Todos interpretan a parodias de sí mismos o de algunos de sus personajes en Bullet Train. Brad Pitt aparece con un 'bucket hat', que nos lleva a reimaginarnos a su personaje de "Snatch", y reconoce y memoriza perfectamente todos los rostros de las personas con las que se encuentra, lo que efectúa casi una contestación metatextual a la Prosopagnosia que sufre el actor. Aaron Taylor-Johnson —que junto a Bryan Tyree Henry recrean a dos personajes muy Guy Ritchie— parodia su propio acento en "Nowhere Boy", en la que interpretaba a John Lennon. La película, incluso, puede leerse como una entrada multiversal —Dios no lo quiera— en un universo cinematográfico que, de momento, solo cuenta con la participación de esta película y "The Lost City", en el sentido de que tanto Brad Pitt, como Sandra Bullock, como el irremediablemente fascinado por la belleza que se pasea por esta película Channing Tatum participan en ella. Y otras iteraciones que mejor no destripar.

Si juntamos todos estos guiños metatextuales —que en ningún momento dejan de ser eso, en tanto que su uso diegético responde más al chiste que a cualquier utilidad— con un pastiche de referencias estilísticas que van desde el Tarantino más noventero hasta el renovado concepto "John Wick", pasando por el ya mencionado Guy Ritchie o el cada vez más occidentalizado Sion Sono, pues tenemos "Bullet Train", un festival de entretenimiento que provee el espacio necesario para pasar un rato más que agradable. El humor hablado falla, prácticamente, todos sus tiros, pero las coreografías de las peleas y algún que otro momento slapstick congregan suficiente fuerza como para que te olvides momentáneamente —hasta que vuelvan a abrir la poca para soltar cualquier chiste— del bajo nivel cómico que trae consigo el guion.

Es una película creada para el cine, con todo lo bueno y malo que eso conlleva. Afirmaría que el entretenimiento está asegurado sin demasiado miedo a equivocarme, pero quien entre en "Bullet Train" esperando algo que no sean hostias, neón y narrativa perniciosa, igual se lleva un escarmiento de más.

A través de su guion, Schrader invoca una crudeza muy a los Peckinpah para contarnos la historia de un veterano condecorado con honores que llega a Estados Unidos tras haber estado en un campo de concentración durante varios años.

Tratándose de un guion de Schrader, es interesante la comparación con TAXI DRIVER, porque sus personajes tienen mucho en común —ambos son veteranos de Vietnam y tienen una actitud algo flemática, aunque siempre degenerada, ante la vida—, pero a nivel de enfoque temático las cosas varían de forma intrigante. Mientras la obra maestra de Scorsese tira por una configuración del mal mucho más laxa, diluida en esas calles "sucias" de Nueva York, en ROLLING THUNDER encontramos una materialización francamente concreta de cuáles son aquellos continentes de malignidad. Mientras en TAXI DRIVER, todo tiene un enfoque, digamos, algo más teórica, ROLLING THUNDER destaca por su concreción.

La cuestión, al final del día, es que las conclusiones no es que sean similares, es que corren prácticamente parejas: la creación de violencia engendra instancias donde se reproduce esa misma violencia. Y aunque sea francamente injusto comparar ROLLING THUNDER con TAXI DRIVER —porque, tengo que asumirlo, casi cualquier película que se compare con TAXI DRIVER acabaría perdiendo—, creo que Flynn, el director, ha sabido manejar con cierta labia un guion que prepondera la crítica social por encima de lo gratuito de la violencia, incluso si en este segundo elemento resulte algo deficiente en algunos aspectos.

Funciona casi como la enésima esencia del David contra Goliat contemporáneo: el individuo contra el Estado. Visto así, KOMPROMAT no consigue demasiado más allá de reiterar la utopía individualista en la que una sola persona puede interrumpir la praxis político-fronteriza de un país entero.

Sin embargo, creo que la película consigue sus toques de realismo, no en el argumento en sí —peca de algunos deus ex-machina y de crear tensión sobre una base demasiado simple—, sino a la hora de manifestar como una nación configura sus propios relatos. En un primer momento, da la impresión de que Francia resultará ganadora del binomio Francia vs Rusia, pero Salle y Ferey corrigen rápidamente el giro para que incluso el Estado francés quede reducido a un infierno de burocracia contra el individualismo.

Criticaré también el hecho de que se aproveche la coyuntura de la guerra entre Ucrania y Rusia para configurar historias moralmente buenistas que señalen a los rusos y los consideren los únicos creadores maquiavélicos de relatos del mundo. Es innegable que lo que sucede en Rusia es terrible en tanto que viven en un constante ciclo de desinformación masiva que les impide salir de la caverna, pero de ahí a señalar con el dedo como diciendo "míralos como crean ficciones, ¡nosotros no hacemos esas cosas!" hay un trecho. La Guerra Fría terminó hace más de 30 años. Mejor no seguir reiterando los mismos tropos xenófobos que no hacen otra cosa que avivar viejos fuegos que poco favor le haría al estado de la política internacional.

Atención pregunta: ¿por qué Botto confía tan poco en las emociones orgánicas que, no solo aparecen, sino que directamente <i>supuran</i> de una(s) historia(s) como la(s) vista(s) en EN LOS MÁRGENES? Me sobra tanta ingeniería narrativa, tanto artificio, tanta pistola de Chéjov inútil, tanto ahogar el paisaje emocional de una película con la sobredosis de patetismo.

