Original puesta en escena de una película de aventuras para niños y para no tan niños. De hecho los niños se pueden ver algo abrumados por la crudeza de ciertas escenas.
El guión no es lo mejor de la película, sin duda. Pero la fuerza estética hace que merezca la pena dejarse llevar por las calles oscuras y algo siniestras de Cheesebridge, por lo que el tiempo pasa en un suspiro.
El ritmo de la cinta va de más a menos, teniendo la sensación que le cuesta algo a arrancar, sin embargo es en esos primeros minutos del filme donde podemos recrearnos con un homenaje al cine mudo.

Recomendable película.

Cuantas veces nos juntábamos los amigos y nos reiamos, recordando alguna que otra escena divertida de esta película. Al igual que Porkis o Desmadre a la Americana (esta última es la buena), este tipo de película daba para unas buenas conversaciones y una buena dosis de risas.
A mi me resulta bastante entretenida, si bien el paso del tiempo (como suele pasar), le ha hecho un flaco favor. Sin embargo, es de esas pelis que recuerdas con añoranza y con una sonrisa en los labios.

Dificil es que al escuchar una partitura de Morricone no me traslade a un viejo cine de barrio en la época de mi niñez. Siempre he alucinado con los duelos al sol, acunado con la melodía incesante que te traslada al momento. "Hasta que llego su hora" teje una tela de elementos tan maravillosos que es imposible no tener la sensación que es el resumen de la obra de Leone, algo así como compendio de su cine, maqueado, limado, embellecido.
Una obra maestra absoluta, recomendable para verla sin prisas, para perderse en la belleza de la Cardinale, para observar el rictus en el rostro de Henry Fonda en el duelo final, para dejarse llevar por las notas mágicas de la música.
Lástima que no la repongan todos los años en pantalla grande, porque es una gozada la majestuosidad lírica de innumerables fotogramas.
Magnífica interpretación de Jason Robards que da un punto simpaticón a la historia. Soberbio Henry Fonda y un correcto Charles Bronson. Una película inolvidable.

Una delicadeza sublime en los colores y personajes, una puesta en escena hecha con mimo, una música genial que acopla perfectamente con cada emoción, con cada momento de la cinta y unos toques de ingénio que te hacen, como sin querer, estallar en carcajadas. Una recreación espléndida de la melancolía, de lo bello de los recuerdos bellos, lo importante que es cada minuto de nuestra vida, cada segundo cuenta, cada instante deja huella y nos hace ser como somos. Nos prepara para ver el futuro con optimismo, a pesar de todo.
Estoy convencido que los niños entenderán perfectamente el transfondo de la historia, porque ellos son los que conservan con más intensidad y con un poquito de mágia esos días inolvidables, o esa risa incontrolable que aún durante el paso de los días, nos hace volver a reir en un recuerdo.
Obra maestra sin paleativos, los noventa minutos más maravillosos que últimamente se pueden pasar en una sala de cine.

En esta cinta de Roland Emmerich, como en otras tantas sobre catástrofes, se le pegan más de mil patadas a la ciencia. A la física, a la meteorología y a las ciencias del clima. Sin embargo, en cine se perdonan ciertas licencias si el producto merece la pena. No es el caso. La película es aburrida y previsible y los actores tampoco están a la altura.