El debut en el largometraje de la guionista norteamericana Chloe Domont, de título ‘Juego limpio’ y producida por Netflix, atesora el nervio de lo descarnado, de lo brutal, de lo selvático. Ya sea por una profesión sin reglas, bajo la constante presión de optimizar beneficios, o por una relación de pareja incapaz de desligar lo profesional de lo personal, vemos a personajes moviéndose siempre en filo de la navaja.

El juego de resiliencia que propone la directora queda atrapado en un incesante clima de tensión e intriga, acabando por perfilar un thriller tan agobiante como repleto de apuntes de enorme interés social y cultural. La trama gira entorno a una pareja (Phoebe Dynevor y Alden Ehrenreich). Trabajan en una de esas compañías inversoras, capaces de ganar tanto dinero como de hundir a quién se ponga en su camino. Ese capitalismo sin rostro humano que hiciera grande Michael Douglas dando vida a Gordon Gekko en ‘Wall Stret’ (1987).

Su compromiso, llevado en secreto para no incumplir el código ético de la empresa (curiosas contradicciones del neoliberalismo) se verá zarandeada ante el ascenso de la mujer y el estancamiento del hombre. Un codiciado puesto que marca la diferencia entre el éxito y el fracaso. La frustración masculina ante el empoderamiento femenino se muestra con dos actores en perfecta simbiosis. Conforme avanza el metraje y afloran los celos, la relación de pareja se torna inquietante. En las miradas, en las caricias, en la empresa, a la hora del coito, la incomodidad va in crescendo.

Los intentos de esta triunfadora por poner a su prometido en el mapa, hacerle sentir bien, elevar su ánimo, chocan con ese orgullo de macho herido deslizándose por una pendiente autodestructiva. ‘Juego limpio’ traslada la ruina ética de un conglomerado (fantástica actuación de Eddie Marsan en su papel de jefe amoral) al ámbito de lo íntimo. Presenta un mundo construido a modo de castillo de naipes dónde resulta difícil separar el grano de la paja, lo importante de lo accesorio, lo trascendente de lo circunstancial.

Buena.

Escrito por Juan Pablo Martínez corchano para www.rockandfilms.es

‘El cuerpo en llamas’, notable miniserie de ocho episodios producida por Netflix, comienza con un coche ardiendo en los aledaños de un pantano. Abrasivas imágenes para una propuesta, basada en hechos reales, consciente desde su inicio de jugar en terreno tan pedregoso como indómito. Delicada desde su complejidad. Dentro de ese coche, días después de sucumbir ante el fuego, se encuentra el cadáver de un hombre. Es policía local de Barcelona (José Manuel Poga).

Las pesquisas consiguientes sacan a relucir una suerte de intrincadas relaciones: sexo, infidelidades, celos, separaciones, mentiras, compañerismo, deseo. Es el llamado crimen de la Guardia Urbana. Mediático suceso en el que todo se cuece alrededor de agentes de la autoridad. El truculento caso tiene todos los ingredientes para acaparar la atención de la concurrencia. La crónica negra en la caja tonta atisba el filón, se frota las manos y lo exprime con pocos miramientos.

Laura Sarmiento, experimentada guionista y creadora de la serie, maneja el morbo inherente al caso con escrupulosas maneras. Da igual que el espectador conozca los detalles de la trama. La narración engancha desde el principio y se debora de un tirón. Se eleva por encima de esos true crimen que tanto abundan en las plataformas de streaming por la enorme actuación de Úrsula Corberó. Da vida a Rosa Peral, pareja del fallecido, compañera del cuerpo y principal sospechosa del asesinato junto a su amante Albert (Quim Gutiérrez).

Esposa, madre, amante, magnética, inescrutable, caprichosa, siempre sensual, sus acciones llevan el sello de la incomodidad. En todo momento se guarda algo. Irresistible para los hombres que se cruzan en su vida, convertidos en juguete roto, la corriente los arrastra hasta su fatídico final. Una de las femme fatal más logradas desde que Sharon Stone erizara el vello interpretando al mítico personaje de Catherine Tramell en ‘Instinto básico’. ‘El cuerpo en llamas’ hace del hermetismo virtud. Quizá porque el comportamiento humano sigue siendo ininteligible, en ocasiones inexplicable en su afán por matar moscas a cañonazos.

Escrito por Juan Pablo Martínez Corchano para https://rockandfilms.es

La miniserie ‘Sherwood’, seis episodios, disponible en el catálogo de Filmin y producida por la BBC, tiene algo de terapia de grupo. Un ejercicio de catarsis personal por parte de James Graham, guionista de la serie, con el que mirar al futuro, librarse de traumas, reconciliarse con sus raíces, despojándose de pesadas ataduras. Nos acerca al Condado de Nottinghamshire. A mediados de los 80 esta comunidad vivió un conflicto laboral que sacudió los cimientos del lugar y traspasó fronteras.

Una huelga de mineros que fracturó a sus habitantes. Sobre las cenizas de aquel conflicto y unos sindicatos derrotados emergió la figura de una señora muy de derechas que pasó a la historia como la »Dama de hierro» y una política neoliberal que cambió el destino de la nación. Graham fija su atención en las heridas a nivel local, entre vecinos e incluso miembros de una misma familia. Se acabó el carbón pero las consecuencias de aquellas rencillas siguen aún latentes.

