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España España · Barcelona
Críticas de zoquete
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Críticas 40
Críticas ordenadas por utilidad
8
19 de julio de 2005
86 de 100 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jamás he estado en un corredor de la muerte. No sé si olerá a orines, a vómitos o a sudor. No sé si sus habitantes vivirán en una continua congoja llena de arrepentimiento, de odio o de incomprensión. Tal vez rían, tal vez la impotencia se torne incongruente redención. Tal vez lloren, o maldigan esa desafortunada circunstancia que les conduce a la silla eléctrica. Eso sí sé: muchos querrían saber qué sienten, pocos son los que pueden contarlo. Menos aún los que quieren contarlo.

No sé si soy racista. No sé si podría renegar de una tradición familiar sureña, renunciar a mis vínculos sociales, aceptar que mi casa se devalúe porque tengo nuevo vecino, negro. La corrección política me llena de prejuicios, me impide conocerme y me obliga a firmar todos los manifiestos ensalzados por la mayoría, experimentados por minorías. Me pregunto si eso tiene que ver con el sentido común.

“Monster’s Ball” arranca con la preparación de la ejecución de un preso negro. Se dan cita mujer e hijo, celadores y dibujos realizados por el condenado que cargan de humanidad un desconocido crimen y una reprochable vida, que debe cesar por prescripción judicial. Los carceleros preparan los últimos minutos del convicto. Recogen sus pertenencias, le afeitan, verifican los letales electrodos... se aseguran de que sean de verdad sus últimos minutos. Su día a día se mezcla con la irreversible ruptura de la rutina de los ajusticiados. Víctimas y verdugos, crimen y castigo, negro y blanco.

En una provocativa ironía del destino, la mujer y el ejecutor del reo se encuentran, se gustan, se necesitan y se aman. Como si fueran ellos los condenados, de un largo trago, como wisky apurado para evitar, para alargar sus lágrimas. Como si no fuera a existir futuro y quisieran borrar el pasado...

La historia parece ser el fallido intento de dos aspirantes a actores por conseguir su primer papel, Will Rokos y Milo Addica, que tuvieron que conformarse viendo como grandes del cine se disputaban el guión que habían escrito. A ellos se une la espectacular Halle Berry, oscarizada por esta misma interpretación, que deja la sofisticada elegancia exhibida en Operación Swordfish para calzarse una sensualísima naturalidad de madre rural al borde del abismo. Billy, el gran Billy Bob Thorton, que parecía moverse de forma discreta, casi acentuando sus papeles de maniático personajillo (“Un Plan Sencillo” o en la reciente “Bandits”), cambia a un registro de alta temperatura.

Violencia y sexo, ¿está claro? No, aún no, en esta rareza hay efectos que le proporcionan una atmósfera especial: tiempos muertos, silencios... Peligroso. Podría ser perjudicial. Uno podría hacer cualquier cosa. Incluso pensar.

¿Qué le falta? Olor. Olor a tabaco y a café, a Jack Daniels y a vómitos, a carne quemada y a sexo. O tal vez no, más bien dentro de unos años, cuando al fin instauren TechniOlor diremos “ésta que no la oloreen, resulta más auténtica sin olor”.
zoquete
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9
19 de julio de 2005
75 de 80 usuarios han encontrado esta crítica útil
Escucha... no, no te estoy diciendo que me oigas. ¡Escucha! Es la diferencia entre la actitud pasiva y la activa, porque para esta película lo vas a necesitar.

Brevemente, la sinopsis: Rafael, estresado propietario de restaurante, un ´malabarista que corre arriba y abajo intentando mantener el equilibrio ´, que tiene una madre con Alzheimer, una novia a quien atiende como si florero, una hija para los jueves fruto de su divorcio y un reencuentro con un viejo amigo que le devuelve sueños de su infancia. También tiene dos grandes amigos, inseparables compañeros: su encendedor y su móvil. Un ataque de corazón y un ´¿qué mierda estoy haciendo con mi vida?´, una oferta de una multinacional para comprarle el restaurante y un entrañable padre que se declara tan absolutamente enamorado de su mujer que desea llevarla a la vicaría, tras cuarenta y cuatro años casados por lo civil, ´lo único que no le he concedido´. Un cóctel de lágrima fácil...

