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Irlanda Irlanda · Dublin
Críticas de daci
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Críticas 40
Críticas ordenadas por utilidad
4
16 de enero de 2012
14 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
La carrera de Alex de la Iglesia no ha evolucionado a la altura que prometían Acción mutante y El día de la bestia, sus dos mejores películas aunque tampoco unas obras maestras. Y es que con cada nueva realización de Álex se ha hundido un poco más el buen recuerdo dejado por sus dos primeros films, quedando patente que lo del de Bilbao es tropezar una y otra vez con la misma piedra y repetir sistemáticamente el error que arrastran todas sus películas: partir de una idea sugerente e ir malográndola poco a poco con un desarrollo pobre, para al final acabar el largometraje de cualquier manera y por debajo de lo esperado.

La chispa de la vida no es una excepción a la norma, por mucho que Álex venga ahora de heredero de autores como Berlanga, Marco Ferreri o Billy Wilder nada menos. Pero la realidad es tan cruel como la que nos muestra su film, y ésta es que su talento no da para tanto, al andar tan escaso de sutileza y ambigüedad como va sobrado de humor negro y mala leche. Pero, justo en esta película, cuando más falta hacía que desplegara esas virtudes -que sin duda atesora- en beneficio de la historia, también se ha quedado corto de ellas, entregando finalmente un film blandito y excesivamente didáctico. Casi como si le diera vergüenza añadir matices al guión de la cinta -obra de Randy Feldman, el de Tango y Cash- y en el que por primera vez en su filmografía no ha participado ni como co-guionista.

La película muestra el circo mediático que se monta cuando un publicista en paro -José Mota- cae en unas obras del anfiteatro romano de Cartagena y se queda inmovilizado en el suelo, con un hierro clavado en la cabeza. Pronto su percance se convierte en centro de la actualidad y todo el mundo -las televisiones, los dueños del anfiteatro, los políticos, hasta el propio accidentado- intentan sacar tajada del suceso, dejando a la dignidad o a la cordura brillar por su ausencia.

Aunque de la Iglesia mejora un poco respecto a la fallida Balada triste de trompeta, el film tampoco resulta muy memorable y no pasará a la historia salvo para recordar la extraña pareja que formaban José Mota y Salma Hayek. Mota lo intenta al principio pero luego se le acaban notando bastantes carencias dramáticas, aparte de tener en contra su background de cómico televisivo, demasiado marcado en el imaginario para lograr hacerse creíble en este film. Hayek, en cambio, termina resultando la chispa de la película, realizando una interpretación muy natural y conmovedora como la esposa del protagonista, la única persona que no pone precio a su dignidad entre tanto sujeto dispuesto a venderse o a aprovechar el suceso de una forma u otra, incluyendo a su propio marido. Un trabajo que la ha llevado a ser nominada al Goya con todo merecimiento, y no -como algunos malpensados creíamos-, como el típico peloteo a la estrella de Hollywood que rebaja su caché y se digna a salir en una cinta española, estilo Viggo Mortensen en Alatriste.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
daci
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1
23 de agosto de 2010
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Para que algo tenga gracia tiene que ser gracioso”. Esta frase, puesta en boca de Pablo Carbonell por los guionistas de Campamento Flipy, se erige en realidad en un peligroso boomerang que resume a la perfección la sensación que deja esta cinta. Porque, cómo decirlo… si lo que se pretendía era promocionar las aventuras de Enjuto Mojamuto en internet -se exhibe un breve anuncio previo al film-, no era necesario rodar esta película para acompañarlo. Tan sólo, ponerlo a continuación del genérico de apagar el móvil; así lo iba a ver más gente y todo.
Está claro que los (ir)responsables que han hecho Campamento Flipy no aspiraban a otro Ciudadano Kane; lo que no lo es tanto es la intención última para con el sufrido espectador de este desaguisado. ¿Vacilarle? ¿Que disfrutase de su festival del humor de caca-culo-pedo? Tampoco queda muy diáfano a qué tipo de público va dirigido, ya que para su espectro potencial -los treintañeros seguidores de Muchachada Nui- deviene lo mismo que para cualquier otro con ojos y orejas: una comedia sin gracia.
Precisamente, son los miembros de M. Nui los únicos que le ponen algo de carne al asunto, aunque se eche en falta a Joaquín Reyes para elevar el infantiloide nivel de risas. Y es que la película naufraga por completo en su intento de crear una versión cañí de films estilo Los incorregibles albóndigas, cuando en realidad está más cerca de Aterriza como puedas por sus detalles sin sentido o de los Farrelly por lo escatológica que resulta. La conexión entre secuencias para darle un mínimo de orden a la historia también deja bastante que desear, pero no pasa nada, ya que está la excusa de que procede de un cómic narrado a cachos por el émulo animado de Flipy -lo de animado es porque está dibujado, no porque llegue a tener chispa en ningún momento-. Donde sí hay solidez es para establecer que el largometraje está filmado en la bella Asturias, como no paran de repetir los personajes -260 mil € del ala les sacaron a los pobres asturianos por promocionar su principado-. Al final, el interés se reduce a ir adivinando de qué cinta se ha saqueado el siguiente gag: de La chaqueta metálica, El sargento de hierro, Apocalypse Now, Cuenta conmigo, etc.
Al menos es de justicia reconocer que, hasta que no se ruede el biopic del caganer de los belenes, Campamento Flipy ostentará un récord muy particular: el de película de la historia del cine en la que más veces sale alguien cagando -iba a poner haciendo de vientre, pero sería traicionar su espíritu-. No está mal, aunque, con un poco más de empeño, podría haber pasado a la posteridad por otras dos marcas: la de menos risas por hora para una comedia -lo impide paridas sueltas de Ernesto Sevilla-, y el de personaje más irritante que se haya puesto nunca delante de una cámara de 35 mm para el pequeño gran Flipy -el Ruby Rhod de Chris Tucker en El quinto elemento era muchísimo, pero muchísimo peor-. ¡Buff! Para qué habré dicho nada, ya me entran los sudores fríos al recordarlo…
daci
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7
1 de noviembre de 2010
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un amigo algo malvado y que no traga a Ben Affleck solía comentar que el único papel que éste podría hacer creíble era el del monstruo de Frankenstein, debido a su gran estatura e inexpresividad interpretativa. Sin embargo, un servidor, tras haber visionado sus dos films como director, piensa más bien que en realidad el que le vendría perfecto sería el de Doctor Jekyll y Mr Hyde, habida cuenta de la distancia que media entre sus respectivas labores delante y detrás de las cámaras.

