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México México · Ciudad de México
Críticas de Iván Rincón Espríu
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Críticas 122
Críticas ordenadas por utilidad
6
12 de enero de 2024
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Un científico logra la teletransportación objetiva y, luego del éxito con un simio, experimenta consigo mismo y una mosca intrusa en la cabina, de modo que el resultado es una fusión genética; el hombre asimila orgánicamente a la mosca y sufre una progresiva y repugnante metamorfosis, no sin antes sentirse con más fuerza y agilidad, y embarazar a una periodista (Geena Davis) especializada en asuntos científicos, que intentará en vano abortar…

Más que un remake de la película homónima dirigida en 1958 por Kurt Neumann, la versión realizada en 1986 por David Cronenberg es una vuelta de tuerca, pues el resultado del fallido experimento en la versión original es un hombre con cara de mosca y una mosca con cara de hombre (como en el homenaje de Los Simpson), mientras que aquí, para empezar, es la desaparición de la mosca y, más tarde, la conformación de otra especie, un mutante, humano en descomposición que termina pareciendo una hormiga gigante.

El actor Jeff Goldblum, quien perdió la cordura durante el rodaje, comportándose realmente como su personaje, lo hizo punto menos que insoportable desde el principio (el supuesto genio más bien parece retrasado mental), mucho antes de comenzar la pesadilla, por lo que se requiere de tolerancia para ver hasta el final este largometraje de hora y media.
Iván Rincón Espríu
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1
7 de enero de 2024
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‘El carnaval de Sodoma’ (México, 2006), de Arturo Ripstein, confirma la impresión que me dejó ‘La virgen de la lujuria’ (México, 2002), su bodrio anterior: que el otrora cineasta consentido del gobierno priista y compañía tratan de compensar la falta de talento, calidad, creatividad y buen gusto, con una doble provocación: la mercadotecnia del título (siempre la misma sintaxis, como sello) y la ofensa, primero a los refugiados españoles en México y después a los chinos; en ambos casos, ofenden también al público.

Independientemente del lugar en donde ocurran los hechos, según la novela homónima en que está “inspirada” la cinta, ésta reafirma otro sello del director y Paz Alicia Garciadiego, su esposa y guionista: reproducir sin excepción prototipos de mexicanos con vocación de jodidos; pero el patetismo grotesco de los personajes (que rima con ridículamente pintoresco y despectivamente caricaturesco) tiene un efecto de búmeran al proyectar el patetismo grotesco de los realizadores, que van de mal en peor. Aquí ocurre, por ejemplo, la aberración de que todos los clientes de un prostíbulo son inconscientemente homosexuales; los que no son impotentes, se encaman en la oscuridad con un hombre viejo que de ninguna manera parece mujer, pero ellos creen que lo es y, para colmo, se enamoran, como si alguna droga en el té chino los embruteciera más. Este hecho no sólo es inverosímil, sino que propicia serias dudas sobre la salud mental de Ripstein y Garciadiego.

En cuanto a lo demás, la primera mitad de la película se caracteriza por las pésimas actuaciones de todos y una escenografía de papel de estraza, como siempre, de ínfima calidad, improvisada y barata, algo que también caracteriza infaliblemente a Ripstein, es otro de sus sellos. Los diálogos y monólogos de Garciadiego no son menos absurdos. El humor no es negro, como quisiera, sino gris. El sentido de la narración, pretendida y pretenciosamente circular, es repetitiva, reiterativa y redundante hasta la náusea, porque además se regodea en la inmundicia y la degradación, lo cual es congruente con todo lo anterior y quizás intenta ser parte de la misma provocación para causar polémica y escándalo, a falta de aporte alguno en algún aspecto artístico, así sea mínimo.

Por simple curiosidad, me pregunto cuánto habrá costado esta basura, peor que la anterior, y por qué la conocimos con años de retraso; ¿compitió antes por los premios que suele anhelar un cine mexicano de pésima factura, que desprestigia mundialmente a México todavía más, al representarlo? ¡Por favor!
Iván Rincón Espríu
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6
7 de enero de 2024
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De las caras de trapo al zapatismo sin paliacate ni pasamontañas

‘Corazón del tiempo’ (México, 2008), dirigida por Alberto Cortés, escrita por Hermann Bellinghausen y el mismo Cortés, es una película inclasificable. Aunque sus protagonistas son indígenas tzeltales de la selva Lacandona que encarnan su propia vida, personal y comunitaria, no es un documental; en todo caso es ficción, pero fielmente apegada a la realidad, más que inspirada en ella. El nombre de la comunidad zapatista en donde tiene lugar la trama, Esperanza de San Pedro, es ficticio, más no la comunidad anfitriona, San José del Río, en la cañada de Guadalupe Tepeyac, a donde llegó la luz eléctrica por vía solidaria del sindicato nacional electricista en 1996; este milagro tecnológico-social, entre otros factores, crea el contexto de una conflictiva historia de amor, a su vez representativa de la relación entre los tres niveles de participación en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), a saber: insurgentes, milicianos y bases de apoyo.

