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Mauricio (Isla) Mauricio (Isla) · Vheissu
Críticas de Jean Ra
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Críticas 271
Críticas ordenadas por utilidad
9
3 de abril de 2022
10 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Moondog fue un músico norteamericano que vivía en las calles de Nueva York y estaba obsesionado con sus orígenes alemanes, de forma que terminó trasladándose a Alemania. Era ciego y desprendido. Su singular obra, permanece hoy como objeto de culto para sibaritas musicales de lo extraño. No sé si Korine tuvo presente a esa figura musical para crear este borracho descacharrante y hortera.

Este Moondog luce las típicas pintas del mamarracho de Florida, el pelo teñido, camisas cantonas, nula percepción del buen gusto para combinar prendas de vestir. Va de un lado a otro de Key West -y a veces Miami-, dónde la gente le reconoce y le invita a beber o pasarlo bien. Él no pide más que eso a la vida. Y si no se lo dan, pues lo toma "prestado". Nada parece afectarle por mucho tiempo, puede bajarle el ánimo, pero su vida es una montaña rusa, tan pronto puede descubrir que su esposa tiene un lío como al siguiente bañarse vestido en la piscina y a continuación compartir un emotivo baile con su hija. Y vive así porque comprende que nada en la vida es eterno, lo que viene se va, y cuando algo se agota, sencillamente se busca lo siguiente. Las convenciones sociales y las normas no son lo suyo, es un rebelde sin mensaje ni visión social, entre otras cosas porque los planes no son su punto fuerte. Vive inmerso en el momento y para qué más.

Y es que bajo esa fachada de comedia de fumetas y desparrame insensato se oculta una comedia filosófica, la intención de Korine es clara y por eso, para quien se quiera fijar, recrea en su protagonista las exactas cualidades de un verdadero epicúreo, que hace del hedonismo su forma de vida, siempre se ríe con la gente y nunca de la gente. Puede citar versos de DH Lawrence o Baudeleire y echar un polvo en la cocina de una hamburguesería o aplaudir el poema en eructos de un borracho en una pista de patinaje. Es dónde lo ridículo se toca con lo sublime. No pretende establecer escalas de mejor o peor y es completamente libre porque no le importa la opinión de los demás, puede que ni la suya propia. Lo que cuenta es lo que tiene al alcance de la mano. Es el profeta de la verdadera libertad.

A diferencia de las típicas comedia del estilo "The Hangover", dónde tras el desmelene siempre hay una vuelta a la normalidad o un deprimente propósito de enmienda, en "Beach Bum", todo es una huida hacia adelante. Tampoco creo que admita comparación con "Fear & Loathing in Las Vegas", pues su personaje no es un abusón de camareras y otros empleados, tampoco creo que la película esté enfocada como una especie de crítica oblicua y contracultural. Por el contrario, a mí Moondog me recordó al Henry Miller de "Trópico de Cáncer", novela también epicúrea y que también proponía una zambullida en el poder del instante. Sólo que en vez de la bohemia parisina de los años 30, aquí encontramos a un hortera para el siglo XXI en Florida. En ese sentido, no descarto que la elección de una ciudad de temperamento "tropical" sea, entre otras cosas, una referencia a esta obra de Miller.

Por lo demás, si algo tiene "Beach Bum" es la capacidad de sorprendente casi en cada escena, no sabes que desmadre va a ocurrir, qué giro acontecerá en los siguientes minutos. Mientras Moondog atraviesa las jaranas cualquier cosa puede ocurrir. Particularmente, me he reído como hacía mucho tiempo que no lo hacía con un largometraje, en general muy dados a las convenciones. Por eso resulta tan refrescante una película que, al uso de su singular protagonista, se atreva a navegar a contracorriente e ilustrarnos una forma más vitalista, desprendida y desenfada de encarar la vida. Está claro que no todos podemos llevar a cabo ese estilo alocado de vida, pero, ¿qué problema hay en ser plenamente conscientes del momento que vives, en minimizar las opiniones ajenas y buscar el lado más desenfadado de la existencia? Francamente, si Moondog fundara una iglesia, yo me apuntaría como feligrés.
Jean Ra
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6
14 de enero de 2011
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cada filme de Raúl Ruiz es como una explosión continua. Hasta el momento no he visto una obra suya en la que no juegue con los ángulos extremados, las proporciones de los objetos dentro del cuadro, la luz, el color, el fuera de cuadro, los planos secuencias o mezcle, principalmente, géneros como la comedia (del absurdo), la fantasía (más bien el surrealismo) o el misterio. Siempre consigue resultar tan elegante como socarrón. Es como un bufete bien surtido con las posibilidades que el cine puede ofrecer.

