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España España · Barcelona
Críticas de Rómulo
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Críticas 355
Críticas ordenadas por utilidad
8
1 de mayo de 2020
19 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Contagio

¿Por qué “Contagio”, la película que el director estadounidense Steven Soderbergh estrenó en el 2011 siendo científicamente tan rigurosa y estremecedoramente didáctica pasó casi desapercibida por las salas de cine? ¿Y por qué ahora, nueve años después, leo que está siendo descargada en las redes por millones de personas en el mundo?
Tal vez porque en 2011 el público pudo haber percibido la cinta como una historia de ciencia ficción o de naturaleza distópica -en ocasiones ambos términos se convierten en indeseables sinónimos- aunque la humanidad ya hubiese padecido en su pasado reciente numerosas pandemías, algunas de ellas terroríficas como la llamada gripe española de 1918 que mató entre 70 y 100 millones de personas. De forma que si hace casi una década esa plaga apocalíptica nos parecía la disparatada suposición de una mente fabulosa, hoy es una realidad que vivimos con inteligible espanto.
“Contagio” nos devuelve las mismas imágenes que hoy contemplamos en los medios de información con un verismo profético: enormes zanjas en la que centenares de cadáveres son colocados en siniestras hileras; hacinamiento, caos, desabastecimiento y espectrales avenidas conforman un panorama que ahora nos es familiar; pabellones deportivos transformados en improvisados hospitales, cierres de carretereras, confinamientos masivos, idénticos bulos y confabulaciones, inoperancia política y un completísimo catálogo de nuestras miserias se exponen sin pudor en el escalofriante relato de Soderbergh. Y, finalmente, tal como hoy, la desesperada carrera a contrarreloj en busca de una vacuna que confine al virus en el último círculo de los infiernos al que se refería el divino Dante.
¿Quiere esto decir que Soderbergh poseía dones premonitorios o el envidiable poder de un nigromante? No, desde luego. Simplemente reflejó lo que muchas sociedades e instituciones científicas intuían que podía pasar apoyados en la evidencia empírica de sus conocimientos.
Y no quisiera convertirme en un oráculo de malos augurios por advertir que la fase de “desescalada” -ampuloso adjetivo acuñado por nuestra ineficaz clase política en lugar de la sencilla elegancia que reviste “descenso”-, oculta un peligroso troyano. Porque su precipitada aplicación bien pudiera ocasionar rebrotes y volver a la casilla de salida sería inimaginablemente catastrófico.
Para terminar, conviene recordar, mis improbables lectores, que las fatalidades del pasado jamás desaparecen, si acaso hibernan. Y tarde o temprano despiertan para recordarnos la fragilidad de nuestra especie históricamente suspendida de un péndulo igualmente inestable.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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7
11 de octubre de 2018
17 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
El capitán (Der Hauptmann)

El cineasta alemán Robert Schwentke, del que no había visto nada con anterioridad, ha escrito y dirigido “El capitán”, una brillante película que bucea en las nauseabundas aguas de la más absoluta y degradante abyección humana.
Sólo quedan dos semanas para que se declare el fin de la Segunda Guerra Mundial. Corre el mes de abril de 1945 y aún hace mucho frío en Alemania. Sopla un aíre helado y los restos de nieve todavía aparecen visibles sobre sus campos yermos. Y es ahí, en este desolado y caótico escenario en el que Alemania percibe ya el amargo sabor de la derrota, donde Schwentke sitúa su pavoroso relato. La horrible pesadilla que presenciamos está basada en hechos reales: un joven soldado alemán desertor de su Regimiento, Willy Paul Herold, de apenas 19 años y conocido como “El verdugo de Emsland”, convertido por una caprichosa pirueta del destino en un capitán de la Luftwaffe, fue el autor de uno de los episodios más horripilantes acontecidos en aquella sangrienta y estúpida guerra. El instinto de sobrevivencia en una huída suicida hacia adelante harán de esta bestia depravada un auténtico carnicero.
Rodada en un nítido y contrastado blanco y negro que mereció el premio a la mejor fotografía en el último festival de San Sebastián, obtuvo también cinco nominaciones -incluida la de mejor película- en los “Deutscher Filmpreis” del cine alemán.
El extraordinario intérprete alemán Max Hubacher da vida a Herold en una actuación más que memorable, acompañado de un grupo de actores como Milan Peschel, Frederick Lau o Bernd Hölscher que en ningún momento desmerecen ante la gran actuación de su compañero.
Y la desagradable sensación de abatimiento y desencanto que sentí al término de la película ante la feroz e insaciable capacidad depredadora de nuestra especie no pudieron soslayar el firme convencimiento de haber asistido a una excepcional función de cine.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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8
6 de diciembre de 2018
40 de 65 usuarios han encontrado esta crítica útil
Roma

