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Críticas de Sergio Berbel
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Críticas 864
Críticas ordenadas por utilidad
10
25 de septiembre de 2022
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
A los que llevamos mucho cine y series a la espalda nos alegra el mes recalar en un producto audiovisual que realmente nos zarandee y nos despierte del letargo. “In my skin”, gloriosa serie de la aún más gloriosa BBC, lo consigue con creces, porque resulta imposible salir indemne de su propuesta, de un viaje que va de la comedia al drama social más sórdido, al compromiso con los desfavorecidos, con los perdedores, con los únicos que realmente merecen atención, porque las grandes historias de la humanidad se confeccionan con los perdedores. Los triunfadores son terriblemente aburridos.

Kayleigh Llewellyn ha creado una serie que te atrapa, te seduce y finalmente te golpea sin piedad, para que entiendas que la adolescencia es la etapa más compleja de la vida, pero puede complicarse aún más si eres la hija única de un fracasado matrimonio pobre formado por una mujer con un grave trastorno bipolar que, además de su enfermedad, es acosada y maltratada por su marido, alcohólico, machista y repugnante.

Es muy difícil ser la rarita del instituto, y además lesbiana, pero casi mejor eso que volver a casa. Y, como te avergüenza tanto tu situación familiar, inventas una vida de ficción para amigos y enemigos, que te hace terminar viviendo en una mentira permanente, cada vez con las piernas más cortas.

Bethan tiene 16 años, pero la vida no ha tenido piedad con ella. Por eso tenía que ser interpretada por una joven actriz extraterrestre, como demuestra serlo Gabrielle Creevy, por la que ganó con todo merecimiento un Premio BAFTA (al igual que también lo ganó tanto la serie como el guión). La clásica e insuperable escuela de actores y actrices británicas tiene en ella una sucesora a la altura de las circunstancias, porque ella es la serie, lo sabe y la sostiene de principio a fin con una capacidad portentosa de registros.

Con algunas raíces evidentes en “Shameless”, tiene menos tono cómico pero mucho más calado. Una serie que va descaradamente de menos a más y que se va desprendiendo de la capa cómica con la que arranca para hacerse cada vez más oscura, más siniestra y, por tanto, más real, y todo ello dirigido con una maestría absolutamente insuperable.
Sergio Berbel
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4
13 de noviembre de 2021
16 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Santos criminales” es una auténtica desilusión. Sobre todo porque los nombres de David Chase y HBO merecían otro nivel pero, muy especialmente, porque el apellido Soprano requería de una precuela a la altura de las circunstancias, cosa que esta película no logra ni de lejos, rozando a ratos el desastre o el mismísimo ridículo.

Sobre todo y muy especialmente, porque adolece de un guión sin sustancia, apático, soso, tremendamente convencional, pisoteando todos los charcos de los lugares comunes del cine de gangsters y, lo que es más grave, equivocando el personaje protagonista. Porque estoy completamente convencido que ni una sola persona de las que se acercan a esta cinta esperan que todo se centre en torno a la figura del padre de Christopher Moltisanti, que no tiene peso alguno en la serie y que deja indiferente durante la extensión de su excesivo metraje por encarnar un periplo mil veces visto antes en historias iniciáticas del género mucho mejores que ésta (“Uno de los nuestros” de Martin Scorsese como culmen de lo expuesto).

Haber creado un personaje inmortal, quizás el más inmortal de la televisión, como el de Tony Soprano y no hacerlo protagonista de este film precuela es de una idiocia para analizar, pronosticar y tratar con urgencia. Y, sin embargo, incluso teniendo la suerte de poder contar con el propio hijo de James Gandolfini, Michael Gandolfini, para interpretar el personaje de su padre en la adolescencia, se acaba convirtiendo en un secundario más, desdibujado y fuera de foco, sin que el espectador pueda entender cómo ello ha sido posible.

Pero existe un error aún más garrafal, y es que la historia la narre una voz en off (sí, lo sé, la sombra de Martin Scorsese es demasiado alargada y evidente) un Christopher Moltisanti desde la tumba y explicando con todo lujo de detalles cómo y por quién se produjo su muerte genera uno de los spoilers más lamentables e innecesarios que haya contemplado nunca. La torpeza se eleva al cuadrado en este caso.

