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Críticas de Joan Ramirez
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Críticas 124
Críticas ordenadas por utilidad
5
23 de enero de 2010
20 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Han entrado últimamente en algún bazar chino, de los grandes, con ánimo de fijarse en los productos tecno-hortera que atesoran sus anaqueles? ¿Sí? Pues así es Pandora, el mundo marciano que recrea James Cameron: profusión de fosforescencias, colores chillones, lucecitas por doquier, naturalezas plastificadas de bodegón oriental… ¡madre mía!

¿Y qué decirles de la selva esa, si entramos en detalle? Pues nada, a copiar del mundo submarino que ya nos revelaran hace una eternidad los documentales del capitán Costeau: venga medusas, plantas retráctiles, algas… todo bien amenizado con –de repente- vistosos dinosaurios. Bichos éstos que, en su versión pajaril, vuelan entre montañas flotantes que están a medio camino entre los engendros y delirios del surrealismo de Dalí y los mundos postmodernos del cómic de los años ochenta.

Pero vayamos a los protagonistas. Observo a esos marcianos azules y veo zulús, indios cherokees, hippies, gatos y deidades tibetanas. Y también rituales africanos, indios del Amazonas, peruanos con coleta que versionan a ABBA y a truchas de la pescadería (en lo que a la piel concierne).

Ahora podría meterle mano a los paralelismos del argumento, a lo consabido de la fuerza universal y las conexiones etéreas, pero me abstengo por cansancio y hastío. Tan sólo reconozco que la película, siendo larga, se hace distraída y pasa rápido. Pero salgo del cine con la sensación de que no aporta nada y de que el revoltijo es poco digerible. Porque, señores, mezclar no es crear.

Por otra parte, a los que sustentan el valor del film en la excelencia de sus efectos especiales, me permito recordarles que, en general, la mayoría de nosotros ya vemos en 3D, en color y de continuo. De modo que es en esas tridimensionales condiciones como yo me llevo las manos a la cabeza en el inabastable bazar chino de mi barrio (siempre) y en el cine (a veces).
Joan Ramirez
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2
14 de marzo de 2012
35 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
En “Moonraker” (1979), una de James Bond en la piel de Roger Moore, hay un momento en que la cámara se acerca al rostro de Richard Kiel -un actor tan enorme como poco agraciado- y este abre la boca para mostrar su dentadura de acero. Creo que el personaje se llamaba “Tiburón” y era capaz de cortar el cable de un teleférico a mordiscos, si no recuerdo mal. En “Luces Rojas” hay una escena muy similar: la cámara se acerca al personaje de De Niro la primera vez que éste sale en pantalla. Sin venir a cuento, el actor se quita las gafas de sol para enseñarnos la aterradora nebulosa de sus ojos de ciego, y se las vuelve a poner. La sala se queda indiferente y… ¡¡yo tengo una visión paranormal!! Se me aparece el mencionado Kiel y me advierte a través de sus dientes de acero de que la película va a ser muy cutre.

“Luces Rojas” es flojísima se mire como se mire y, desde mi punto de vista, lo único que merece la pena es Sigourney Weaver, que vuelve a demostrar lo gran actriz que es. Como thriller, el film no engancha al espectador; la historia anda suelta, no arranca, los personajes no adquieren suficiente entidad y la resolución de los pequeños misterios que se plantean al principio no va más allá de dejarnos con cara de palo.

En su parte de “denuncia” del fraude de lo paranormal, a Cortés le pasa lo mismo que en “Buried” cuando expone las malas prácticas de las empresas: resulta escaso e insustancial. Es más, atufa a tópico. De hecho, varios sois los que veis en este trabajo un “constructo” (por indefinible) de tópicos y pastiches mil veces vistos.

Tampoco puedo dejar de advertiros que los “sustos” de la película son realmente lamentables, encajados con calzador, apoyados por unos efectos que no van más allá del petardeo de aparatos electrónicos que explotan, bombillas que se funden, televisores que se apagan y radios que se encienden. En este punto empezaba contar cuántas filas tenía la sala para distraer el sentimiento de vergüenza ajena.

Y, al final, el inevitable “speech”, el gran mensaje de la película en boca del decadente De Niro. ¿Qué estamos dispuestos a creer, nos preguntas, Cortés?

¡A ti te lo voy a decir!

P.D. Hay que conseguir YA la dentadura de Kiel y currarse un buen exvoto. ¡Tiene poderes!
Joan Ramirez
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6
7 de febrero de 2010
15 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una historia inverosímil para unos personajes muy creíbles. O quizás sea al revés. En cualquier caso, mi consejo es que disfruten la película sin intentar “entenderla”. La fotografía es buena y las interpretaciones, soberbias. Acaso, quizás ese sea el mensaje fundamental de la cinta: es un privilegio estar vivo y se puede disfrutar con ello.

Por otra parte, quizás un exceso de pretendido simbolismo espesa un poco el visionado, pero el film tiene más de dos y tres momentos divertidos.

