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Críticas de Argoderse
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Críticas 254
Críticas ordenadas por utilidad
10
7 de septiembre de 2016
73 de 103 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ha nacido un gran director. Y con mayúsculas. Se llama Raúl Arévalo, actor de profesión y que alcanza la perfección en su ópera prima: Tarde para la ira. No solo está soberbio detrás de las cámaras -impresionante la primera secuencia con Luis Callejo al volante, que ya hablaremos de él-, sino que firma un apasionante guión junto a su amigo y psicólogo, David Pulido. Una colaboración que se nota, porque el filme de Arévalo tiene mucho de psicología, amén de dejar boquiabierto en su hora y media de duración.

Debutar siempre es complicado. Y más en esto del cine, con tanto genio a uno y otro lado de la pantalla. Se quiere hacer perfecto, agradar a todo el mundo y eso, muchas veces, es imposible. Pero el de Móstoles -al menos para un servidor- lo ha conseguido. Se ha quitado complejos y ha rodado lo que ha querido y de forma impecable. Tanto es así que la obra está filmada en súper 16mm, un tipo de película para la que no existe laboratorio de revelado en España, por lo que había que hacerlo en Rumanía. Un hecho que se nota en la calidad de la imagen, el sonido y la relación de los personajes. Algo que habla de la profesionalidad y excelencia de este trabajo.

Una obra que habla de la muerte en vida. De la desesperación, el odio y como el rencor y la venganza son innatos al hombre. Esa sensación de que el tiempo jamás cura el auténtico dolor. Raúl Arévalo hace un retrato de todo ello con la intensidad del mejor thriller, guardándose en la manga varios ases a modo de sorpresas que va soltando poco a poco y te golpean de lleno una vez revelados.

Para ello se ha rodeado de un reparto encabezado por Antonio de la Torre. No tiene límites el andaluz. Su solo presencia ya cautiva y en Tarde para la ira brilla con luz propia dando vida a un personaje solitario, encerrado en su idea de vengar un pasado que le atormenta. No tiene otro cometido y para alcanzarlo hará lo que sea. Una mezcla de frialdad y arrojo que asombra.

La otra cara de la misma moneda es Luis Callejo. Un personaje radicalmente distinto, chulesco y cuya estancia en prisión es el menor de los castigos por su pasado. Sin comerlo ni beberlo se convierte en cómplice necesario en un viaje donde va a conocer el auténtico infierno. Y entre medias, Ruth Díaz, el contrapunto femenino necesario que pone la guinda a la excelencia.

Desde los barrios de Madrid a la periferia rural, el calor de la carretera, el sudor de los personajes y la tensión del ambiente que traspasa la pantalla -a lo que se suma una banda sonora impecable-. Los silencios hablan y el reparto, guiado a la perfección por un buen director, remata una de las mejores películas del año. Pocas cintas logran hoy día remover y provocar sentimientos encontrados, en un momento donde todo parece inventado, pero Raúl Arévalo y su equipo lo han conseguido. Y ante eso solo se puede quitar uno el sombrero y dar las gracias por dignificar al cine español, que es capaz de regalar obras maestras como Tarde para la ira.

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2
27 de agosto de 2016
53 de 68 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llegar a la risa por la vía de los tópicos. Esa es la propuesta de Cuerpo de élite, la nueva comedia policial con bandera española que no convence a pesar de recurrir a los costumbrismos regionales que suelen funcionar cuando de humor se trata.

Joaquín Mazón se pone detrás de las cámaras para dirigir esta producción de Atresmedia. No es relevante quién está detrás del proyecto salvo por el bochornoso autobombo que se da el grupo mediático en muchas de las escenas. Aprovecha cualquier secuencia para alardear de sus medios, algo que sonroja y hace mirar con desdén la película. Porque lo interesante no es quién produce, sino el equipo humano que trabaja. Y eso, lamentablemente, se está extendiendo de forma muy peligrosa y como espectadores debemos reclamar más calidad.

Casi tan desolador como los tópicos, clichés y estereotipos regionales que se usan sin tapujos para lograr sacar una sonrisa. Vano esfuerzo salvo contadas excepciones -el momento Mecano, por ejemplo-. La fórmula sobreexplotada por Ocho apellidos vascos -en nuestros países vecinos ya había resultado también y Berlanga, hace décadas con la Escopeta Nacional lo bordó- se ha agotado. Es muy maniqueida y más que hacer reír abochorna al respetable. No creo que los murcianos estén muy contentos.

