Un autobús de una compañía de gente del espectáculo, en concreto de revista, tiene que hacer una parada en el camino pues una de las coristas parece gravemente enferma. La compañía decide dejarla en un pueblo, a cargo del médico allí asignado, y continuar su viaje, apremiado por responsabilidades profesionales. El médico acepta la proposición del director del espectáculo y acoje a la enferma, una chica francesa de gran atractivo. Este hecho revoluciona el pueblo y mantiene en vilo a todos sus habitantes. El médico, a espaldas de la joven corista, intenta retenerla, hechizado por la frescura que desprende tan bella damisela, y provocando habladurías en los mentideros del pueblo. El profesor de francés de la población y la esposa del médico completan el cuadro.

Los colores del bosque norteño vibran en la luz primaveral. Dos niñas algo repipis discuten, al calor de su inocencia y del saberse solas, sobre si a Dios puede vérsele u oírsele. De pronto, una de ellas avista una figura negra que se aproxima caminando entre el follaje. Aparece quien se identificará después como Don Rodrigo, conde de Albritz. Para las niñas, su abuelo.

White god narra la odisea de un perro y de su ama, una niña en ciernes de ser mujer. Odisea por separado. El comienzo versa sobre su vida juntos y su separación, el nudo trata de la vida de cada uno de ellos, estableciéndose un cierto paralelo (por supuesto que el perro sale perdiendo) y el desenlace abarca el reencuentro entre dos seres muy cambiados, uno de ellos humano y el otro una bestia.
Y no digo más, pero tiene varias secuencias memorables.
Recomiendo ir a verla, por supuesto, y como siempre, en su versión original.