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España España · Sevilla
Críticas de Talibán
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Críticas 125
Críticas ordenadas por utilidad
7
5 de mayo de 2023
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si tuviera que escoger un solo cuento de Borges no sabría decantarme entre “El milagro secreto” o “Los Teólogos”. Quizás el primero, que explica la quintaesencia del fracaso borgiano del que trae causa su éxito, o al revés, y el que lo haya leído lo entenderá (lamento la pedantería, pero no quiero extenderme mucho, este no es un texto sobre Borges). O quizás el segundo, que culmina con el párrafo más pasmoso de toda la Literatura universal (lamento la pretenciosidad, pero este es un texto sobre Godard).

Es en “Los Teólogos” donde se recoge una frase que me ha fascinado desde que la leí: al presenciar la muerte de su mayor enemigo, el protagonista “…sintió lo que sentía un hombre curado de una enfermedad incurable, que ya fuera parte de su vida.” El cine, por desgracia, nunca se curará de Godard. Sin embargo, es cierto que personalmente debo decir que mi vida como amante del cine es parte importante de mi vida como persona, y Godard ha sido parte de esa vida.

La suprema idiotez de “Lenny contra Alphaville”, la falsa originalidad de “Dos o tres cosas que sé sobre ella”, el encefalograma plano de “La Chinoise”, el caos sin gracia de “Pierrot el Loco”, que es verdad que anticipa la posmodernidad, algo tan importante como poner en valor que una película sea un adelanto de los reality, las tonterías metacinematográficas de “Banda aparte”, el esnobismo de salón de “Week End” y “Une femme est un femme”, todo ello bien encubierto por Raoul Coutard, no hacían sino esconder una verdadera falta de imaginación visual, de construcción ideológica real y, en resumen, de talento cinematógráfico. En cuanto Coutard se esfuma, a partir de 1968, se esfuma parte de la cortina que protegía a Godard. Si todo lo que digo es verdad dirán que es sorprendente que la modernidad haya seguido a Godard; no, es exactamente lo contrario: es lógico. La modernidad cinematográfica es mucho más arcaica que el clasicismo, porque la auténtica modernidad no tiene nada que ver con la forma de contar una historia, a pesar de lo que diga la crítica, que sigue pensando que la manera clásica de narrar es la acuñada en la novela del Siglo XIX, sino con la forma de construir una imagen.

La obra de Godard es un monumento casi total al anticine. Digo “casi” porque hay dos películas que salvaría, quizás no de un diluvio, pero acaso de una tormenta de verano. Una es “Vivir su vida”. Visualmente, “Vivir su vida” está en línea con el resto de las películas en blanco y negro que filmó Godard en los sesenta, basadas en la iluminación natural, dominadas por tonos grisáceos y depresivos, aunque en ella se va más allá del habitual artificio godardesco y de la frivolidad godardiana.

La otra es la que comento aquí. En “El desprecio” sí veo cine. Al contrario que en el resto de sus películas en color de los sesenta, que configura un universo pop de tonos pastel entre paródico y discursivo, en “El desprecio” Godard se olvida de Mondrian y se inclina por la luz natural, el color natural, la belleza natural. El esplendor de la villa Malaparte inserta en el acantilado, la música de Delerue acompañando la mirada de la Bardot o Fritz Lang hablando de los mitos griegos, se reivindican por sí mismos, más allá de toda farsa pseudocinemática.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Talibán
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7
1 de diciembre de 2011
16 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
"- El éxito de un método es su resultado.

- El FLN pide a sus miembros que guarden silencio durante 24 horas tras la captura. Ese tiempo es el que necesitan para que la información sea inútil para nosotros. ¿Qué forma de interrogatorio debemos adoptar? ¿El procedimiento judicial que tarda meses para una simple falta?

- ¿El problema es evitar la ilegalidad? No, el problema es éste: El FLN quiere echarnos de Argelia y nosotros queremos quedarnos. Y todos ustedes, incluidos los comunistas, están de acuerdo en eso.

- Somos soldados, nuestro deber es ganar. Los que nos llaman fascistas olvidan que muchos de nosotros estuvimos en la Resistencia. Los que nos llaman nazis no saben que algunos hemos sobrevivido a Dachau o Buchenwald.

- Y ahora yo tengo una pregunta para ustedes: ¿Debe Francia permanecer en Argelia?"
Talibán
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8
2 de octubre de 2013
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Varios consejos previos si se deciden a echarle un vistazo a “Brilla, brilla, estrella mía” (1): olviden el contexto temporal de esta película; obvien su visión oficialista de la Revolución; no traten de analizar si esconde una alegoría sobre la Unión Soviética de 1969; no la interpreten, en suma. Tampoco busquen imitaciones de Tarkovski, ni rituales campesinos, ni incorrección ideológica. Limítense a algo tan sencillo como verla. Les apuesto mi (irrenunciable) tilde de Talibán a que tardan no más de cinco minutos en quedar atrapados por su historia, como uno se deja llevar por las canciones simples y hermosas:

"¡Brilla, brilla, estrella mía!
¡Brilla, mi cariñosa estrella!
Eres tú la única a la que quiero
Y como tú nunca habrá otra."

Esta película la vi hace un cuarto de siglo dentro de una retrospectiva de cine soviético en un modesto festival que ya no existe. Qué satisfacción produce encontrar que lo que a uno le entusiasmó cuando era jovencito le sigue gustando de mayorcito. Provoca una dulce nostalgia, y en cambio comprobar que no era para tanto da lugar a una clase melancolía bastante especial, ya saben, esa amargura disfrazada de ironía, y lo que es peor, de sabiduría. ¡Aún se mueve lo que una vez vibró con pasión!:

"¡Oh, bendita estrella de la esperanza,
Estrella del amor en los días mágicos!
Permanecerás eternamente
En lo más profundo de mi alma."

