Quizá es una gran idea escenificar las incertidumbres, miedos, complejos y resto de variables psicológicas de un chaval de complicada edad que se siente solo e incomprendido a través de una serie de monstruos imaginarios con los que mismo chaval debe tratar de dominar, contentar y convivr. Su comportamiento y su convivencia conjunta son responsabilidad suya y desde luego no es nada fácil domesticar todas estos rápidos emocionales que parecen irremediablemente destinados a colisionar.

Ahora bien, creo que es posible hacer de ese concepto algo más que un videoclip, porque esa es la sensación que me llevo a la cama, haber visto un videoclip de hora y media. Juegos, música, imágenes, monstruos que por momentos consiguen ser felices durmiendo juntos o construyendo el refugio en el que poder serlo. Escenas que parecen repetirse (batallas y música, peleas y música, discusiones y música) y a las que yo no consigo engancharme emocionalmente en ningún momento, con el consecuente e inevitable aburrimiento que me acaba provocando. No considero estar ante una película boba, ni mucho menos, pero sí ante una obra que ni de lejos consigue reclamar mi atención y que por encima carece de un ritmo narrativo atractivo (y no hablo de acción, que de hecho es una de los elementos de la película que llegan a saturar)