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España España · Sevilla
Críticas de Talibán
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Críticas 125
Críticas ordenadas por utilidad
9
13 de mayo de 2008
100 de 112 usuarios han encontrado esta crítica útil
No pretendo dar lecciones, no soy nadie. Topaz debe ser una mala película porque todo el mundo, salvo cuatro talibanes, piensa que lo es. Porque hasta Truffaut piensa que lo es. Esto sólo pretende ser una reflexión sobre el cine de Hitchcock en general, del que "Topaz" me parece un ejemplo bastante puro.
En el cine de Hitchcock jamás ha importado qué se cuenta. O, por decirlo correctamente, siempre importan cosas distintas de las que aparentemente se cuentan. ¿Habrá algo más demencial que el argumento de "Con la muerte en los talones"? Cary Grant llega a la casa colgada sobre el vacío y no se le ocurre mejor idea que escalarla por el lado del precipicio. ¿Necesitamos entender por qué hace semejante estupidez? Yo no, porque la situación da pie a una escena no sólo genial, sino genuinamente visual: Cary Grant observando la conversación de Mason y Landau. Un maravilloso juego de miradas e identificaciones del que podemos disfrutar gracias a que el bueno de Cary ha arriesgado su vida gratuitamente.
Si sumamos a este mecanismo otro componente básico en la mirada de Hitchcock, el humor, creo que obtendremos la óptica más adecuada para defender una película como "Topaz".
Olvidemos la trama. Olvidemos a los actores (no todos son malos, John Vernon está genial, y Piccoli tiene su gracia). Olvidemos el qué y centrémonos en el cómo. Empecemos por el principio.
La escena inicial, la huida de la familia soviética, es una escena de tensión narrada sólo con imágenes, el único diálogo (el de la chica con la empleada) no se escucha y está rodado desde la perspectiva del "que la padece", el agente que persigue a la familia. Ese cambio de punto de vista (tan hitchcockiano, véase la escena antes citada de "Con la muerte en los talones") tiene un efecto anticonvencional: es una escena de clímax rodada como un anticlímax (otra vez "Con la muerte en los talones", ver la escena previa al avión). La lejanía de los personajes y el silencio provocan curiosidad y la sensación de estar a merced de la situación. Toda la secuencia es modélica. La ausencia de música, el uso de los espacios y del sonido cortante de la porcelana impactando contra el suelo recuerdan al mejor Hitchcock de "Marnie" (las zapatillas de la ladrona), de "Cortina Rasgada" (la escena del museo) o de "Los pájaros" (la escena del campesino muerto).
¿Qué importa si todo es enrevesado, si el plan para atrapar al topo francés es un insulto a la inteligencia, si el yerno dibujante es tontorrón? La escenificación que Hitchcock hace de ello es magistral, no sólo en la secuencia...
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Talibán
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9
20 de diciembre de 2007
90 de 98 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay algo que necesita comprender Alain Leroy cuando al principio sale del sanatorio. Él tendrá que esperar al final de la historia, pero nosotros lo sabemos casi desde el inicio. ¿Por qué consigue tocar las cosas pero no sentirlas?

Quizás es la pérdida de la juventud. Recordar la juventud es tratar de coger con las manos un manantial: no podemos evitar intentarlo pero siempre se nos escapa.

Quizás los amigos. No los puede tocar, ahora los amigos están muertos en vida, o al menos en un estado tan lejano a su vida que si estan vivos el muerto debe ser él.

Quizás las ideas. Los ideales son máscaras y él lo que desea es eliminarlas todas.

Quizás las mujeres. ¿El amor? El amor se toca en un instante, desaparece en otro más pequeño, ni siquiera hay tiempo para la agonía.

¿Qué queda?
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Talibán
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9
31 de octubre de 2008
104 de 129 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando vi esta película por vez primera, por suerte en pantalla grande y con subtítulos, recuerdo que sus imágenes me estaban provocando una especie de fascinadora estupefacción, absolutamente incómoda.

Era joven y comprendí que estaba asistiendo a algo; pero no sabía qué era. ¿Qué pasaba con aquello que estaba viendo? Era claramente la película de alguien que apenas conocía la técnica de rodaje cinematográfico. ¿Por qué estaba incómodo y fascinado, a la vez? Hacia la mitad de la proyección supe que, en mi simplismo reduccionista, necesitaba calificar lo que estaba viendo, ponerle un nombre, archivarlo en una categoría determinada y proceder a compararlo con los modelos conocidos. Y no podía. ¿Por qué, si se trataba de una película con una historia inteligible - por cierto, para los que la ridiculizan, obra de dos de los mejores escritores americanos del siglo XX, Davis Grubb y James Agee- y una defectuosa realización según el canon clásico? ¿Qué me impedía juzgar y llegar a un veredicto? ¿Qué clase de hechizo perturbador tenían esas imágenes?
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Talibán
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10
30 de noviembre de 2005
133 de 188 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esa escena, increíble, en la que Maureen O'Hara danza entre sus muebles recién recuperados, esa escena... ¿cómo puede filmarse lo intangible, cómo diablos puede filmarse la emoción pura? He visto esta película 27 veces (lo llevo anotado en mi agenda) y, maldita sea, nunca, nunca consigo evitar las lágrimas para cuando al final entra el sonido de las gaitas.
Talibán
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10
18 de diciembre de 2009
91 de 104 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la época en la que vi “La regla del juego” por primera vez, se podía disfrutar de esta clase de películas en proyecciones de 35 mm. De eso hace hoy exactamente veinticinco años. Mi encuentro con ella sólo es posible definirlo como una conmoción. Muchas personas experimentan este sentimiento viendo una película, muchas lo hicieron en el pasado viendo “La regla del juego”, y deciden convertirse en cineastas. Es un error. “La regla del juego” es una invitación a amar el cine, pero tanto como eso es una declaración de amor a la vida exactamente como es y no como nos gustaría que fuese. Por eso yo, a la salida de aquel solitario Cine-Club lleno de talibanes, decidí vivir en vez de empeñarme en reflejar una vida imaginaria, y por eso decidí seguir siendo un simple espectador. Hacer cine es la forma que tienen los cineastas de vivir la vida, no la de los que no son cineastas, como yo.

Hoy, justo una semana antes de Navidad, he vuelto a verla, lo hago cada año. La película ha cambiado bastante. Ha ido adquiriendo matices con la edad. Se ha hecho más grave, más lúcida, más amarga, más vieja, más sabia, más pertinaz en todo. Pero sigo reconociéndola y, lo que es más importante, sigo reconociendo mi amor por ella, mi admiración por el milagro de su ritmo, su maravillosa estructura de contrapunto tonal, la facilidad mozartiana con que la comedia da paso a la ternura, el drama se funde con la farsa y el vodevil se quita la máscara para mostrar la tragedia.

Nunca me apeteció mucho hablar o escribir sobre “La regla del juego”, casi todos los elogios de la crítica especializada son excesivamente retóricos y ésta es una película tan cercana. Hoy la he visto y la he amado como la primera vez. Y observo que aún sigue estremeciéndome, como la primera vez, el salto de eje más hermoso de la historia del cine, que Jean Renoir se dedica a sí mismo cuando su personaje finalmente se “ve” como es. Entonces sé que hay amores que duran toda la vida.
Talibán
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