“La problema” es que seguía siendo “el costumbre” que los padres cambiaran a sus hijas en edad casadera por una vaca y algo más, para decirlo en pocas palabras, y Sonia, que es una bella muchacha, aunque menos joven de lo que suelen ser cuando sus papás las apalabran con los del futuro esposo, resulta doblemente rebelde, pues decide romper con esta regla y las del EZLN, que prohíbe a los hombres insurgentes enamorar mujeres de las bases de apoyo, a menos que ellas estén dispuestas a dejar la comunidad para irse con ellos a la montaña. No obstante el conflicto, la historia es bastante simple y predecible; si algo tiene de sorprendente es que no hay ni la más mínima sorpresa.

Por supuesto, no es la primera vez que los personajes reproducen en el cine su papel en la vida real. Lo consiguió Luis Buñuel con asombroso tino en su momento al dirigir mendigos de verdad (Viridiana, 1961) y, recientemente, Bahman Ghobadi logró un milagro todavía más grande al dirigir un ejército de niños desenterradores de minas antipersonales en la realidad iraquí (‘Las tortugas pueden volar’, 2004). Es la primera vez, en cambio, que la vida cotidiana de una comunidad zapatista es mostrada tal cual a través del cine de ficción, no documental, vaya. Existían guiones que todavía no eran llevados a la pantalla, inspirados sin excepción en el Subcomandante Marcos. Afortunadamente, este no es el caso. Alberto Cortés, sin embargo, se queda muy lejos del éxito logrado por sus predecesores al hacer que sean personajes reales quienes representen su propio papel, en vez de actores profesionales.

En ‘Corazón del tiempo’, título que alude metafóricamente al caracol, que es a su vez una metáfora múltiple, los protagonistas no son actores, insisto, pero tampoco son no-actores, sino anti-actores, y cierto público es más bien tolerante por simpatía con los zapatistas, que hacen del binomio rebeldía y dignidad algo real, más que imaginario y posible. «Otro mundo es posible», dice el EZLN, y lo demuestra con hechos y resultados tangibles: la autonomía, el autogobierno y la autogestión en los municipios autónomos y sus caracoles, así llamados por el símbolo cosmogónico de la escalera en espiral que sube y baja del cielo a la tierra, continente del eco del mar, ser viviente que lleva su casa y todo cuanto tiene a donde quiera que vaya. Los caracoles son sedes terrenales de las llamadas Juntas de Buen Gobierno, en este caso Hacia la Esperanza, cuyo nombre tampoco es gratuito y tiene un significado obvio. Al saber que México es también territorio de luchas y «chingas» que siembran esperanzas y utopías posibles para cosechar aquí mismo un mundo muy otro, el público tolera con simpatía la debilidad histriónica, la desangelada locución, planos o planicies actorales y hasta el contraefecto de la autocaricaturización involuntaria, valga la rebuscada expresión. Tan autogestivos son los zapatistas de las comunidades indígenas que, además de reproducir su propia vida, ellos mismos producen esta película; Alberto Cortés nomás los dirige, pero siempre mediante acuerdo y después de convivir con ellos durante cinco años.

Un fenómeno interesantísimo, inexplorado hasta entonces, era que los zapatistas hacían abortar la gestación de bandas paramilitares en la selva Lacandona, y esta película transmite una idea contraria, quizá porque la gente solía estar tan extraviada que, a quince años del levantamiento armado, todavía no distinguía la dizque selva de la llamada Zona Norte y Los Altos de Chiapas. Desde una perspectiva informativa, es un error hablar de paramilitares como si el fenómeno fuera lo mismo allí que allá, sin hacer distinciones serias.
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Iván Rincón Espríu
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8
3 de enero de 2024
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La mirada invisible o el voyeurismo de todos los sentidos, especialmente el olfato; en todos los sentidos, la producción argentina que dirige Diego Lerman es una película impecable. La mirada invisible o la monotonía de la opresión en la más profunda soledad. Basada en la novela ‘Ciencias Morales’, de Martín Kohan, se trata de un drama sicológico, inevitablemente comparable con ‘Repulsión’, de Roman Polanski, por la fragilidad femenina, los deseos reprimidos, el instinto defensivo de los abusos, en este caso autoritarios, y la sorprendente violencia que desatan, con la diferencia de que Polanski lleva desde el principio la esquizofrenia y la sicosis hasta el extremo del horror, mientras que Lerman y Kohan, según el guión de María Meira y el propio director, plantean una patología sicosexual de manera sutilísima, con un final catártico, único instante de horror, por decirlo así, liberador, satisfactorio, que deja la mente en blanco para razonar la vida sin libertad, la muerte en vida que padeció Argentina durante siete años de imposición y prohibición general. Otra diferencia es que ‘Repulsión’ concibe la claustrofilia como refugio, la soledad como recurso, un ostracismo instintivo, pues el personaje se esconde (repulsión es sinónimo de fobia), mientras que aquí es ella quien espía, enamorada en secreto de un alumno adolescente, como todos, aunque su espionaje también es personal, silente y disidente del régimen opresivo, como válvula de escape al placer oculto en la intimidad, un placer tan insuficiente que, así sea levemente pervertido, resulta minucia frustrante.