¡No!

De lágrima, pero no fácil. Escuchadme: quienes hayan visto la sumamente recomendable ´El niño que gritó puta´ del mismo director sabrán que no hablamos de un Michael Landon, sabrán que la dureza no le resulta ajena. Pero, a diferencia de aquélla, comprobarán también que se puede encontrar amabilidad entre la miseria humana, que el cinismo no deja de ser una coraza timorata y que la poesía se puede consumir sin edulcorantes.

Si el director ya supone un aval, los actores merecen un aplauso rotura de muñecas. Desde Ricardo Darín que no presenta fisura alguna a su novia en la pantalla, Natalia Verbeke. Héctor Alterio como anciano padre merece un pedestal, por la espléndida interpretación y porque todo lo perceptible, también lo imperceptible, y lo aperceptible, lo properceptible, superperceptible, ultraperceptible, noséquéperceptible se armonizan en uno que nos conmueve y nos hace desear encontrárnoslo por la calle, incluso mejor, mirar de otra manera a quien nos encontremos por la calle.

Categoría especial para Norma Aleandro, como la madre. Pasa de la dulzura a la vulgaridad sin apenas transición, sin ese velo de pudor del que tanto cuesta desprendernos. Pierde la mirada en no sé qué rincón de su memoria mientras nos descubre sus inquietudes más infantiles. Nos arroja su severo semblante que estoicamente soportamos para estallar en una tosca carcajada que nos la devuelve adorable. No culpéis a quienes se enternezcan más de la cuenta o, por el contrario, permanezcan demasiado impasibles. Como el documento nacional de identidad, son sensaciones personales e intransferibles.

Despójate de los guantes que confunden tacto con presión. Líbrate de resfriados que conviertan tu nariz en un simple apéndice nasal y, sobretodo, no se te ocurra enmascarar tu gusto tras una previsible capa de caramelo. Cálzate los cinco sentidos y experimenta con unos sentimientos que, de tan milimétricamente reales, parecen ficción. Esa ficción que todos quisiéramos tener la lucidez de alumbrar.
zoquete
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8
15 de enero de 2007
76 de 83 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existe un mito bien antiguo que habla de la antigua existencia de seres de cuatro brazos, cuatro piernas y dos caras. Seres que se mostraban tan completos que acabaron irritando a sus creadores, pues más que poseerlo todo, nada les faltaba. La ira divina se torna masacre y los seres son abiertos en canal, bañados en sangre. Pero la omnipotencia celestial también sabe de compasión, y cada trozo es reparado, cosido y sanado, dando lugar a mujeres y hombres, sin más vestigio que un ombligo en recuerdo de tan siniestro episodio. Pero, ¡ay, pobres criaturas! Su nueva condición despierta la ansiedad, el vacío y el deseo de recuperar su originaria mitad. Es el origen del amor…

Ahora ponedle música, por favor. Estaría bien algo de Lou Red o David Bowie, mejor David, definitivamente Bowie. Así lo querría Hedwig, fallido transexual, fallida estrella de rock, fallida vida amorosa y protagonista de este musical. (“¡Oh, no, un musical!”) Sí, un musical con dibujos animados y la típica provocación drag. (“Puf, esa ya me la sé”) Vale, repito:

* La música excelente, incluso en temas deliberadamente sórdidos, o acompañado de inútiles comparsas que destrozan bellas composiciones. Las letras, o se siguen o se escoge otra película.

* Los dibujos animados en las antípodas de las últimas virguerías: trazos simples, frescos y absolutamente imprescindibles, donde las ensoñaciones místicas de Hedwig mantienen toda fuerza sin perder un ápice de realismo.

