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España España · Madrid
Críticas de Luth
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Críticas 125
Críticas ordenadas por utilidad
4
3 de agosto de 2021
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Approaching the unknown, Rumbo a lo desconocido, película estadounidense de 2016 de Mark Elijah Rosenberg, que al año siguiente hizo una miniserie para televisión titulada El mundo del futuro. Poco bagaje para opinar adecuadamente de este director aunque tampoco motiva mucho hacer un seguimiento, vista la poca eficacia de Rumbo a lo desconocido.

La película parte de una premisa básica muy simple, poco original pero siempre atractiva a priori, un viaje espacial en condiciones extremadamente precarias, supuestamente realista, donde se narra el durísimo sufrimiento del único protagonista, el astronauta Stanaforth en su épico viaje por ser el primer ser humano que pisa el planeta Marte.
Empezamos mal en el planteamiento argumental. No parece muy sensato y no hace falta ser un experto en psicología para darse cuenta que enviar un solo ser humano en unas condiciones tan extremas puede resultar inviable para la salud mental del astronauta. Nueve meses de viaje en absoluta soledad, tan solo con las comunicaciones esporádicas con Houston y otra astronauta, interpretada por Sanaa Lathan que va en otra nave, no se sabe muy bien a dónde.

Mark Strong interpreta a Stanaforth en una historia que realmente se centra en reflexionar precisamente en la soledad lo cual tampoco tiene mayor alcance. Es evidente que hasta los mayores sociópatas o simples solitarios empedernidos terminan acabados mentalmente cuando se someten mucho tiempo a un completo aislamiento. El ser humano es sociable por naturaleza. Es demasiado previsible que todo acabará mal.

Y es en este error espontáneo del propio guion donde encontramos una metedura de pata monumental en el visionado de esa cinta en Netflix: en la imagen de presentación de la película aparece el astronauta caminando tan pancho por Marte, es decir, te hacen un spoiler cruel y torpe de cómo acabará la película cuando, justamente, el único misterio del duro viaje del protagonista es saber si conseguirá o no su misión.

Siendo muy generosos, aceptaremos que Stanaforth ha inventado una máquina que es capaz de sacar agua de la tierra con las obvias ventajas que algo así supondría para la colonización planetaria. No parece muy verosímil pero haremos la vista gorda de momento.
Otro problema es que Stanaforth tiene decidido que vivirá para siempre en Marte, una vez llegue. Al parecer está decepcionado y aburrido de la propia vida (en la Tierra). También, supuestamente, se ha enviado previamente a Marte los recursos necesarios para su supervivencia, unido a su "invento". No se entiende por qué razón la humanidad enviaría a un hombre en esas condiciones por muy pionero que sea, gastando una millonada en todo este bizarro proyecto.

Lo único que quizá salve cinematográficamente la película es la propia reflexión sobre la soledad y el proceso de desesperación ante la frustración, cuáles son los límites mentales del ser humano ante un destino fatal, su capacidad por sobrevivir. Mejor, no veamos más allá de estas premisas argumentales si no queremos sentirnos desplazados por las incoherencias antes narradas.

El ritmo narrativo es lentísimo, no pasa apenas nada en toda la película y todo, absolutamente todo se centra en el trabajo de Mark Strong.
Luth
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8
29 de julio de 2021
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A finales del siglo XIV el escritor y poeta inglés Geoffrey Chaucer escribió Los cuentos de Canterbury, colección de veinticuatro cuentos, casi todos en verso aunque hay alguno también en prosa. Pasolini se inspira en estos cuentos para filmar I racconti di Canterbury en 1972 pero, muy típico de él, los toma prestados para crear otra cosa, llena de sus ideas y obsesiones habituales.

La película, por tanto, es una sucesión, sin hilo conductor en la narración, de algunos de esos cuentos de Chaucer. Curiosamente el propio Pasolini interpreta al escritor que tiene diversas apariciones a lo largo del metraje, normalmente aportando alguna información extra a lo narrado.

Las historias breves tienen poco en común entre sí argumentalmente aunque casi todas tienen el sexo como motor de acción de las pulsiones humanas por encima del resto de motivos que pueda dar la vida: la codicia, el honor, el propio amor, la religión, las clases sociales, los complejos, la envidia...

Y es que Los cuentos de Canterbury son ante todo una exploración de lo que es el ser humano, la sociedad y la vida desde la curiosidad (¿ingenua?) de Pasolini.

Los desnudos sin tapujos, las miradas limpias de muchos personajes contrastadas con las corrompidas por la avaricia, el rencor y otros anhelos menos edificantes en otros tantos personajes son la síntesis de la reflexión del cineasta italiano.

En este acercamiento a la sexualidad, Pasolini muestra interés en mostrar, como si fuera un compendio divulgativo o pedagógico, todo tipo de técnicas, posturas, etc sobre el mundo de la sexualidad, voyerismo, masturbación, deseo visual, manual, sadomasoquismo, fetichismo, adulterio, juegos en definitiva.

