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Críticas de John Giraldo
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Críticas 115
Críticas ordenadas por utilidad
6
12 de septiembre de 2013
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Por: John Harold Giraldo Herrera
Docente universitario y periodista
[email protected]

Álex de la Iglesia es un reconocido director de cine español. Sus películas son tan llenas de dramatismo como rocambolescas. Todo parece inverosímil y al verlas los hechos y los personajes es como si no encajaran, sin embargo, son compactas las obras que nos presenta y terminan ofreciéndonos un plato recubierto de ironías, inconsistencias, notas de contexto y mucha diversión.

En La Chispa de la Vida ocurre un hecho que raya entre lo trágico y lo cómico: un hombre publicista –quien ideó el eslogan de La Chispa de la Vida- se encuentra en apuros por no encontrar trabajo y tener deudas que lo andan apresurando, posee eso sí una mujer esbelta y llena de vida que le alienta, interpretada por la mexicana Salma Hayek. Pero un día, va al hotel donde tuvo la luna de miel con su esposa, encontrando que ahora son unas ruinas de un teatro griego que andan en reconstrucción. De repente y sin querer, cae de una de sus estructuras y lo extraordinario es que una varilla de hierro queda incrustada en su cabeza y toda la película será presenciar el espectáculo de ese hombre atorado.

Como espectadores nos encontramos ante una serie de dudas. Y participamos del pan y del circo, de la desgracia y la carroñería de los medios. Pronto como si hubiese una metástasis la pasión se convierte en despilfarro y en una obsesión por salir en la Tv, ya que todos los medios de comunicación masivos cubren el hecho como algo inexplicable, como una novela de amor, entre un desempleado que se quiere suicidar y una sociedad concentrada en historias melodramáticas. Explotan las suposiciones y se abren paso las alternativas.

No entendemos como tampoco nadie al interior lo logra comprender, cómo es posible sobrevivir con esa varilla, nos incomoda, nos causa escalofríos y pavor, genera sensaciones burdas y estrafalarias, pues bueno, así es el cine de Álex de la Iglesia, como si tuviéramos esa varilla metida en los ojos. El contexto donde surge no es para nada alentador: la crisis económica de Europa, desempleo muy fuerte en España, y unos medios acechando para cultivar y propagar el escepticismo y la desesperación.

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John Giraldo
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7
4 de julio de 2013
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Por: John Harold Giraldo Herrera
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Docente universitario y periodista

Las películas para niños y que nos divierten a los grandes, gozan de una serie de encantos: son películas familiares, donde se transponen las ideas del mundo, además cuentan con el elemento esencial de la diversión, no hay película para los niños en las que uno deje de gozar, como también ofrecen un banquete de relatos diversos con drama, acción, aventuras, mucho color y sobre todo siempre en el fondo son fabulescas, es decir, cuentan con mensajes para pensar y observar cómo es que hemos construido nuestro mundo y cómo nos relacionamos con aquellos que nos rodean.

Cuando salió la primera versión de esta zaga, una idea bastante sugestiva permitió que muchos niños con ciertas ansiedades y temores hacia los monstruos, los asumieran con más naturalidad: esos monstruos no asustan, son tiernos, decía mi hijo y de repente esos monstruos engendraron en los niños mucha afabilidad, pues trabajaban en conjunto, de algún modo eran bonachones y arriesgados.

Con la nueva versión, y al hacer un retroceso: ir a la vida de jóvenes de los monstruos, de Mike Wazowsky y Sullivan, antes de ser amigos y toparse en la universidad, el foco central es el de insistir, persistir y nunca desistir de los sueños. Y ahora, el trabajar en equipo permite que hasta los que aparentan ser los de menos, los rechazados, pongan en prueba sus habilidades y juntando sus fortalezas logren superar sus propios miedos y auto-rechazos.

