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España España · Miranda de Ebro
Críticas de Cocalisa
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Críticas 32
Críticas ordenadas por utilidad
6
20 de julio de 2007
19 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La gente siempre dice que el crimen perfecto no existe, pero yo no estoy de acuerdo...” reflexiona Charlie Arglist en la secuencia inicial de La cosecha de hielo, en tanto una versión -almibarada, como corresponde- de “El tamborilero” nos proporciona un guiño clarificador sobre las intenciones de este cínico homenaje al cine negro.
Harold Ramis -un director caracterizado por introducir en buena parte de su obra dosis notables de humor corrosivo- sitúa las peripecias del abogado Charlie, su violento compinche Vic Cavanaugh y su impresentable colega de copichuelas Pete Van Heuten en la glacial Nochebuena de un Wichita poblado por clubs de alterne, gansters escasamente complacientes, bailarinas patéticas, policías idiotizados y, cómo no, una “femme fatale” capaz de iluminar, a ratos, las horas de nuestro protagonista.
Estupendo, una vez más, John Cusack, bordando el papel de un hombre embarcado en una aventura que parece desbordarle por los cuatro costados, marcado por la fatalidad que caracteriza el destino de los héroes del thriller clásico. Estupendo también el eficaz Billy Bob Thornton en su diseño del truculento Vic. Y estupendo, desde luego, Oliver Platt como insuperable rompepelotas empapado de alcohol.
Todos ellos, junto al atractivo equívoco de Connie Nielsen o la breve, pero intensa, aparición de Randy Quaid dando cuerpo al capo estafado Bill Guerrard, navegan con soltura en esta patada a los bajos del “espíritu navideño” que representa La cosecha...
Les ayuda, desde luego, la solvencia del guión elaborado por Richard Russo y Robert Benton (responsable también de las historias narradas en Bonnie and Clyde, Kramer vs. Kramer o En un lugar del corazón) sobre la novela original de Scott Phillips. Les apoyan diálogos chispeantes, que recuerdan a algunos filmes totémicos del cine policíaco de los 50, salpicados en esta ocasión con una generosa ración de palabrotas. Y, sobre todo, facilita su labor el acierto y solidez con que Harold Ramis construye el film: un título desbordante de humor malévolo, como algunos de sus anteriores trabajos -Atrapado en el tiempo o Mis dobles, mi mujer y yo-, más matizados que otros -El club de los chalados, Una terapia peligrosa, o Al diablo con el diablo-.
Violencia, traición, desamparo, cinismo... todos los ingredientes de un villancico enfermizo. Pero, ya se sabe: “Es Navidad. El cumpleaños de Dios”.
Cocalisa
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10
14 de enero de 2008
25 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El camino de San Diego” (2006), merecidísimo Gran Premio del Jurado en el Festival de San Sebastián, es el quinto largometraje del argentino Carlos Sorin. Como en la mayor parte de sus trabajos anteriores -”Eterna sonrisa en New Jersey” (1989), “Historias mínimas” (2002), “Bombón, el perro” (2004)...-, en “El camino...” el espectador se asoma a una película de carretera, al itinerario de personajes que cruzan regiones casi inabarcables empujados en todos los casos por sueños de engañosa fragilidad.
Hay algo profundamente tierno en el cine de Sorin, algo extraordinariamente veraz que justifica el que, pese a lo exiguo de su producción, haya sido reconocido con una veintena larga de premios nacionales e internacionales. Sus imágenes, sus argumentos, su propia puesta en escena derrochan respeto hacia la población más humilde de la inmensa Argentina. Situados en la Patagonia o en la norteña provincia de Misiones, son retratos de hombres y mujeres radicalmente dignos, a quienes las dificultades económicas no han robado un ápice de integridad. Acercándonos a rostros castigados, a tenderetes precarios, a viviendas elementales, el director realiza una pedagogía de primer orden: condicionado por un cine poblado a menudo por personajes carentes de moral, gratuitamente violento, el espectador sigue las tramas de Sorin con cierto desasosiego, esperando que en cualquier instante la ingenuidad inerme de sus protagonistas desemboque en drama. Pero no: la visión del realizador parece nacer del espíritu bonancible de Rousseau, aquel que considera al hombre naturalmente bueno.
No se trata, sin embargo, de un ejercicio candoroso: llevando a las pantallas a esos seres al límite de sus fuerzas, Carlos Sorin reivindica la necesidad de que los poderosos reparen en su existencia, de que se tracen y apliquen políticas más igualitarias en un país, cuarto exportador mundial de alimentos, en el que la riqueza de sus recursos no impide hambrunas vergonzosas como las que en los últimos años mataron por desnutrición a un número desconcertante de niños.