Ahora bien.

El problema en esta especie de relectura de Peter Pan es que todo ese abanico de recursos no está enfocado a potenciar o expresar concepto alguno del guión, si no que se hace de todo ello un uso refractario que bordea lo caprichoso. Viendo esta cinta es fácil darse cuenta de lo amplias que son las aptitudes técnicas de Ruiz, que seguir lo narrado, sin embargo, tenga algún interés o gracia ya es harina de otro costal. Y es que vive Dior que el tramo de la isla de marras es la insipidez hecha en fotogramas.

Por eso, dado que la única opción que se deja es recrearse con su aspecto formal, la película no es más que un ejercicio de estilo. Como ver a dos delineantes dibujando planos de edificios vanguardistas. Película, por lo tanto, reservada para estetas o directores (profesionales o diletantes), el resto de humanidad es mejor que se abstenga de concederle su tiempo.
Jean Ra
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5
12 de abril de 2008
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aquí uno que ya empieza a hartarse a base de bien de estos dramas tibios, de soledad urbana, en los que se conforman con narrar una historia sobriamente para no hacerlo mal, pero eso sí, sin correr riesgo alguno, tocando temas muy manidos de una forma muy llana, no vaya a ser que el espectador se vuelva a acordar de la película al cabo de... 1 semana. Cuando me salen con estos personajes de cáracter tan generalizado, casi superficial y les pasan cosas de interés nulo, la verdad es que ni consigue llamarme la atención ni tampoco que sentirme un poco tentado de seguirle el juego, así que lo único que se consigue es perder el tiempo. Películas como ésta, ligeras, intrascendentes, algo mojigatas, medianías recalcitrantes, vamos, las hay a patadas y ninguna llega a aportar gran cosa, con lo cual no se la recomiendo a nadie que valore su tiempo.

Parece que tendré que hartarme a ver culebrones para que películas así puedan parecerme mejores.
Jean Ra
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5
5 de noviembre de 2021
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de esas obras que no sabes ni a dónde va ni exactamente a quien va dirigida. Claramente no está destinada a la gente que filma, tampoco a audiencias urbanitas, que lo deben ver como un artefacto de esteticismo rebuscado o directamente una visión estrambótica de lo rancio. Luego recuerdas que la produce Lluís Miñarro y comprendes que, efectivamente, es para minorías muy selectas, minorías muy cultas y aburridas que esperan productos cultos y aburridos, que olvidarán al cabo de poco.

Pero no seamos malos. Es de alabar el buen gusto que la directora demuestra en la composición del plano y su capacidad de dotar a los planos de atmósfera gracias a su diestro empleo de la música y la iluminación, creando instantáneas muy envolventes. Durante cuatro o cinco minutos crees estar viendo un peliculón. El problema es que la obra se alarga. No caeré en el error de calificar a la directora de pedante ensimismada u otra de esas hierbas, sencillamente tiene toda la pinta que se trata de la puesta de largo en el largometraje de una recién graduada en la escuela de cine y que tiene muchas ganas de reinventarlo todo y renovar el cine nacional con su poderosa irrupción en el panorama cinematográfico. De ilusión se vive.

Empacha un poco todo ese esteticismo, tan destilado que lo que principalmente ofrece son maniobras en la oscuridad. A saber: mezcla de lo fantástico con lo documental, narración no novelesca, de compartimentos estancos y trufada de simbolismos autóctonos, con un tono sabiamente diluido para que la crítica no se distinga de la adhesión, las ligeras resonancias fellinianas envolviendo la puesta en escena. De todo esa conceptualización lo que llega al espectador es una sucesión de estampas estrambóticas y aleatorias, un largo desvarío, que aunque entiendas la intención no logra tu implicación. Ves, por ejemplo, cierta escena donde una actriz se masturba en el interior de casa por la noche y sabes que se opone a las donde otra actriz recibe en plena calle una andanada de proposiciones jocosas con la que los vecinos pretenden jactarse de su hombría con sus amigotes. El placer cercado en el más estricto privado opuesto al exterior patriarcal. La superstición convive con la fascinación por el árido paisaje, las intenciones están tan sumamente camufladas, es todo tan de pequeños signos, que al final su dispersa narración pierde interés, decae el ánimo, y simplemente acumulas minutos hasta alcanzar el final.

