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Estados Unidos Estados Unidos · Nueva York
Críticas de Salvapantallas
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Críticas 82
Críticas ordenadas por utilidad
8
12 de agosto de 2016
31 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Clara es madre de tres y abuela de dos. Tiene 65 años y vive en Recife. Su apartamento frente al mar se encuentra en un viejo edificio llamado Aquarius. Por lo menos ha vivido ahí los últimos cuarenta años. Es una reconocida intelectual de la música.

Clara superó un cáncer de mama en la adultez, enviudó diecinueve años atrás y hoy goza de mucha vitalidad y buena economía. Camina por la playa, reflexiona sobre su vida sexual, coquetea, escucha buena música y come delicioso. Su vida anda bien hasta que una constructora compra todos los apartamentos de Aquarius para construir un edificio moderno y la presiona para que ella también venda.

El guión de Kleber Mendonça Filho es más complejo que una exploración por la vida diaria de una mujer sesentera. El logro principal es que Clara no es solo ella por quien es y lo ha hecho de su vida. Clara existe por su relación con el entorno: con su viejo edificio, con su empleada, con su familia, con sus amigas y hasta con el guardacostas.

Es esa persona de clase acomodada que se relaciona con la servidumbre hasta para ir a sus fiestas, es esa que cría a sus hijos diciendo siempre la realidad de las cosas, es esa que disfruta de una noche alocada de sexo solo por tener ganas de satisfacerse, es esa que rechaza al potencial amante así como es rechazada, es aquella que sueña y tiene temores pero los afronta a la cara.

Clara muestra un poco de todos. La identificación con el personaje brota sola y sin esfuerzo.

Pero Clara también es como el edificio, que con los años se vuelve un lugar abandonado por sus ocupantes tanto como ella es descuidada por su familia, que le faltan partes así como ella ha ido sufrido fisuras emocionales y físicas, o algo que será modificado por más moderno como son modificadas sus costumbres (de ejemplo la música que se ha digitalizado y ella aún conserva sus vinilos).

A través de Clara y de su edificio, Mendonça Filho ha retratado por completo los lazos familiares, la corrupción de la sociedad y el paso del tiempo. Recuerda a esa vieja escuela fílmica italiana en donde los elementos sociales fluyen en la narración y ayudan a contar la historia. Además, esta mujer testaruda (se opone a todo su entorno para mantener el apartamento) es la representación del latino, con amplias convicciones pero anclado a sus viejas raíces y tradiciones.

No veo un problema en que el director introduzca muchos conceptos en una sola narración si todos son tratados con sutileza para que el espectador los interprete uno a uno. Es sorprendente que tantas reflexiones fluyan con naturalidad y enseñen. A pesar de su longitud, entretiene con tomas cortas y diálogos inteligentes. Eso sí, carece de la profundización de al menos otro personaje, quizás el antagonista, para favorecer más al conflicto.

Palmas especiales para Sonia Braga, imponente actriz.
Salvapantallas
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2
7 de febrero de 2015
40 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
La Tierra ya no es suficiente. Más allá del cielo parece existir una versión de la realidad superior a la que conocemos, en la cual los que gobiernan el universo son seres humanos tecnológicamente más avanzados que logran la inmortalidad al monetizar y capitalizar el tiempo de otros seres inferiores. Y esos seres inferiores son los terrícolas, que ignoran la presencia de otros en el universo. Sin embargo, el conflicto aparece cuando descubrimos que quien realmente gobierna ese universo es lo “más bajo de la cadena alimenticia humana”: la trabajadora doméstica de limpieza –más conocida como Mila Kunis, o Júpiter–.

Por ello, Jupiter Ascending es la revisita, destinada a capturar al público masivo, del legendario relato que nos han contado a todos de niños. La Cenicienta nunca había sido tan sensual, se había puesto botas espaciales, y había ascendido miles de kilómetros allá en el espacio exterior para defender su legado, cuestionado a manos de sus tres hermanas que quieren controlar el universo a su manera.

Y tampoco se había dejado llevar tanto por un licántropo, mitad hombre mitad lobo, que más allá de protegerle, lo único que realmente ha sentido hacer es comérsela. La Caperucita Roja, que desconoce el bosque galáctico en el que se está perdiendo, nunca había tomado una más sabia decisión que domesticar al lobo, ligarse con él y convertirlo en su compañero de viaje.

Lo más extraño de todo esto es que estos dos personajes se transforman rápidamente en La Bella y la Bestia versión ultrasónica y, al parecer, con la aprobación de la chica al amor desenfado de la pareja, esta bestia se puede transformar en un ser más atractivo y seductor, sin dejar de ser el macho malote y leñador. Todo esto acompañado de mucha acción poco violenta y poco sangrienta, y solo algunos gritos copiados de las películas más infantiles de Marvel, destinados al público pueril.

Jupiter Ascending también es una película que incluye a las mujeres, o lo que Hollywood suele entender como película para mujeres. El lobo –actor en el pico de la fama, también llamado Channing Tatum– enseña sin parar su sensual apariencia, músculos y toda la adrenalina de sus hormonas durante casi todo el metraje. O el romance es parte innegable de la historia y los besos apasionados, el amor de madre y hasta un extraño remake del trastorno de Edipo, no se dejan esperar.

