Su capacidad de sorprender es una de las bazas de esta película. Un compendio sorpresivo sobre la necesidad de felicidad y las múltiples facetas de su comprensión. A través de una extravagante trama el director nos hace copartícipes de una personalidad abrumadora, de sus desórdenes y de sus carencias, con la búsqueda de esa tranquilidad solo adquirida de la forma más perversa. Muchas veces los guiones diseminan la información, los giros dramáticos, para aturdir en la búsqueda de su concepto, y aquí va un punto más allá. La tranquilidad del espectador es inspirada por unas formas elegantes y diáfanas de unos diálogos y acciones, que a pesar de su motor tramático 'in crescendo' son llevaderas. Al final vemos que la idea es clara y concisa, aprehendemos toda la información y participamos atónitos a su desenlace. La moralidad de sus acciones está clara y diferenciada. Las causas y circunstancias son derivadas de su contorno y malinterpretación intransigente. La capciosidad de sus resultados es la adecuada por la deformación del espejo con el que se mire.

Un coleccionista de recuerdos. La añoranza como aire que respirar. Un exprimidor de la fragancia de lo que ya pasó. Con todos sus defectos y sus virtudes es un sentimiento vital. El vivir del pasado, redescubriéndolo a cada paso. Un trabajo de entendimiento de lo que somos en un presente que no existe. Un trabajo paradójico de continua revisión de lo que fuimos y sin esperar ver lo que seremos. Un guion que nos da pinceladas sobre el presente con colores del pasado. Las brochas ejecutan con maestría los tempos de la narración. Intensa reflexión del amor, la tristeza y la falta de esperanza, sin saber entender que la vivencia del presente se sustenta en la esperanza de un futuro. Las oportunidades las viven los protagonistas. Ese halo de aflicción engancha en los personajes con valentía. Los acomoda en la memoria del espectador para desgranar todos los miedos con sutil elegancia. Un guion bello en su representación y rico en diálogos diáfanos en entendimiento. Representa lo universal de la incongruencia de los sentimientos y la fugaz del presente.

Saber enseñar las miserias de forma limpia, desde un espíritu crítico y nada favorecedor, es lo más delicado y difícil de muchos guiones. Santificar es de lo más reconfortante en el cine, pero enseñar las incoherencias del ser humano sabiendo que la lucha interna es un debate abierto requiere de más trabajo. Ese trabajo de no caer en la empatía facilona. Es una película de palabras, de intentar escenificar con actuaciones toda la carga moral, sentimental y de principios que conforman personalidades distintas pero coetáneas. Esas circunstancias que nos son impuestas y otras veces son buscadas pero que influyen en los deseados, en las actuaciones y en las ensoñaciones de sus protagonistas, por que no solo se vive del pasado, si no de la falta de futuro. El guion busca con la tensión y la dosificación de información el mantenimiento del interés, pero también el autoconocimiento de sus protagonistas, porque el análisis verbal que llevan a cabo es una catarsis social y personal que necesitaban. La palabra como problema y como solución.

Es un ejercicio de vanidad, pero no de la superficial, si no de la que arroja luz. Da en el clavo al expresar de forma concisa la vanidad con la que la falta de carácter y educación se convierte en el sinsentido de la discriminación. Asistimos a un manejo sin complejos de la radicalización del pensamiento sin casi o percatarnos. Esa delgada línea que separa los ideales del sinsentido de la violencia, que una personalidad endeble y sin forjar es capaz de catapultar al máximo exponente. No es la acción de uno, el guion expresa que la suma de todos los pequeños fallos del resorte social, a pesar del empeño de limarlo, hace como resultado toda esa ola de mentalidades extremas, siempre basándose en la ignorancia y la falta de guía. Los hermanos Dardenne guían al espectador a la contemplación desde fuera de toda ese proceso de absurda consecución de la finalidad en un joven lleno de carencias buscadas que no adquiridas. El guion no llena los huecos de esa explicación llena de aristas, si no que la expresa sin miramientos para que el espectador llegue a sus propias conclusiones. Una finalidad cruel y directa, pero que ejemplifica la sensación de hartazgo social que nos impera. Describir sin ser torticeros. Explicar sin ser paternalistas.

Una profunda, honda y minuciosa entrega de un reparto actoral que crea un universo, en el que se nos explican dos caras de una misma moneda: el individuo y la sociedad, como parte de ella, inclusiva pero mordaz, clasista pero cándida, desdeñosa pero cómplice, cercana pero altiva.
Ana Bruno brilla, emerge como un volcán silencioso desde su apartada orilla que expulsa casi de sopetón todas sus necesidades, ansias y sueños, aniquilando toda clase de débiles sensaciones de letargo. Ese fulgurante eclosión de personalidad, que lucha por su inesperada y nueva perspectiva vital, los nuevos sueños, las nuevas relaciones, son auspiciadas por un análisis social de los estamentos más agresivos de una sociedad corrupta y enferma de ideales.
El abrupto desenlace, contado con elegante, sutil y viva parsimonia nos agrada en lo empático, en lo etéreo y agudo de sus gestos, en lo tenue de sus diálogos y en lo volátil de sus tramas, que sigilosas nos mecen hasta adormecer el dolor que la protagonista creía haber curado.