EN LOS MÁRGENES peca de ser una película que se siente demasiado como una película, y eso en el cine social es casi imperdonable. Botto se ha querido marcar un homenaje sentido a los hermanos Dardenne o a Ken Loach, pero parece haber olvidado que esos directores triunfan porque desaparecen tras las cámaras y no imponen una grandiosidad X. Y es que da la sensación de que detrás de las cámaras de EN LOS MÁRGENES, el equipo se da de golpecitos en la espalda y se congratula para su adentros porque están haciendo cine social y están creando arte útil.

No le he visto mucha modestia a una película que, en ciertas secuencias, me ha parecido más una explotación del patetismo de narrativas dolorosamente reales que una verdadera exposición y reflexión de los males que hay tras los sucesos que se manifiestan en pantalla. Quizás la aparición del propio Botto como personaje de la película, con el que es quizás el peor acento argentino que se le he visto hacer a un actor profesional —ese "Ashushena" me va a perseguir en sueños—, un personaje que, como digo, no le queda bien al actor, pues quizás esto ya nos da suficiente información como para comprender que puede que la denuncia no sea al 100% el núcleo absoluto de la película.

Por suerte, hay dos actores que me permitían olvidar momentáneamente que el tren que es la película quedaba cerca de descarrilar: Penélope Cruz y Luis Tosar. Sobre la primera, pues en pocas películas la he visto mejor. Su pequeño monólogo en la cocina es visceralidad pura, el espectador siente cada palabra y cada respiración. Un absoluto poderío interpretativo es esta mujer. ¿Tosar? Pues en su línea. Siempre lo hace fantásticamente, incluso si lo que le rodea —durante toda la película lo acompaña Raúl, interpretado por Christian Checa, uno de los peores personajes que ofrece el filme— parece empeñado en sabotearle la oportunidad.

Que quede claro: EN LOS MÁRGENES tenía material suficiente para poder configurar lo que bien podría haber sido una de las mejores películas del año pasado. En su lugar tenemos una película insegura que por cada paso firme que da, trastabilla otros tres. Cruz y Tosar la llevan de la manita con una maestría pasmosa. Ellos la salvan del desastre.

Al pobre de Michael Bay le llevamos dando para el pelo desde, prácticamente, siempre. Ya sea por el exceso en espectáculo que pueden llegar a ser sus películas ("Transformers") o, por qué no, lo absurdamente sosas que realmente son si uno se concentra lo suficiente ("6 Underground"). Aun así, Bay parece empeñado en manifestar su libertinaje estilístico en todo aquello que puede y no deja que la coyuntura con respecto a su trabajo le fastidie la diversión. Ahí hay algo que respetar. Perfectamente podría haberse hecho atrás y tratar de pulir cualquier otro estilo, uno que no sea vilipendiado por críticos y público, pero él se mantiene en sus trece. Y menos mal, porque creo que no hay una mejor época en la historia de la humanidad para ser Michael Bay que ahora.

Es francamente curioso haber visto "Collateral" y "Ambulance" una detrás de otra sin apenas dejar pausa, en tanto que la segunda parece sacar de la primera una de sus piedras angulares argumentales: un hombre —curiosamente, en las dos películas ambos son negros— se ve en una situación en la que el dinero le vendría mejor que bien y, por casualidades del destino, se encuentran con otro hombre —ambos blancos, también— que tiene una medida poco ortodoxa de conseguirlo de forma rápida y efectiva. Y, sin entrar en territorio spoiler, las situaciones que acontecen radican en conclusiones la mar de similares. A eso le añadimos la "Speed", de Jan de Bont, y enhorabuena, Michael, tu bebé ha nacido sano y salvo, aunque, quizá, con algún que otro problema de adicción a la cocaína, pero nada grave.

Lo curioso, es que "Ambulance" parte de un trasfondo social muy visitado en las últimas décadas, siendo un caso célebre el de "Breaking Bad". La esposa de Will, nuestro protagonista, sufre un cáncer cuyo tratamiento la familia no se puede costear. Se pone de manifiesto la labor de Will como Marine, redundando en la ya de per se patriótica vena que acostumbran a tener las películas de Bay —hasta se ha hecho un vídeo contando todas las banderas estadounidenses que aparecen en sus películas—, e incluso se vilifica la atención al cliente de los centro de salud del país para demostrar que se desentienden de aquellas personas que no pueden financiar sus tratamientos. A diferencia de Walter White, Will Sharpe no tendrá el suficiente recorrido argumental como para revelarse como villano —ya tenemos a Gyllenhaal para ellos—, pero sí se manifestarán suficientes momentos en los que se pondrá en entredicho esa primerísima y natural empatía que hemos sentido hacia él al enterarnos de su situación. Esta es la primera y última dinámica de carácter verdaderamente social que vemos en la película, y es curioso porque perfectamente de su trama principal podrían establecerse narrativas que toquen temas tan actuales como la relación entre policías y gente negra, o como el Gobierno tarda entre poco y nada en vulnerar tus derechos vitales. Pero Michael Bay no quiere irse por las ramas. Prefiere centrarse en la vía central con "Ambulance" y opta por ignorar cualquier digresión político-social posible. Y no me molesta en absoluto.

"Ambulance" funciona, a la vez, como reafirmación y avance de su estilo. Tenemos la edición frenética de siempre, y a eso debemos añadirle varios stunts de cámara con drones que no hacen otra cosa que agregarle sinsentido a la coreografía. La película reniega de cualquier poso medianamente social —algo que había comenzado medianamente bien— para focalizarse en el más puro y descerebrado de los espectáculos. Sin saber qué tipo de expectativas tienen aquellos que verdaderamente se consideran fans de Bay, por estereotipo diría que con "Ambulance" se encontrarán una de sus películas más “refinadas”, a falta de una palabra mejor.