trabajo está flanqueado por el del célebre Riccardo Scamarcio (“Manuale d’amore 2”, 2007), que encarna en un buen papel al hermano de Accio, que se encuentra en las antípodas de éste al ser él un revolucionario comunista. Dicha esta referencia aprovecho para citar que la ideología de los Marx, Stalin, Mao y compañía parece disfrutar aquí de una distinción más respetuosa (en ocasiones, casi de admiración) que los regímenes fascistas, cuando debería ser tratada con el mismo desprecio que merece cualquier movimiento que oprima de una u otra forma las libertades de un pueblo o diga cómo se debe pensar. El trabajo del reparto me ha parecido extraordinario y además de los citados, destacan por encima del resto Luca Zingaretti (“Sanguepazzo”, 2008), Angela Finocchiaro (“La bestia en el corazón”, 2000) y por supuesto la bellísima actriz francesa afincada en Italia, Diane Fleri (“Posti in piedi in paradiso”, 2012), quien risueña y con una sincera mirada que enamora, contagia cada una de las sonrisas de su indispensable personaje.

“Mio fratello è figlio unico” disecciona el drama de una familia rota y recorre los años a través de la madurez de sus personajes y las experiencias que estos viven, con la juventud, la política y el amor como trasfondo de un cóctel que monta cada una de sus historias con garra, emoción y personajes que importan, que tienen algo que decir y que, como Accio, encarnan una rebeldía que desemboca en lo solitario y desgraciado de un rol inolvidable. Cada actor defiende su papel con tal intensidad que hace que el argumento se empape de verismo y provoque el espectador sienta empatía por sus personajes. La dirección ha construido un producto lleno de realidad con una historia que destila espontaneidad, algo que se transmite con fluidez desde todas sus escenas, contando aquellas que contrastan momentos muy diferentes como los buenos y malos,y demostrando la misma fuerza y acierto para representar ambos.

Mención especial para la BSO de Franco Piersanti (“Habemus papam“, 2011), quien mezcla sus ligeras y agradables partituras originales con temas de la época en la que se basa la trama, como el excepcional “Ma che freddo fa” de Nada Malanima, con aportes de Beppe Servillo y otras canciones que aportan frescura y ritmo como el “Chariot” de Betty Curtis, “Riderà” de Little Tony o el “Amore disperato” con el que, también Nada, cierra esta extraordinaria película.
Sandro Fiorito
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8
4 de diciembre de 2010
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La carrera de Steve Buscemi (“Trees Lounge (Una última copa)“, 1996) en el cine ya empieza a adquirir ciertas tonalidades faraónicas, pues no sólo es uno de los actores más reputados de Hollywood, ya como secundario o con primeros papeles que sabe sacar del paso extraordinariamente, sino también como director, productor, guionista, compositor de bandas sonoras, etc. En este caso veremos, y no por primera vez (lleva ya su tiempo detrás de muchos proyectos cinematográficos y de series para la televisión) su faceta como realizador.

Y tengo que reconocer que aunque haya creado un filme que en ciertos momentos puede pecar de excesiva liviandad y/o corrección (por lo menos para lo que uno se puede esperar de alguien que actor suele dar vida en muchas ocasiones a personajes que más que peculiares, parecen desquiciados. Véase: “Fargo“, 1996), ha dado de lleno en el centro de la diana de la melancolía. De esa tristeza que cuando llama a la puerta es para quedarse -o al menos, intentarlo- eternamente. Pocas veces en el cine he encontrado un retrato tan fiel, acertado y tan bien representado sobre la tristeza más profunda que el que aquí nos ocupa. Además, se podría decir que el encargado de dar vida a estas cuestiones, el actor Casey Affleck, nació para realizar este papel.

Para poder llegar a las entrañas de la melancolía, Buscemi ha apostado por una historia que transpira verismo en cada uno de sus fotogramas, desde una película tan seca, fría y cruda como el propio sentimiento que ese desánimo crónico produce sobre las personas. Aquí, Jim (Casey Affleck) encarna a un joven solitario que regresa -después de un período de dos años en Nueva York- al hogar familiar situado en Indiana, junto a sus padres y su hermano (este último también sumido en la infelicidad permanente). Jim no puede asegurar por qué se fue de allí, pero tampoco puede confirmar la razón de su regreso. Busca algo, pero no sabe qué es. Quizá sea su lugar en este mundo, una pregunta que se formula constantemente. La vida del pueblo al que vuelve es tan tranquila como la del mismo protagonista. Jim no trabaja, se levanta tarde y sorprendentemente, desprecia el cariño familiar: las únicas personas que parecen preocuparse de él en este mundo (al menos su madre lo parece) no merecen para Jim, la dedicación y el amor que debiera corresponderles. Pero esta opción no es algo que nuestro protagonista pueda escoger libremente. Es lo que el demonio de la melancolía le impone, obligando a que sus actos confundan a la gente, pareciendo que su desinterés por la vida y por las personas sea propio de un carácter prepotente, cuando en realidad todo tiene su explicación en esa tristeza infinita que… no tiene explicación.