Cada uno de estos integrantes del Cuerpo de élite es una caricatura de su unidad. Rozan el ridículo rodeados de tanto tópico regional, y sí, a veces hasta el propio insulto -mala cita en cines para un legionario-.

El reparto de esta mala parodia nacional hace lo que puede. Un equipo de rostros conocidos de la pequeña y gran pantalla española que acaban siendo caricaturas de ellos mismos en la banalización de la idiosincrasia patria. No ofrecen nada nuevo más allá de lo que nos tienen acostumbrados y en el caso de Silvia Abril resulta ya de hasta mal gusto y ciertamente un despropósito.

Así, este trabajo para el regocijo de Atresmedia y sus accionistas no tiene nada atractivo que pueda resultar útil en la butaca. Seguramente arrastre a muchos al cine, llamados por las sirenas de los apellidos vascos y catalanes. Un borrón más de nuestro cine, que tiene mucha calidad, lo afirmo rotundamente, pero que le sobran este tipo de cintas que, con otra bandera, a buen seguro saldría más vapuleada.

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8
3 de enero de 2023
43 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
Suena el despertador, comienza un nuevo día; te levantas; si acaso, desayunas; te acicalas; coges el transporte para ir a trabajar; buenos días a esas caras conocidas, como algo automático; a veces, ni eso. Comes; llega la tarde; sales del trabajo, alguna actividad complementaria (y ni eso, en ocasiones); cenas, te duermes y vuelta a empezar.

¡Qué anodino! ¡Qué triste!. Desgraciadamente es el día a día de muchos, en esa especie de piloto automático. Ni siquiera somos conscientes de la respiración. Es algo involuntario que se hace por no morir, cuando en verdad se está muerto en vida. Los zombies existen, sí.

De repente un día te das cuenta de que el reloj se apaga, tiene fecha de caducidad. Vas a morir y tu vida se ha esfumado. ¿Qué has hecho? Absolutamente nada. Una pobre existencia y similar legado. Pero eso puede cambiar. Cada segundo, minuto, hora y día es una aventura; o puede serlo. Ese es el propósito de la vida, vivirla como venga, sin más. Aceptar los momentos anodinos y transformarlos en odiseas hacia ningún lugar en particular. Empezando, por ejemplo, por ser consciente de la respiración. Un gesto tan básico y que significa todo. Nota como entra y sale el aire de tu cuerpo y date cuenta de que estás vivo y el tiempo es relativo.

Como le ocurre a Bill Nighy en Living, remake de 'Vivir' de Akira Kurosawa, dirigido por Oliver Hermanus. Una película pesimista y vitalista por igual, que navega entre ambas orillas. La historia se desarrolla en esa Londres devastada por la II Guerra Mundial, que empieza a levantarse de entre las ruinas. Una similitud que se da en el personaje principal de la película, el cual de la aparente negatividad de la muerte, trasciende y halla el verdadero propósito de esta vida: vivirla.

La evolución de la devastación a la reconstrucción es evidente. Eso que Jacques Derrida llamaba deconstrucción. La regeneración de Bill Nighy viene, no solo por la aparente enfermedad, que paradójicamente sirve de revulsivo a una vida no vivida, sino también de aquellos que le rodean. Fundamentalmente, Aimee Lou Wood y Alex Sharp. Ellos tienen intacta esa chispa vital que también enciende la del protagonista. Sobre todo la primera, que forma una pareja deliciosa con el veterano actor.

Un intérprete por cierto, Nighy, que está sobresaliente. Transforma un personaje insulso, carente de cualquier emoción, en otro radicalmente opuesto. Alguien 'contagioso', con otro tipo de energía. Ya no tiene nada que perder y eso le da un giro a toda la obra, como se evidencia en el vagón del tren, donde sus compañeros de trabajo parecen florecer. Como ocurre con las plantas, esa vitalidad hay que regarla día a día, si no marchita.

