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Mauricio (Isla) Mauricio (Isla) · Vheissu
Críticas de Jean Ra
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Críticas 262
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
5 de febrero de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
A los pocos minutos se descubre que estamos ante una maniobra no poco arriesgada: una película de ciencia ficción que toma no pocos gestos de puesta en escena de Robert Bresson. Hablo de esos planos detalle montados únicamente para captar gestos decisivos, el hieratismo de la dirección de actores, la inmovilidad de la cámara. Y sí, reitero: estamos ante una distopía, ante una obra en la que unos jóvenes huérfanos se han agrupado y viven como marginados, perseguidos por una policía formada por drones. Ellos habitan urbanizaciones deshabitadas, prometen no enamorarse, sociabilizar no les está prohibido, aunque lo evitan en la medida de lo posible.

Y lo curioso es que esa pátina de cine católico no termina en esos pocos recursos, tomados para componer la estética, también nos encontramos con que la figura central parece una transposición de Juana de Arco, que se rebela contra no sé sabe qué o quién, otro de los personajes ve el holograma de su hermana muerta, que sería lo mismo que decir una aparición, o sea, un delirio místico. Ella les cuida y les quiere como a una madre, en cada una de sus crisis es su soporte y el pegamento que mantiene a ese grupo de diez muchachos unido. En "Jessica Forever" los personajes tratan de mantenerse alejados de cualquier cosa que les cree apego a un mundo que les odia, intentan apagar las pasiones para también acallar sus trastornos mentales... y sin embargo, parece decirnos los directores, esto no se puede hacer indefinidamente. El ser humano es un ser movido por sus impulsos, sus ideas y sus pasiones, y éstas, tarde o temprano, afloran. La gente no cambia, se adapta. Puedes engañarte un poco toda la vida, puedes engañarte completamente durante un tiempo, pero no puedes engañarte completamente toda la vida.

Según me parece la acogida del público no ha sido demasiado calurosa. Quizá sea porque tiene los mimbres para crear una película de cinecia ficción de acción y en vez de eso opta una película introspectiva donde se examina los conflictos internos de los personajes. Pero es innegable que este "Jessica Forever" tiene objetivas faltas. Para empezar el contexto, que aspira a plasmarlo como un trasfondo, algo muy sutil, pero que no se sabe exactamente contra qué se rebelan esos muchachos. Siendo una narración de personajes, la verdad es que la composición de éstos a veces resulta algo meliflua, es como si no estuviésemos frente a jóvenes, si no a ángeles, a verdaderos serafines ideados a través de un romanticismo anacrónico. Su "lado oscuro" quizá resulta demasiado prosaico y el lado luminoso le sobra ingenuidad.
A eso sin duda hay que sumarle no pocos momentos de verdadero patinaje, bastante ridículos. Como cierto soliloquio exaltado que uno de los personajes suelta al llegar a la que será su nueva casa. O cuando otro de ellos se declara a una joven recién conocida y ella empieza a adoptar posturas de gimnasia a modo de contestación. O cierta fiesta de regalos, que supongo que viene a plasmar la vena consumista de la que están compuestos estos ángeles rebeldes y posmodernos, pero da igual, es como si estuvieras viendo a huerfanitos desamparados que viven su primera navidad. Rechina bastante. Supongo que cada cual podrá añadir otros momentos diferentes, porque de ésos los hay unos cuantos, a gusto del consumidor.

Y sin embargo, salvo algunas escenas puntuales de cierto embarazo, vi la película con simpatía. Me gustó ese cruce imposible de cine ascético y molde narrativo moderno. Las localizaciones están manejadas con gusto y ambientan fantásticamente una historia extraña, crean un mundo sumamente envolvente, donde no sabes si en algún momento surgirá alguien que romperá con todo, despertará a los personajes de su ensueño ingenuo y les hará aterrizar al mundo racional, pero que transmite cierta sensación de serena desesperación, que de alguna forma estás viendo algo así como la fase final del capitalismo.