Conociendo su talento, el aparente "desaliño" en el montaje del film, en su ritmo y asimetría de planos y tiempos, nos parece una licencia de director que parece recrearse en lo que está contando. Como si disfrutara pensando en los espectadores pacatos, políticamente correctos e hipócritas que rechazarán el espectáculo de desnudos, sexo y escenografías radiantes de colorido, en la irreverencia sin sutilezas ni maquillaje, en el "bofetón" que Pasolini le da a la Iglesia Católica con la que tenía cuentas pendientes, como es bien sabido.

No podemos obviar la importancia de lo inglés en toda la película. Rostros setenteros de rubios y pelirrojos británicos, con ojos claros, piel blanca y pecas, de paisajes de campiña inglesa, cánticos, casas medievales y otros detalles culturales en una aparente Edad Media con toques de fantasía , renacentismo anacrónico y humor pícaro, incluso tosco a veces.

Los cuentos de Canterbury no son en absoluto lo mejor del genio boloñés pero forman parte indiscutible de su obra y pueden resultar estimulantes de ver despojando previamente nuestra mente de prejuicios morales y cinematográficos.

Muy recomendable.
Luth
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6
9 de julio de 2021
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La palabra "rubia" la asociamos culturalmente a elementos y personas concretas que se nos han ido introduciendo en el subconsciente colectivo e individual. Una morena y una rubia, decía la archifamosa zarzuela La verbena de la paloma. Para los que tengan una determinada edad, una rubia era una peseta, o un tipo de cerveza, etc.
Para los cinéfilos la rubia por antonomasia siempre será Marilyn Monroe (con permiso de otras ilustres actrices de idéntico tono de cabello, alguna princesa de Mónaco incluida) pero también es una palabra que asociamos a Alfred Hitchcock.

La leyenda del carismático y peculiar director británico tiene una serie de palabras fetiche que jalonan su mística y la imagen que tenemos de su persona y su cine. Una de ellas es, desde luego, la palabra rubia.

En The Lodger (el inquilino), aderezado en el título original con "un historia en la niebla de Londres" la disfrutamos en España como El enemigo de las rubias.
No podía faltar la palabra en cuestión en alguna de sus películas aunque se trate de un añadido bastante arbitrario. Tenía que pasar.

Película muda de 1927 (yo solo conozco la versión con música añadida), se trata de una historia interesante protagonizada por Ivor Novello, Marie Ault, Arthur Chesney, June, Malcolm Keen, Eve Gray y Reginald Gardiner. Adaptación de la novela de Marie Belloc, escrita catorce años antes y con evidente relación en el siniestro personaje de Jack el destripador.

Para quien solo conozca el cine más famoso de Hitchcock, sus grandes "hits" de toda la vida, El enemigo de las rubias y me atrevería a decir que casi todas las obras de sus inicios, puede resultar una sorpresa inesperada. No sería el tipo de película que el Gran público esperaría del maestro del suspense.
Sin embargo, en cuanto se profundice un poco en su trama, estructura narrativa, estilo y condicionantes argumentales, es evidente la relación que The lodger tiene con la obra posterior de Hitchcock.

Crimenes, suspense, misterio, atmósfera "cargada" son elementos que nos resultan muy familiares, muy característicos del genio londinense.

La película, con sus limitaciones, es muy agradable de ver.
Es recomendable, especialmente para los incondicionales del maestro que no conozcan bien sus primeros pinitos en este arte.
Luth
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3
13 de junio de 2021
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El título de cualquier obra artística es importante. No estoy descubriendo nada nuevo. Por eso me planteo por qué Jonathan Helpert decide llamar Io a esta película. Y no veo lógica ninguna, la verdad.
El argumento de esta cinta nos dice que la humanidad, en un futuro que presuponemos algo lejano (ya se puede viajar por el Espacio con la suficiente velocidad y seguridad como para llegar al menos a algún planeta a unos años-luz o construir estupendas colonias espaciales orbitando, por ejemplo, Io) ha masacrado la Tierra de tal modo que la vida ya no es posible en hábitats naturales y, por tanto, hay que emigrar a otro sitio.
Se decide ir a Io. Ahí lo dejo. Y da título a la peli. Yo me pregunto si no habrá lugares en el Sistema Solar más interesantes en caso de catástrofe ambiental, Marte, las nubes de Venus, Europa, Ganímedes, etc. Por si fuera poco, ni siquiera Io será el destino soñado. En fin, todo muy absurdo.