Pero “El camino de San Diego” es, desde luego, algo infinitamente más rico y complejo que un estricto ejercicio de denuncia social. Hay esperanza y paz en esos personajes representados casi siempre por individuos sacados provisionalmente de sus oficios cotidianos, que nada tienen que ver con el cine. Sus interpretaciones transmiten credibilidad, espontaneidad, basadas muy probablemente en la explicación que aventuraba Sorin en una reciente entrevista : “el personaje y la persona deben ser muy parecidos”. Así, “Tati” Benítez -el entusiasta protagonista de “El camino...”, admirador confeso, como tantos otros argentinos, de Diego Armando Maradona- fue encarnado por Ignacio Benítez, empleado de un vivero de de El Dorado, localidad de Misiones. Y Paola, su mujer en pantalla, es Paola Rotela, su esposa en la realidad. Ellos, como la práctica totalidad del elenco, se estrenan ante una cámara. Una joya...

Cocalisa
Cocalisa
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8
20 de julio de 2007
19 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con el gesto imperturbable de un joven en pleno descalabro del avión en que vuela arranca el relato de un fin de semana iniciático: el de Andrew Largeman, de regreso a su ciudad natal, en New Jersey, tras nueve años de ausencia anclada en una dieta de ansiolíticos. Los motivos de ese retorno, los reencuentros con lugares y personas a quienes ha evitado durante casi una década, el contacto con aquellos otros con quienes compartió una ya lejana amistad, el descubrimiento de modos distintos de sentir y vivir, el regalo espléndido de un alma situada en sus antípodas Al idear esta historia, su coprotagonista, guionista y casi primerizo director, Zach Braff, perseguía un objetivo nítido: “crear una historia de amor inteligente para gente joven, y también bucear en lo que se siente al volver a casa”. Una casa que -como viene a suceder en algún momento de la vida- se ha dejado de sentir como propia, “empujándonos a sentir nostalgia de un sitio que ya no existe, y que no volverás a recuperar hasta que crees tu propio hogar, para ti y para tus hijos, para la familia que formes. A lo mejor -reflexiona Braff- eso es una familia: unas personas que echan de menos el mismo lugar imaginario”.
Lejos de la miríada de filmes dirigidos a un público adolescente y caracterizados demasiado a menudo por una estupidez rayana en el insulto, Algo en común (Garden State, 2004) reflexiona sobre el difícil camino hacia la madurez, un itinerario que supone, entre otros ineludibles condicionantes, aceptar que la vida acarrea, junto a momentos felices, dosis en ocasiones brutales de dolor. Y lo hace con un sentido del humor lleno de efectividad, con situaciones y diálogos inspirados, y con una acertadísima elección de actores. Disfrutaremos así de una Natalie Portman luminosa, próxima al personaje que bordó en el Beautiful girls de Ted Demme, de la sobria potencia del veterano Ian Holm (motor de uno de los títulos incluidos en la programación de Otrosojos, Mi Napoleón), de la presencia inquietante de Peter Sarsgaard (el brutal John Lotter de Boys don´t cry), y de las chispeantes intervenciones de algunos secundarios impagables (“creía que te habías suicidado, ¿no fuiste tú?”).
Todos esos elementos -sumados a una banda musical que viene a contextualizar la acción y a subrayar con delicadeza estados de ánimo de sus personajes, a diferencia de la arbitrariedad con la que se anega con temas de éxito tantas de las producciones más recientes- hacen de Algo en común (disculpen esta figura facilona) algo definitivamente inusual.
En su tratamiento, el prometedor Zach Braff, combina la extravagancia de personajes y anécdotas -tan característica, de otro lado, de nuestra especie: ¿quién no es incurablemente raro?- con una intensa proposición: el caos como base para el renacimiento y liberación individual. El título inicialmente previsto para el film era -¿lo adivinan?- Large´s Ark. El Arca de Large, bastante más acertado, por otra parte, que este gratuito Algo en común.
Cocalisa
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8
18 de octubre de 2008
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esa es, exactamente, la suma de libras que una lotería primitiva excepcionalmente generosa deja caer en el pueblecillo irlandés de Tullymore. Habrá que admitir el acierto de uno de los comentarios que se deslizan en Despertando a Ned (1998), primer largometraje de Kirk Jones: “un premio multimillonario puede cambiarle a uno la vida... para siempre”. Y si no, cabría preguntárselo a Jackie O´Shea y Michael O´Sullivan, los entrañables amigos que junto a la esposa del primero, Annie, protagonizan esta divertida historia.
Jones, autor también del guión, aborda en clave de enredo su aproximación a un universo rural sacudido por tamaño golpe de suerte, emparentado en más de un pasaje con la espléndida El hombre tranquilo (1952), que Ford situaba en Innisfree. Algunos de los perfiles permanentes en la cinematografía costumbrista irlandesa -su carácter coral, la belleza plácida de sus paisajes, el tipismo en ocasiones estrafalario de sus habitantes, el peso específico que en las comunidades tienen el cura y el tabernero (regentes uno y otro de los locales más populosos de la localidad), la prodigiosa abundancia de whisky y cerveza...- son introducidos con acierto en la película.