Había que darse prisa. “Roma” estará únicamente en dos salas -Cines Verdi- de Madrid y Barcelona durante una sola semana. Después pasará a formar parte del patrimonio exclusivo del inabarcable universo de Netflix. “Los tiempos cambian que es una barbaridad”, anunciaba don Hilarión en la famosa zarzuela que, junto al resto, duerme hoy en la acartonada placidez que procuran las más sombrías buhardillas. Por eso corrí a verla en su primer día de estreno con las ansias de un colegial a la hora del recreo.
Porque de la maravillosa y deslumbrante película que ha dirigido, escrito y fotografíado Alfonso Cuarón, este cronista se siente testigo presencial. Y lo que vi me transportó a mis ya lejanas 26 primaveras cuando yo era un joven e inexperto habitante de la Ciudad de México. Cuarón tenía apenas 11 años en 1971 y yo me casaba con una criatura que se me apareció como una diosa para concederme la inmortalidad al aceptarme en su vida contra todo pronóstico.
Cuarón, como él mismo ha declarado, rememora aquí algunos pasajes de su infancia en el seno de una familia de clase media en la Colonia (barrio) Roma. Retazos, fogonazos de pura vida. En un blanco y negro intenso, avasallador y casi hiriente, sus personajes respiran autenticidad por los cuatro costados. El cineasta mexicano -prescinde incluso de la música- da plena libertad a la cámara para que ésta se exprese por sí misma y encuentre en cada mirada, en cada gesto, la insoslayable realidad que aprisiona y asfixia a las mujeres mexicanas.
Yalitza Aparicio -no sé en qué milagroso cáliz ha fermentado esta prodigiosa criatura-, se mete en la piel de Cleo, casi una niña, al servicio de la familia que evoca Cuarón, emigrante de un mundo indígena olvidado y abandonado a su suerte por los sucesivos gobiernos mexicanos. Ella es el espejo, la reencarnación dolorosa y viviente de miles, de millones de mujeres indefensas, humilladas, ultrajadas por el mal aterrador de un machismo amoral, cruel e indecente que persiste hasta nuestros días.
La matanza de Tlatelolco ocurrida tres años antes aún planea como una sombra siniestra y ahora, el grupo paramilitar conocido como “Los Halcones” creado por el Gobierno del Presidente Luis Echeverría, afila sus garras, oculto en las oscuras sentinas del Poder para terminar masacrando a un buen número de los estudiantes que se manifestaron un aciago 10 de junio de 1971, festividad de Corpus Christi.
La superficie frágil e inestable sobre la que se asienta el pueblo de México -en una película llena de alegorías-, tiene también su simbolismo en la eclosión de un angustioso temblor que tantas vidas ha cercenado en el Valle sobre el que se construyó la antigua Tenochtitlan. El caos, la improvisación y esa sensación de constante incertidumbre que preside la vida y destino de sus protagonistas presagiaban ya el devenir de un país que ha terminado por convertirse en un gigantesco campo de batalla sembrado de cadáveres: cerca de 40 mil homicidios y subiendo en este año que finaliza. Hace tiempo que los dioses abandonaron a los pobladores de México. Corrupción, impunidad, inseguridad, desigualdad y todas aquellas lacras imaginables, son los nuevos jinetes del apocalipsis que asola al país. Lo que pudo haber sido y no fue tortura, una y otra vez, a una parte de la ciudadanía que no entiende cómo se ha llegado hasta aquí.
Hay elementos en esta realización que me recuerdan al neorrealismo italiano y sobre todo a la inmortal “Los olvidados” de Buñuel. Cuarón ha llevado a cabo un colosal trabajo de ambientación y tanto la inocente Cleo como su ama, aún en distintos planos sociales, representan la parte más humana y tierna, lo mejor de México: las mujeres. Ellas son los cimientos que han sostenido y aún sostienen los frágiles pilares que todavía quedan en pie en una sociedad agusanada, fragmentada y a la deriva, cautiva de su propia ignorancia e incapaz de diagnosticar el mal que padece.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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8
18 de octubre de 2021
18 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
El código que valía millones - The Billion Dollar Code

“Eran personas que creían que la revolución digital construiría un mundo más justo y democrático. Pero no pasó nada como lo soñaron.” Robert Thalheim, director de la serie.