En efecto, pocos podían prever que el limitado actor de Gigli iba a resultar un realizador tan solvente en su nueva faceta en el cine. Si ya en su debut con Adiós, pequeña, adiós (2007) sorprendió por la seguridad con la que adaptaba a Dennis Lehane -la de un veterano, como el Eastwood de Mystic River-, con esta The Town. Ciudad de ladrones Affleck refrenda lo que a muchos nos pareció tras su ópera prima: que es mucho mejor director que actor.

Siguiendo los pasos de aquella Gone, Baby Gone, nuestro hombre vuelve a situar la trama en el Boston más degradado, ése que no sale en las postales de viajes, como el del bar de Cheers o el del Garden de los Celtics -por mucho que una secuencia clave muestre el Fenway Park de los Red Sox-: el barrio marginal de Charlestown, cuna y refugio de hampones irlandeses como ya nos mostraba otro bostoniano de pro -William Monahan- en Infiltrados. Un lugar regido por estrictos códigos de fidelidad entre delincuentes y del que parece imposible escapar, como podrá comprobar Doug MacRay, un hastiado atracador de bancos que no conoce otra vida que la del crimen.

The Town constituye una interesante mezcla entre The Wire, Heat y el cine policíaco de los ‘70 como el que facturaban William Friedkin o John Frankenheimer, no por casualidad, director de Ben en Operación Reno y del que éste parece haber emulado en su clasicismo a la hora de rodar las vibrantes escenas de atracos; de lo mejorcito del film y bastante alejadas de la pirotecnia MTV de Michael Bay y compañía. En el otro lado de la balanza, habría que objetar la artificiosa historia de amor entre Doug y Claire -Rebecca Hall-, un personaje muy importante al principio y que luego apenas sale en el último tercio de la película.