Particularmente, después del visionado me queda claro que todos tenemos nuestra propia película y que, en función de ella vemos y actuamos en el mundo. Kusturica parece indicar que en el mundo de los sueños, de los que ya no están entre los vivos, todo es más sencillo, más coherente. Quizás. Pero en esta vida ya saben que no es fácil que nos entendamos. Y cuando se juntan cinco personajes tan diferentes… ¡qué difícil es ligar la mayonesa! Y si no… vean la película.
Joan Ramirez
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2
9 de agosto de 2011
38 de 62 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película es un desastre. La fotografía y, sobre todo, la iluminación de los interiores son de culebrón ochentero. O peor: me recordaba a "la aventura" de "Los payasos de la tele", aquel fragmento en que, junto al señor Chinarro, los Aragón se movian entre decorados.

La interpretación de la Deneuve, sin sangre en las venas, emulando un estado de excitación sexual cercano al sonambulismo, me invita a rehuir cualquier otra película en que aparezca. Por otra parte, la nula evolución en el devenir de los personajes invita a la confección de este catálogo plano, paródico y circense (de nuevo) de lo que pasa en un lupanar.

Sinceramente, no sé que pretendía Buñuel con esta película que ni es realmente atrevida, ni arroja luz sobre ningún aspecto. Y, como digo, tiene una factura espantosa que empieza por el director del casting.

No sé, amigos, a veces hay que hacer un pequeño esfuerzo de contemporización. ¿Qué y cómo se rodaba en el mundo alrededor de 1967? Pues lo siento en el alma, pero un año antes que esta película, Ingmar Bergman rodaba "Persona", en la que Liv Ullmann hace uno de los mejores papeles femeninos que yo he visto nunca, exponiendo sus pasiones sexuales, sus miedos, sus anhelos, su rabia... Todo un recital. Y ya no hablemos de la fotografia de Sven Nykvist, que hace de una casita en la playa todo un mundo.

Y ahora sigamos contemporizando y hablemos del tema de la humillación, que parece que es lo que le va al personaje de la Deneuve. Dónde Buñuel habla de latigazos y de recibir una lapidación de lodo, el mismo año, en "El Graduado", Mike Nichols construye la siguiente escena: el personaje de Dustin Hoffman quiere humillar a la jovencita formal con la que se ve obligado a salir una noche y la lleva a un espectáculo de desnudismo. Una bailarina sitúa sobre la cabeza de la chica sus pechos, haciendo rodar unas borlas que lleva colgando de los pezones. La chica formal intenta sonreir. Eso, amigo Buñuel, eso es retratar la humillación.

Podemos seguir adorando al Seat 600, pero ya en el 67 era una buena mierda de coche al lado de cualquier Ford americano o Saab sueco. Lo siento, es lo que hay.

Ufff... me he quedado a gusto.
Joan Ramirez
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7
11 de marzo de 2012
17 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
El diseño de los setenta hoy está de moda. Ya no es ningún secreto que los diseñadores de Apple se hincharon a copiar de la línea de pequeños electrodomésticos de la casa Braun. Basta con escribir las dos marcas en el buscador de imágenes de Google para sorprenderse de su desvergüenza.

“Testigo Silencioso” hace acopio del diseño de aquellos años en que se hacían lámparas de plástico blanco y metales cromados. Si te gustan, fíjate en todas las de la sucursal bancaria, no tienen desperdicio. En esta misma línea documental, “Testigo Silencioso” es una de las últimas películas en que a un maquinorro inmenso, que escupe tarjetas de cartón agujereadas, se le llama “computadora”; y, quizás, también la última en que las cámaras de seguridad de un banco grababan en en Super 8 la mal domada virilidad de los hombres de los setenta. A Elliot Gould le viste en esta película “The Male Shop, L.T.D”, ¡poca broma!

Claro que, todo esto se ve en un segundo visionado, cuando ya se conoce la trama, que es lo mejor de la película. Abordar el film sólo por su estética y atrezzo sería un poco tonto, y más teniendo en pantalla a Elliot Gould y a Christopher Plummer. El primero interpreta a Miles Cullen, empleado de banca que combina atractivo y timidez con su capacidad para adelantar las jugadas de su malvado antagonista Plummer, atracador, maníaco sexual, asesino y un pelín sarasa.

Verán que el protagonista es aficionado al ajedrez, seguramente para acentuar su sentido de la inteligencia y la anticipación. En la segunda mitad de los setenta estaba muy de moda en los EE.UU. y fue todo un “boom” (económico, incluso), desde que Bobby Fisher consiguiera el campeonato mundial de ajedrez arrebatándoselo a los soviéticos.

La película es un thriller interesante, con sus dosis de humor e ironía: hay que fijarse en la cara de Elliot Gould cuando una periodista le pregunta si cree en Santa Claus… El film también tiene un buen ritmo que, quizás, se embarulla un poco hacia el final, presentado un desenlace un poco absurdo… pero bueno, es lo de menos.

Divertida aparición de un joven John Candy en un papel secundario. El día en que murió se acabaron de desvanecer mis esperanzas de verle interpretar algún día a Ignatius J. Reilly, papel para el que había nacido.

La banda sonora corre a cargo de Oscar Peterson, el pianista que tenía seis manos en cada dedo, y pone el toque “cool” que la película no deja de perseguir en todo momento. Hoy las máquinas ya ganan a los ajedrecistas humanos, pero aún no hay sintetizador que iguale al trío analógico que montó el gran Oscar Peterson en los setenta. Ni lo habrá.
Joan Ramirez
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