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España España · Valladolid
Críticas de Marcos B
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Críticas 76
Críticas ordenadas por utilidad
6
28 de octubre de 2021
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Son muchas las veces en las que la inteligencia artificial ha dado el salto a la gran pantalla. Algunas veces con formato asesino, 'Terminator' (James Cameron, 1984), otras como amo de casa, 'El Hombre Bicentenario' (Chris Colombus, 1999), y a veces como niño e hijo, 'Inteligencia Artificial' (Steven Spielberg, 2001). El nexo común de todos ellos es el semblante antropomorfo de la “criatura” y los sentimientos que pueden generar y despiertan en los seres humanos que les rodean. Son máquinas, sí, pero su aspecto exterior es humano y no son pocos los dilemas morales que plantean a una sociedad cada vez más automatizada y solitaria, que se asoma con incertidumbre a la robótica durante los últimos años. Por lo tanto no es descabellado pensar que en los próximos años pueda darse la singularidad de tener que convivir con esos robots que sienten, padecen, y aprenden.

Maria Schrader, actriz y directora alemana, que ha trabajado con nombres tan importantes como Doris Dörrie, Peter Greenaway o conseguido un premio Emmy, debutó en el año 2007 con Love Life y su trayectoria ha pasado por contar la vida en el exilio de Stefan Zweig en Stefan Zweig: Adiós Europa, llegando a la actualidad con el film que nos compete, mirando bajo su prisma personal a la ciencia ficción y drama con toques de comedia romántica en Ich bin dein Mesnch (2021).

Maria Schrader dirige este film que se asoma a un mundo cercano. En él, Alma, científica en el Museo de Pérgamo de Berlín, se ve obligada a convivir con un robot programado según sus recuerdos y vivencias durante un periodo de tres semanas. Un androide encantador, llamado Tom, que pese a su condición no humana, consigue poco a poco conquistar a Alma y su soledad en un futuro cercano que nos resulta extremadamente familiar. Rodada en un Berlín “actual” en el que podemos contemplar la Torre de Televisión o El Pérgamo por poner dos ejemplos. El romance no se hace esperar y surge una profunda amistad entre los dos, que eleva la moral y saca a Alma de la rutina pasada, consiguiendo suplir dolores pretéritos y deteniendo angustias futuras, sintiéndose querida y respetada por una mente poblada de ceros y unos.

La película corre el riesgo de tratar un tema algo manido, pero son las formas y el método empleados los que convierten a Ich bin dein Mensch en un proyecto refrescante y revitalizador. Dan Stevens (Tom) y Alma (Maren Eggert) transmiten una química natural casi instantánea con el espectador, que hace que se vea reflejado en varias de las situaciones. El resto del reparto cumple con creces y completa el discurso de la pareja protagonista, destacando una estupenda Sandra Hüller (Toni Erdmann, 2016) que sabe ganarse a la cámara con sus apariciones. Preciosas localizaciones con abundancia de planos largos muy cuidados. Fotografía de predominancia cálida y suavizada que invita a un ambiente acogedor y familiar. Mesura en la utilización de VFX con resultados muy satisfactorios respecto a la utilización de hologramas. Refinada partitura de Tobias Wagner que compone bellas melodías de cuerda, reforzando lo mostrado en el encuadre.

La inteligencia artificial parte en este caso de una clara premisa: ¿puede un ser síntetico eclipsar al factor humano sentimentalmente? La película no quiere responder a esa pregunta, prefiriendo que surja la reflexión a través de una serie de pasajes costumbristas y cercanos. Es posible que sea agradable que un diseño robótico pueda colmar nuestras satisfacciones a la carta siguiendo nuestra impronta, aunque lo más probable es que a la larga echemos en falta los errores y equívocos que nos hacen netamente humanos. Muchas veces puede ser infinitamente más cautivador calcular con nuestra mente orgánica, a que nos faciliten demasiado el trabajo. No obstante, nuestras memorias son difícilmente sustituibles y la mecánica artificial no puede alcanzar a comprender este límite. Terreno puramente humano en el interior de una interesante película que intuyo pueda ganar con revisionados posteriores. Recomendable como poco.


