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España España · Móstoles
Críticas de Samizdat
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Críticas 52
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
4
20 de octubre de 2011
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se propone la película retratar la desesperanza y el hastío vital de los jóvenes soviéticos en los años 60. A fe que lo logra: pocos filmes transmiten el tedio de forma tan eficaz como esta soporífera cinta de Marlen Khutsiyev. Con una palpable influencia del cine de Jean-Luc Godard (en alguna escena me ha parecido reconocer una cita, homenaje o plagio de «Bande à part»), pretende hacer el retrato psicológico de una pareja mediante una sucesión bastante inconexa de secuencias documentales en que se muestra la vida cotidiana en Moscú (con personas mirando estupefactas a cámara incluidas), planos fijos de personajes muy quietos y meditabundos y escenas en que un grupo de «intelectuales» esnobs cantan, bailan, se van de excursión y, sobre todo, parlotean sobre banalidades. Todo ello montado sin ningún ánimo de construir una narración coherente y con un implacable sadismo hacia el espectador.

Valen la pena, sin embargo, las tomas de las calles de Moscú que retratan el día a día en la URSS en los comienzos de la gris y terrible «era Brezhnev», la fotografía en blanco y negro, con algunos planos recordables, y las canciones de Bulat Okudzhava, uno de los mejores cantautores rusos de todos los tiempos.
Samizdat
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7
2 de octubre de 2011
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Competente película de intriga que tiene el atractivo de reunir a dos mitos de la Inglaterra victoriana, Sherlock Holmes y Jack el Destripador. Trama basada en el libro «Jack The Ripper: The Final Solution» (1976), de Stephen Knight, que presenta una solución más sugestiva que verosímil al enigma del asesino de Whitechapel. Cuidadosa (y neblinosa) ambientación londinense, magnífico tándem protagonista y brillantes secundarios, de Donald Sutherland a John Gielgud. Atisbos de crítica social e incluso cierto cuestionamiento del papel de la institución monárquica.

Para pasar un rato entretenido, muy especialmente los seguidores del ilustre inquilino de Baker Street, que no quedarán decepcionados con esta aventura apócrifa de su héroe.
Samizdat
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6
14 de julio de 2011
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
La siempre polémica directora italiana Liliana Cavani («Portero de noche», 1974) opta en esta ocasión por poner en imágenes una novela autobiográfica del no menos controvertido Curzio Malaparte, «La piel» (1949), que forma con «Kaputt» (1944) un díptico sobre sus experiencias durante la Segunda Guerra Mundial. La acción transcurre entre octubre de 1943 y junio de 1944, aproximadamente: desde la llegada del ejército estadounidense a Nápoles, ciudad de la que los alemanes habían sido ya expulsados por la población civil, hasta la partida de este mismo ejército hacia el Norte, para liberar Roma. Cavani sintetizó en una entrevista el argumento de su película como el encuentro entre dos mundos muy diferentes:«De un lado los americanos, ricos, bien afeitados, con divisas y zapatos relucientes […] Del otro, una ciudad en la que hacía tres años que no se comía». La película, como la novela de Malaparte, subraya la ingenuidad y la brutalidad, a veces inconsciente, de los ocupantes norteamericanos, y la degradación moral en que la miseria sumió a Nápoles, que aparece en la película como una moderna Babilonia donde tiene su asiento toda depravación imaginable.* «La piel» saca a a la luz los aspectos negativos de la invasión aliada de Italia, rehuyendo las simplificaciones morales tan frecuentes en el cine sobre la contienda mundial y mostrando las debilidades de los «buenos» en lugar de reiterar una vez más las atrocidades cometidas por los alemanes.

El personaje principal es el propio Malaparte (Marcello Mastroianni), fascista arrepentido que funge ahora de capitán del nuevo ejército italiano y de factótum del general Cork (trasunto apenas encubierto del general Clark), bonachón e ingenuo comandante del ejército aliado interpretado certeramente por el incombustible Burt Lancaster. Claudia Cardinale aparece brevemente como la princesa Consuelo Caracciolo, aristocrática y sofisticada amante del protagonista, pero el peso del reparto lo llevan los estadounidenses Ken Marshall y Alexandra King, que a mi juicio no acaban de estar a la altura.

La voluntad de desmitificar la historia oficial, huyendo de versiones más reconfortantes sobre los mismos hechos, es a mi modo de ver el principal valor de la película, heredado del libro de Malaparte. Sin embargo, y aunque el filme posee una innegable carga de verdad, la autora potencia principalmente lo escabroso, convirtiendo su obra en una inagotable exhibición de truculencias destinadas a provocar el horror o el asco del espectador. Logrado el objetivo de mostrar cómo la guerra saca lo peor del ser humano, sólo la complacencia en lo morboso explica ciertas secuencias de muy dudoso gusto.**

