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España España · Salamanca
Críticas de La Maga
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Críticas 190
Críticas ordenadas por utilidad
7
30 de diciembre de 2006
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para superar los resultados logrados por Solas, su opera prima, Benito Zambrano debía buscar otra temática, otro entorno, y así de paso, demostrar que su esperanzador debut no había sido una casualidad. Lo hizo de maravilla con la TV-movie Padre Coraje, donde Juan Diego, uno de nuestros máximos representantes – según Javier Bardem, el mejor actor de este país – realizaba un alarde de interpretación. Ahora, tal vez por sus años de estudiante de guión y dirección en la Escuela de San Antonio de los Baños, dedica este bello blues a Cuba, ese símbolo viviente al que casi nadie parecía haber sabido acercarse.

Con la música como hilo conductor (Tribal, Telmary, Escape, Free Hole Negro, Tierra Verde…), reflejando el bagaje underground que se cuece bajo teatros semiderruidos, garajes destartalados y estudios caseros, Habana Blues se va colando poco a poco en las venas gracias a un combinado de notas: el retrato de una amistad destinada a la separación, las dificultades de una familia para sobrevivir en una isla a la que simultáneamente se ama y odia, y la estrecha franja que separa el arte puro del arte acomodado, ese que se rinde a la explotación comercial, en este caso, por motivos de sobra comprensibles.

Una sólida estructura y un apego desacostumbrado por la búsqueda de la verdad a través de los diálogos de sus actores, siempre que se pueda, desconocidos, se confirman como las señas de identidad de un creador valiente, original y español. En contra, un necesario pulido de la cámara, pues Habana blues se resiente de la calidad desigual de sus secuencias, el uso desafortunado y excesivo de algunas actuaciones musicales, y la falta de conexión con los exteriores - una mezcla agridulce de semidocumental y postal publicitaria del turismo más caliente -.

Benito Zambrano canta a Cuba con lágrimas en los ojos, venera a sus protagonistas con el cariño de una abuela y contempla el horizonte con la sabiduría aprendida del buen viajero, aquel que siente su patria en todos los rincones del mundo. Es en los detalles (el uso doméstico del teléfono, una cena entre amigos, una canción bien dirigida…) donde se acaricia el esplendor de un director, de su estilo y su futuro destino. El de Zambrano anuncia el asentamiento inmediato de un creador cosmopolita y universal. Su blues, del que alguien dijo una vez que asemejaba el llanto de un niño no nacido y el llanto por un amor pasado, rebosa vitalidad, energía, tremendas ganas por prosperar sea cual sea el obstáculo, sean cuales sean las condiciones.
La Maga
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8
27 de diciembre de 2006
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
A primera vista, El aviador parece alejado de las constantes de Martin Scorsese, o sea, de la pura violencia gratuita, pero sólo a primera vista. Con esta libre biografía, Howard Hughes, a pesar de haber pertenecido al mundo real, pasa a formar parte del imaginario colectivo del último gran cineasta clásico. Scorsese encara una de sus mayores fobias (los aviones) y se centra en tres décadas para retratar a una de las personalidades más interesantes de nuestro pasado siglo. Con el rigor y la sobriedad que le caracterizan, encandila nuestras miradas (un Hollywood dorado fielmente diseñado por Dante Ferretti). Su maestría narrativa sigue al servicio de la montadora que más escuela ha creado, Thelma Schoonmaker, y prueba fehaciente de ello es el dinamismo que conllevan sus 166 minutos. Tras 15 versiones del guión a cargo de John Logan – añorado Paul Schrader, su colaborador habitual -, lo que quizás más se resiente, teniendo en cuenta su filmografía, es la música compuesta por Howard Shore (sólo reseñable en el pasaje final del Spruce Goose), la presencia escasa y desdibujada de algunos secundarios (Alec Baldwin y John C. Reilly), y cierta docilidad y desaparición en la autoría, tal vez por aquello de alejarse de su querida Little Italy y caminar en tierras ajenas.