Publicado originalmente en: https://cinemiamor.wordpress.com/2021/10/28/66-seminci-alma-robotica-ich-bin-dein-mensch-maria-schrader-2021/
Marcos B
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7
26 de enero de 2018
12 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entre tanto impostor dentro del mundo del cine, es complicado encontrar retratos tan auténticos cómo el del debut de Greta Gerwig. Quizás haya quien sienta pereza al acercarse al universo de ‘Lady Bird’, o quien no comprenda porqué nos encontramos con una de las grandes películas del pasado año. No obstante, y cómo buen pájaro, sabe el lugar preciso en el que posarse, y habla muy claro y sin rodeos, a un público cada vez más sumido en un profundo letargo. Mucho de su relato es contundente, aunque la mayoría y más interesante, precisa de un espectador dispuesto a escuchar los trinos más sutiles.

Gerwig se calza la cámara, y de su puño y letra sale un guion, que deja en paños menores a tantos y tantos estúpidos relatos adolescentes, porque su pluma los trata cómo adultos. Es capaz de comprender la despersonalización, y mediante un fluir de maravillosas frases ir desgranando pensamientos y actitudes. Realiza una radiografía en el que la persona, se ve necesitada en modificar su nombre, y dejar de lado su verdadero yo para expresarse. Es consciente de los sueños y frustraciones actuales, en un mundo en incesante movimiento, que necesita más que nunca no desoír la voz de una persona. Pero sobre todo, en ese mundo de idas y venidas, sabe poner de manifiesto la no traición a sí mismo. Esos momentos en los que uno falsamente se comería el mundo, fingiendo ser quien no es; pretendiendo construir un mundo de amistades y relaciones de quita y pon y que pase el siguiente. En una sociedad que prefiere al que se calla, a aquel que prefiere adoptar y pronunciar un discurso, pese a que a otros muchos les pueda resultar incomodo. A esos amigos a prueba de bombas, que muchas veces dejamos de lado, intentado ser una pieza correcta. A esos mentirosos que dirían lo que fuese, con tal de echarte un polvo de todo a cien. A esa familia, que tantos tormentos parece causarnos, pero en el fondo se pirra por darte el más sincero de sus abrazos. A esos sueños genuinos que jamás son una estupidez, y que no conviene ignorar.

Con un montaje ágil, poderoso, y trufado de descubrimientos. Con movimientos de cámara que no sobran, y acompañan sólo lo necesario; ni más ni menos. A una actriz principal, Saoirse, que lo borda de pie, sentada, de espaldas, o haciendo el pino. Comprobando como evoluciona su personaje desde el minuto uno al minuto final. En ese momento que Lady Bird decide posarse y hacer las paces con Christine, sin renunciar a ninguno de los dos.

En esas epístolas que guardamos por mantener un rol, y que nunca está de más descubrir. Lady Bird se mantiene alejada de los teléfonos, hasta que lo usa para decir las palabras más importantes de su corta existencia.

Greta Gerwig ya no es una más. Es cierto que resuenan mucho los ecos de Noah Baumbach, pero Gerwig no es pájaro de un nido; y encuentra su puesto sin miedo a mirar de frente. Lady Bird es Greta, es Christine; son muchas personas. A fin de cuentas hacemos lo que hacemos, para lograr ser quien somos. Y eso jamás es reprochable. Una maravilla.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Marcos B
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8
19 de septiembre de 2021
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los sueños vívidos son una de las constantes que siempre me han fascinado. No únicamente por su naturaleza de saber que estás soñando, sino por los complejos códigos y mensajes que se encierran dentro del torrente de historias que yacen ocultos dentro del subconsciente. Unas veces son fruto de la experiencia, pero otras veces son un absoluto misterio. Ambos comparten su origen produciéndose durante el sueño, y los dos siempre van unidos a nuestros temores y anhelos más profundos. Hay un elemento indiscutible dentro de lo onírico: ‘el durmiente debe despertar’.

