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Críticas de Dexter Bernaldez
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Críticas 40
Críticas ordenadas por utilidad
3
13 de diciembre de 2007
79 de 148 usuarios han encontrado esta crítica útil
Prólogo: De cómo entré en contacto con Lars Von Trier a través de dos de sus más laureadas películas

Que no son otras que "Rompiendo las olas" y "Bailar en la oscuridad". La primera me pareció sobrevalorada, con algunas secuencias dignas de culebrón venenzolano. La segunda, por el contrario, dosifica bastante bien los pasajes más melodramáticos, intercalando con acierto varios números musicales, que rebajan la tensión y el tormento sufridos por el personaje principal.

Ahora bien; si una u otra son obras maestras, ahí ya no me meto. Depende de cada cuál. Se supone que Von Trier provoca reacciones muy extremistas, muy polarizadas, entre amar su obra u odiarla a morir. En lo que a mí respecta, estas primeras películas me dejaron un tanto indiferente. Pero claro; eso fue antes de ver "Dogville"…

Capítulo 1º: Empezar la casa por el tejado

Me refiero a la idea de pintar los decorados en el suelo y, a continuación, presentar a los personajes uno a uno. Se trata de una ocurrencia muy arriesgada, porque si de entrada al espectador, como es mi caso, la “impactante escenografía” le parece una soberana chorrada, quedan pocos asideros a los que aferrarse. Y la voz en off narrando los hechos no ayuda, sino que hace todo aún más artificial, si cabe.

Capítulo 2º: Vuelta a los orígenes

No deja de resultar paradójico que una película de estudio, donde todo se mide y se planifica al milímetro, acuda por mero capricho de su director a la cutre cámara en mano. Recurso muy manido del ya desfasado movimiento Dogma, que no beneficia en nada a la historia ni, peor todavía, al trabajo actoral.

Capítulo 3º: Aburrimiento

Estado de la técnica aparte, es un hecho real y constatado que la cinta arranca con muy poca fuerza. La aparición de Grace, el personaje de Nicole Kidman, resulta anodina, trivial, irrelevante. Igualmente, ninguno de los vecinos del pueblo consigue involucrar al espectador en nada de lo que se está contando. La trama parece estar cogida adrede por alfileres, una simple excusa para que el narrador pueda dar rienda suelta a sus interminables (y risibles) monólogos.

Capítulo 4º: Un gran reparto desperdiciado

De verdad, yo no entiendo qué incita a Von Trier para dar papeles testimoniales a intérpretes de cierto renombre. ¿Pura estrategia comercial? ¿Tomadura de pelo al actor, que luego ve como el grueso de su trabajo se queda en la sala de montaje? Porque si no es así, no entiendo la presencia de Jeremy Davies, Lauren Bacall, Chloë Sevigny o Phillip Baker Hall en los títulos de crédito. Más que de secundarios, parecen estar desempeñando el papel de mero atrezzo humano. Secundarios serían, por ejemplo, Patricia Clarkson, Stellan Skarsgård (en un papel tan ingrato como plano), Ben Gazzara o James Caan, este último rozando la autoparodia en una intervención final a lo Sonny Corleone.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Dexter Bernaldez
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5
29 de septiembre de 2006
66 de 122 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mathieu Kassovitz, actor galo bastante competente, realizó hace ya década larga este popular exponente del cine quinqui, consolidado con el paso de los años como título de culto. Y, la verdad sea dicha, no sé que ve la gente en esta película que no hayamos visto ya tropecientas veces en el telediario, con el único (y dudoso) aliciente de estar rodada blanco y negro.

Como digo, el tono de documental, cámara en mano, y la puesta en escena, pretendidamente desprovista de artificios, no hacen más que acentuar el tufillo a rancio, a rollete 1.000 veces narrado, contado y visualizado. Las influencias del neorrealismo italiano, en general, y Rosselini, en particular, le vienen a Kassovitz demasiado grandes. Igualmente irritante resulta el montaje episódico, intercalando digitos horarios a modo de transición entre escenas (recurso más propio de un cortometrajista amateur que otra cosa). Se puede decir que la película mejora cuando deja a un lado su estética de todo a 100 y profundiza un poco en los personajes principales.

La historia, reducida por sus artífices a la mínima expresión, va sobre tres colegas del extrarradio parisino, un negro, un judío y un musulmán (sí, sí, parece un chiste) que se encuentran la pistola perdida de un policía y deciden que hacer con ella. El más tonto, interpretado por Vincent Cassell, quiere vengarse de los polis a toda costa, disparando al primero que se le ponga a tiro. Los otros, en vano, intentan quitarle esa idea de la cabeza. Una escapada al centro de la capital los pondrá a prueba.