‘Sherwood’ adopta un tono melancólico y crepuscular. Lugareños vencidos por el paso del tiempo, atormentados por lo que pudo ser y no fue. La protagonizan David Morrissey y Robert Glenister, en la piel de sendos investigadores. El primero es oriundo del lugar, el segundo viene de Londres, aunque su carrera profesional transcurrió en sus inicios en dicho condado. Han pasado treinta años de la histórica huelga e intentan resolver dos asesinatos. Se articula un thriller con derivaciones políticas al mejor estilo de Ken Loach. Sin maniqueísmos y subrayados impone una atmósfera inquietante al bucear en el pasado de los personajes, con flashbacks pertinentes que incrementan la tensión.

No los juzga, mantiene una aséptica distancia hacia su proceder. Los secundarios están bien construidos y conforman un microcosmos dónde secretos, rencillas, olvidos y envidias nutren una comunidad asfixiada por el silencio. La miniserie va de menos a más. Enfrentado a decisiones narrativas inherentes a toda propuesta basada en la intriga, Graham se decanta siempre por la simplicidad, alejándose de golpes de efecto y giros inverosímiles.

Muy buena.

Escrito por Juan Pablo Martínez Corchano para www.rockandfilms.es

'Reposo absoluto', película dirigida por la norteamericana Lori Evans Taylor, se anuncia en los títulos de crédito como una cinta de terror, dónde una mujer en las últimas semanas de gestación pasará por un auténtico infierno. Un calvario que pondrá en peligro a la criatura que está por venir. Su puesta en escena, típica de serie B y una producción esquelética hacen que los sobresaltos de la protagonista no traspasen la pantalla. Quizá algún que otro sustillo con las recurrentes apariciones de imágenes y figuras espectrales vía espejos o cámaras interiores.

Melissa Barrera, actriz mexicana que ha dado el salto del culebrón novelesco al slasher más comercial de la saga 'Scream', se mete en la piel de una mujer embarazada que decide dar a luz en su nueva casa. Mansión que se dispone a rehabilitar junto a su esposo (Guy Burnet). Anda la pareja ilusionada con empezar una nueva vida, superando traumáticos acontecimientos del pasado. Los planes empiezan a torcerse tras un accidente doméstico, consecuencia del cuál, la futura madre deberá guardar estricto reposo sino quiere perder a la niña que lleva en sus entrañas.

La película se deja ver gracias a unas interpretaciones solventes y un metraje ajustado. El espectador avezado en este tipo de historias andará siempre por delante de la trama. Escasamente original, tocando elementos muy trillados, sustenta la intriga en su sencillez y falta de ambiciones. Un ejercicio de género que pierde fuelle llegado el clímax, momento en que afloran sus carencias. Lori Evans Taylor, que también firma el guion de la película, hace guiños evidentes a cintas de terror del cine reciente, que llevan la firma de autores como Alejandro Aménabar en 'Los Otros', Juan Antonio Bayona en 'El Orfanato' o Andy Muschietti en 'Mamá'.

Escrito por Juan Pablo Martínez Corchano para http://rockandfilms.es

El director francés Cédric Jimenez articula sus películas inspirándose en turbulentos acontecimientos del pasado. Historias no le faltan. No pretende ser exhaustivo ni ajustarse ciegamente a los hechos. Se toma sus licencias, más o menos discutibles, sobre todo en lo tocante a aspectos de índole político y social. En cintas como ‘El hombre del corazón de hierro’ (2017), buceando en la psique del urdidor de la solución final; o como ‘Conexión Marsella’ (2014) y ‘BAC Nord: Brigada de Investigación Criminal’ (2021) retratando la lucha policial y judicial contra la mafia marsellesa. ‘Novembre’, título de su último trabajo, toma como punto de partida las explosiones que sacudieron la capital parisina en noviembre de 2015.

Atentados islamistas que acabaron con la vida de 131 personas. Un tiro al plato ante civiles inocentes en bares, terrazas y hasta en una sala de conciertos. La malograda Bataclan, cuyo mayor pecado quizá fuera la condición judía de sus antiguos propietarios. Nada escapa a la barbarie sectaria. La cinta fija su atención es los esfuerzos policiales por dar caza a los culpables. Y juegan contrarreloj, puesto que los terroristas pretenden seguir tiñendo de sangre el suelo francés. Cédric Jimenez traslada a la pantalla el acelerado proceder de los responsables de la investigación. Un ritmo frenético de idas y vueltas, nombres de sospechosos, infiltrados, pistas falsas, y multitud de localizaciones que se narran con nervio.

Una cinta de acción escrupulosa, digna, que me mantiene atento a lo que veo. Quizá se echa en falta una mayor profundidad a la hora de abordar los pensamientos y desazones de los investigadores, desbordados por la magnitud de una tragedia y masacre que intentan no vaya a más. Aspectos dramáticos que hubieran dotado de mayor empaque a la historia. ‘Novembre’ está protagonizada por Jean Dujardin, el Javier Bardem del cine francés, que de nuevo cumple en su rol de comisario principal. Rocoso, decidido, bregado en mil batallas tiene su contrapunto en el personaje interpretado por Anaïs Demoustier, agente de proceder tan impulsivo como errático.

Hora y media larga de un thriller entretenido y de desarrollo previsible. Pudiendo seguir la estela de Michael Mann, esta vez Jimenez se ha quedado en Michael Bay.

Escrito por Juan Pablo Martínez Corchano para http://rockandfilms.es