‘Dune’ de Denis Villeneuve (2021) comienza con una afirmación categórica en un plano fundido en negro, dentro de ese periodo de duermevela en el que no se sabe si se está dormido o despierto: ‘los sueños son mensajes de lo más profundo’. Es en ese preciso momento cuando Paul Atreides (Timothée Chalamet), ve las primeras imágenes de Arrakis, el rostro de una muchacha, y el viento deslizándose y esculpiendo las dunas del desierto. Mostrando, sugestionado o no, la proximidad de su viaje al planeta de La Melange, Arrakis, también conocido como ‘Dune’. La concesión a los Harkonnen ha finalizado, y por mandato imperial, el Duque Leto Atreides (Oscar Isaac), debe confirmar el relevo para la explotación de la especia en Arrakis, fuente de conocimiento, droga, y vehículo para expandir la conciencia y encontrar las rutas para los viajes espaciales. Es en Caladan, sede de los Atreides, donde la concubina del Duque y madre de Paul Atreides, Lady Jessica (Rebecca Ferguson) pone a prueba a su hijo bajo los dictámenes de la ancestral orden Bene Gesserit. Una prueba de miedo y dolor que confirma el final del sueño, y alienta al despertar.

Villeneuve vuelve a demostrar que es un diseñador y arquitecto de atmósferas. Es capaz de sugerir estados de ánimo en el espectador a través de los espacios utilizados. Caladan, con sus tonos azulados llenos de incertidumbre y pulsión latente, interiores solemnes, y bellos exteriores nublados en los alrededores de los acantilados de Noruega. Giedi Prime, a modo de abadía corrupta y sectaria, propio de una iglesia decadente, donde el color negro se muestra sin límites, alimentando un hálito descorazonador y deprimente. Y finalmente, Arrakis, con sus tonos ocres y amarillentos. Arquitectura y vetuarios arabescos; todo entre un ambiente enigmático y cohibido, en el que cada paso puede significar la diferencia entre la vida y la muerte, afortunadamente custodiado por ojos azules de esperanza que observan y contrastan. Son los Fremen, el pueblo nativo de Arrakis, verdaderos habitantes del planeta, y conocedores de los secretos de la especia, los gusanos de arena, y técnicas de supervivencia indispensables en un paraje tan hostil. La belleza de los exteriores hipnotiza al espectador. El equipo de rodaje se desplazó a Jordania y a Abu Dabi en repetidas ocasiones para conseguir el máximo preciosismo del desierto y sus sendas. Muy en consonancia con lo que conseguía David Lean en la legendaria ‘Lawrence de Arabia’ (1962); película en la que pese al entorno de crudeza desértica, era imposible no quedar prendido por sus paisajes, amaneceres y anocheceres. Villeneuve busca y capta esa belleza y preciosismo.

El elenco es un triunfo de la dirección de casting. Destaca una Rebecca Ferguson arrebatadora, y un Stellan Skarsgård, que a pesar de sus escuetas apariciones como el Barón Vladimir Harkonnen, sabe transmitir auténtico pavor. Un perfil que hace que el espectador se revuelva en su butaca , incomodo, y aterrado (inolvidable su aparición en el techo). Chalamet y Zendaya Coleman transmiten juventud, en contrapunto con la madurez de los personajes de Josh Brolin (Gurney Halleck) y Jason Momoa (Duncan Idaho) La solemnidad de Oscar Isaac (Leto Atreides) como estandarte de un hombre reflexivo, justo, y ecuánime. Sin olvidar a Javier Bardem, que con su rudo rostro y movimientos salvajes, es el encargado de representar al pueblo de los fremen en su rol de Stilgar.