Como reputado historiador de cine, Scorsese hace gala de sus virtudes componiendo una imagen certera y cercana de la gran Katherine Hepburn (gran Cate Blanchett), y en suma, una bella historia de amor entre identidades complejas y geniales – ofrecer una botella de leche es la mayor declaración de amor de un Leonardo DiCaprio que, por otra parte, añade un papel más de calidad a su ya de por sí dilatada carrera -. Por lo demás, un mundo de inconfundible marca, un viaje hacia una habitación vacía, no tan experimental como Ciudadano Kane, pero igual de sincero. Un nuevo paso estilístico de caóticos y precipitados, aunque más sosegados, movimientos de cámara, cine de despellejamiento, o lo que es lo mismo, la disección de una agitadora personalidad sometida a adversidades, cuya incontrolable energía y ambición acabó por traducirse en compulsiones de consecuencias autodestructivas y amistades solamente laborables. El masoquismo, o la dialéctica de la obsesión por el sufrimiento redentor; el concepto trivialmente moderno y eminentemente laico del aceptarse a sí mismo; prohibiciones y flashes cuya infracción puede acarrear la amenaza y el olvido públicos; la proyección exacerbada de pulsiones y fantasmas, o la afirmación de un deseo gratuito de llegar hasta el fin liberando las fuerzas más primitivas; el amor al cine, o el pomo de una puerta como homenaje a Hitchcock; la filmación, intensificación y transfiguración de lo real; el auto-análisis o la coerción sociocultural que contribuye a la alienación, al enclaustramiento en un universo estrecho, taponado, del que parecía no poder ni querer librarse Howard Hughes.
La Maga
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7
27 de diciembre de 2006
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por los resultados obtenidos en la taquilla USA, uno diría que El asesinato de Richard Nixon no pasa de ser un oportunista folletín anticapitalista. Nada más lejos de la realidad. Que en la producción aparezca parte del ala progresista de Hollywood (Leonardo di Caprio, Alexander Payne y Alfonso Cuarón), y Sean Penn acapare todos los planos de la película deberían hacernos remontar el simple vistazo crítico. Niels Mueller se inspira en un hecho real ocurrido en 1974 (6 meses antes de la dimisión de Nixon por el escándalo Watergate) para salir airoso de su debut. El método utilizado: dejar todo en manos de sus actores/activistas. Samuel Bicke es un vendedor de muebles cuya existencia se ve abocada a la mediocridad (otros dirán que al victimismo). El fracaso le acompaña ante su mujer, su jefe y su hermano, y aunque trata de remontar el vuelo, el mundo acabará por no responder a sus expectativas de honestidad. Bicke es un chivo expiatorio del fatalismo, el fin del sueño USA, del idealismo que todos llevamos dentro, así como la gestación de una frustración que en ocasiones se vuelve iracunda, y se percibe irracional, quizás porque así lo han querido otros. Temas muy en boga, tal vez porque el mejor vendedor de humo que fue Nixon ha encontrado actualmente en el mentiroso de Bush su más digno sucesor. Reflexiones acerca de la soledad del guerrero que se ve empujado al sacrificio/destino, la sociedad enferma de ambición y mentira (la esclavitud del empleado), o el inconformismo como actitud vital nos llevan a reflexiones posteriores. Como la de que El asesinato de Richard Nixon es la ocasión perfecta para comprobar que la capacidad autocrítica de la sociedad USA es nula, que la presente cultura del miedo les impide revisionar su pasado (hasta hace poco a nosotros parece ser que también nos pasaba lo mismo), y que todo aquel que se salga de los códigos establecidos seguramente posea impulsos asesinos. Bicke se define a sí mismo mejor que nadie (“Soy un grano de arena en esta playa que llamamos EE.UU.”). Lo único que quiere es una parte del éxito dorado (“Quiero mi parte del sueño USA.”). Su equivocación: buscar responsables a sus desgracias. Byck habla a Berstein, paradigma del intelectual que no se ha dejado imbuir por el impacto del Estado, tal vez porque sólo la cultura puede despertar nuestras conciencias, convertidas en títeres de una sociedad, pero se equivoca al intentar atribuir responsabilidades a su fracaso y depresión. La narración de este proceso de enajenación, o de esta espiral de abatimiento, es deprimente, pero el primer paso para salir del inconformismo. Sean Penn encara uno de esos papeles que él borda, entre bueno y malo, majara y lúcido, ingenuo y caradura, pero de aquí en adelante debería vigilar sus tics, ya que empieza a parecerse a Robert de Niro en su sobreactuación, y en esta ocasión, eso casi le pasa factura, pues unas veces percibimos a su personaje como un hombre honrado, ingenuo y bueno, pero otras como un retrasado mental.
