Estamos ante una de las obras maestras del cine clásico norteamericano. De la mano Fred Zinnemann nos metemos de lleno en una historia que se divide en dos frentes: el terrible tratamiento al que es sometido un soldado por rechazar boxear en su compañía y el triángulo amoroso en el que están envueltos un comandante y sargento del mismo regimiento.

El director austriaco retrató como pocos la realidad social y las mentalidades americanas de la época con un estilo directo, al igual que Elia Kazan o John Huston. La cinta estudia el valor y el honor individual del hombre frente a las expectativas de la mayoría. Zinnemann critica el funcionamiento de ejército yankee y las degradaciones de muchos de sus soldados, algo que contrasta con la exaltación de las llamadas virtudes militares como el honor y la valentía que encarna el personaje interpretado por Montgomery Clift.

Un cine de honda preocupación de social y con una visión pesimista. Un clásico en toda regla al que quizás le priva de la matrícula de honor su excesiva masculinidad y el desaprovechamiento de las dos actrices principales.

Con la muerte del autor de "Shoah" quizás sea un buen momento para reivindicar una de las películas más importantes de la historia del cine. Claude Lanzmann dedicó once años de su vida para realizar uno de los mejores documentales que se recuerdan en la ya larga vida del cinematógrafo.

El director galo no recurre en ningún momento a imágenes de archivo que busquen impactar al espectador, nos llega y nos sobra con los testimonios y recuerdos de los supervivientes del Holocausto para que se nos hiele el corazón y las venas. A partir de esas conversaciones seremos testigos de las penurias y desgracias que tuvieron que vivir estas personas. El francés une esas voces con imágenes del presente de los lugares donde ocurrieron semejantes barbaries, tales como Auschwitz, Treblinka o Sobibor.

Un documento cinematográfico de un valor incalculable. De visionado obligatorio. Obra maestra. Mi más sentida admiración hacia este historiador francés por ser capaz de reconstruir la historia sin recurrir a efectismos de ningún tipo.

El cine es grande gracias a cineastas como Mikio Naruse, que con una pasmosa sencillez consiguen llegar a lo más hondo del corazón. La obra que nos ocupa del director japonés es de un gusto exquisito, con una capacidad asombrosa de convertir lo cotidiano en algo extraordinario, recordando mucho a uno de los grandes del cine oriental como Yasujiro Ozu. El filme carga fuertemente contra los valores preestablecidos y las imposiciones familiares.

La película se apoya en todo momento en la soberbia actuación de una frágil y hermosa Hideko Takamine, que interpreta a una viuda que regenta una tienda de comestibles venida a menos por la creación de grandes superficies contra las que no puede competir. Por si fuera poco, Reiko debe cuidar del hermano de su fallecido esposo, que se pasa el día holgazaneando y despilfarrando el dinero. Por otra parte la protagonista es presionada por su familia para que rehaga su vida y se case de nuevo, pese a la negativa de ella.

Naruse pone encima de la mesa temas como el tiempo perdido que no se puede recuperar, ejemplificado en la protagonista, que ha pasado dieciocho años de su vida dedicados exclusivamente en sacar a flote el negocio familiar sin pensar en sí misma, sacrificando y desperdiciando su juventud. La obra muestra una sociedad japonesa todavía deprimida tras la Segunda Guerra Mundial, presentando unos personajes perjudicados por sus familiares y lastrados por la tradición, viéndose incapacitados tanto Reiko como Koji de consumar su relación por culpa de la diferencia de edad y por mantener vínculos familiares, teniendo que oprimir sus deseos por las convenciones sociales de la época.

La manera empleada por el realizador japonés para expresar los sentimientos de sus personajes es sencillamente soberbia, sin necesidad de recurrir a palabras, simplemente con miradas sobrecogedoras como las de Reiko, que hacen que el espectador se meta en su piel y viva con tristeza su tormento interior. En el plano técnico resulta brillante la constitución del montaje, uniendo planos con tal sutileza que el espectador prácticamente es incapaz de percibir los cambios de escenarios.

Una oda al buen cine y un director a reivindicar. Apabullante obra maestra.

"Ya ni siquiera somos capaces de rezar"

Mentiría si dijese que me siento a la altura intentando escribir algo sobre esta obra que a uno le deja totalmente hinoptizado. La leyenda cuenta que en Cannes, durante su estreno, muchos no aguantaron ni los primeros quince minutos de metraje. Así que si tenéis decidido emprender este viaje con Tarkovsky como conductor, pensadlo dos veces.