La dirección rutinaria de Alan Taylor no aporta absolutamente nada a la narración, sostenida por un elenco de actores con el piloto automático puesto en el que es difícil destacar a ninguno. Un chasco con todas las de la ley para contar una historia de gentes fuera de la ley.
Sergio Berbel
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9
15 de septiembre de 2023
14 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Reality” es la más que interesante ópera prima de la norteamericana Tina Satter. Y lo es porque acierta en el tema elegido para ello, en el tono estrictamente documental que utiliza y en la sabiduría que demuestra entregando el film a la interpretación de la cada vez más maravillosa actriz Sydney Sweeney, que eleva todo en lo que participa y que aquí nos lega su mejor interpretación.

Porque “Reality” no quiere que el espectador olvide en ningún momento que estamos ante hechos reales, es más, que nos encontramos ante la transcripción exacta en imágenes de la grabación de audio llevada a cabo por el FBI. De manera recurrente, Tina Satter lo va recordando a lo largo de un metraje maravillosamente escueto (mil gracias, Tina, por demostrar que 80 minutos son más que suficientes para desarrollar una historia electrizante, lejos de los modernos e insostenibles metrajes alargados de la mayoría de las producciones actuales).

Y con ese tono absolutamente documental, pero magníficamente fotografiado por Paul Yee, se nos cuenta la historia de Reality Winner, una joven de 25 años acusada de revelación de secretos oficiales que probaban la conexión directa de la elección de Trump como Presidente con la manipulación habida a su favor por parte de la Rusia de su amigo Putin.

Reality había trabajado para el ejército de los USA como traductora de los distintos idiomas hablados en Afganistán y ello le había acabado permitiendo tener acceso a documentos clasificados. Su indignación como norteamericana hizo el resto. Pero, en esta cinta, los hechos son lo de menos, porque lo importante es ese duelo totalmente dialéctico que se sostiene a lo largo de todo el film entre Reality y dos agentes del FBI que la interrogan en su propia casa mientras que se produce el registro de la misma.

Pura tensión dialéctica que va “in crescendo” y que va captando la atención del espectador de forma paulatina, gracias sobre todo a la lección magistral interpretativa de Sydney Sweeney que se come la cámara de principio a final del film.
Sergio Berbel
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7
27 de octubre de 2022
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo primero que hay que hacer es reconocer la valentía que derrocha Deakla Keydar con la serie “La lección”. Hay que ser incluso temerario para crear una producción televisiva en Israel denunciando el odio profundo y enquistado de la población judía contra el pueblo palestino, las posiciones fascistas de sus alas más ultraderechistas que han logrado inculcar a la juventud un odio heredado contra Palestina y un racismo intolerable e irracional en un pueblo que de por sí siempre fue el perseguido y que ahora se ha convertido en el perseguidor.

Y, lo más meritorio de todo, es que lo hace a través de una historia que se desarrolla alrededor de un instituto, a partir de un conflicto entre un profesor de Educación Cívica progresista y activista por la convivencia entre judíos y árabes y una chica ultraderechista radicalizada que propugna la expulsión de los árabes de la piscina municipal.

A partir de ahí, el conflicto se desarrolla y va creciendo, pasando del instituto a la ciudad, de ésta a los medios de comunicación y de aquí a convertirse en un problema político. El problema de la serie es que, en ese periplo, va de más a menos y todo lo que resultaba apasionante como conflicto en el aula se va disolviendo un tanto en algunos lugares comunes de la cinematografía sobre el tema. A pesar de ello, no deja de ser un honesto acercamiento al punto conflictivo más caliente del planeta y un grito contra la política que Israel está perpetrando contra el pueblo palestino.
Sergio Berbel
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10
6 de mayo de 2021
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algún día se hará justicia y se colocará a Sergio Leone en el mismo pedestal en el que reinan para siempre Alfred Hitchcock o Billy Wilder. Sergio Leone es uno de los mejores directores de la historia del cine, y posiblemente el más personal de todos ellos (y estoy reflexionando lo que estoy afirmando sin rubor, no es fruto de un calentón). Es el hijo más preclaro de ese fenómeno-milagro que tuvo lugar en los años 70, la mejor década del cine para quien suscribe estas líneas, en los que la industria del cine decidió madurar (le duró lo que tardaron en llegar los monstruitos de los 80) y facturó las mejores películas de la historia.