Si uno mira en detalle a los monstruos universitarios y consigue divertirse, lo transversal es la manera cómo cada cual de estos amigos extremos se conectan y consiguen lo que desean. El contexto los agrede. Un minúsculo sujeto como es Mike, cuyos sueños son más enormes que él y basados en su apariencia, lo más seguro es que lo que consiga sea derrotas y múltiples estigmas. En cambio el otro, Sullivan es arrogante, su fuerza dice que es el más asustador, pero se verá como el fuerte puede caer tan fácil. En cada uno de ellos, se nota como hay mucho por aprender.

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John Giraldo
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6
17 de febrero de 2013
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Por: John Harold Giraldo Herrera
Docente universitario y periodista
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Dicen que cuando se maneja son más peligrosas las líneas rectas porque el conductor se puede quedar más fácil dormido y mantiene menos atento. En cambio si es con curvas habrá menos riesgo en la medida que hay un conductor presto a poner su pericia en función. La curva permite ver el mundo sin el mecanismo y las rutinas. Así es como Clint Eastwood ofrece su nueva película, donde la curva parece poco visible por cierta monotonía de las vidas de padre e hija (los protagonistas), quien en medio de una relación fría y distante, encuentran cierto modo de vida que se disfruta.

La gran producción de Eastwood es prolífica, casi siempre actúa las que dirige y cuando lo vemos su imponencia en pantalla no es por su agilidad, sino que en medio de lo pasmoso de sus acciones se vislumbra un hombre, en el caso de Las Curvas de la Vida, con gran sapiencia, que no renuncia a la vida, aunque la edad lo haya maltrecho y el carácter lo mantenga recio, testarudo y cada vez más frío. Su sagacidad es superior a la de muchos, como su poca gentileza en el trato con los demás.

Las Curvas de la Vida, me recuerda a la emotiva Bailarina en la oscuridad (2000) del excéntrico Lars Von Trier, donde la figura de una madre entregada hace lo que sea por su hija quien heredará su ceguera; en Las curvas de la vida el personaje Gus se está quedando ciego, su torpeza aumenta y la sustituye con el mundo, se estrella con su cochera y le endilga la culpa a ella: “se está encogiendo”. Al tiempo, es un cazatalentos del béisbol, pero en la oficina donde trabaja están pensando en su jubilación debido a que desde una computadora se le puede levantar una estadística más completa a los posibles jugadores de las grandes ligas para engancharlos. De modo que Gus parece ir a la banca.

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John Giraldo
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6
3 de agosto de 2020
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Por: John Harold Giraldo Herrera
Docente Universidad Tecnológica de Pereira
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El canto y la música son la banda sonora de la existencia. En Colombia el traqueteo de metralletas y el silenciamiento de vidas, se han convertido en el pan de cada día, no ha cesado ni la horrible noche -trasladada a cualquier hora-, como tampoco los ríos de sangre. Marta Rodríguez es la cineasta de las tragedias, y también de las resistencias y las esperanzas, su ojo se ha posado en la Colombia escondida, aquella silente en los grandes medios, que sólo, a veces pasan irrisorios fragmentos de ese país que la mayor parte desconocemos. Marta ha convivido con los protagonistas directos, y su trabajo, en conjunto, desde que empezó con Chircales (1972) contándonos el modo de explotación de unos albañiles, hasta su más reciente documental de La sinfonía de los andes, lo que nos ha desplegado es una fuerte conexión de memorias y de presencias, frente a tanto despojo.

La sinfónica de los andes, pasa por un título poético, que se diluye luego de verlo. Lo que más prima, allá con los Nasa, en el Cauca, y con las comunidades, es el vil asesinato de líderes y la manera cómo la población mantiene confinada, asediada, perseguida, marcada y cercada por los causantes de la infamia en la nación: quienes nos han gobernado y se han adueñado de las tierras de la población. Marta no escatima con su lenguaje, es directo, las imágenes explícitas y uno se pregunta, dónde está la sinfonía. No hay lugar para la ensoñación, es un modo descarnado, como lo es más la realidad, de ponernos frente a la butaca y desesperarnos. Uno a uno caen, la muerte ronda, la tortura y el miedo son habitantes permanentes; desde la historia del país, donde unos y otros se han disputado el poder y donde ha valido más la propiedad privada y los intereses económicos que la propia vida, o cualquier manifestación de ella, emplear la desaparición o el aniquilamiento del otro, ha sido la forma de conquistar los privilegios de los terratenientes.