Pero también hay un espacio en esta película para la reflexión científica del tiempo, la crítica posmoderna al uso de los recursos humanos y energéticos en la Tierra, el drama de la dinastía familiar, la tripulación espacial lo más parecido al Halcón Milenario y La Guerra de las Galaxias, y algunos chistes de manual sutiles para despertar la risa de los más sarcásticos... Es decir, un cóctel de elementos representativos y copiados que alcanza la saturación, la falta de creatividad y se hunde en la pretenciosidad al abarcar tantos supuestos públicos objetivos.

El principal talón de Aquiles del dúo conformado por Andy y Lana Wachowski es haber creado un guion con muchas películas en una, todas dentro de las dos horas de metraje, cubriendo además una variedad de géneros quizás para llenar la taquilla después de algunas películas anteriores con tibias recaudaciones.

Y esta aventura se transforma rápidamente en un compuesto cósmico lleno de personaje variados que, al ser desarrollados de manera escueta, todos juntos no podrían llenar ni siquiera la cara de una servilleta escribiendo sus dispersos objetivos.

El verdadero problema de centrar la narrativa del guión en un conflicto de seres humanos superiores que han logrado la inmortalidad al intercambiar dinero por tiempo, es que el público difícilmente pueda tomarse a bien haber perdido ambas cosas en el cine.
Salvapantallas
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5
17 de septiembre de 2015
28 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Por qué escalar el Everest? ¿Por qué correr olas? ¿Por qué arrojarse en bicicleta por una montaña rocosa, o de un avión a mil kilómetros de altura, hacer canotaje o embarcarse en una expedición por la jungla? ¿Adrenalina? ¿Reconocimiento? Al salir de la sala me dicen que existen dos tipos de personas que realizan esta clase de actividades extremas: o profesionales talentosos o locos en busca de una hazaña. Es posible que combinar ambos garantice el impacto que una película sobre alpinismo necesita para captar la atención del público.

En Everest, Rob Hall es un alpinista profesional que dirige una empresa de aventuras y promete a sus clientes ser el guía que los llevará a la cima del monte más alto del mundo –o al menos, eso es lo que intentará–. Es 1996, la sociedad todavía no confía en los pronósticos del tiempo, la telefonía celular está en sus inicios, el Internet es todavía una herramienta incipiente e incluso los equipos de alpinismo no son los de ahora. Si escalar el Everest hasta hoy cobra en promedio diez víctimas cada año, a mitad de los 90s aún suponía un reto solo apto para valientes emprendedores.

Everest cuenta la travesía de un grupo conformado por profesionales y locos que intenta subir a la cumbre, y de los pocos que lograrán regresar. En ese sentido, la película demuestra menos intención de contar los pormenores del alpinismo y evade profundizar sobre la preparación, el entrenamiento, la aclimatación, los riesgos de la zona. Los profesionales parecen demasiado calmados frente a los peligros, y todos están más interesados en la épica que supone conquistar la cima. Por lo tanto, las emociones se dirigen hacia los líos individuales de cada personaje.

El trabajo del director Baltasar Kormákur radica en darle trascendencia a este relato de hombre versus naturaleza. El Everest se transforma en el perfecto antagonista por su clima imprevisible, mientras que todos los demás son gente común que toma decisiones de vida o muerte bajo estas circunstancias imposibles. El éxito de la película es retratar a estos personajes comunes haciéndolos tan imprevisibles como la montaña: hombres en la crisis de la mediana edad, o que han desperdiciado su vida al servicio del sistema, o que buscan el éxito más grande de sus aburridas vidas, o que se enfrentan a sus propios retos profesionales.

El público se involucra con estos personajes porque es fácil identificarse con ellos; sin embargo, es posible que el exceso de gente desoriente el foco de atención. A ocho mil kilómetros de altura y con todas esas capas de ropa, la única manera de no perder el hilo de “qué le está pasando a quién” es ubicar la cámara muy cerca del personaje, y se pierde la perspectiva del lugar. El espectador sube y baja del Everest, con el impresionante sonido de fondo y la música de Dario Marianelli, pero el escenario terrorífico que plantea la historial real se vuelve un lugar sin miedos, demasiado cercano, conocido y hasta blando.

Kormákur propone interesarnos sobre si los personajes van a lograr regresar con vida de su riesgosa expedición. El público puede hasta llorar de manera genuina por la supervivencia del grupo completo, pues no se abusa del cliché y las emociones son sinceras. No obstante, ¿realmente lo que nos interesa es evitar que se congelen o se caigan del risco, o más bien lo que va a pasar con sus familias si es que no están de vuelta? Recuerdo el éxito de taquilla Apolo 13 (1995) donde Tom Hanks, Bill Paxton y Kevin Bacon van a la luna. A mitad de película nadie sabe si van a regresar. ¿Nos preocupó que la nave explote en el camino de regreso o que Kathleen Quinlan, esposa de Hanks, no abrazara a su esposo de vuelta? Y así tantas otras películas de catástrofes.