No concibo esta vez dirección de fotografía sin partitura musical. Villeneuve da las directrices, pero es Greg Fraser su luz y sus ojos. Villeneuve transmite el estado de ánimo, aunque es Hans Zimmer quien consigue el tono y la armonía precisos. Fraser con su luminancia y Zimmer con su oído. Villeneuve con la batuta. Y nos devuelven las improntas de otros personajes de su universo; son Lubna Azabal en ‘Incendies’, Jake Gyllenhaal en ‘Enemy’, la delicadeza de Amy Adams en ‘La Llegada’, pero adaptados adecuadamente y sin perder el rumbo de la novela original de Frank Herbert publicada en 1965. Licencias aparte (Lynch también las tomó en su ‘Dune’ de 1984), Villeneuve consigue un equilibrio dentro de una complicada balanza. Un ‘Dune’ literal serían interminables mesas repletas de política, pasajes enteros dedicados a la preparación del viaje espacial, y sobre todo parar en multitud de detalles que se pasan por alto o directamente se cambian para dar un adecuado ritmo cinematográfico.

Villeneuve se muestra conocedor de sus carencias respecto a la novela, pero lo que muestra, y es mucho, tiene una potencia descomunal. Lo presenta casi como una encíclica de su modo de comprender el cine. Con sus rastros autorales en lo profundo, pero sin renunciar a un espectáculo fabuloso que ni por un instante menosprecia al espectador. Se diseñan artefactos extraordinarios, cruceros espaciales y naves de ataque. Incluso no olvida al maestro maquetista, Emilio Ruiz del Río, en un diseño espacial en una nave de transporte. Vehículos funcionales acordes y espartanos con una austeridad que se palpa en el tejido interior del film. Es un “durmiente” dispuesto a despertar a un público adormilado en estos tiempos oscuros (no los de la película), recordando que hay películas que no se entienden sin una sala de exhibición cinematográfica.

(sigue en spoiler sin desvelar argumento)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Marcos B
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8
25 de octubre de 2021
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La valentía de un proyecto no se mide por la cantidad de confort del que uno se rodea habitualmente. Algo así debió pensar Robert Guédiguian antes de embarcarse en el rodaje de ‘Mali Twist’. Cambiar las coordenadas habituales de su cine, volver la vista al pasado y así comprender mejor el presente. Es imposible vivir una etapa histórica sin ser deudor de los hechos que acontecieron en un determinado lugar, sin que estos tengan sus ecos en el futuro y en el desarrollo de los acontecimientos. Uno no puede obviar sus raíces porque son el germen y los cimientos de las generaciones venideras.

Guédiguian se despoja de sus vestimentas para filmar un drama romántico, justo después de que Mali proclame su independencia del control francés. Un momento lleno de cambios, en los que los movimientos sociales y políticos tienen un papel importantísimo para definir lo que se ha sido y lo que se quiere llegar a ser. Son momentos clave, que como en cualquier lugar, tienen una incidencia directa en sus habitantes y como se comportan; inmersos en sus tradiciones, y que con recelo, hacen que cualquier signo de modernidad se vea como un evento invasor peligroso.

Nos situamos en la Bamako de 1960. Samba (Stéphane Bak) es un joven lleno de ideales, que tiene claro que sólo la política socialista puede ser la instaurada en la nación recién proclamada. Vientos de cambio fuera del control francés que se retira, aunque deje herencias como el idioma o los nuevos tiempos que llegan desde occidente, llenos de nuevos ritmos musicales que chocan con los valores tradicionales de la comunidad. Samba quiere un reparto social en igualdad de condiciones, pero durante uno de sus viajes con motivos propagandísticos a una aldea cercana conoce a Lara (Alicia Da Luz Gomes), una chica que está casada por la fuerza, dentro de un ambiente que defiende sus viejas tradiciones frente a la nueva corriente. Oprimida, Lara, huye en secreto con los milicianos y se instala en Bamako con el beneplácito de Samba, integrándose en la vida de la ciudad.