Los asesinos nunca han tenido ni piedad ni consideración. Alguna vez Alfredo Molano, quiso darnos a la idea de cuántos kilómetros de muertos ha puesto el país, en el 2011, postuló la cifra de ciento setenta y tres . La cifra pudo haberse triplicado, porque apenas aludía a cuatro años de asesinatos y masacres, una bomba de tiempo, contra la fuerza de la sociedad, que de seguro no se dejará arrinconar y seguirá buscando, así sea por resquicios una forma de vida digna. Ver el documental produce asco, histeria y una serie de consideraciones con las cuales nos hemos postrado, como si el dolor no hubiera hecho ya metástasis y fuese necesario seguir aguantando. Lo que me parece curioso y en un alto grado de valor, es la capacidad de las comunidades por sobreponerse. El miedo no está sembrado, permanece en la superficie, lo respiran, pero no es el veneno. Con sus ganas de vivir, se salvan muchos, y con su intención de mantenerse unidos, es que ha sido imposible acabarlos.

Marta habla con las víctimas, como si ella fuera una más del contexto. La valentía de estar entre fuego cruzado y arriesgarse a narrar historias de familias indígenas, y permanecer en medio de la angustia, es un triunfo, y un modo de vida, que no sale con un ejercicio audiovisual, sino con la dedicación de sus fuerzas, toda una vida, a contar la barbarie. El objetivo, no es otro, que el de avivarnos, porque de ahí viene un título que nos confunde, el sonido no es de esperanza ni de un grupo de niños con su maestro que combaten la infamia con arte. No, La sinfónica de los andes, el ardor, la crueldad, el tejido maltratado y calcinado, el de los rugidos del silenciamiento, se trata de un odio que nos lacera. Pero, eso sí, como Marta ha construido relaciones duraderas con quienes se ponen en escenificación, sus trabajos perduran, poseen la intimidad que otros ni siquiera la pueden cultivar.

La sinfónica de los andes, es la banda sonora de Colombia. Acá no hay lugar para esconder la indignación y lo apabullante de los perpetradores de la violencia, de los incubadores de la miseria, de los desterradores, de aquellos oligarcas que han curtido con colores rojos y de nostalgia las banderas insignes de la vida. En cambio, quienes florecen así los corten, quienes mantienen incólumes así los tumben, quienes dan saltos hacia abrigarse del frío y la desesperación, quienes con su luz son la motivación y la fuerza, quienes tejen día a día el país con su colorido y fortaleza, esos a quienes han masacrado y se sobreponen, los niños, las familias manchadas con la violencia, los jóvenes con sus miradas altivas, las poblaciones en resistencia por la vida y la memoria, y los creadores, como Marta, merecen todos los elogios y acompañamientos, porque ellos, son el canto que se opone a la muerte.
John Giraldo
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7
18 de abril de 2019
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Por: John Harold Giraldo Herrera
[email protected]
Docente Asociado Universidad Tecnológica de Pereira

A las puertas de la eternidad fue el nombre que le dieron en español. Una idea inquietante, con la posibilidad de tentar al tiempo para prolongarlo. Ingresar a ese pódium es posible, ser eterno cuesta cada vez más y apenas un puñado lo logra, la competencia es atroz y las alternativas escasas. Vicent Van Gogh, es un hombre, una obra, una vida, un recuerdo sostenido, su modo de vida pudiera haber incomodado y ser incomprendido, y eso habla de cómo superó barreras. Sus pinturas no sólo se han masificado, también su historia, sus colores, su apuesta y aquella manera de revolucionarnos desde el arte ¿para qué capturar la luz con tintas y hacer con ella formas o sensaciones o ideas?, quizás tengamos más respuestas y el cúmulo de conocimiento permita aventurar muchos caminos. Aún así, las certidumbres, muy pocas, del pasado, nos continúan cabalgando. Al ver la película, protagonizada por el versátil Williem Dafoe, obtenemos una serie de flancos, quizás uno, de cómo ese ser no sólo dejó apresada la maravilla de la luz sino que la atravesó. Se trata de cómo Vincent vivió sus días, atormentado, un poco delirante, y más dedicado a la pintura, esa obsesión le valió ser uno de esos genios, al reconocerse como el padre del arte moderno. Al deslizarse en una búsqueda en apariencia sin sentido, encontró la puerta a la posteridad.