Está por ver si Affleck se encontrará igual de cómodo dirigiendo otro tipo de historias fuera de Boston o de los thrillers dramáticos, pero lo que sí es cierto es que, por ahora, ha hecho bien pisando sobre seguro y reclutando poco a poco a un stock de colaboradores habituales, como el músico Harry Gregson-Williams o sus actores fetiche Titus Welliver -Lost- y el rapero Slaine. Quién sabe, puede que hasta la leyenda urbana que corre por Hollywood sea falsa y Ben participara en el guión de El indomable Will Hunting más activamente de lo que aquel sketch de Padre de familia apuntaba…
daci
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7
24 de agosto de 2010
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Martin Scorsese retorna a la mafia para recordarnos lo buen director que era, y que películas como Kundun, Gangs of New York o El aviador nos habían hecho olvidar. Y es que tras años de sequía artística, el director de Goodfellas nos entrega la cinta más taquillera de su carrera, y un trabajo, si no a la altura, al menos digno sucesor de su prestigioso film de 1990. Sin embargo, esta no es otra mirada nostálgica sobre el hampa vista desde el interior, sino un retrato real, seco y contundente de la miseria y el sufrimiento que provoca el crimen organizado.

Más cercana quizá a la infravalorada El clan de los irlandeses que a su película matriz -Infernal Affairs-, Infiltrados resulta un film violento y contundente que reflexiona sobre las preocupantes similitudes entre los dos lados de la ley y la injusticia que domina el mundo de hoy. La película da lo que promete, y por el camino consigue que odiemos a Matt Damon, temamos a Jack Nicholson o nos identifiquemos con Leonardo DiCaprio -y Mark Whalberg, claro-. Lástima que el doblaje en castellano descoloque al espectador de oído fino, al no haberse respetado las voces habituales de Nicholson -Rogelio Hernández- DiCaprio -Luis Posada- o Martin Sheen- Ernesto Aura-, en otra polémica decisión de Armando Carreras, director de doblaje de Warner España.
daci
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5
13 de septiembre de 2010
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que me perdonen los integristas del rock, pero cuando oí que Dakota Fanning y Kristen Stewart iban a salir en una película llamada The Runaways me sonaba a remake de Runaway, brigada especial, aquella cinta de los `80 con Tom Selleck de policía futurista. Ni conocía al primer grupo femenino de punk / rock de la historia, ni su música, ni a Cherie Currie o a Joan Jett ni su propia existencia en este planeta.
Sin embargo, ese desconocimiento de la banda no es óbice para disfrutar de The Runaways, un biopic musical que no se sale demasiado de los parámetros a los que nos tiene acostumbrados el género. A saber: unos jóvenes desconocidos forman un grupo; un avispado productor ve su potencial y los encauza a la cima con trabajo duro; como consecuencia llegan el éxito y los excesos de sexo, drogas y alcohol; luego la resaca, las peleas, la decadencia y la disolución de la banda por sus -ahora famosos y ególatras- miembros. Para terminar hay un epílogo entre orgulloso y nostálgico por los logros alcanzados, mientras suena la canción más representativa de su repertorio.
Todo ello ya estaba en biopics reales -The Doors, 24 Hour Party People- como inventados -Dreamgirls; Casi famosos, The Wonders-, con más o menos acierto. Lo que diferencia a la película de Floria Sigismondi es que su historia parece adquirir mayor verosimilitud al estar narrada de primera mano por sus protagonistas: se basa en la autobiografía de Cherie Currie y ha sido producida por la propia Joan Jett, quien también asistió al rodaje.
Sin ser una maravilla, The Runaways al menos entretiene y resulta didáctica al hacer hincapié en la condición de pioneras del grupo, en una época -mitad de los ‘70- en la que las mujeres rockeras eran algo exótico. Como explica el productor Kim Fowley -genial Michael Shannon-, “el rock & roll es un deporte de sangre y hombres, y no quieren ver a las mujeres sobre el escenario, sino en la cocina o sobre sus rodillas. Vosotras cambiaréis eso”. Y en efecto, a pesar de su breve existencia -1975-79- fueron las Runaways -junto quizá a Patti Smith- las que consiguieron cambiar esa mentalidad machista del rock y abrir paso a otras bandas femeninas posteriores, como las Bangles, Hole o a la Joan Jett de Blackhearts.
Conviene destacar así mismo el buen trabajo de su dúo de actrices principales: Dakota Fanning como la vocalista Cherie Currie -en especial su audición cantando Cherry Bomb por primera vez, o su caída en las drogas-; y Kristen Stewart, que logra evitar sus mohínes delicados de Crepúsculo y componer un personaje fuerte y decidido, como se le supone a toda una figura del rock llamada -ya no se me olvida- Joan Jett.
daci
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