Segunda entrega de la afamada saga a cargo de L. Feuillade en la que el director francés hace gala de una excelente capacidad narrativa de tal modo que su apoyo en los intertítulos resulta mínima a pesar de la complejidad de la trama.
Las escenas están concebidas con elegancia y buen gusto, los encuadres demuestran una enorme capacidad de observación y la fotografía ofrece un auténtico valor contextual.
La ambientación, en general, resulta ingeniosa y está muy bien elaborada.
También debe destacarse la efectividad -por intensa- de la cámara cuando utiliza los primeros planos y el talento del director para mantener la intriga y proporcionar al espectador sensación de verismo envuelta en esa atmósfera de misterio que conviene a la historia.
Fantomas regresaba a la pantalla con todos los honores.

En cuatro contextos diferentes se desarrollan otras tantas peripecias, independientes entre sí, a las que une el denominado común de una ensoñación de suave erotismo presentado en clave de un humor directo y sin complicaciones.
Las historias resultan divertidas, poseen indudable atractivo, son sencillas y todas buscan más el lado amable, aunque pícaro, que la mirada cáustica.
Están bien contadas, poseen coherencia y su interpretación es la adecuada para asegurar un entretenimiento elemental y sin complicaciones.

Excelente e inesperada adaptación de una de las piezas inmortales de W. Shakespeare que R. Cardona convierte en semblanza de porte costumbrista ambientada en el México rural de la primera mitad del siglo XX.
Utiliza un sentido del humor fresco, cotidiano y generoso para dar énfasis a una comedia de enredo sencilla y dinámica, estructurada con muy buen gusto en la que P. Infante y M. López proporcionan pleno acierto en su labor de interpretación.
Película muy agradable, hilarante, desenfadada, distendida y muy bien armonizada con los números musicales que se intercalan durante la proyección.

Inesperada desde sus primeros compases por su inusual estrategia narrativa y por la enorme efectividad de su planteamiento visual, la propuesta de W. Anderson realiza un auténtico alarde de ingenio formal para componer un magnífico entramado cinematográfico cuyo desarrollo conceptual resulta igualmente original.
Un fino sentido del humor, una admirable frescura en la exposición y un guión sutil y satírico propician el dinamismo de unas situaciones que siempre están envueltas en diálogos chispeantes y cargados de intención.
Una atmósfera de permanente expectativa se adueña del patio de butacas y allí quedan para siempre esas secuencias que acreditan al director norteamericano como uno de los máximos exponentes del cine actual.

La tensión que se cierne siempre sobre ese fatídico pasillo que conduce hacia un final -no por esperado menos terrible- queda algo alterada en la propuesta de M. Garris porque sobre la proyección planea un halo de artificiosidad poco favorable.
Hay que reconocer que el planteamiento es interesante y que la proposición resulta muy atractiva pero el conjunto, desde el punto de vista cinematográfico, no alcanza el nivel deseado ya que un tufillo de impostura o de amaneramiento se ha colado entre las imágenes para menguar su valor.
Tampoco la actuación de los protagonistas aporta mayor entidad al resultado final.