En su banda sonora encontramos otro de los fuertes del trabajo de . Desde el principio, con la presentación de esa Londres en construcción, a un portentoso final, igual de simbólico. Aquí, música e imagen se funden en un todo casi espiritual, embriagador y reconfortante, que convierte a Living en una película para el alma y un notable punto de partida de este 2023. Un filme que va de menos a más y que deja poso con el paso de los días.

Por cierto, como apunte, no es necesario saber que se va a morir para empezar a vivir. ¡Hagámoslo ya! Esa es la única responsabilidad, con todo lo que eso conlleva.
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6
26 de junio de 2014
42 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
El séptimo arte se ha acercado en multitud de ocasiones al drama de la inmigración. Desde 'Charlot emigrante' pasando por 'The Visitor', 'Un franco 14 pesetas' o 'En América', los ejemplos cinematográficos de las dificultades y penurias que pasan los protagonistas abundan las estanterías, colecciones y carteleras de los cines. Como drama que supone abandonar la tierra que te vio nacer para buscar una nueva oportunidad en un país extranjero, no faltan los elementos característicos de este género que, en contadas ocasiones, se combinan con algún deje cómico para poner de manifiesto aquello de al mal tiempo buena cara.

No es el caso de esta película, que prescinde de cualquier elemento cómico y se echa en brazos del drama. Pero bien además, porque es un auténtico 'dramón'. Marion Cotillard -Ewe-, Joquin Phoenix -Bruno- y Jeremy Renner -Orlando- forman el trío protagonista y amoroso de una cinta pretenciosa, que intenta mostrar, entre otras cosas y sin resultados, la capacidad que tiene el ser humano de sufrir para sobrevivir.

Su portentoso arranque, con un plano inicial que recuerda ipso facto a la llegada de Vito Corleone a la propia isla en el Padrino II, se va diluyendo como un azucarillo por el farragoso y aburrido guión. El desarrollo de los acontecimientos avanza con pesada lentitud entre los bajos fondos de Nueva York, bien retratada por la magnífica fotografía de Darius Khondji, que ya ha demostrado su sobrada capacidad en otros trabajos como Seven o A Roma con amor. Un excesivo sosiego que evidencia la pérdida de interés a medida que avanza el metraje.

Los decorados, la ambientación, el maquillaje, el vestuario y, sobre todo, el talento descomunal que ofrecen, una vez más, Cotillard, Phoenix y Renner, salvan un filme que se pierde a mitad de camino hacia el éxito. La falta de empuje de Gray, más preocupado por la estética que por el contenido y que abusa de escenas desagradables e incomodas, regodeándose en las desgracias que persiguen a la joven polaca, provocan en muchas ocasiones la falta de ritmo de la película.

Una lástima de guión que, a pesar de esconder alguna que otra frase que invita a la reflexión, no está a la altura del reparto y -al César lo que es del César- los planos que abren y cierran la cinta. Secuencias de una calidad magistral que, a partir de su estreno, deben empezar a enseñarse en cualquier escuela de cine que se precie.

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4
9 de noviembre de 2016
38 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Secuela prescindible. Esa es la sensación que deja. Más si se compara, de forma inevitable, con su predecesora. Y en esa comparación, la segunda parte dirigida por Edward Zwick sale perdiendo por goleada.

No hay ninguna novedad con respecto a la primera película. Incluso en el reparto y personajes solo se produce un cambio de cromos muy desfavorable para Jack Reacher: Nunca vuelvas atrás. Muy difícil, sino imposible, superar a los Robert Duvall, Rosamund Pike, Richard Jenkins, Werner Herzog o David Oyelowo. Son valor añadido y aquí, Tom Cruise, se queda absolutamente solo. Me declaro confeso admirador de Cruise. De siempre. Pero ni su talento levantan la película que es una recopilación de muchas otras cintas del género. Ni él mismo parece con ganas.

También la cámara y el guión se resiente con el cambio Christopher McQuarrie por Edwark Zwick. El primero lograba su propósito de entretener y contar algo interesante. El segundo rueda muy videoclipero, con planos fuera de lugar, escenas de acción inverosímiles hasta para la gran pantalla, y dibuja una historia deslucida donde solo destacan cuatro frases de Cruise. El propio título, Nunca vuelvas atrás, es ya una declaración de intenciones. Y es que, a veces, es mejor dejar las cosas como están y no venderse por cuatro duros si el producto que se va ofrecer es solo un sucedáneo refrito de -mala- acción.

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