Mientras se presiona por el cambio, los jóvenes se reúnen en el Happy Boys Club para divertirse. La música y los bailes inundan cada rincón del bar, donde casi sin darse cuenta, Samba y Lara se enamoran, mientras danzan y disfrutan con grandes temas musicales de los años 60. Paralelamente, los cambios no suceden a la velocidad que Samba espera, y surgen los enfrentamientos y los odios, en tanto la joven pareja elige vestidos para el baile y se citan en secreto para dar rienda suelta a su pasión al compás del disparador de la cámara fotográfica, testigo de excepción inmortalizando sus momentos de felicidad.

El realizador marsellés no renuncia en ningún momento a un cine comprometido socialmente y con un transfondo político. Muestra las condiciones de trabajo y las denuncia. Pero sobre todo hace un barrido sobre los factores que llevan al odio, la intolerancia, la intransigencia; y en los factores que conducen a arruinar las cosas hermosas de este mundo. ‘Mali Twist’ es ante todo una historia de amor clásica muy bien contada. Nos comprometemos con sus personajes y sufrimos con ellos a través de un guion lleno de momentos emotivos. Nos emocionamos con una preciosa banda sonora que calza como un guante de la mano de Olivier Alary, que sabe tocar la fibra sensible en el momento oportuno. Y disfrutamos de una recreación de la luz fabulosa, con una dirección de fotografía precisa y preciosa que sabe dibujar cada instante.

Puede que este mundo no vaya siempre al ritmo que nos gustaría que fuese, pero pase lo que pase es imprescindible mirar atrás para construir. No todo se instaura inmediatamente a golpe de metrónomo ni de la forma que más nos gusta. Por eso es imprescindible mirar a esas instantáneas congeladas en el tiempo. Por si acaso lo que vivimos no se corresponde con nuestros deseos más inmediatos. No hay que olvidar que el poder en la mayoría de las ocasiones es "un quítate tú para ponerme yo". Por eso hay que aprender y enseñar: por si las situaciones a lo largo del tiempo tardan en llegar o los cambios fueran a peor. Arrancándose el velo a ritmo de Twist, en un mundo en constante cambio, donde afortunadamente no es posible emanciparse del amor. Aunque los recuerdos afloren a través de viejas fotografías en blanco y negro.
Marcos B
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8
12 de abril de 2012
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Contaba con 16 años cuando acudí al estreno de Titanic. Recuerdo las zonas aledañas al cine, repletas de gente, abarrotando la plaza de los extintos Cines Coca (Valladolid), y ocupando las calles cercanas porque allí no cabía un alfiler. El objetivo era conseguir una de las codiciadas butacas para ver el nuevo trabajo del canadiense, James Cameron.

No había distinción de edades: niños pequeños, adolescentes hormonados (en los que yo me incluía), adultos, ancianos y familias completas. Se palpaba la expectación, el evento, era el acontecimiento cinematográfico más importante del año. Nadie podía intuir aún el éxito a lo largo del planeta que le deparaba al bueno de Cameron. Yo, escéptico rememoraba sus anteriores obras, en las que la ciencia ficción ocupaba prácticamente todo el grueso.

Los Cines Coca por aquel entonces tenían la pantalla más grande de Valladolid. El aforo estaba completo y la expectación era máxima. Cuando se apagaron las luces y los primeros acordes de la partitura de Horner sonaron a la par de las imágenes de archivo de la botadura del Titanic, un escalofrío recorrió mi espalda. Las primeras imágenes submarinas del trasatlántico dejaron mudo al personal, mientras algunos retazos de los ojos de di Caprio, levantaban los primeros grititos histéricos del respetable femenino.

Todo era megalomanía. Todo estaba concebido a lo grande, para conseguir henchir el alma. Tras los 194’ de película el cine rompió a aplaudir. Vi a gente llorando como un bebé. A mí, reconozco se me saltaron las lágrimas y la mueca de idiota que se me quedó se perpetuó hasta bien pasados los títulos de crédito.

Tuve la sensación de haber visto una de las mejores películas de la historia, y desde luego que fue una vuelta de tuerca en mi forja cinematográfica muy importante. El resto es Historia del cine.

(Sigue en spoiler sin revelar nada)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Marcos B
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