Saber algunos hechos de la vida de los creadores, permite emocionarnos y re-crearnos con sus obsesiones, escudriñamos sus cuartos, nos adentramos en sus misterios. Algo debe ser el detonante para llegar a ser uno de los pintores más representativos de la humanidad, caracterizado con proximidad y encarado con la fuerza de un personaje vital, nos permitimos puentes y atamos cabos. Van Gogh ha sido expuesto en varias películas, su vida, sus manías, quedan en documentales como: “Van Gogh: Painted with Words (2010), centrado en las cartas con sus amigos y en especial con su hermano Theo, la reciente Vicent (2016) también nominada al Óscar en la categoría de animación, y con un énfasis en sus pinturas. Y se encuentra la de 1956 denominada El loco del pelo rojo. Todas ellas ofrecen rasgos, la de Dafoe nos sacude por su capacidad de interiorizar a ese “loco” que también decidió no tener una oreja. Julián Schnabel, el mismo de películas como: La escafandra y la mariposa (2007), la relacionada con el escritor cubano Reinaldo Arenas, Antes que anochezca (2000), es quien lidera la visión sobre Vincent.

Seguro la noche estrellada no es la misma luego de haberla pintado el célebre sin oreja, y muchos de esos campos amarillos de girasoles y cultivos, o las desteñidas y ajadas botas de su pertenencia o esos rostros de hombres algunos sufridos y otros tan estáticos que decidieron ser símbolo de un modo de luz. Van Gogh entendió las honduras del ser, las vivió y las dejó ahí en esos trazos gruesos, en esas espesas capas de pinturas, en el color sorprendente y vivo; es que si uno ve en Vincent algo, es un espejo multicolorido de sensaciones, de formas que se disuelven: se agrandan o se encojen, se aíslan o se extienden en la retina y nos van comunicando un oleaje de emociones.

Vincent, expresado en Dafoe, avanza poco, se inquieta mucho y lo vemos allá en su mundo, parece que no tuviera otro: el de un enfrentarse a la pobreza y a una manera de vivir y estar aferrado entre lienzos, paletas, pinceles y capturar esa materia de la que se encuentran hechas las cosas cuando las vemos: la luz. Por allá perdido, ensimismado, algunas veces enterrado, nos entregó una lección: si algo queremos hay que llevarlo hasta el límite y sacarlo de ahí para que prevalezca. Mirar no es suficiente sino no nos asombramos. Una de sus frases nos sacude: “Que sería de la vida si no tuviéramos el valor de intentar algo nuevo”. Y sí que produce e irradia vitalidad. Lo nuevo suyo consistió en nunca desistir y ver lo que otros no podían, absorberlo, casi volverlo suyo, a su modo, el que generó rupturas y dejar eso ahí para las puertas hacia lo eterno.

¿De qué estuvieron hechos sus ojos? ¿Cuánta fuerza tenía para persistir en medio del desastre y el caos? Por qué no se quedó ahí en el mismo lado que otros para solo respirar y ser uno más como los demás. Se cruzó con los grandes pintores de ese tiempo e iba muy poco a las exposiciones, y él se quedaba en la luz de la mañana o de la tarde o la poca artificial que tenía en los cuartos donde habitaba y no paraba de pintar; casi ejecutando esa acción de vida para los lienzos, iba apagándose su comprensión y desfallecía su mente, en un sentido de desplegarse hacia búsquedas más allá de lo terrenal. Van Gogh fue un ser alado, voló hacia el tiempo, se alzó en el aire de las sombras, de las clarividencias, de sortear blancos y negros, de apreciar esas estelas de energía con las que el mundo de repente aparece.
John Giraldo
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