Icíar Bollaín utiliza con inteligencia y habilidad el paralelismo entre las dos historias, apuntaladas por un reparto eficaz y la película va cobrando intensidad conforme avanza hacia el desenlace. La lucha social y sindical por el agua es el reflejo de los indígenas que luchaban contra los conquistadores por la libertad y eso se ve plasmado magnificamente gracias a una gran labor de montaje. El cambio de actitud ante las manifestaciones y luchas del pueblo, a cargo del productor (un esmerado Luis Tosar) refuerza el nivel emocional de la cinta en su tramo final. Buena crítica social de Bollaín.

Enésima adaptación de la famosa novela. Lo cierto es que está muy bien ambientada, fotografiada con tonos lúgubres que plasman la atmósfera gris y nebulosa del relato. Wasikowska está sublime, dotando de frialdad y tenacidad a su personaje en su esforzada actuación y Fassbender está verdaderamente encomiable; ambos se apoderan de la historia generando una simbiosis interpretativa de alto nivel. La narración se hace llevadera emocionalmente, pero cierta cadencia rítmica le impide alcanzar la excelencia, no obstante se trata de un filme logrado, valiente en su planteamiento y ensalzado por su reparto.

Portentosa radiografía sobre la inseguridad de la sociedad, las dudas, la hipocresía y la intolerancia. Enmarcada en un barrio residencial, resulta apabullante la descripción esmeradísima de todos los personajes en un guión perfecto, llevado a cabo con una realización extrañamente envolvente en su atmósfera, que abduce al espectador mediante una variedad de registros ensamblados con precisión: tensión, emoción, suspense narrativo hacia el desenlace, todo un despliegue interpretativo donde Kate Winslet vuelve a demostrar por que es la mejor actriz de su generación y un Jackie Earle Haley inquietante y soberbio en la piel de un proxeneta que sirve de hilo argumental a las diferentes historias entrecruzadas que se van hilvanando. Seguramente cuando la vuelva a ver le daré un 10, de momento la dejo en 9.

Bella y pausada película de John Sayles, que narra, a través de los ojos de una niña, una maravillosa leyenda de puro realismo mágico en sus imágenes refrescantes y arropada por la envolvente música celta de su banda sonora. Una niña queda huérfana de madre y la envían a vivir con sus abuelos en la costa irlandesa, donde escucha la historia de su hermano pequeño, desaparecido en el mar. Mezcla de folklore y fantasía, realizada con firme naturalidad y sin efectismos emocionales, esta película la tenía apuntada hace años (me siento identificado con el mundo celta y la isla esmeralda) y me ha encandilado con su historia entrañable, original y mágica.

Obviamente es un sueño. Un hombre en un suburbio industrial desarraigado, dibujado de manera expresionista. La paternidad en forma de espermatozoide monstruoso, que lo encadena en sus cuidados, impidiendo una fuga de placer en forma de vecina atractiva y lujuriosa (metáfora de salvación ante la oscura realidad). Un radiador que esconde la representación de futuros retoños similares al monstruo germinado. El hombre visto a sí mismo como el monstruo fecundado, mientras su cabeza sirve para extraer un lápiz con la goma de borrar, con la cual borrará sus miedos... nuestros miedos, los miedos de la sociedad. Obviamente es un sueño, hay más elementos oníricos, pero yo la he comprendido de este modo. Lynch dejó claras sus cartas cinematográficas con esta película. 8/10