Pese a lo exiguo de su producción para la gran pantalla -La niñera mágica (2005) completa por el momento su brevísimo catálogo-, el director demuestra dominar su oficio, construyendo una trama que funciona con la precisión de un reloj. Sus años de creativo publicitario (con clientes como Mercedes, Absolut Vodka, Coca-cola o Reebok, y premios de la Televisión Británica y Cannes), lejos de traducirse -como en tantos otros trabajos de realizadores formados en la publicidad- en un efectismo visual vacuo, alimentan la firmeza de un relato ágil, chispeante, salpicado de gags tan sencillos como eficaces.
Acompañados por la hermosa banda sonora de Shaun Davey, los veteranos actores Ian Bannen, David Kelly y Fionnula Flanagan resuelven magistralmente su representación del trío estelar, envuelto en la creciente complicación de su aventura. Como contrapunto, otras subtramas vienen a enriquecer el relato, en el que engarzan con toda naturalidad: así, el amor escasamente fragante de Maggie y Pig Finn, o la amistad entre el hijo de aquella y el joven párroco accidental (a quien no cabe confundir con el párroco felizmente accidentado).
En suma, hora y media de cine amable, desbordante de buen humor, tierno o irónico conforme aconseja el desarrollo argumental. Despertando a Ned viene a alinearse con todo derecho junto a títulos como Café irlandés o La camioneta, tendentes a la comicidad. Uno de los rostros de la isla, radicalmente contrastado por el retrato crudo de sus perfiles más oscuros, relacionados en no pocas ocasiones con su agitada historia, que han trazado otros cineastas.
Cocalisa
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10
20 de julio de 2007
15 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Y aquel fue el último chiste de mi padre, supongo...”. El finalmente cálido comentario de Wiliam Bloom sobre su progenitor, Edward, viene a reflejar una esperanza de entendimiento entre quienes -queriendo quererse- viven sin embargo una desgarradora incomprensión mutua. Esta persistente dificultad para reconocerse, para aceptarse -tan frecuente en las relaciones entre padres e hijos-, planea en esta magnífica historia de Tim Burton, junto a muchos de los elementos que lo convierten en uno de los grandes creadores cinematográficos: su capacidad para construir universos fantásticos en los que conviven lo onírico con lo realista, los personajes freaks (tan próximos al tradicional “monstruo de feria”) con auténticos héroes que parecen sacados de una antología de relatos clásicos, la belleza formal casi dolorosa con esos sentimientos y situaciones que, por su turbiedad, tienden a ubicarse en el más alejado extrarradio...
Muy probablemente, era Burton el único realizador capaz de elaborar esta espléndida fábula, en una opción considerablemente más acertada que la inicialmente prevista por los productores del film: Steven Spielberg, con Jack Nicholson como protagonista. A su obsesiva y exitosa voluntad de perfección a la hora de recrear mundos (en este caso, un América profunda de mediados del pasado siglo) se suma un romanticismo humanista desbordante. Big fish viene a situarse así junto a la fascinante Eduardo Manostijeras o a aquel retrato tan tierno como irónico de Ed Wood, en las antípodas de la fallida El planeta de los simios, recuperando por tanto la mejor esencia de ese “cuentacuentos” de excepción que es Tim Burton.
Es de justicia apuntar que -como una faceta más del talento del realizador-, éste ha sabido rodearse de un equipo de excepción para trasladar a la pantalla la novela de Daniel Wallace “Big Fish, a story of mythic proportions”. Así, a un guionista, John August, que acertó a elaborar su propio relato con tanta libertad y creatividad como fidelidad al espíritu original de la obra. A productores como Darryl F. Zanuck, Dan Jinks y Bruce Cohen, capaces de alejar de su capacidad de inversión cualquier atisbo de superficialidad en la elección de los elementos narrativos (es significativa, a este respecto, su reconstrucción del maravilloso “Calloway Circus”, en el que integraron artistas de los seis mejores circos tradicionales del oeste americano). A actores en estado de gracia como Albert Finney, Jessica Lange, Ewan McGregor, Billy Crudup, Helena Bonham Carter, Danny DeVito o Steve Buscemi. A un músico como Danny Elfman, una responsable de vestuario como Colleen Atwood o un diseñador de producción tan solvente como Dennis Gassner... Y, junto a ellos, más de siete mil extras y un gato de tendencias suicidas... sumando todos sus esfuerzos para lograr una auténtica joya del realismo mágico.
Cocalisa
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