El otro día la pusieron por televisión y he aprovechado para verla. No es la buenísima película de miedo que tanto habían promocionado en su día, pero es muy entretenida y crea un buen clima de misterio y tensión. Es verdad que recuerda mucho a "Los otros", que tampoco da miedo, pero sí una buenísima ración de suspense, de angustia y de pena. El orfanato es, incluso, más tierna, tal vez un poco "naif", como trazada por la mano de un niño, y por eso resulta más ingenua y menos elaborada, pero es que es muy difícil innovar y aportar nada nuevo en una historia de casas misteriosas con fantasmas y secretos, así que, quizá, su principal virtud es el toque un poco primitivo de algunas escenas como la de la medium, la cena con los muñecos, el atropello de la anciana... Es decir, lo que parece un poco inconexo, incluso risible o incoherente, es, a mi parecer, lo que le da belleza a la película, o sea, el absurdo, la improvisación y lo ilógico de la historia, porque así es como se imagina uno el mundo en otra dimensión, en el otro lado o más allá del espejo... En ese sentido, el personaje de Belén Rueda está genial, y su actuación también, como una mujer entre dos mundos y una madre que no imagina terror más terrible que el de perder a un hijo.

Me ha gustado mucho la fotografía de la película. La ambientación es fantástica, en el sentido de bella y de fuera de la realidad. La casa es deprimente e impresionante. Los alrededores, jardines, playa, mar, faro... componen una estampa, más que triste, lúgubre. Y, todo ello, combina una atmósfera, más allá del miedo, de la tristeza, la pena y la soledad más absoluta. Como las historias que se han vivido en ese lugar, y que se quedan impregnadas en uno mismo al acabar de verla.

Ahora comprendo por qué mi hijo de 11 años no me dejó verla en su habitación, mientras el veía su partido de fútbol en la tele grande. "No, mamá, que me vas a dejar la habitación llena de fantasmas..." Los niños son así: saben y ven mucho más que nosotros...

Esta película se hubiera quedado en el fondo de las películas para ver, o quizá nunca estuvo en la lista, si no me la hubiera recomendado un amigo. Ya le dí las gracias. Me ha gustado mucho porque me ha recordado mucho a Dickens. Con un siglo de diferencia pero con temas universales y con un dibujo muy parecido de tipos humanos y situaciones. Personajes muy marcados y carismáticos para bien y para mal. Sus medias tintas tan difíciles de entender. Los traumas de la infancia. La influencia de algunas personas que marcan la vida: los mentores extraordinarios y los seres durísimos e impenetrables, El orgullo y el carácter que circulan por nuestra sangre, a veces a nuestro pesar. La incomunicación como un muro invisible imposible de atravesar. También alguna cosa insuperable, para recordar siempre, como la capacidad de superación de los seres humanos que se ponen a ello. Un hombre con una voluntad de hierro y una enciclopedia de amuleto es un guerrero invencible. Lo he dicho con tono solemne pero en realidad son cuestiones universales.

Cambia la luz, el clima, el perfil de los hombres y mujeres, la época y el paisaje pero nos movemos por las mismas grandes esperanzas: que nos quieran, que nos lo digan, que nos acepten, que nos ayuden y que nos comprendan. Y que podamos devolverlo con reciprocidad para no estar poseídos por el silencio, la frustración, la ambición, el orgullo y el carácter esa bestia gris de blancos y negros que intentamos que se ponga de nuestra parte sin conseguirlo nunca del todo. O, al menos, que no nos devore...

Confieso que no me gustó nada cuando la vi por primera vez. Me pareció tediosa y larguísima, mucho tiempo para ver la vida secreta de las musarañas... La cámara fija en un rincón, o con dos ventanas, viendo cómo nunca pasaba nada a nadie. Era insoportable. Como si nos pusieran una en el ángulo de nuestra habitación, comedor u oficina para corroborar que siempre hacemos lo mismo, con la misma, o nula, ilusión, interés, personas o soledad. Y ¿a quién le gustaría pagar por ver eso? A mi desde luego que no...

Pero, ahora, recordando antiguos "goyas" la han vuelto a poner y le he cambiado mi nota. La película es la misma pero yo, o mi vida, han cambiado y ahora tengo la paciencia y el ánimo para comprenderla, y disfrutarla, incluso. Ahora la vida me parece más densa y yo me siendo como si pudiera observarla desde dentro y desde fuera a la vez, como si fuera un pez metido en un acuario dentro del mar. Comprendo y vivo la soledad como las mujeres de esa película. Mujeres que viven, conviven y trabajan de una manera aparentemente normal, pero que viven suspendidas en algún punto donde flotan y observan todo lo que sucede a su alrededor con un punto de angustia, de esperanza y de abandono a partes iguales pero donde sienten que no pueden hacer nada para cambiarlo. Han sufrido, como muchas otras personas, la muerte insoportable de alguien muy querido, el desamor, el paso del tiempo o la enfermedad y han sobrevivido a todo ello, pero no... Se han quedado ensimismadas, aisladas y encerradas en una campana de cristal. Puedes verlas, te parece que las tocas y que están a tu lado pero son diferentes. No tienen una cámara para ver cómo su vida pasa entre la rutina y el vacío, en realidad, sus ojos y su mente son esa cámara que todo lo observa pero sabe que, de momento, no puede hacer nada para cambiarlo...

