Es como un mapa vacío. Efectivamente, a ciegas. Sin saber a donde va, dando tumbos de secuencia en secuencia, sin guión, sin saber qué contar, a donde llegar, qué decir...

Y es una lástima pues intenta tratar lo que nadie quiere afrontar y quienes lo intentan suelen estar totalmente enclichetados, aunque se disfracen detrás de una visión supuestamente objetiva. Calparsoro quiere, pero, ni sabe, ni como consecuencia, puede. El único punto de destino que alcanza es el de la nada y además una nada en absoluto consciente.


Nada aporta. Nada perderás obviándola.

Deliciosa calidad técnica que contrasta con un hilo narrativo de una monotonía acaramelada y cansina. El guión es como un gas que fluye hacia el limbo y en ese fluír nos muestra una perfección formal inusitada, que nos emboba con su maravilla, pero a la que acompaña un contenido excesivamente adolescente, con esporádicas dosis de cursilería y personajes con atolondrada ingenuidad.

Contiene ese tipo de belleza que empalaga, que ostenta medidas de exactitud milimétrica, concienzudamente ajustadas a los cánones teóricos, sin la más mínima arruga que pueda hacer sombra con algún pliegue que evite el impoluto. Sin embargo, la más guapa suele ser la más pesada, la más aburrida, la de usar y tirar y a fin de cuentas, con la que no formas una vida.

Ésta es de esas, de las guapas, de las que miras porque alegran la vista, pero dejas pasar de largo.

Hace años que asomaba por mi cabeza la necesidad de saldar la deuda que tenía con esta peli,
pero por una u otra razón, nunca encontraba el momento apropiado. Hace unos días, revisando
los gustos de otros filmafiniteros (cuestión que recomiendo encarecidamente) me di de bruces de nuevo con el estreno de largo de Gus Van Sant y esta mañana decidí por fin zanjar la cuestión.

El resultado me ha dejado un sabor agrio y eso tras negarme firmemente, transcurrida la primera media hora, a abandonar. Me ha parecido otro de esa larga lista de tornillos oxidados que en su día fueron foto de portada vanguardista, pero que, a todas luces, desde una óptica actual mucho más objetiva, muestran de forma inexorable, que atesoraban más defectos que virtudes tras el brillo novedoso del momento. Entiendo que fue realizada en 1989 y que ha habido numerosos ejemplos con temática similar desde entonces, con bastante más empaque e interés pues ya tenían un punto de partida del que evolucionar, pero aunque eso sea cierto, no es suficiente para justificar la impactante ausencia de atracción sufrida en su transcurso, tanto en la esfera temática como en el aspecto técnico o artístico.

Ni siquiera la acertada y anecdótica aparición de W. Burroughs interpretándose casi a sí mismo,
es suficiente para considerarla algo más que una aburrida opereta que sabía perfectamente, antes de ser estrenada, que, de forma irremediable, triunfaría como obra de culto, independientemente de la calidad literaria con la que uniese sus palabras.

Decepción.

- Prólogo o entremeses a elegir:

Melodioso caldo de fornicidio en salsa al primer plano
o
Trufa de infancio al aroma penetrante.

- Primer plato (Tristeza)

Pastel de lágrima con pus a baja temperatura y panecillos de rata de skinner a la culpa.

- Segundo plato (Dolor)

Estofado de vómito silvestre al zumo de cagarría.

- Tercer plato (Desesperanza)

Setas de pozo negro almibaradas con excrementos de córvido y todo salpicado con elixir de gangrena de ciervo descompuesta.

- Cuarto Plato (Los tres mendigos)

Caos de moscón verde fresco al óxido y shuffle de tendón perforado con rueda de afilar seminueva.

- Epílogo y sobremesa

Flan de esencias de Seppuku y licor de mierda con fragancia Tarkovskiana.



Buen provecho. No es necesario aclarar que me quedo con mis huevos con chorizo.

No es simplemente mala, es encantadoramente peor y eso la convierte en impagable. Su visionado debería de ser obligatorio en guarderías por real decreto. Desternillantemente patética, guarra, soez, cutre y por encima de todo imprescindible.

Perteneciente a la distorsionada dimensión Troma, constituída por seres con serias taras mentales, lo cual provoca resultados caóticos de impredecibles índoles.

Esta vez la flauta sonó a genialidad, es decir, a descojone.