Mucha barriada, muchos canutitos, enfrentamientos con la policía, atracos chapuceros, etc... constituyen la tónica general del metraje, adornado con alguna escena que otra bastante lograda. A su favor, decir que los protagonistas, más allá de su indefinición, acaban por hacerse simpáticos y entrañables. Sin embargo, sus desdichas están tan sacadas de quicio, tan mecánicamente exageradas, que acaban resultando totalmente inverosímiles, hasta el punto de que más que una ficción con apariencia de documental, pareciera que estemos viendo una sucesión de cortos transgresores alargada hasta la extenuación. El final, presuntamente impactante, no sorprende a nadie y está metido con calzador.
Dexter Bernaldez
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5
4 de octubre de 2008
29 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es la típica película que pone a prueba la madurez de un cinéfilo, aquella que por una serie de circunstancias, sociales y culturales, te parece cojonuda cuando tienes 15 años. Entonces poseías una vaga idea de quién era De Niro Alias “el mejor actor del mundo” (aunque todavía no habías visto ni uno de sus mejores trabajos) y un gangster derramando lagrimones te resultaba muy cómico, igual que Billy Crystal haciendo de gafotas introvertido y neurótico (¿Woody Allen? ¿Mande?). Sin mencionar a Lisa Kudrow, completa desconocida por estos parajes hasta el inminente bombardeo de cierta teleserie ambientada en NY.

De Harold Ramis poco se puede comentar, salvo que va de lo soso a lo lamentable. Tiempo después intentó endilgarnos "Al diablo con el diablo", y esa ya no coló, ni con 15 ni con 17. Ni con 666 añazos. Al diablo con Harold.

Pero volviendo con "Una terapia peligrosa", este verano la localicé en la tele. El hechizo no sólo se había roto; estaba enterrado. Muerto. Únicamente le faltaba la lápida. Y el epitafio: A Robert, porque aquí y ahora empezó tu imparable decadencia. A Ramis, por parodiar con tan poco ingenio el cine de mafias. A Billy Crystal, porque después nunca has vuelto a hacerme ni puta gracia, ni siquiera en los Oscar. A Lisa Kudrow, porque eres más sosa que un polo de agua. Si no llega a ser por Phoebe, te estarías ganando los garbanzos a base de recoger cartones en la calle. Y a Joe Viterelli, el auténtico cómico, el que de verdad cumple con creces en semejante embolado. Y encima está muerto. Joder.
Dexter Bernaldez
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5
23 de marzo de 2009
28 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
El comienzo ya es, en sí mismo, una provocación para toda persona del planeta que no decore su porche con cierta banderita de los webs. Al himno USA le sigue un retrato fiel de la cultura americana en su máxima expresión: habitaciones atestadas de trastos inútiles, televisores encendidos que nadie ve, el típico perro en busca de comida basura abandonada, etc. Síntomas irrefutables de una conducta patológicamente consumista, propiciada por el neocapitalismo salvaje de la era Reagan. No sin razón, el outsider Tobe Hooper intenta dinamitar semejante sistema a través de sus películas, repletas de sana diversión, sadismo y violencia. Aunque no necesariamente en ese orden.

Sin embargo, lo que en La matanza de Texas eran limitaciones presupuestarias, se transforman aquí en restricciones de carácter autoral. Entre bastidores, el todopoderoso Spielberg controlando su juguete con mano férrea, de manera que gran parte del mensaje quede diluido en un mar de moralina barata para toda la familia. En lugar de “Oh, qué madre tan valiente; cómo se juega el tipo por sus cachorros”, debería haberse escuchado “Haga algo emocionante en su puñetera vida para variar, maldito yanqui acomodado. Sacúdase el yugo de las entidades bancarias. Le traemos el jodido DisneyWorld a casa. ¡Y GRATIS!”

Porque la cosa no pintaba como una historia de buenos contra malos, coño, sino como una metáfora sobre la vida y la muerte. Si ni siquiera los pobres fantasmas hacen daño a nadie. Por eso, cuando se dice que el último acto sobra por exagerado, yo opino exactamente lo contrario: el último arrebato de furia espectral confirma el carácter desenfadado del producto y la doble moral de los votantes republicanos, más preocupados por caer en las fauces de una vagina gigante que en convertir a Irán en un montón de ruinas ardientes. ¿Moraleja? Los muertos se divierten; los vivos, no. Los muertos son libres; los vivos son esclavos. Los muertos no tienen miedo, mientras que los vivos, los vivos...
Dexter Bernaldez
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3
2 de junio de 2008
42 de 76 usuarios han encontrado esta crítica útil
Iba a intentar algo complicado; escribir una opinión sobre una película que me ha resultado pésima, sin que se note la bilis asomando por las comisuras de mi nick. Pero qué va, imposible.

Tan sólo diré que el personaje de Audrey Hepburn debería morir de manera lenta y dolorosa. Una pena, porque esta actriz me suele caer simpática, y aquí consigue que me entren ganas de patearle la cabeza. Para muestra, véase el episodio con el marido tejano. Calificarlo de gilipollez suprema sería quedarse corto.

Únicamente Blake Edwards, con una dirección dinámica y ágil, y la música de Henry Mancini consiguen salvar algo los muebles. Todo lo demás me parece despreciable.
Dexter Bernaldez
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