(Sigue en el SPOILER sin desvelar detalles del argumento, por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sandro Fiorito
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8
18 de noviembre de 2010
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Destacada y vigorosa película de Sebastián Cordero (producida por los también realizadores Alfondo Cuarón y Guillermo del Toro), que compone un retrato social de la realidad ecuatoriana alternando sus alusiones al sistema político, presidiario y policial de aquel país con la historia periodística que protagoniza la trama y que plantea cuestiones sobre la libertad de prensa o la ética de los profesionales que la practican. Para conseguirlo, el director se sirve de un reparto de garantías que ejecuta un argumento sin artificios, con olor a auténtico y con escenas sobrecogedoras que lo mismo trazan con escalofriante rigor un linchamiento, que esbozan postales sobre la pobreza vivida en Ecuador o completan diálogos con brillantez y autenticidad.

Para esto, la realización sitúa sobre el escenario a Manolo Bonilla (John Leguizamo), un periodista de Miami enviado a Ecuador para hacer un reportaje sobre un violador y asesino de niños a los que posteriormente hace desaparecer, y que es conocido como “el monstruo de Babahoyo”, ciudad ecuatoriana en la que se desarrolla la trama. Acompañado por su equipo, compuesto por la reportera Marisa Iturralde (Leonor Watling) y el cámara Iván Suárez (José María Yazpik), Manolo Bonilla choca con lo que parece una ramificación del caso que está investigando: Vinicio Cepeda (Damián Alcázar), un hombre que va en compañía de su hijo, atropella accidentalmente a un chaval ante los ojos de una multitud que se le echa encima acusándole de asesinato. Tras ser detenido por las autoridades, Cepeda ofrece al periodista información sobre “el monstruo de Babahoyo” a cambio de un reportaje en su favor que le haga salir de prisión.

(Sigue en el SPOILER sin desvelar detalles del argumento, por falta de espacio)
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Sandro Fiorito
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8
8 de noviembre de 2010
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Producida por Steven Spielberg y dirigida por Robert Zemeckis (“Forrest Gump” 1994), esta película de viajes en el tiempo es, además de una completa evasión mental por lo entretenido y trepidante de su conjunto, una enseñanza perenne sobre la conducta de muchos, pues aún resultando muy familiar el mensaje que lleva fundido el argumento de “Regreso al futuro”, es en esta cinta donde realmente podemos sentir los efectos de una vida fracasada, producida por un error fatal a la hora de tomar una decisión o por no disponer de la valentía suficiente para tomarla con firmeza. Y todo esto, encuadernado con tapas de lujo en una obra dirigida para todos los públicos, realizada con el mayor de los aciertos (temática, ambientación o su ya citado mensaje) y sellada por unas convincentes interpretaciones que para muchos han sido, o serán, inolvidables.

Llegar tan al fondo de un pensamiento (el de nuestra indecisión) sin apenas rozar el melodrama es un gran éxito. Pero hacerlo mientras consigues entretener al espectador dibujando un mundo fantástico como el de la película, que te deja detalles que sencillamente embelesan, es de maestro y de una notabilidad digna de aplauso. Todo lo mencionado se consigue desde su inicialmente, sencillo argumento, en el que el protagonista, un adolescente llamado Marty McFly (Michael J. Fox) termina trasladándose, sin quererlo ni beberlo, a un tiempo pasado, después de introducirse en un automóvil, el De Lorean DMC-12, convertido en máquina del tiempo por su amigo y científico Doc (Christopher Lloyd). A partir de este punto, la sencillez de la trama se esfuma y se procede a la fascinación que significa el hecho de ser testigos de una época que no es la nuestra. El escenario del personaje principal cambia, pasando de 1985 a 1955. Los radio-casettes, las tostadoras automáticas, los relojes digitales, los vaqueros levi's y las pick-up Ford Ranger desaparecen de nuestros ojos para dar paso a gramolas, bares en los que la bebida estrella es el batido (muy fresquito y bien cremoso) de chocolate, y característicos coches como el Chrevrolet Bel Air ruedan por unas calles repletas de curiosos que se extrañan del 'ochentero' aspecto de Marty, quien se encontrará con sus padres (a quienes ve como adolescentes) y tendrá como tarea el hecho de consolidar la relación de los mismos, intentando que su presencia en 1955 no altere -pues peligra su propia existencia- las previsiones que el destino tenía preparado para ellos en el futuro. Sin duda, uno de los fuertes de esta película es el contraste producido entre dos épocas dispares, que recuerdan datos tan curiosos como la perplejidad de quien se asombraba en 1955 de que el entonces actor Ronald Reagan, protagonista ese mismo año de una cinta llamada “El jugador”, llegase a convertirse en uno de los mejores y más brillantes presidentes de los Estados Unidos.

(Sigue en el SPOILER sin desvelar detalles del argumento, por falta de espacio)
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Sandro Fiorito
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