Quizá los directores se pasaron de frenada y encararon un proyecto muy por encima de sus posibilidades. O hay algo, una cosa esencial, que todavía hemos de comprender, que no se nos revelará hasta la segunda venida. Cuando veamos a satanás cepillándose a una oveja en el patio trasero o cuando Greta Thunberg asuma la presidencia del Parlamento Europeo. Mientras tanto, para muchos de sus pocos espectadores, se tratará de una película que les encantará odiar; mientras que para la inmensa minoría será un placer culpable. Y la culpa, ya se sabe, es un vicio muy cristiano.
Jean Ra
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9
23 de enero de 2020
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para mí sorpresa, a día de hoy, "Atlantique" tiene una nota inferior a 6, es decir, que los usuarios de esta web apenas lo consideran un título pasable. En lo que a mí respecta se trata de una obra excelente, de una calidad sorprendente, más aún si tenemos en cuenta que se trata de una obra primeriza. Matti Diop ha hecho algunos trabajos como actriz y guionista, pero en su primer largo, dotado de un estilo visual sumamente elegante, ya se atreve a congregar elementos muy heterogéneos, capaz de aunar la crítica social con elementos fantásticos a la vez que aborda un relato policíaco con la historia romántica dónde los elementos anteriores se potencian y además le sirven a Diop para confrontar componentes culturales tradicionales (como el casamiento concertado) con situaciones rabiosamente contemporáneas (como es la migración en patera).

La historia principal no provoca sobresaltos por su novedad. Una muchacha se enamora de un joven obrero que de repente se esfuma y más tarde desencadena una investigación policial que rodeará unos hechos sobrenaturales. Estos elementos le sirven a Diop para esbozar una instantánea de Senegal, en la cual el rico empresario constructor actúa como un cacique, a su mero antojo, y la policía se ve obligada a favorecer sus deseos debido a que "ha hecho muchas cosas por ellos" (es decir, sobornos). Tras cuatro meses de duro trabajo sin paga, unos obreros deciden renunciar a la obra en la que estaban empleados y probar suerte con el cruce del Atlántico al Mediterráneo con tal de llegar a España. Esto le sirve a Diop para desmontar esa imbecilidad llamada "efecto llamada", pues demuestra que si una persona se aleja de su país natal y deja atrás a su familia y otros seres queridos es por falta de oportunidades con las que subsistir y no para perseguir la quimera de la mayor comodidad. Dentro de ese marco conceptual transcurre la historia de Ada, que se ha enamorado de uno de los obreros, llamado Souleiman, quien no parece capaz de contar a su amante la tremenda situación en la que está a punto de meterse. La precipitada marcha de estos trabajadores, que se produce en elipsis, desprende cierta connotación mística, como si se hubiesen adentrado en un territorio mítico, inimaginable, imposible de mostrar; y el océano adquiere, desde entonces, la categoría de símbolo, pues representa el amor, la añoranza y el anhelo de una vida más plena y transparente. Ahí es dónde Ada pierde a Souleiman y desde ahí, la visión de las aguas nos trae ecos de ese amor repentinamente interrumpido.

Como se ve, la corriente principal es la que transita la historia es romántica: ensalza la individualidad de Ada contra las imposiciones sociales del matrimonio concertado con otro hombre que ella no acepta, la pasión amorosa todo lo colma y los elementos irracionales y fantásticos crecen de dimensión conforme avanza la historia hasta colmarse en el clímax de la película. Posesiones, supersticiones, injusticias laborales, problemas de las migraciones... las colisiones entre elementos tradicionales y modernos es constante y la amalgama de estilos cinematográficos conforman un puzzle fantasmagórico que nos hace comprender que si bien el corazón de "Atlantique" es romántico, su cerebro es posmoderno, pues juega con la relatividad de la realidad y la mutabilidad de ésta, tanto en estilos como la naturaleza de sus personajes, llegando incluso a ser poseídos por fantasmas que regresan en busca de venganza. Hay que señalar que a pesar de disparidad de elementos y estilos, éstos no se se sabotean mutuamente, sino que se interactúan los unos con los otros y crean un conjunto homogéneo, lo cual para mí demuestra el buen hacer de la autora.

El estilo visual de Diop es de una elegancia incontestable, acertando a rehuir de los tópicos audiovisuales de las producciones comerciales para, a cambio, demostrar una gran destreza a la hora de colocar la cámara en posiciones poco usuales, moldear al milímetro las actuaciones y dilatar las escenas para adoptar cierto tono documental y además modular el tono para no caer en estridencias melodramáticas. Sumado, todo lo anterior me creó la impresión de estar viendo algo que sabía que es ficcionado y que sin embargo resultaba auténtico como espiar a través de una ventana. Los elementos fantásticos son a mi juicio manejados con soltura y acierto; la panorámica social resulta sutil y honesta y a la vez es punzante y posee vigor. Hacía tiempo que no me sentía tan maravillado por una película. Una de esas obras que tienen la cualidad de trasladarnos a un contexto ajeno y alejado y que sin embargo logra hacerse entender a las mil maravillas para que nos resulte cercano.