Distopía post-apocalíptica, futuro, naves espaciales y el satélite joviano Io. Parece ser que estos ingredientes automáticamente generan una película de ciencia ficción. Pues en mi modesta opinión no es así. El argumento se centra en prácticamente los dos personajes protagonistas (en total hay cuatro pero quedan muy lejos de estos dos en importancia), la chica que se dedica a la Ciencia al igual que su padre (Margaret Qualley) y el hombre que llega en un globo aerostático (Anthony Mackie). Con un ritmo narrativo lentísimo, vamos descubriendo la personalidad de los protagonistas, sus anhelos y el problema de fondo ya mencionado, la supervivencia en un planeta moribundo.
Drama intimista, por tanto. No hay nada malo en ello. El problema es el aburrimiento. La historia está horriblemente mal contada, los personajes no enganchan, sobre todo el de Mackie es insulso. No puede funcionar una película que se basa en personas si no generan empatía. Nos da exactamente igual si se salvan o mueren al final. Por si fuera poco, no hay ninguna emoción, ni épica, ni diálogos brillantes ni nada de nada.
La austeridad de la puesta en escena parece más una carencia presupuestaria que algo con intención artística. Vemos tecnología obsoleta hoy en día usada por estos humanos de dentro de unos siglos.
Tampoco se entiende bien el paisaje o el medioambiente. Vemos una Tierra prácticamente "normal" a pesar de que supuestamente todo es tóxico e insufrible. Se nos dice que van a ir a Próxima Centauri como sustituto. ¿De verdad no sería más factible tratar de arreglar esta Tierra que irse a un planeta que difícilmente pueda ser más apto para la vida humana? Se supone además que deberían tener una tecnología más avanzada que la actual para intentarlo.
Podría seguir con los numerosos desatinos y contradicciones de la película o incluso escarbar para encontrar algún detalle interesante pero lo veo innecesario, tras lo ya analizado.

No recomiendo Io.
Luth
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6
6 de mayo de 2021
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Si uno viese Agente 007 contra el Dr. No (película británica de 1962 firmada por Terence Young) sin relación ni contexto cinematográfico con la archifamosa saga de James Bond, el mundo y cultura de los agentes secretos de novela (en este caso, adaptación de un trabajo de Ian Fleming) y todo lo que esto conlleva, seguramente esta cinta resultaría "démodé", muy anticuada en formas, valores y estilo.
Pero el cine no podemos ni debemos verlo así. Cada película es hija de su tiempo salvo que se narren hechos o se describan situaciones atemporales, simbólicas o intelectuales.
"Dr. No" pertenece a su momento, fue válida y exitosa porque aportaba algo. Y ese algo permanece en la cultura, de ahí que la saga de 007 haya durado hasta nuestros días, actualizando el "software" en cada película para que no quede anacrónico.
Visto hoy en día, el personaje al que da vida un joven (que no jovenzuelo) Sean Connery resulta chulesco, misógino y hasta aborrecible en muchos aspectos. Molesta la facilidad con que se desembaraza de situaciones de peligro aparentemente irresolubles y el tono snob, de supuesta elegancia que se pretende estilosa.
Pero, insisto, esto era aceptado en su momento y lo ha sido durante largo tiempo. Compárese, si no, el agente de hoy en día, cuyas riendas ha cogido Daniel Craig, adaptado a nuestros valores sociales actuales.

Tampoco resulta motivador el aspecto del villano de turno, personaje estereotipado, poco creíble y que no da ningún miedo pero que era absolutamente coherente en los años '60 y posteriores.

No podemos tampoco dejar de mencionar el papel de Ursula Andress que sobresalió mucho más allá de lo que realmente era su imagen como simple acompañante del galán oficial, típica chica bellísima y sexy que complementa la rudeza de 007.
El acierto, inesperado, de su mítico bikini blanco (con cuchillo incorporado) es sin duda uno de los momentos más recordados de la historia del Cine. Todo el mundo lo recuerda como una de las imágenes icónicas más sugerentes jamás vistas como referente de atracción sexual. Ni que decir tiene que la Andress pasó directamente a convertirse en mito erótico para siempre de millones de fans. Algo tan sencillo como un bikini rodeado del maravilloso entorno jamaicano y el tipazo brutal de la actriz suiza tuvieron un rédito que cualquier sociólogo tendría problemas para explicar.
En mi opinión es mucho más valorable la escena en que descontaminan a Connery y Ursula Andress por su tremenda audacia. En aquella época era muy osado mostrar en una película para el gran público, aunque se disimulara con sombras y otros trucos, un desnudo integral frontal. La escena es muy breve y durante décadas no había ni siquiera tecnología de vídeo o manipulación de imágenes para "capturar" tal desnudo. Pero hoy en día sí puede disfrutarse si alguien tiene tal capricho.

En resumen, el paso del tiempo ha sido cruel con esta cinta pero no olvidemos que fue la primera de una saga mítica de películas y eso le confiere un estatus único.
Si se pretende valorar lo que es bastante más que un simple fenómeno cultural, no puede ningunearse el origen, de dónde partió todo.
Luth
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