Insisto en que la directora demuestra cualidades, pero también ella debería admitir que el cine es un pacto tácito con el espectador, una serie de trucos de ilusionismo dentro de un recipiente narrativo, y si esos trucos de ilusionismo son tan solipsistas, entonces sólo se puede seducir a gentes que la miren de forma superficial, que al final sólo puedan comentar cosas como "jo, qué pasada, impresionante"... sin que hayan entendido de la misa la mitad. Atacar los tics rurales para ensalzar el mito de la película pretenciosa, qué ironía.
Jean Ra
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5
2 de septiembre de 2019
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una pequeña población rural polaca de cuyo nombre no quiero acordarme va a misa hasta el más profano. Ahí la vida es un infierno grande porque absolutamente todas las ramas se conectan. La iglesia y la familia son la columna vertebral de la comunidad y cómo tal se respeta y se consagra. Tal es así que se planea construir un Cristo Rey de 36 metros para honrar la beatitud de sus gentes.

Sin embargo, el espectador, ya desde la primera escena, está avisado que va a ver una sátira. Un grupo de polacos asalta una tienda que ofrece unos televisores de oferta, para lo cual han tenido que quedarse en paños menores y batallar con otros entusiastas compradores. El consumismo es la verdadera religión, la que genera furor y pasión, no obstante, por inercia, todavía se mira hacia el catolicismo cuando alguien habla de proselitismo. Tal parece la jugada de la directora, que una vez dibujado el retrato costumbrista de ese pueblo lanza un proyectil en forma de accidente que pondrá a prueba la veracidad de los vínculos comunales (religiosos, familiares, vecinales y amorosos).

La obra se pregunta por los cimientos que sostienen la realidad. ¿Nuestra cara es nuestra persona? Una vez el protagonista es operado y regresa a su comunidad, la desconfianza se extiende casi en cada persona. Incluso entre los familiares. Cada persona del pueblo le da la espalda, a excepción de la hermana nadie parece capaz de tratarlo como antes. Su madre llega al punto de renegar de él y pide practicarle un exorcismo. En esta escena del exorcismo se retrata claramente el tiempo en el que transcurre la obra: un espacio en el que conviven la superstición y los eventos se registran en el iPhone. Esta madre es capaz de emocionarse con las historias sensibleras de la televisión mientras que con su hijo deforme muestra un corazón de piedra. Por contra, la hermana del protagonista se muestra seca en una entrevista televisiva mientras que en la realidad es la única que apoya al desgraciado. Así son nuestros tiempos.

La familia ya vemos que no aguanta la sacudida, pero tampoco la religión, pues la confesión por parte de los personajes más cercanos al accidente la hacen más por costumbre que no por una sincera necesidad de perdón o expiación. Se va a la iglesia pero no se piensa en los valores cristianos y por eso ahí la piedad brilla por su ausencia. Lo del Cristo Rey es pura tramoya.

Dicho lo anterior, a pesar de sus aciertos, "Mug" no deja de ser una cinta típica del festival de Berlín. Es decir: una medianía. Tiene un propósito, parece ofrecer una visión personal y capta algunos signos culturales, pero las formas no destacan por su inventiva u originalidad. Al contrario. La narración resulta desangelada, construida con planos muy convencionales, tampoco cuenta con imágenes verdaderamente potentes y los recursos visuales a los que se echa mano son ya materia muy manoseada. A la directora le puede la tentación del remarcado casi en cada escena, la caricatura termina siendo de brocha gorda y para más inri hallamos a un personaje central de lo más insípido que hay, un tipo acartonado, sin mucho impulso o interés y antes capaz de hacer el ganso a lo largo y ancho de esa infausta villa que no de generar escenas con fuerza. Para colmo, el final se limita a ofrecer el desenlace más obvio y convencional posible, algo que podría haber ocurrido cuarenta minutos antes.

Lo dicho, típica película del festival de Berlín, de esas que al cabo de cinco años ya casi nadie recuerda porque sencillamente no tienen demasiado calado. Por algo es conocido como el festival de las sobras del cine de autor.
Jean Ra
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