En mi memoria guardaré esa imagen de esa torre hipermoderna presidiendo la costa, las escenas nocturnas que nos hacen ver Dakar como un distrito fantasmal o la envolvente música de la norteamericana Fatima Al Qaridi que aliña esta historia de sentimientos frustrados por los tiempos y las injusticias.
Jean Ra
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8
2 de diciembre de 2019
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Definitivamente la obra de Pedro Costa no es un bocado suave y accesible, apto para cualquier curioso. Para iniciarse en su filmografía yo recomendaría ver primero el neorrealismo sórdido de "Ossos" y si la crudeza del relato no repele, entonces se puede probar el asalto a "El cuarto de Vanda", mucho más exigente y todavía más descarnada. Una vez pasados esos exámenes supongo que se está listo para cualquier de sus exigentes experiencias audiovisuales, que aúna el lenguaje poético con un compromiso honesto y sin tapujos con los más desfavorecidos.

Me doy cuenta que en el párrafo anterior se podría deducir que me tengo por una especie de entendido en su cine o un seguidor entusiasta. Nada de eso es cierto, pero sí lo es que hay tres de sus títulos que me apasionan y me parecen sobresalientes. A los dos anteriores añado este "Caballo dinero". Luego hay otras obras suyas con las que no conecto (como ahora "Ne change rien") y otras que acabé algo empachado a causa de su densidad y hermetismo, como es el caso de "Casa de Lava". Puede que la viera en un momento inoportuno, cuando no estaba ni preparado ni receptivo, el caso es que mucho de lo que vi ahí me pareció pesado e inexplicable. Para mi extrañeza, por lo que recuerdo, ese título y "Caballo Dinero" comparten no pocos gestos estéticos y que, como fue mi caso ese día, puede resultar una experiencia incomprensible e impenetrable.

Pero la verdad es que nada más ver los primeros minutos ya me he dado cuenta por dónde desea guiarnos Costa. Ya en los primeros instantes vemos a Ventura moverse por un pasillo subterráneo, con gorra y con el pecho desnudo, algo absurdo, y ya ahí se comprende que lo que vemos no es realista. El hieratismo de la narración visual, sus tajantes planos secos señalan no pocas complicidades con el lenguaje del documental, pero en verdad se trata de una narración de marcado corte onírico. Los escenarios y las escenas son proyecciones mentales de Ventura, de quien comprendemos que está enfermo, con la mente enturbiada y desorientada, sumamente enfermo y que la narración es una inmersión en la mente de su narrador. Puede que lo que vemos consista en la travesía final antes de la muerte y bucear en ese olvido definitivo en el que nadie recordará ni nuestra cara ni nuestra voz.

Ventura es un emigrante de Cabo Verde que ha trabajado toda su vida como peón, ha sido constantemente explotado por uno y por otro patrón, trabajando gran número de horas a cambio de pequeños salarios. Le quedó una magra pensión, por la que hipotecó su físico y su mente salió incluso peor parada. Claro que eso es mejor que morir tirado en la calle, lo que no quita que esos pasillos de hospital que se forman en su mente no conformen un purgatorio aséptico donde él deberá marchitarse en silencio, perdido en sus obsesiones y recuerdos. Costa nos presenta la historia de un habitante de los márgenes, que a pesar de haber contribuido al progreso de Portugal se ve en la cuneta. Para su persona la consecuencia del colonialismo ha consistido en dejar atrás a su gente y sus posesiones, sacrificios necesarios para perseguir la quimera de la vida mejor.

Fontainhas es el escenario para todos los que, como él, han sufrido las consecuencias de la historia y han pagado un alto precio por ello. Costa se acerca a todos ellos con una visión empática, atento a sus pequeños gestos, sus inquietudes y angustias, sin embellecer nada, ninguno de ellos es carnaza necesaria para fabricar un compendio lacrimógeno, facilón y sentimental, sino el vivo ejemplo de los receptores de los mayores desajustes y contradicciones inherentes en la sociedad, el vehículo imprescindible para emprender una investigación de lo esencial que subyace en esa oscuridad y esas profundidades que nadie desearía aproximarse.