* Rostros desconocidos: John Cameron Mitchell se come la cámara, delante y detrás (monopoliza dirección, guión y protagonismo). Stephen Trask representa al líder del grupo de rock, aparentemente ensombrecido por el primero si no fuera porque carga con la música y letras.

* La típica provocación bla bla: ¿insistimos en que hablamos de algo más? Si no te gusta, no vayas pero, con todos los respetos, o te has tragado pobres referentes o ricos prejuicios.

¿Más avales?¿seguiremos hablando de etiquetas hasta el final?

Preferiría volver al mito... Hedwig busca su mitad, se dice -´¿tendrá lo bueno del originario ser o seré yo quien lo posea?´-, se pregunta si será ´él´ o ´ella´, si será su complementario o su igual, si sabrá admitirle o le rechazará.

Al separarse en dos, algunos seres quedaron simétricamente divididos: un par de ojos y brazos con un corazón e hígado. La mayoría, sin embargo, se llevaron algo de la bilis del otro, quizás aire de sus pulmones o, simplemente, parte de sus latidos. Cada día que amanece, con la misma intensidad con que nos preguntamos si realmente hemos encontrado nuestra mitad, intentamos ocultar nuestras diferencias, sellar esas huellas, incluso el ombligo que nos recuerda que sólo somos medio algo, además medio imperfecto. ¿Qué perdimos al ser cercenados por los dioses? Algunos saben reconciliarse con su asimetría, con ese ojo de distinto color, con esa pulgada rabiosa, con esa pulgada dispareja, y sobretodo reformular la pregunta ¿qué le extirpamos a nuestra mitad?
zoquete
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9
29 de marzo de 2009
64 de 79 usuarios han encontrado esta crítica útil
Veréis, tengo vocación de macarra: esa deliciosa sensación de poder básico, directo, brutal, de imponerse por la fuerza... me seduce. Tal vez por eso desde siempre he envidiado a los cuerpecitos danone esculpidos a base de mancuernas y pesas de cien kilitos. Tal vez por eso me hubiera gustado lucir un cinturón negro tras un ridículo kimono karatekid que implicara que nadie osara soplarme.

Por eso me ha fascinado Danny Balint, protagonista de la película que nos ocupa y luchador de raza que combina superioridad física y tenebrosa búsqueda de las raíces primigenias. Un judío que reniega de sí mismo para arrollar de la manera más primitiva con preguntas existenciales, que muchos intelectualillos de café simplemente considerarían puro entretenimiento. ¿Quién postula que la meditación está en contradicción con la violencia?

El director Henry Bean aborda la muy necesaria reflexión sobre el resurgimiento de la ultraderecha, las condenas al terrorismo tras el conflicto Palestino-Israelí y nuestro usual conformismo "políticamente correcto". Desde la aterradora noticia publicada por el New York Times sobre el judío de brillante discurso antisemita y prácticas fascistas, Bean nos muestra al típico neonazi, cabeza rapada, botas militares e indisimuladas esvásticas que intimida a un también típico judío, apocado y de frágil apariencia, y le golpea, le golpea, le golpea...

En paralelo presenciamos la rebeldía de un apasionado estudiante, un niño casi, que se niega a ver la virtud tras el puñal que alzó Abraham sobre su propio hijo. Asistimos a un conocimiento profundo de las escrituras y a una pasión casi enfermiza por analizar cada rasgo identificador del pueblo judío, "El pueblo elegido". Descubrimos la dolorosa contradicción de quien desconoce demasiados misterios divinos como para reconciliar sus entrañas con su razón, para esquivar la amargura de la decepción, tras unos dogmas presentados como infalibles. El joven Balint se entrega con odio y amor a lo divino, mientras reclama excusas para sedar a golpes sus tambaleantes convicciones.

