El trabajo (ahora vetado en su país de origen) de Panahi nunca resulta indiferente, ni los resultados menores, aunque la intensidad del poder de su discurso varía. Esta ocasión muestra un filme más formal y el arranque es atroz: un video que muestra cómo una joven de Azerbaiyán se quita la vida clamando la presencia de la actriz Behnaz Jafari que se interpreta a sí mismo en la película, junto al director con quien se reúne para viajar a dicha zona y verificar qué pasó con la chica.
En un tono casi de road movie, en el trayecto nos vamos percatando de la idiosincracia conservadora de los habitantes, sus costumbres (mujeres a quienes se le prohibe tomar cualquier tipo de educación) o creencias (enterrar el prepucio de un niño circuncidado en suelo universitario para que de grande sea profesionista).
Como siempre, muy interesante el trabajo del director iraní.

Podría ser la sorpresa del verano. Adicionado con twists inapropiados o retorcidos este muñeco que poco tiene de endiablado, sino más bien un sistema operativo violento, da atisbos de buen humor negro desde su concepción misma hasta el hogar en que es “hospedado” el Chucky ahora cibernético y con conexión a la nube y con bluetooth a todos los dispositivos en casa. Hay momentos de franca carcajada y hay que darle el crédito suficiente sobre todo al elenco femenino (Aubrey Plaza y Beatrice Kitsos) que está mucho mejor que el lamentable episodio con Miley Cyrus en Black Mirror. Bien.

De coming of age a especie de biopic de un jugador de hockey que sobrevivió a una ya inexistente práctica en Canadá de sustracción de indígenas de sus áreas nativas hacia una residencia en zona urbana para re-educarlo con creencias cristianas, intentando remover su esencia cultural y modo de vida mediante castigos y vejaciones físicas infringidas por religiosos. El desarrollo es convencional, las actuaciones apenas cubren el estándar de cualquier película Hallmark (o Netflix movie, para ser actuales) pero entretiene e informa hacia el final del destino de dichas "residencias" conversoras. Bien, a secas.

Un trabajo catártico para la directora que dice sentirse traicionada porque su hermano menor ingresa al seminario de los legionarios de Cristo. El asunto es que no nos queda muy claro por qué. Quizás pudo ser un filme de menos duración.
En un principio, la directora dice evitar producciones que hablen en primera persona de los problemas de quien dirige la película, y aunque ella quiere centrar el tema del documental sobre la decisión de su hermano, finalmente termina hablando de ella misma y omite los argumentos (ya sea en voz en off o en diálogos o imágenes) que estaba buscando desde el principio.

A pesar que el presupuesto se nota en los primeros minutos de El Día de la Unión (recreaciones inéditas y logradas), el resto de la descalabrada historia no logra salir de los escombros iniciales. Hay momentos hilarantes y, como se esperaba, de inflamado fervor patriotero.

Ya sé que a veces pagamos producciones extranjeras menores a ésta y por solo admirar efectos especiales espectaculares. Acá la secuencia es breve pero también se derrumba con el resto de la historia. Lástima.