Quien vea esta obra deben tener siempre en cuenta lo mismo que tuvo Costa al levantar su impotente edificio narrativo: que el desarreglo en la mente de Ventura es el motor narrativo, el desarrollo de las escenas, los escenarios que surgen de su memoria y los personajes que deambulan por ahí como almas en pena, no buscan componer un documento sociológico sino una indagación por todo aquello que nos hace personas y como, a veces, incluso cuando se está en una situación calamitosa, siempre se puede buscar la forma de realizar un pequeño gesto que ayude a otro, pues son los que evitan el desmoronamiento definitivo.
Jean Ra
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7
11 de noviembre de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al terminar de ver este "Atelier" sentí como que Cantet quería dar cuenta del fracaso de la ficción en su misión de reflejar la realidad y, a su manera, contribuir a calmar a los desasosegados y desasosegar a los tranquilos. Un grupo de jóvenes "descarriados" se reúne en una casa costera cerca de Marsella para asistir a un taller de escritura creativa. Ninguno parece motivado por fervores literarios. Unos están ahí para matar el tiempo, otros para evitar oficios físicamente exigentes como ahora el de peón o electricista. Está claro que la intención es ofrecer un muestrario de la juventud francesa actual, interés que conecta "Atelier" con "Entre les murs".

"Entre les murs" daba cuenta de la dificultad para construir futuros. El "Atelier" se muestra más pesimista y nos habla de jóvenes apáticos instalados en el nihilismo, que miran el pasado y el presente con idéntica indolencia, como si se hubieran contagiado del destino decadente de La Ciotat, donde habitan. Tras unos primeros compases dónde se da cuenta de personajes que representan a diferentes segmentos de esa población (inmigrantes malienses, magrebís, blancos, etcétera) la narración se concentra en la relación entre Olivia, la profesora, y Antoine, el díscolo que halla en constantes comentarios provocadores el único puente para relacionarse con sus corregionarios.

Hay que decir que el esbozo de los personajes no es en absoluto simple y tópico. Olivia se muestra paternalista por momentos, pero también dialogante, invita de forma honesta a la participación y si bien no esconde que el hecho que le paguen por enseñar es un incentivo, no desvela a las claras que en verdad utiliza a esos alumnos para "documentarse" de cara a una obra que tiene en preparación y que no logra avanzar. Antoine por su parte es arisco e introvertido a la vez que tiene su grupo de amigos, su relación con los otros alumnos es distante e incluso tensa, pero también aprende y reflexiona de lo que ve. Al principio de la película parece haber hallado en un influencer de extrema derecha una respuesta a su aburrimiento así como un posible futuro en las filas del ejército de tierra, más, conforme avanza la historia, comprobamos que todo eso queda a un lado mientras su interés por Olivia crece hasta el punto de lindar con la obsesión. Lee sus libros, la observa a escondidas mientras ella está en su casa, la busca en Internet. También ella realiza ciertas averigüaciones indiscretas que vienen a dar cuenta de cierta tendencia contemporánea de investigar a través de la red a las personas que nos llaman la atención.

A la postre Cantet nos habla de dos personajes que comparten similitudes. Olivia no parece conocer de verdad a los personajes de los que escribe, él parece sumido en el desencanto y se deja influenciar por visiones políticas sectarias y demagógicas. Ambos comparten una visión algo sesgada de la realidad, no terminan de dominar su destino a pesar que al principio Olivia se demuestra como una figura rectora, una conocedora que imparte conocimiento. En verdad está frustrada y por eso ha recurrido a esas clases para conformar unos personajes adolescentes que quiere introducir en su siguiente libro y que podrían parecerse a sus alumnos. Olivia intenta ayudarlos, pero vemos que en el caso de Antoine se demuestra incapaz a pesar de su interés. Y no sólo eso. El chico se demuestra sagaz, comprende las verdaderas motivaciones de Olivia y al final opta por darle un baño de realidad, a que se sumerja en aquello que desea conocer pero que empobrecerá con su prosa afectada.

Así, a través de esas dos vías, Cantet nos habla de la impotencia de la ficción contemporánea. Ya no tiene capacidad de influencia sobre la juventud como pudo tenerla en su momento Wolfgang Goete, cuyo "Las penas del joven Werther" influenció en cierta ola de suicidios en Alemania en el siglo XVIII, o Jean-Paul Sartre o André Malraux. Por más que Antoine lo intenta y escribe, siempre recoge desidia y rechazo. Él mismo tampoco le encuentra especial interés. Por el lado de Olivia también descubre lo vano que resulta su trabajo y en las últimas escenas se da de bruces contra la realidad de forma dolorosa.