Fueron los años donde el cine tocó techo de la mano de Francis Ford Coppola, Arthur Penn, Stanley Kubrick, Sydney Pollack, Peter Bogdanovich, Martin Scorsese, Bernardo Bertolucci, Woody Allen, Roman Polanski, Michael Cimino, George Roy Hill, Bob Fosse, Milos Forman... y Sergio Leone, quizás compendio de la experimentación habida por parte de todos ellos, que culmina en 1984 en la mejor expresión cinematográfica que haya visto en todos los días de mi vida. Y es que, para mí, y esto es algo muy personal pero parece que no tan exótico como pareciere a simple vista porque somos legión, “Érase una vez en América” es la mejor película de la historia del cine.

Sergio Leone culminó con ella su lenguaje propio, único, personal, intransferible, reconocible en cada plano como quizás nadie haya logrado a esa altura poética, tensa y magnética. Y “Érase una vez en América” es su obra maestra, la traslación al cine mafioso de todos los códigos de la sublimación poética del cine a través del perfeccionamiento minucioso y detallista de su genialmente sudoroso spaghetti-western, dejando para mí la cima del Séptimo Arte.

En ésta, su obra maestra por encima de todas las demás a años luz, incluso supera los códigos personalísimos que bordara en “Hasta que llegó su hora”. El uso de los tiempos congelados, primerísimos planos de más de un minuto, el juego permanente con el sonido (anulando conversaciones con la música o prolongando sonidos en el tiempo hasta la irritación maravillosamente insoportable del espectador, como esa escena en la que un teléfono suena durante 3 minutos ininterrumpidamente, similar al sonido del molino de viento de la estación en “Hasta que llegó su hora”), la poesía en cada plano y el uso de los saltos temporales como hilo narrativo explicativo, los reflejos en todos los espejos de Robert De Niro y sus miradas… Todo lo que hace Leone a Leone alcanza la perfección sublime en “Érase una vez en América”.

Y Ennio Morricone, claro. Porque esta película no existiría ni sería para mí la mejor jamás habida sin su música. Y es que este film sería la mitad de lo que es sin Morricone. El mejor compositor musical de la historia del cine hace su mejor partitura para esta cinta, o sea, que estamos ante la mejor banda sonora de la historia del cine y “Deborah´s Theme”, para mí, el mejor tema que se haya compuesto jamás para una película. No se podría entender a Leone sin Morricone. Forman un pack absoluto y la gloria solo se puede alcanzar cuando están juntos.

Esta maravillosa historia iniciática de unos aprendices de gangsters desde su infancia hasta su ancianidad es un orgasmo cinéfilo de principio a fin de sus 4 horas de metraje. Ese tono melancólico con lo el que está narrado todo a través de tres momentos temporales diferentes que nunca se estorban sino que, todo lo contrario, se complementan y explican unos en otros y unos sobre otros, es la cima de la narración cinematográfica. Y la genialidad de pintar de necesaria tristeza esta historia de amistad y violencia es de una dimensión imposible de alcanzar para nadie que no fuera Sergio Leone.

De entre sus tres líneas temporales narrativas, personalmente, me quedo con la de la infancia de sus protagonistas, por ser la más emotiva, mejor trazada y más delicada de todas ellas. Además de contener la mejor de todas sus escenas y una de las más grandes de la historia del cine, que es el espiado baile de Deborah en la trastienda, momento en el que el Séptimo Arte toca techo.

Y todo ello debidamente fundado en las mejores interpretaciones de su vida en el caso de Robert De Niro y de James Woods. Pero, hablando de actores y actrices (todos ellos igualmente sublimes) yo no puedo dejar de destacar por encima de todos y de todo a Jennifer Connelly, porque su personaje no debe salir más de 15 minutos en una cinta de 4 horas, pero es la dueña y señora de la función cuando se trataba entonces de una actriz aún menor de edad. El personaje de Deborah que construye te acompaña para el resto de tu vida, porque es imposible no caer a sus pies en un espectáculo interpretativo insuperable e inigualable por los siglos de los siglos, a la altura del de la también infante Natalie Portman de “Beautiful Girls” de Ted Demme.
Sergio Berbel
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