Hasta que aparece Alien. Expresado claramente: no asusta. No me lo creo. Y así es muy difícil hacer surgir a la empatía; ya no hablemos de la emoción. El monstruo es torpe en sus movimientos, mecánico. No se acerca, ni de lejos, evidentemente, a cosas como "District 9", que contiene a los últimos seres fantásticos que me he creído. Es de elogiar la técnica para el año, 1979, pero ésta vista en pleno 2013 no impresiona lo suficiente ni lo necesario. Donde debería aparecer el asombro aparece la mueca de desaprobación; la duda, la mala cara, la ceja erguida.

El guión no es malo, cosa rara para estas propuestas marciano-espaciales; los actores cumplen sobradamente; la dirección es más que acertada –muy buen Ridley Scott que ya amenazaba con su talento–; y, ¿qué queda? Queda la chispa. Esa chispa que brotó en vosotros, mayores, en los 80, no brotó en nosotros, menores e inexpertos, en los 10 del nuevo siglo. Así es. Muy a mi pesar.

Mal andamos si necesitamos ver al hombre transfigurado para darnos cuenta de lo miserable en la condición humana. Película maniquea, plana y pienso que involuntariamente infantil: en un espejo se mira quien quiere mirarse. Además, viendo las críticas, resultará que el que reniegue de ella es un insensible.

Lynch, ésta no me la has colado, picarón. Que un tío como tú tire de un adagio como el de Samuel Barber para endulzar el final...