¿Queréis juzgarlo? Os advierto que sabe un rato, pero ciertamente si lo condenamos a muerte, dejará de dar problemas. Nos gusta presumir, jactarnos incluso de una cultura cada vez más descafeinada basada en el descreimiento. Paradójicamente, sobre estas bases tan endebles, no puedo resistirme a aplicar el pragmatismo social, jugando a sentar principios éticos y morales entremezclados con los resquicios de mi temprana formación espiritual. Eso sí, cual anfitrión de una gigantesca fiesta de disfraces, para no enemistarme ni entrar en conflicto con nadie, sonrío hipócritamente a todas las ideologías sin plantearme seriamente si nos están dañando, si tienen base alguna o un sentido más allá del que poseen los horóscopos del diario.

En confidencia, también tengo días en que siento cierta vocación de santo. Se me pasa rápido en cuanto leo el periódico...
zoquete
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7
19 de julio de 2005
53 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
“¿Qué quieres de la vida?” – pregunta el escritor. “Unos ‘jeans’, ropa ‘Calvin Klein’, una moto y una lavadora ‘Whirlpool’ para mi madre”, le contesta el asesino.

Fernando gusta de la música clásica. “Me atraviesa el corazón” le confiesa a su amante Alexis, mientras intenta reeducarlo en sus alborotadores gustos musicales. Fernando ha vuelto a Medellín para morir. Le pesan las canas. Asiste a su realidad con pesadez, con hastío: le molestan los ruidos, la agresividad, el egoísmo. El cinismo se ha apoderado de su ilusión y sólo le queda su ingenio para reafirmarse en su deseo por desaparecer.

Alexis apenas termina de salir de la infancia. Hace de guía y acompañante del escritor, a quien actualiza en la evolución de la ciudad, en los cambios desde que cayó Escobar, “el gran empleador del pueblo”. Dieciséis años, la mirada perdida y un “tote”. Es ligero de gatillo, “son ellos o nosotros” pero sus asesinatos no le quitan el sueño, sino a su amante.

“La Virgen de los Sicarios” no es una película familiar, ni de palomitas, como ya pueden imaginarse. Es difícil de digerir. Algunos la clasificarán como violencia gratuita “¿por qué filmar sólo lo malo de Colombia?”, otros detestarán el formato digital y determinadas secuencias de cámara al hombro y, sin duda, muchos aborrecerán de una estructura fuera de los cánones hollywoodianos. De hecho, todas estas críticas y muchas más se han realizado, y con especial virulencia, en el propio país donde se desarrolla la acción. No es para menos, es la antítesis de cualquier promoción turística.

No obstante, interesará a quienes deseen conocer la desintegración social en Colombia, cómo la viven los críos desde su nacimiento hasta su “profesionalización” como sicarios. Interesará a quienes inquiete la violencia, a quienes deseen conocer mejor la naturaleza humana.¿Por qué Alexis es incapaz de matar a un chucho y no duda un instante en descerrajar un tiro a un vecino ruidoso? Todo ello adornado con hirientes pincelazos apuntando a los problemas de fondo en la realidad colombiana: desde la desestabilización del empleo producida por el narcotráfico, la desproporcionada emigración a las ciudades y el desconcierto del pueblo para con su clase política.

La ciudad ha crecido y se ha enrojecido de sangre que mana con excesiva facilidad. Ese rojo se combina con el amarillo de los taxis y el azul de ropas y toldos, completando los colores de la bandera del país. La paradoja, la permanente devoción por los santos y vírgenes, a quienes los asesinos se encomiendan para ser más certeros con sus armas. Mientras, desde los ojos de los “gamines”, los niños de la calle y futuros sicarios, se abre la puerta al “fondo del infierno”, a la “infamia de Dios”.¿ Por qué permite semejante tierra de “desechables”?

Contra toda lógica, el escritor sin esperanza descubre el amor, donde fue a buscar su muerte encuentra la vida...
zoquete
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