Comprendo que no sea una película mayoritaria porque ni siquiera estoy muy segura de que sea una película. Desde mi cristal todo se ve borroso, silencioso, quieto...

Me gusta el realismo, aunque no siempre es fácil de aguantar. De momento en el arte aguanta muy bien los prefijos y los adjetivos: hiperrealismo, neorrealismo, realismo sucio o realismo mágico, que viene a ser el colmo de la paradoja...

Es impactante ver mundos tan paralelos y semejantes a los cotidianos que una tiene una sensación de miedo. El hombre que nos mira desde el cuadro, o la estatua que parece a punto de interrogarte o tocarte. Da escalofríos. Como si entraras con ellos en su dimensión, que es la tuya, al otro lado de un espejo donde no sabes quién es real o si te estás contemplando en un pasado extraño o un futuro perturbador. En esta película pasa eso. Tiene la fuerza de lo real, más bien de lo hiperreal. Desde el comienzo, caminando con esa señora, no tan anciana como parece, tan enferma como es posible, tan indefinible como su aspecto vulgar no deja definir... te parece estar a su lado esperando ser interpelada. ¿Sabes algo de mi hija? ¿Porqué me miras? ¡Déjame en paz! Hay una incomodidad genuinamente cotidiana. Un dolor físico. Un abatimiento psicológico. Cansancio. Miseria. Culpa. Negación. La vida misma en toda la perra extensión de la palabra. Y te preguntas a ti misma por qué la ves, qué miras, qué haces ahí con esa señora y su tragedia, su casa desconchada, sus cacharros sin fregar y su antipatía tan humana y lógica.

Es que no puedes salir ya. Estás atrapada. La vecina ha tirado la cuarta pared y no puedes dejas de mirarla desde muy cerca. Tocas su piel demacrada y le compras un tinte como si con eso pudieras rebobinar el tiempo de su pelo bonito y joven. Cada vez la miras más cerca, con piedad y reconocimiento... Es que, señora, cada uno hace lo que puede.

Me ha resultado sorprendente que en la sinopsis de la película se hable de una investigación, casi detectivesca. Es un buen marketing pero no es verdad. Es una película hiperrealista pero eso es mucho. La actriz protagonista no sabe que es actriz y te toca y te mira. Da escalofríos. Casi como en la vida pero no. ¿O sí? Sales del cine con muchas preguntas, un tinte para el pelo y un estribillo de Serrat. Nunca es triste la verdad lo que no tiene es remedio...

Yo creo que está hecha con muy buenos materiales. Actores, dirección y guion unidos por una causa justa y abierta. El voto femenino enlaza con la desigualdad en el trabajo, el salario, la sociedad y el hogar. Cuando se hacen días conmemorativos y leyes de protección es que hay victimas.

La película habla de todo eso porque hay necesidad de contarlo. Y es muy gráfica y expresiva en las primeras escenas. Esa lavandería donde nos llega el olor a lejía, el vapor pegajoso, el peso muerto y el dolor de riñones crónico y desesperanzador. Y mañana más. Y ellas acabando su jornada y empezando la de la casa tan fea como agotadora, el marido exigente, los niños "malniñados". Esa miseria birriosa que no lavan las leyes, los patronos ni Dios que pasara por allí. Que no...

Todo tiene la textura de una novela de Dickens previamente industrializada, o de esos rusos que hablaban de humillados y ofendidos a espuertas. Hablan de la miseria y de la falta de dignidad que conlleva; multiplicada por dos para la mitad de la humanidad. Eso se ve y está perfecta y dolorosamente contado. La escena de la mujer, relatando ante los legisladores, la condena sin indultos de una vida carne de cañón, de explotación infantil y juvenil. No de la madurez porque la madre murió a los 25 años, con la típica causa de la muerte de los mulos de carga... Y te llega el mensaje de la historia: cómo se gestan las causas justas y por qué hay que unirse a ellas.

Pero todavía queda media media película y todo se me desdibuja un poco. Hay muchos frentes, muchos hilos, enfoques y subcausas que se atropellan. La cosa de la causa va muy deprisa y se me ha desenfocado. A lo mejor porque el planteamiento me ha gustado tanto, reducido a esa pequeña vida a la que agarrarme y empatizar, que esa segunda parte de lucha, ardor guerrero y renuncia a la propia vida creo que necesitarían ser capítulos de una serie o varias películas. La extensión de lo contado me ha quitado la intensidad que me gustaba. Es que, claro, Dickens o los rusos necesitaban ochocientas páginas para que los personajes despertaran y lucharan para recuperar su dignidad propia y universal. Y aquí tienen que hacerlo entre el lunes y el martes como un filosofo materialista. O enternecerse en un momento después de toda una vida de antidisturbios.

En fin, es una buena película por una mejor causa. Por algo se empieza...