La mirada invisible a la infelicidad y el vacío del alma. Parece una película para no-argentinos por las referencias históricas, bastante conocidas para ellos y la mayoría latinoamericana, medianamente informada sobre su pasado todavía reciente. Las dictaduras militares hicieron de la vida humana una existencia sin horizonte, mutilada, casi fantasmal. El antiguo Colegio de Ciencias Morales (aberrante desde el nombre) regresó a su origen mojigato, rígido, que rima con frígido, y por si fuera poco, la protagonista es «profesora de conducta», llamada equívocamente «señorita preceptora», celadora en los hechos, así que inflige una férrea disciplina, un orden estricto, que prohibe inclusive la risa, como el cristianismo conservador de los monjes en ‘El nombre de la rosa’, por la enferma creencia de que, al reír, el alma escapa del cuerpo, aunque la religión brilla por su ausencia en la cotidianidad mediocre y gris de Marita (diminutivo de María Teresa). Quizá el ambiente hubiera sido más convincente con alguna influencia de la iglesia católica. Lo seguro es que Julieta Zylberberg, como todos en el reparto estelar y el resto del elenco, reúne las características físicas del personaje principal en idónea medida, virgen a los 23 años de edad, «pálida, crisálida y escuálida», como Nacha Guevara, pero esclava de una opresión castrante, valga la expresión, más para las mujeres que para los hombres, y convence lo mismo por su apariencia que por el magistral talento de su actuación.
Iván Rincón Espríu
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7
3 de enero de 2024
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‘Purgatorio’ (2008), de Roberto Rochín Naya, es una película que amerita ser vista más de una vez; inclusive es necesario para entenderla a cabalidad, para captarlo todo. Se trata de tres relatos independientes, cuya única relación es la autoría original de Juan Rulfo con un guión del propio Roberto Rochín en colaboración con Elías Nahmías y Tomás Pérez Turrent. Los dos primeros capítulos, en blanco y negro, están parcialmente coloreados en escenas esporádicas donde el color nunca llena la pantalla; el estilo de la imagen puede considerarse como experimental aquí. En cambio, el tercer episodio, a colores, es un poema visual, tradicionalista y preciosista, entre macabro, melancólico y erótico, de belleza espectral (con efecto mate o difuminado, y tonos sepia). El sonido en los dos primeros casos —pretendidamente experimental también— resulta de calidad muy desigual y es lo primero que da al traste con esta obra de arte; en segundo lugar, las debilidades actorales y, en tercero, el micrófono invade el cuadro y sabotea definitivamente una sutil aproximación a la perfección estética, técnicamente audaz, pero fallida. El micrófono que se asoma, por cierto, es más bien pequeño y eso explica el nivel o desnivel del audio y la necesidad de recurrir al doblaje, sobre todo en los diálogos del segundo capítulo. El sonidista mexicano “más chingón de la pradera” usa micrófonos grandes, los más grandes que existen, no se anda con pichicaterías.

«Eso que para los humanos es el purgatorio es sólo la prisión del alma por el cuerpo». Con estas palabras, leyenda del cartel publicitario, comienza la película. El primer relato es ‘Paso del Norte’, que forma parte de ‘El Llano en llamas’ (1953). Los dos siguientes son ‘Un pedazo de noche’ y Cleotilde, tomados de ‘El gallo de oro y otros textos para cine’ (1980). El primero en ser filmado fue ‘Un pedazo de noche’ (1995), el segundo fue ‘Paso del Norte’ (2001) y el tercero Cleotilde (2007), por lo que hay doce años sumados entre el principio y el final de la realización que une los tres relatos en la misma película, aunque no es unidad propiamente, sino conjunto o conjunción.
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Iván Rincón Espríu
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