Cuidado con ser demasiado tibios (en una película que merecía estar congelada). Se pueden recoger las mismas emociones sin dejar de ser justos con el vértigo de las condiciones extremas y sin dejar de lado historias reales que deben ser contadas (como las de los sherpas, los acompañantes nativos cuya labor es brindar soporte a los alpinistas, un trabajo que ha cobrado la mayor cantidad de víctimas en el Everest y en esta película apenas aparecen). Si se deja de lado el realismo, puede que las motivaciones se vean afectadas. Entonces me pregunto, ¿por qué escalar el Everest? ¿No es ridículo decidir poner en riesgo la vida? Esta película demuestra bien cómo se escala el Everest, pero olvida contar por qué escalarlo.
Salvapantallas
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6
12 de noviembre de 2015
26 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mientras siga en el negocio, Spielberg será el mismo visionario que juntó el cine artístico de los años 70 y el cine de entrenamiento. Cuarenta años después, Bridge of Spies no es una excepción. La fórmula es la misma: un hombre bueno que se enfrenta a situaciones extraordinarias, una narración de imágenes más poderosa que los diálogos y la habilidad de encontrar la receta perfecta entre diversión y optimismo.

Un espía soviético llamado Rudolf Abel (Mark Rylance) es capturado en Nueva York y se abre un juicio que a todas luces concluirá en pena de muerte. Abel es el enemigo público nacional. En su defensa se elige a un abogado de seguros, padre de familia y sin experiencia en política (Tom Hanks). Pronto, ambos se dirigirán a un escenario más importante: la posibilidad de negociar la liberación de un joven piloto americano capturado por los soviéticos a cambio de Abel.

Bridge of Spies es un constante juego de apariencias y las negociaciones a puerta cerrada dan vida a la intriga. El experimentado equipo de Spielberg propone poca reflexión del público a cambio de mucho entretenimiento. El guión no esconde sorpresas ni giros. Solo cuenta con la habilidad de los personajes para mantenerse firmes en un escenario tenso donde cualquiera puede apretar el botón de guerra.

Lo que no resulta una sorpresa pero sí un logro notable es la puesta en escena de Nueva York y Berlín de época, donde el escenario cobra protagonismo, como en el cine arte de los 70. Películas así ya escasean. Una demostración de ello es el fotograma inicial: el espía ruso pinta un autorretrato frente a una ventana con persianas; a lo lejos, el Brooklyn Bridge; de pronto, suena el teléfono y no se oye al interlocutor. Ahí tenemos al espía, al puente y al enigma.

Sin embargo, la película está cargada del patriotismo innecesario de Spielberg. Donde no hay una bandera estadounidense flameando, está la absurda comparación de que Estados Unidos sí trata bien a los enemigos capturados, mientras que los rusos sí torturan soldados americanos. También está el insufrible maniqueísmo por hacer de cualquier historia una película apta para todos.

Así y todo, con el aporte de un soberbio Mark Rylance que se roba el show, Bridge of Spies es un buen drama político repleto de momentos que recuerdan al viejo cine de alto contraste en la fotografía, la cámara en movimiento y la música clásica.
Salvapantallas
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6
2 de diciembre de 2006
26 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una vez más se nota que las ideas en el cine se están esfumando, y demasiado. En los últimos años solo hemos encontrado unas cuantas películas originales, que traten sobre temas interesantes, que cautiven y etc. Hace algunos años el cine (principalmente Hollywood) ha hondado en una gran ola especializada en hacer películas ya hechas, repetidas. Son casi contados con los dedos aquellos remakes que merecen hablar sobre ellas e incluso una crónica aparte. "The Emperor´s Club" es una de esas películas. Atrapante, cautivadora y tan llena de matices repetidos (los mismo de siempre, no se confunda) que nos demuestran que la falta de creatividad se va convirtiendo (a grandes pasos) en una huella alarmante.

A pesar que es inevitable hablar sobre la galardonada película de Robin Williams en 1989 y de su gran similitud con esta cinta (subrayado en "similitud"), intentaré solamente hablar de esta cinta; y es que se presenta desde el principio (muy a pesar de lo antes dicho) como una película interesante, como para verla, juzgarla y disfrutarla al máximo. No es una cinta que se vuelva tediosa y difícil de soportar, ya que las secuencias que utilizan son muy seguidas, sin perder la emoción, y esmerándose cada vez más escena con escena, como si estuvieran aprendiendo algo nuevo en cada paso que dan los realizadores.

Actuaciones resaltantes las de Kevin Kline y Emile Hirsch (típico "chico malo" de Hollywood). Es una costumbre ver a un soberbio Kline, y que este repleto de poses y mañas que lo hacen parecer cada vez más a un grande de los grandes actores, pero que queda corto en filmes como este por la falta de acompañamiento y lo difícil que puede ser soportar un guión tan pesado, en cerca de tres horas. Buena cinta, a pesar de todo.
Salvapantallas
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