Jugar a hacer cine. Ese parece que es el mensaje de Agüero, o uno de ellos. Viendo "Como me da la gana II" la sensación es de una libertad absoluta, una a ratos irritante y a ratos fascinante libertad a la hora de plantear una pregunta, de cuestionarse los fundamentos mismos de la creación cinematográfica en un tono casual y ligero.

"Que aburrido cuando una película es exactamente lo que uno espera que sea" dice el director al ser consultado sobre el difuso hilo conductor de las imágenes de este documental. Y es cuando uno hace ese pequeño esfuerzo de transformarse en un espectador activo el momento en que es posible transformar el desconcierto o el tedio inicial de una obra que parece no tener ni pies ni cabeza, en una búsqueda por los detalles y por las pequeñas grandes satisfacciones y emociones que entregan momentos como un simple travelling por el desierto, o un extenso plano de una niña mirando una película.

Hay entrevistas a varios de los más destacados realizadores locales, mostradas como pequeñas interrupciones en sus rodajes con el objetivo de preguntar, así como de sorpresa, "¿qué es lo cinematográfico de tu película?". Y es esa misma pregunta la clave para entrar en el juego que propone "Como me da la gana II", que se constituye como un interesante ejercicio cinéfilo para ver con los ojos bien abiertos: abiertos al asombro, al humor, al aburrimiento, a la incoherencia, a la falta de estructura casual e intencionada, a la frustración, a la búsqueda artística y a emociones sutiles y profundas que no se sabe muy bien de donde vienen.

Ni la emotiva música ni la bellísima fotografía logran rescatar esta película incoherente llena de ideas inacabadas, personajes antipáticos y carente de un hilo emotivo que conecte sus torpes pretenciones oníricas y poéticas. Los actores están mal dirigidos y cada uno parece estar en una película distinta, exceptuando la labor notable del gran Luis Alarcón, que subraya aún más la incapaciad del resto del elenco de encontrar el tono. Un desvarío que no sabe dónde enfocarse y que deja esparcidas algunas imágenes evocadoras que dejan con el deseo de que ojalá sirvieran a algún propósito en su conjunto.

Como adaptación es evidentemente poco inspirada, de carácter literario y con una animación hiperrealista que se limita a acompañar la constante narración del cuento de J.G. Ballard en voz del protagonista. Una traducción del texto a la imagen poco imaginativa y totalmente prescindible.

Lo bueno es que es corto, agradable de ver y la historia es cautivante e invita a la reflexión.

Una digna película de ambientalista con una animación que no acompaña y la hace parecer un producto televisivo.

Lamentablemente el apartado visual es el principal lastre de una historia que genera el suficiente interés para seguirla durante sus cortos minutos, con un par de momentos legítimamente emotivos y otro par indudablemente graciosos. Recuerda a algunos trabajos de Don Bluth al exponer a estos pequeños personajes a una serie de peligros en una aventura desencadenada por una tragedia, aunque está muy lejos de la capacidad evocadora y misteriosa de aquellos trabajos.

No son personajes entrañables y quizás solo el pequeño topo Edgar provoca verdadera empatía y cariño. Hacia el final, una escena en que se lo ve particularmente vulnerable es el momento de mayor angustia de la película.

A pesar sus defectos seguro hay alguna escena que se quedará con ustedes por un tiempo, y tal vez eso es suficiente.

Un documental que parece hecho en piloto automático, no tan solo por la superficialidad de lo que cuenta, sino por lo rutinario de los medios utilizados para contarlo.

Las típicas entrevistas relatando experiencias personales de forma intercalada, en un tono ligero, sin mayor intención que la continuidad cronológica de los hechos, acompañadas de abundante material de archivo con frecuencia absolutamente irrelevante y que se limita a acompañar el relato de manera obvia y a veces solo como relleno.

Se evita entrar en cualquier tipo de conflicto, de generar cualquier polémica, el tono es neutral y condescendiente. Se subrayan además de forma burda ciertos momentos emotivos, que no lo necesitaban. La misma premisa del documental es bastante forzada, tratando de ligar la estadía de algunos de los integrantes del campamento con su participación en las intensas manifestaciones que vendrían en los años posteriores, exigiendo sus derechos y su inclusión efectiva en la sociedad estadounidense. Lo cierto es que ambas partes del documental (campamento y manifestaciones) se sienten desconectadas.

Se esbozan temas interesantes que daban para más profundidad. El intento es abarcar muchos años, muchos personajes, muchos acontecimientos, y por lo tanto se lleva todo al terreno de lo anecdótico.

Seguro que a quien le interesen en particular los acontecimientos históricos aquí documentados o las historias inspiradoras abordadas con liviandad, encontrará en Crip Camp algún atractivo, pero como tratamiento de un asunto complejo o como ejercicio cinematográfico es, cuando menos, flojo.