No he echado de menos el optimismo moderado de "Entre les murs", pero sí cierta empatía por sus personajes, a los que vemos desasistidos y que son observados quizá con demasiada distancia. También da la sensación que podría haber aprovechado más la vena de escritora de Olivia, que si hubiesen filmado y montado hipotéticos fragmentos de su obra, que pudieran ser discutidos por los alumnos o si no que sirvieran de contraste al espectador, reforzaría esa visión acerca de escritores que despachan productos comerciales y jóvenes que ya no hallan satisfacción ni en los videojuegos, la vida social, la familia, la literatura y prácticamente casi en nada. Y si reviviera a alguno de los aquellos alumnos que aparecieron en su película ganadora de la Palma de Oro de Cannes? Veo ahí una idea feliz. En todo caso, aparcando ya las especulaciones, a mí personalmente me ha invitado a la reflexión, cosa que no siempre se puede decir de tantas otras ficciones comerciales.
Jean Ra
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7
21 de octubre de 2019
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si quieren que una sociedad saque lo mejor de sí misma y funcione en su mejor versión basta con proporcionar libertad económica a los emprendedores, a los más atentos y preparados, que buscarán la forma de ofertar el mejor producto por tal de ganarse el favor del público. Tan pronto bajen la calidad y olviden las necesidades de los consumidores, estos le darán la espalda y consecuentemente tropezarán y se derrumbarán como un castillo de naipes. Eso nos dice el credo predicado por las luminarias del libre comercio. Hay que admitir que esa premisa no da malos resultados cuando se aplica en el campo de productos para el ocio, los accesorios y complementos para sencillamente alegrarse el día.

Pero cuando ese mismo credo se aplica al de las necesidades y se mercantiliza con las viviendas o la sanidad, se especula con los servicios tales como los controles de seguridad de los aeropuertos, descubrimos que la cosa cambia dramáticamente, pues se deja al usuario en un estado de enorme vulnerabilidad. Porque la primera prioridad de una empresa es el beneficio, no procurar bienestar, y para ello debe reducir todos los gastos posibles. Da igual si hablamos del abaratamiento de los costes de producción, bajar la cifra de los gastos en el personal o la reducción de pérdidas, la visión del balance contable primará por encima de la necesidad que originó la empresa. Si una ventaja tiene Europa sobre el resto de zonas mundiales es la sanidad pública, que sin duda tiene sus pegas y problemas, pero cubre aquello que es esencial. Cualquiera que no esté satisfecho siempre puede optar por la clínica privada, que por cierto te derivará a la pública si tu problema es especialmente grave. Si a esa ecuación añades a las aseguradoras, el cóctel es mortal.

Esa es justamente la premisa de este "Un monstruo de mil cabezas", cuya protagonista se encuentra en un asfixiante laberinto dónde los escalafones inferiores tienen la obligación de escatimar, jugar al despiste y hacer una criba seria de los clientes que solicitan servicios para reducirlos a la mínima expresión y engordar las cuentas corrientes de los escalafones superiores. La empresa privada intenta reducir sus gastos buscando fórmulas para minimizar el dinero que paga en las pólizas, por eso se inventa fórmulas diabólicas como una prima por porcentaje de pólizas rechazadas. Cuanto más clientes se den por vencidos, mejor para el trabajador, que saldrá más rico. Su beneficio es la ruina de otros. Terrible. En el fondo lo que se pide es que el cliente se resigne, vaya a un rincón y se pudra en silencio. Si hay algún disparatado dispuesto a rebelarse tiene la vía de la demanda, proceso kafkiano que exige dinero y mucho tiempo que absorberá sus energías y al final tampoco garantiza su satisfacción. Total, que muchos desisten y se resignan. No es el caso de Sonia Bonet, cuyo reloj ha entrado en una dolorosa cuenta atrás y se halla en una situación desesperada.

La habilidad de esta narración es dramatizar una fantasía muy frecuente, la de la acción directa contra los esquivos sistemas piramidales. Plá no se deja tentar por el efectismo y expone la situación del personaje con una objetividad honesta y precisa. Un relato condensado en el que los personajes van formándose sobre la marcha y que suponen un veraz reflejo de la siniestra cadena de mando que supone una empresa, dónde ninguna de las partes parece tener el poder de realizar un gesto humano y generoso. Si contemplas las partes por separado resulta comprensible, conforme asciendes y conjuntas secciones, cada vez resulta más irracional y el monstruo resulta más difícil de domar. Un mecanismo narrativo sumamente astuto que superpone dos capas temporales y realiza múltiples saltos en el punto de vista narrativo para crear cierto efecto de distanciamiento, que también añade cierta noción de absurdo a ese enfrentamiento drástico y directo que emprende Sonia, con el que no poca gente hemos fantaseado en algún momento de desesperación, pero que parece inasequible e imposible... si no es en la imaginación o la ficción. A pesar de todo, esta ficción nos recuerda algo elemental: la sociedad es especialmente atenta y cuidadosa con sus capas más altas y si te da por morderlas, date por chingado.
Jean Ra
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