Después de la caída del muro de Berlín, Alemania estaba en pañales en cuanto a tecnología digital e informática se refiere y EE.UU., cuyo liderazgo era indiscutible, había tomado una gran ventaja sobre el resto de los países occidentales.
“El código que valía millones”, una miniserie alemana de 4 episodios, cuenta una historia real. Una historia que, en su momento, pasó extrañamente desapercibida. Y digo extrañamente desapercibida con un deje de marcada ironía porque el asunto en cuestión tiene su miga y es tan sobresaliente e impactante que parece incomprensible que no tuviera una mayor resonancia internacional.
Verán, a principio de la década de los 90, Berlín era dos ciudades empeñadas en un histórico proceso de reunificación después de un largo tiempo separadas por aquel muro que muchos bautizaron como el de la vergüenza. Los nuevos vientos de la libertad estimulaban la imaginación de una idealista y joven generación que aspiraba a un mundo mejor, más justo e igualitario.
Carsten Schlüter y Juri Müller eran dos de esos jóvenes inquietos, inteligentes, creativos y visionarios de la contracultura de la época, braceando a contracorriente con la finalidad de obtener financiación para su ambicioso proyecto, “TerraVisión”, en el que la gran mayoría de instituciones y empresas de entonces no creían, al considerarlo como una loca fantasía de ciencia ficción.
Finalmente, Deutsche Telekom les ofrece un contrato que les permita desarrollar su plan y en el plazo de tan sólo un año, no sin grandes contratiempos y penalidades, “TerraVisión” es presentado con éxito en la Feria Internacional de Kyoto de 1994.
A partir de ahí, una serie de hechos bochornosos y sin parangón en la historia del registro de patentes darán lugar al ignominioso acontecimiento que supone el meollo de la narración.
Y para no pecar de impertinente soplón, no les voy a revelar aquí, mis improbables lectores, lo que con tanta expectación e interés fui descubriendo en el trancurso de esta apasionante realización.
Sumérjanse sin miedo en la indescifrable jerga de los algoritmos, nodos, interfaces, hercios, drivers o gigabytes. Un fascinante universo que en veinte años ha cambiado nuestras vidas tanto o más que en el trancurso de los dos últimos siglos. En serio, me lo agradecerán.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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7
7 de enero de 2018
17 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
The square

El andamiaje en el que se sustenta el discurso intelectual sobre el arte moderno se tambalea. El propio lenguaje, en demasiadas ocasiones, se traiciona o presenta preocupantes fisuras. Los exquisitos críticos o especialistas de tan espinosa cuestión se enredan -o se ocultan- tras una jerga poco legible, cuando no incomprensible, incluso para ellos mismos. Y algunos museos, por desgracia, se han convertido en mastodónticos contenedores sin contenido, más preocupados por el aspecto de la fachada que por la excelencia de su interior, más por la arquitectura y la firma de autor que por su verdadera razón de ser, más como imán y atracción turística que como templo de conservación y exposición de sus obras.
Estas y otras cuestiones se dirimen en "The square", una película del director sueco -también responsable del guion- Ruben Östlund que mezcla con humor y ácida ironía el conflicto existente en una sociedad totalmente fracturada. Por un lado, una sofisticada elite intelectual que, como "sumos sacerdotes", dictan controvertidos juicios sobre la concepción e interpretación del arte; por otro, una aburguesada y aburrida clase media que sigue sus consignas como un rebaño descabezado de todo poder analítico; y finalmente, los dammificados del sistema, parias expulsados del paraíso, emigrantes marginados, más preocupados por su propia sobrevivencia que por las elevadas y doctas consideraciones de sus satisfechos vecinos que miran sin pudor hacia otro lado.
Con estos mimbres, Östlund construye una cruel metáfora, irreverente, gamberra e hilarante, cuya finalidad no es otra que la de incomodarnos y a fe mía que lo consigue. Es cierto que Östlund se extiende innecesariamente en alguna de las diferentes historias que -como matrioskas- contiene en el guion y que, de no haberse recreado excesivamente, hubiera corregido sin mayores dificultades en el montaje. A pesar de ello, disfruté mucho con esta inteligente fábula que, entre otras cosas, tiene la virtud de ridiculizarnos sin piedad y mostrarnos la cara más esperpéntica y desagradable de un modelo de sociedad a la que nos ha dado por llamar "occidental". Y ese espejo no siempre es del gusto de un público cómodamente instalado que evita ver la pus que ha invadido su propia herida.
Y como contrapunto, Östlund utiliza con acierto los delicados acordes del "Ave María" de Gounod, que repiquetea insistente a lo largo de la cinta como para suavizar, en parte, la salvaje y a la vez desenfadada ferocidad de su parodia.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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