Rodada en la tierra de su admirado Ingmar Bergman, concretamente en la Isla de Gotland, "Offret" supone el ejercicio cinematrográfico más ambicioso del cineasta ruso en toda su carrera. Con un cáncer terminal de pulmón, Tarkovsky moriría poco después de que se estrenase su obra póstuma en Cannes. En esta cinta vuelve a mostrar su pesimismo respecto a la sociedad moderna, lo que se ve reflejado en el protagonista. Su testimonio fílmico versa sobre un tema fundamentales: la pérdida de espiritualidad de la sociedad moderna.

La cinta arranca con un plano general donde un padre comparte monólogos con su hijo(sin habla temporalmente debido a una operación de garganta)sobre su visión desoladora de la sociedad, un mundo que según él parece abocado al suicidio espiritual. Alexander, antiguo actor de teatro reconvertido a crítico teatral, celebra ese mismo día su quincuagésimo cumpleaños en su casa de campo.

Todo cambia cuando se anuncia en la televisión un enfrentamiento bélico, la Tercera Guerra Mundial. El filme se encuentra realizado en una época de miedo y temor ante un holocausto bélico nuclear, lo que nos ayuda a comprender la idea del director ruso. Aterrorizado por la noticia, Alexander reza a Dios ofreciéndose a perder todo lo que más quiere en el mundo a cambio de que finalice el conflicto y todo vuelve a ser como era hasta unas horas antes. Otto, el cartero de la zona, le ofrece al protagonista la solución para acabar con todo, acostarse con una especia de bruja(una empleada suya). El significado de la película es ambigüo: ¿El conflicto nuclear es fruto de una ensoñación de Alexander o realmente ha sucedido de verdad? Tarkovsky deja que el espectador sea quien elija la respuesta. Lo que sí nos deja claro es que le importa la decisión de su protagonista: realizar un acto de fe para salvar al mundo, evocando a Domenico y Andrei en "Nostalghia", cuando éste intenta atravesar la piscina con una vela encendida

"Offret" es sin lugar a dudas la cima del estilo tan personal de Tarkovsky. Como curiosidad, la película se desarrolla según las tres unidades dramáticas fijadas por Aristóteles: se desarrolla en un sólo día, en el mismo escenario(la casa de campo) y contiene una acción(sin tramas secundarias). La naturaleza vuelve a ser vital para el maestro ruso, captando con gran precisión los sonidos de la naturaleza(pájaros, viento que mece las ramas, el batir de las olas..).

Desde el punto de vista formal la obra recoge todos los elementos que caracterizan el cine de Tarkovsky. Los planos-secuencia son eternos, con un trabajo de cámara impresionante, con una cadencia tan pausada que el espectador no nota los movimientos de cámara, que está en constante movimiento. Los exteriores de la casa ayudan a crear ese impacto visual, donde la superficie de la isla parece fundirse con el mar y el cielo.

Uno se siente muy inferior intentando escribir sobre esta obra hipnótica para los sentidos. El último regalo que nos dejó uno de los artistas más entregados a este arte que tanto amamos, un genio que puso al cine al mismo nivel que la pintura y la música.

Donde quiera que esté, Don Andrei Tarkovsky, tiene usted mi bendición eterna.

El mayor logro de Becker en su filmografía no es otro que la concienzuda recreación del entorno que envuelve a sus personajes, caracterizados de manera excelente, por secundario que sea su papel. Es así como esta cinta constituye un retrato eficaz y certero de los ambientes de los locales nocturnos poblados por maleantes y vividores.

"Touchez pas au grisbi" no es una cinta más de cine negro. El guión no difiere demasiado de otras películas del género, con un viejo gangster de buenos modales y respetado en su mundillo que desea retirarse del negocio con el último gran golpe. Pese a llevarlo en secreto, una despistada mujer le confiará el secreto a su amante, líder de una banda de mafiosos, que no cejará en su empeño hasta conseguir el preciado botín, algo que Max intentará impedir por todos los medios posibles.

El director francés se toma su tiempo en descubrir cómo viven nuestros protagonistas, siendo partícipe el espectador de sus traiciones, mentiras y secretos. El ritmo pausado con el que dota Becker a su obra ayuda a perfilar todavía más si cabe a los personajes centrales. El filme irá cogiendo ritmo a medida que pasan los minutos, hasta llegar a esa escena memorable del final con el intercambio del rehén por los lingotes de oro, en una carretera lúgubre y con una neblina que le da un aura de misterio a la misma.

La puesta en escena, como es habitual en el realizador francés y que lograría su clímax en esa obra maestra que es "Le trou", está cuidada al detalle, recogiendo influencias del cine negro americano pero con ese toque austero y personal tan propio con el que están impregnados los trabajos de los directores franceses, tanto de Jules Dassin en aquella década como Jean-Pierre Melville posteriormente.