Centrada en el enfrentamiento entre el histriónico Enrique VIII y el intelectual Tomás Moro, fue un éxito rotundo al lograr una lluvia de Oscars, pero vuelve a ser otro más de los múltiples ejemplos de cine de buena producción, alto cuidado y generoso presupuesto pero de escasa personalidad y sin practicamente nada llamativo o memorable.
Está bien hecha y rodada, hay un cuidado en la ambientación, decorados y demás, amén de un excelente grupo de actores y actrices. Pero ni Zinnemann (cineasta con alguna obra maestra, pero bastante limitado) ni su equipo se salen ni un ápice de la raya. Ni para bien ni para mal. Igual me da que sea en el cine británico que en el americano, pues vuelvo a incidir que ejemplos hay por docenas de películas preñadas de inútiles premios y Oscars, correctas por inercia pero sin más justificación que el esmero de la empresa.

Una de las más flojas películas de Walsh, incomparable a la maravillosa "El mundo en sus manos" a pesar de las coincidencias de Gregory Peck en el reparto, el tema de aventuras marítimas y del cruce oscilante de melodrama pelín folletinesco y la aventura desnuda.
Resulta inusualmente estática en su director y se hace larga, sin que cuaje su presunta fachada frondosa con un interior de cine sabroso y a retener.

Durante una travesía en barco, un italiano ya mayor y deprimido relata a un hombre ruso una historia de amor que marcó su vida... Sin duda alguna, una de las más bellas, emocionadas y emocionantes películas de su tiempo, de una maestría técnico/narrativa soberbia. Capaz de oscilar de la risa a la lágrima sin mayor incoherencia o gratuidad, "Ojos negros" es una catarsis de comedia abstracta (porque "no se ve", no quiere provocar carcajadas, quiere hacer sonreír y emocionar, porque lleva intrínseca la elaboración y el tacto de la mejor comedia, la que provoca la risa melancólica y vitalista, aciaga y sutil) y poética, a la par que un melodrama precioso, atemporal y lúcido, bajo el que se esconde una huida del amor y la felicidad, un anclaje en la mediocridad vitalista pero mortalmente herida, luminosamente herida, por unos ojos negros, por una mujer, por los encuentros amorosos, por caballerosos detalles como la recogida de un sombrero en una piscina llena de barro (maravillosa secuencia), por haber presenciado el abismo de la felicidad y no haberse arrojado a sus brazos en un suicidio tan inmoral que es la moralidad absoluta.
Mikhalkov estiliza sabiamente los objetos como elementos dramáticos y logra una puesta en escena brillante y ajustada (magnífica recreación del balneario, una creación que produce una sensación de irrealidad estimulante y divertida), con un estudio sobresaliente del encuadre, dónde se recrea la dramaturgia exquisita de Chejov en exquisito cine.
Además, la película es una exhibición interpretativa de todo el reparto, pero en particular de un Marcello Mastroianni en la definitiva creación de su carrera, dónde logra una comunión perfecta con la cámara, dónde se mueve con talla de artista gigante en un registro tan cómico como dramático. Su interpretación es como toda la película: deliciosa.

Un hombre (Willis) es enviado desde el futuro hacia el pasado con la misión de hallar al ejército de los doce monos, los cuales pretenden aniquilar a la humanidad extendiendo un virus. Nueva propuesta de Gilliam ("Los héroes del tiempo", "Brazil") en el campo de la ciencia-ficción, en este caso un film abigarrado y de sesgo filosófico dónde prolifera para la narración de una historia más o menos caótica o desordenada y que pretende reflejarlo (saltos en el tiempo, seres tarados, atmósfera lunática...) un no menos considerable caos narrativo e interpretativo, con lo que una cosa (más o menos positiva) aniquila a la otra, especialmente en el caso de las interpretaciones, con una insufrible pareja de "stars": un, aquí, místico y pseudopoético, inocentón Willis (mucho para su gruesa cabecita...) y un hiperloco e histriónico Brad Pitt (realmente irritante su trabajo).
Por lo tanto, la película es enormemente irregular, combina aciertos parciales con mayúsculos errores, y queda, invariablemente, como un film fallido y poco atractivo.

Una película bastante mediocre e irritantemente superficial, que trata de forma banal los textos de Marguerite Duras en los que se basa, reduciendo todo el argumento a la exposición indisimulada y relamida de erotismo aceptable, pero poco cálido y falto del complemento del drama que lo debiera acompañar.
Cuenta la historia entre una adolescente de 15 años y un apuesto chino en el Saigón de principios de los 20, con un ritmo pausado y buscando en todo momento el esteticismo más inútil y la coartada erótica más fácil, empecinándose y resultando entre ambos, que queda apenas como una prostitución placentera y pasional, ni del retrato de la familia descosida de la chica, ni del conflicto de las relaciones entre una chica blanca y el hombre chino. Solo hay un reclamo erótico, un cebo basado en la exótica Jane March y el guapo Tony Leung.