Aunque dista mucho de ser redonda y abusa más de la cuenta del efectismo más vacuo, la película resulta interesante. Aporta una mirada diferente y transgresora que no cabe echar al olvido.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Samizdat
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10
27 de junio de 2011
31 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
El «Dopplegänger», el doble, es uno de los temas favoritos del cine fantástico, que ha explotado con frecuencia el desasosiego que nos produce el encuentro con otro que al mismo tiempo es y no es uno mismo. «El otro señor Klein», magnífica película rodada en Francia por el estadounidense Joseph Losey, recurre también a la idea del doble, pero no para construir un relato fantástico al uso, ni para explorar los vericuetos de la psique humana -como haría ese mismo año y en ese mismo país otro expatriado, Roman Polanski («El quimérico inquilino», 1976)-, sino como metáfora política, para reflexionar acerca de la actitud del pueblo francés ante la persecución de que fueron objeto los judíos durante la ocupación alemana (1940-1944). Porque, en este caso, «el otro» es el judío. Losey critica con ferocidad la actitud pasiva e indiferente con que los franceses aceptaron la persecución de los judíos. Una persecución que se materializó no solo en leyes raciales discriminatorias, sino también en deportaciones masivas, como la redada del «Vel d' Hiv» (Velódromo de Invierno) , entre los días 16 y 17 de julio de 1942, que se saldó con la detención de 13.152 personas, la mayor parte de las cuales fueron enviadas a campos de concentración. (Sobre este mismo vergonzoso suceso, de importancia central en «El otro señor Klein», se han estrenado en 2010 dos películas: «La redada» y «La llave de Sarah»).

«El otro señor Klein» cuenta la historia de Robert Klein (Alain Delon), un marchante de arte que vive confortablemente en el París ocupado. No es antisemita, pero no tiene empacho en aprovechar la difícil situación de los judíos para obtener beneficios económicos. Elegante, bon vivant, amado por varias mujeres, no hay problemas en su vida hasta que un día encuentra en su puerta la revista, «Informaciones judías», que se distribuye exclusivamente entre la comunidad israelita, con su nombre y dirección. Al indagar descubre que existe en París otro Robert Klein, fichado como judío, y desde entonces dedica todas sus energías a dar con él. El señor Klein encarna la actitud del francés medio ante la persecución de los judíos. De hecho, el nombre del personaje no es casual, sino que fue tomado por los guionistas, Franco Solinas y Fernando Morandi, de un personaje real entrevistado por Marcel Ophüls para su excelente y polémico documental «Le chagrin et la pitié» (1969), acerca de la colaboración de los franceses con los ocupantes alemanes. Dicho personaje, llamado Marius Klein, era un comerciante alsaciano que, para evitar ser confundido con un judío a causa de su apellido, publicó anuncios en la prensa dejando muy claro que era francés de pura cepa. Aceptando así, sin cuestionársela en absoluto, la aberrante lógica de los ocupantes nazis.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Samizdat
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9
26 de junio de 2011
38 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Es posible aunar en una misma película la reflexión sobre el Holocausto y el humor más zafio? ¿Hablar de la más terrible degradación del ser humano al tiempo que se hace reír al respetable con chistes de pedos y letrinas? Aunque no lo parezca, es posible. Lina Wertmüller lo hizo en esta película, y el resultado es una obra maestra inapelable, una comedia dramática que está, a mi modo de ver, entre lo mejor y más profundo que el cine ha podido decir acerca de la barbarie nazi y, por extensión, acerca de la condición humana.

Las películas de Wertmüller no son, sin duda, un manjar apropiado para todos los paladares. Más que a degustar un exquisito bistec, la experiencia de ver alguna de sus obras equivale a darse un atracón de callos con garbanzos, tan apetitosos como grasientos. «Pasqualino Settebellezze» es la mejor de las tres películas de Wertmüller que he visto (las otras son «Mimí metalúrgico herido en su honor» y «Film de amor y anarquía»), y no precisamente porque se aparte de su línea habitual, sino más bien porque la lleva al extremo. Relata la historia de un hampón napolitano de poca monta, Pasqualino, apodado irónicamente «Siete Bellezas» por tener siete hermanas, a cual más fea. Lo conocemos durante la Segunda Guerra Mundial, cuando acaba de desertar y se pierde por los brumosos bosques alemanes hasta que es capturado y enviado a un campo de concentración. Al tiempo que se nos cuenta esto, mediante una serie de flashbacks sucesivos se nos relata su vida en Nápoles antes de la guerra y el crimen que se vio obligado a cometer para mantener el «honor» de la familia, con resultados catastróficos. Dos líneas argumentales, por lo tanto, con un marcado contraste visual: la luminosidad del sol de Nápoles y su abigarrada y barroca arquitectura frente a la siniestra y desoladora penumbra de los barracones del campo de concentración alemán. El acertado montaje permite un interesante juego de espejos entre las dos historias que se nos cuentan: en Nápoles, Pasqualino hace lo imposible por cuidar su imagen y su concepto del honor; en Alemania, ya sólo cuenta sobrevivir a toda costa.

A lo largo de ambas líneas argumentales, lo esperpéntico y lo macabro van frecuentemente de la mano, aunque es cierto que las secuencias del campo de concentración, aun sin excluir el humor, son de una enorme dureza. En un ambiente irreal (semioscuridad, colores fríos, neblinas) se nos presenta un panorama digno del Infierno de Dante. Además, el contraste con la comicidad de otros momentos de la película hace que estas escenas resulten aún más horribles. La historia napolitana, en cambio, abunda más en peripecias cómicas, satirizando, como en otra gran película de Wertmüller («Mimí metalúrgico herido en su honor»), los alambicados códigos de honor y el desmesurado machismo propios del sur de Italia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Samizdat
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