Como bien he leído, los críticos están desconcertados pues no saben cómo calificar una película que no es una comedia al uso pero tampoco suspense convencional. Lo que sí puedo ver en ella es la genialidad de un Jim Carrey que genera repulsión y pasión a partes iguales.

Es él y sólo él el protagonista indiscutible. Magnético y absolutamente desatado, Carrey hace que el público regurgite vergüenza ajena y admiración a partes iguales, y sinceramente no sé cómo ha podido lograr semejante binomio sin hacer que los espectadores le lancen tomates.

Puede que sea el que escribe uno de los pocos que adivina en él a un actor y showman de proporciones descomunales, pero para mí Carrey es único. Para gustos, los colores.

He aquí una historia contada mil veces, un drama de amores, odios y lugares aislados por la ignorancia. Amy Foster es la quinta esencia de la inadaptación, de la tortura de vivir en un lugar y un tiempo que no es el suyo.

Ya hemos visto, si no vivido, este cuento muchas veces, y una versión más no debería suponer cambio alguno en nuestra memoria. Sin embargo, esta película aprovecha con mucha inteligencia el factor de la localización y, muy por encima del resto, la batuta de un genio como John Barry para convertir un dibujo a crayón en un cuadro de John Everett Millais.

Rachel Weisz no puede hacer nada para competir con las soberbias interpretaciones de Sir Ian McKellen y Vincent Pérez. Aun así, pocas veces la he visto tan hermosa como en esta película.

Paisaje de acantilados verdes junto al mar, ese mar que durante todo el largometraje se posiciona como tercer protagonista principal y se transforma y moldea para dar sentido a una historia que de no contar con una música y fotografía magistrales, pasaría a formar parte del baúl de los recuerdos de un Hollywood de segunda división. Recomendada.

Una película que enfatiza el sufrimiento, que muestra la tortura de un ser humano, recreándose en el dolor y el padecimiento con el único objetivo de provocar una reacción de incomodidad en el espectador no merece mi respeto.

Considero a la figura de Jesucristo como una de las más importantes de la historia, pero ver esta película no ha hecho que le estime más ni me ha hecho correr a la iglesia más cercana a expiar mis pecados. He sufrido de puro asco y lástima al observar la reacción de otros espectadores que parecen haber obtenido su recompensa al pagar la entrada.

Este largometraje me ha causado una gran decepción porque no retrata lo más importante de las enseñanzas de un Jesús incomprendido en su época y mucho más en la nuestra, utilizado como arma religiosa contra escépticos y malinterpretado hasta la saciedad. El filme desperdicia la práctica totalidad de su metraje en sangre y azotes que ya conocíamos. Entre esto y las películas gore como SAW hay una distancia muy corta.

No pienso volver a verla en mi vida.

Admite entre tus amigos que una de tus películas favoritas es Leyendas de Pasión y observarás miradas inquisidoras, de esas que sin necesidad de palabras te abofetean para reaccionar ante un "vaya nenaza" que te devuelve al machismo de nuestra sociedad.

Lo que no es tan usual es que muchos de ellos sean también seguidores acérrimos y lo reconozcan. Ahí, amigos/as, está el dilema. Brad Pitt tuvo en esta película el punto más álgido de su carrera como sex-symbol, si se me permite, pero también uno de sus mejores papeles hasta la fecha. Aunque no es eso lo que merece mención, sino un arrollador elenco de estrellas que hacen impermeable al tiempo y, más importante, a la crítica feroz, a este largometraje de fotografía, música, montaje y dirección prácticamente perfectos.

James Horner no ha sabido superar el listón que dejó con su banda sonora en Leyendas de Pasión. Todo lo que ha compuesto después ha sido un reciclaje de ésta (no incluyo a las otras que se escapan del género) y ello ha sido porque la película y la banda sonora son simbióticas. No puede existir la una sin la otra.

Es una de mis películas favoritas y lo será siempre, y no creo que la escena en la que Pitt se derrumba sea capaz de dejarme indiferente jamás. Tampoco creo que el Coronel William Ludlow (Anthony Hopkins) me resulte indiferente al abrazar a su hijo. Pero estos sólo son ejemplos de las miles de cosas que me gustan sobre el filme.

Nenaza, tal vez, pero no es mi culpa. Yo no pedí la perfección.

Leídas varias de las críticas de los usuarios veo que la cuestión peliaguda de la raza está más que tratada, asi que me atengo a comentar lo que para mí supone esta película: un derroche de talento. Spencer Tracy está impecable, un tanto menos que Katharine Hepburn, y podría seguir con el resto del reparto, pero los premios cosechados avalan mis palabras. Sin entrar en lo poco creíble de algunas de las razones esgrimidas en el argumento, este filme pretende escarbar en la moral del americano medio de la época, consiguiendo una reflexión interna en todo espectador.

Está claro que en otras circunstancias, sean éstas que el personaje de Poitier no fuera un afamado doctor o que la chica no fuera una niña de papá, la historia perdería algo de intensidad y se tornaría en un relato de ficción imposible.

Con todo lo escrito, aun proyectando únicamente los monólogos de Hepburn o Tracy merecería la pena verla una y otra vez. Nadie como Katharine para despedir a una empleada con tanta elegancia. Disfrútenla.