La Maga
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La princesa Kaguya
Japón2013
7.6
9,376
Animación
8
19 de marzo de 2016
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una maravilla. A pesar del retiro anunciado por el maestro Miyazaki, el estudio Ghibli está en buenas manos, y he aquí la prueba, sobre todo por un planteamiento y un desenlace magistrales. Este es el tipo de animación que, junto a Pixar, y algunas obras imperecederas de Disney, deberían ser obligatorias en todas las escuelas el día que finalmente el cine se convierta en una asignatura más. Cada día se parecen más al cine clásico norteamericano. Una delicia, disfrútenla, y si tienen hijos, háganlo juntos. Contiene un bello mensaje, una lectura que conjuga dos tiempos, la vida moderna y sus prisas por auto-imponernos un camino a seguir, frente a la vida del pasado y un pausado crecimiento de la sabiduría, del auto-conocimiento. Lo artificial frente a lo natural, lo material frente a lo espiritual, la sumisión frente a la libertad, además de la admiración, la querencia y el respeto por unos orígenes, por unas raíces de las que, desafortunadamente, uno se siente cada vez más desenganchado por circunstancias vitales. A muchos el final les parecerá un tostón new-age, a este servidor, precisamente lo contrario, un acierto, todo un nirvana, un estado mental que deja poso y tiempo para la reflexión y una extraña sensación de nostalgia por un mundo que se ha ido, que hemos dejado marchar. Quizás donde la película sufra más sea en su desarrollo, pues no sabe desmarcarse de cintas similares. Hoy se estrena en España en los cines. No dejen pasar la oportunidad de conocer a los nuevos artesanos japoneses. Definitivamente, hay vida más allá de Miyazaki. Larga vida a este nuevo imperio del sol naciente.
La Maga
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5
20 de mayo de 2007
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fallida revisitación de La fiera de mi niña convertida en una anti-épica romántica.
Cada vez que surge un nuevo producto mínimamente saludable y ávido por ser consumido en las multisalas, el referente originario no tarda mucho tiempo en ser pervertido. Ante la falta de originalidad del cine norteamericano, las buenas ideas son imitadas hasta la saciedad, depauperándose poco a poco el modelo en aras de una rallante convencionalidad. Algo pasa con Mary es un buen ejemplo. La degradación sistemática, y sobre todo masculina, basada en el más escatológico de los humores, supuso un pequeño momento de gloria para Hollywood, que por momentos creyó redescubrir la senda de las mejores comedias, pero el tiempo ha demostrado que el sistema de producción está tan corrompido, que hasta los debutantes con una pizca de ingenio y talento acaban cediendo ante unas señas de identidad más propias de los empresarios, que de los maestros del cine, y más en concreto, de aquéllos que consiguieron cultivar este género tan complejo, rico y complicado que es la comedia.
John Hamburg es el guionista de Zoolander y Los padres de ella. De la primera mejor ni hablar (la gracia dura media hora), de la segunda, un buen recuerdo queda a consecuencia del acierto en la elección de los actores (Ben Stiller y Robert de Niro), una base de realismo sustentada, a ser posible, sobre la vertiente más costumbrista (hay que conocer al suegro de la novia para que dé su visto bueno al cortejo), y mucha, mucha humillación (uno todavía se acuerda del jarrón con los restos del difunto). Con Y entonces llegó ella, John Hamburg trata de seguir la misma línea de su mayor éxito, y aunque cuenta con buenos mimbres para repetir lo conseguido, desaprovecha la oportunidad.
Reuben Feuffer (Ben Stiller) es analista de riesgos para una gran compañía de seguros. No puede entender la vida sin atender al más mínimo detalle. Va a casarse con la mujer que ama, pero una inesperada luna de miel le llevará hasta Polly (Jennifer Aniston), una antigua compañera de colegio con un hurón por mascota, cuya filosofía se encuentra en el reverso de la planificación.
La elección de los actores secundarios es acertada (Alec Baldwin, Bryan Brown...), sobre todo la de Philip Seymour Hoffman, que interpreta al mejor amigo de Reuben, un actor en horas bajas que únicamente es recordado por un éxito infantil. En cuanto a la pareja protagonista, quizás fuera la más evidente, pero toda química lograda en la primera parte arrolladora de la película (geniales los incidentes del baño o el restaurante indio), se acaba diluyendo en cuanto aparecen la inverosimilitud (quién demonios se va a creer a la pareja cuando se ve a Jennifer Aniston bailando salsa) y el diálogo atropellado cargado de moralina y vacuidad. El alejamiento de la cotidianeidad bien construida de estos tipos, de su drama interior, acaba pasando factura. En definitiva, ni fu ni fa.
La Maga
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