Verán a la campesina Krysya haciendo de Juana de Arco. Verán a un pintor sin nombre que no habla pero convierte en arte cualquier objeto que toca porque es incapaz de hacer nada que no sea arte (por cierto, maravillosas las pinturas que nos regalan el gran animador ruso Nikolai Serebryakov y su esposa Alina Speshneva). Verán también traidores, discursos y batallas. Verán una fábula convertida en película, en la película más fácil de ver que puedan imaginar. Verán la lujuria por la vida que provoca la ingenuidad:

"¡Con la fuerza celestial de tu luz
Mi vida entera se ilumina!"

Y sobre todo verán a Iskremas, el protagonista, que ríe y llora leyendo a Shakespeare. ¡Que ríe y llora leyendo a Shakespeare! ¡Dios, si ése es el auténtico tema de “Brilla, brilla, estrella mía”: Shakespeare escribió para hacernos reír y llorar! Vean esta película rusa dispuestos a reír:

"Si la noche cae sobre la tierra
Y llena de estrellas el cielo
Serás tú, mi maravilloso astro,
El que me regale su luminosa sonrisa"
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Talibán
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6
14 de mayo de 2013
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dice el director en los extras del DVD que necesitaron un “asesor católico” para esta película. ¿No es asombroso? ¿O lo asombroso es que me asombre? Digamos que ese comentario indica el sentido que tiene esta curiosa versión de “Retorno a Brideshead”.

Hay más pistas en los comentarios del equipo técnico. Jeremy Brock, el segundo guionista, desvela que en el tratamiento realizado por el escritor Andrew Davis se traza una estructura dramática sustentada por un triángulo amoroso –el protagonista Charles Ryder y los hermanos Julia y Sebastian Flyte- y un tema básico que articula todo el discurso: la incapacidad de amar de la familia Flyte provocada por su fidelidad al catolicismo materno.

Asombroso, como digo, teniendo en cuenta que todo esto procede de “Retorno a Brideshead”. Pero no totalmente descartable. Antes que nada, me temo –sí, lo lamento, pasen a otra crítica- que voy a referirme a la novela.

“Retorno a Brideshead” describe – a través de personajes ficticios pero de inspiración más o menos reconocible- el tortuoso periplo que llevó a Evelyn Waugh desde el agnosticismo hasta el catolicismo. El gran éxito de la famosa serie de Granada TV radicó en soslayar esta materia medular centrándose en las residuales, tremendamente atractivas: el retrato de las clases altas inglesas, su decadencia, la pulcritud de la reconstrucción de época, la descripción de un personaje –Sebastian Flyte- y un entorno –el fascinante Castle Howard- y el inevitable tono nostálgico de una forma de vida, todo lo cual consideramos exigible a las series inglesas.

Davis –porque parece que es él el responsable de esta mutación- construye un relato en el que “el factor contemporáneo se alcanza describiendo hasta qué punto las distintas sensibilidades religiosas separan a las personas en el mundo de hoy”. Allí donde Waugh, según el prefacio a su propio libro, nos descubre una serie de personajes que no pueden escapar a la Gracia de Dios –sí, también es asombroso- Andrew Davis muestra la mano inflexible del catolicismo inglés y sus trágicos efectos sobre las relaciones personales. Ha cambiado por completo el sentido a la novela. Digamos que, por usar un término aceptado, la ha traicionado.

Más allá de la evidente majadería de su declaración de intenciones, opino que la decisión de Andrew Davis ha hecho inteligible la historia para el público. Una vez que se ha pagado a los herederos, no hay deuda moral con una novela y nos toca valorar libremente los resultados.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Talibán
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7
29 de marzo de 2010
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
A pesar de ser una adaptación muy fiel que respeta el 90% del verso original, lo último que yo recomendaría con este “Romeo y Julieta” es verlo como una versión de la obra de Shakespeare. Fácilmente se puede concluir que es un fracaso; si comparamos el aspecto actoral con la película de Zeffirelli (1968), vemos que allí el manejo interpretativo es abrumador, fresco, lleno de imaginación dramática y, sobre todo, de pura y coral interactuación escénica; aquí es casi siempre convencional, encorsetado, recitativo y carente de ambición. Sin llegar a la pobreza de la versión de Cukor (1936), desde luego. Los amantes de Verona sumaban entre ambos 28 años; Zeffirelli se acerca a la cifra (35 años) y eso se nota, es la versión de mayor lozanía; el intento de Castellani se queda más lejos (46 años entre Laurence Harvey y Susan Shental) y el de Cukor (77 años para Leslie Howard más Norma Shearer) es decididamente rancio y polvoriento.

Leo las críticas inglesas de la época y la indignación me parece justificada. Castellani ha eliminado el discurso de Mercutio sobre la Reina Mab, uno de los mejores textos del teatro universal que recibió un hermoso tratamiento en la versión de Zeffirelli. Ha convertido a Fray Lorenzo en una especie de zoquete bienintencionado, con el agravante de cambiarle el sentido a su maquiavélico monólogo de presentación. Y ha prescindido del uso de actores shakespearianos en los roles más importantes, con la excepción de Flora Robson y una breve introducción de John Gielgud. Es culpable de todos esos cargos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Talibán
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