Un gran homenaje a la América profunda, mezclando conservadurismo religioso, predicadores ambulantes y leyendas de vudú y santería al sur de Texas, zona pantanosa y fronteriza, donde es difícil penetrar. Un lugar incomodo, alejado de las series de masas sobre crímenes que se desarrollan en Las Vegas, en los Angeles, Nueva York...con luces de neón en las comisarías, tipos listos y tensiones sexuales no resueltas.

Una fotografia quemada, ceniza, turbia. Un ritmo desasosegante, unos dialogos pausados, susurrantes. Un ambiente, en fin, pesado, denso, plomizo. Un entorno duro, donde la supervivencia es sutil y el cinismo manda.

Un hombre en estado de depresión como Rust Cohle puede ser, como dice, malo en las fiestas pero tambien puede ser muy lúcido. Se aparta de la vida social pero se despoja, a su vez, de su banal y fingida complejidad. Su actitud desapegada sirve como un espejo donde los demás se ven reflejados y, al fin, descubiertos, desnudos. Y Marty Hart, reputado detective, policía conservador, protector, en un estado republicano, confederado y religioso intenta sin existo controlar las cosas que le son propias y ajenas. La bebida, las mujeres... su matrimonio.

No deis al fast-forward del video. Nada es innecesario y accesorio en True Detective. Los monólogos de Rust, las conversaciones en el coche, los nombres de los implicados y sospechosos, la banda sonora.... son los sentimientos los que determinan el exito o el fracaso de la investigacion.

Una buena serie. Esperamos con ansia la segunda temporada.

Las grandes historias son universales y atemporales. Esas historias en las que los hombres se dividen en siervos y nobles. Porque un siervo no es más que aquel que se separa de sí mismo y justifica su existencia en base a una idea alejada de toda carne y alma, y un noble es aquel que escribe su propio destino, sea coronel o soldado raso. La gloria no es trascender ni dejar huella, la gloria es estar en paz consigo mismo en base a un ideal creado desde el interior; que la única compañía que tendremos en el fin de los días es uno mismo, y que todos somos hombres iguales, habitantes de esta tierra.
En 80 minutos se dicta jurisprudencia sobre la verdad, el valor, la política y la justicia. La referencia del cine bélico sobre estas cuestiones es esta película que Kubrick dirige con gran maestría. Parca, concisa y limpia de toda insustancia. Siempre hay y habrá en el mundo alguien que dirija el destino de los demás... esperemos, pues, que le guste el cine.

12 es una decepción. No hay estudio del razonamiento, del hombre como ser social, de los prejuicios y la justicia, todo lo que tiene la obra de Lumet. Es una película superficial que no trata nada bien al espectador haciéndole partícipe de que las historias que se cuentan son irrefutables y convincentes. No se le invita a pensar ni a cuestionar el sistema. Es una película rusa para rusos, con poca ambición de viajar y trascender. Aunque no creo que sea innecesaria, de hecho creo que debería haber muchas más versiones de esta película en todo el mundo, 12 personas reunidas deliberando sobre la justicia es ya un argumento que todo director debería explorar.
La realización es buena, los actores no estan mal para el guión que tienen, pero si no hay historia, y el ritmo es lento.. no es para nada interesante.

Desde luego es una sorpresa encontrarse sin querer con una pelicula así. Ed Harris dirige y actúa con mucha solvencia una pelicula que huele a aunténtico; a corral, a piel curtida y a whisky aguardentoso. Virgil y Evert van hacia Appaloosa con intención de trabajar y quedarse, y desde luego se quedan, porque desde el principio son bien recibidos por el pueblo y por toda la sala de cine. Las relaciones humanas parecen difíciles, pero la ley es la ley, los malos son malos, los burócratas unos tontos y las mujeres quieren al macho dominante. Todos hacen su papel porque no hay mas remedio, todos conocen las razones de los demás y las comprenden y el círculo se cierra. Lo demás es buen cine, lleno de pequeñas miserias y grandes valores, ni buenos ni malos, simplemete grandes. Gracias Ed.

Acudo a ver Revolutionary Road entre reticente y curioso; reticente por ser una del Di Caprio y la Winslet y curioso por ver qué nueva nos trae Sam Mendes. Mi estreno con el susodicho fue con American Beauty sin descifrar del todo qué nos quería decir, hasta que leí criticas, pomposas las más, buenas las menos, acerca del hastío de un matrimonio norteamericano acomodado con una hija emo.

Pero Revolutionary Road se parece poco a ésta y es que uno puede entender las razones que llevan a Kevin Spacey a comportarse como un adolescente cuarentón, porque podemos ver y vivir el entorno que le rodea. En Revolutionary Road el entorno queda relegado a un segundo plano o no existe, eclipsado, además, por la pareja protagonista. Los diálogos ocupan gran parte de la película y anulan la introspección necesaria pues todo lo que se piensa se dice (y se grita) como arma arrojadiza.

El comienzo parece atisbar (sólo lo parece) las causas del posterior declive, la pareja se conoce, sin apenas preámbulos, sin que el espectador pueda reconocer las personalidades de cada uno. De pronto vemos que su vida está hecha sin saber cómo, y sus discusiones parecen proceder de un momento de sus vidas que no se ha rodado. El público debe entender, pues, que la rutina y el desasosiego les vence con el paso del tiempo, pero no parece haber pasado el tiempo, sólo sus dos hijos dan muestra de ello. Al contrario que en la primera, no hay interacción con los personajes secundarios, estos parecen ser sólo un medio, una excusa para que la trama continúe. El humor es un decorado y pierde la inteligencia de American Beauty. El giro, el viaje a París, es sólo un estado de ánimo y, en conclusión, una afrenta más.

Sólamente en la última media hora, cuando las vías de la ilusión se agotan, la película toma la forma característica del director, pues es en esa catarsis donde el espectador puede entender el miedo a perder lo que nunca se ha tenido realmente.