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España España · Málaga
Críticas de flecha
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Críticas 43
Críticas ordenadas por utilidad
9
7 de febrero de 2013
17 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Comienza la proyección: suena la ilustre canción de Django que compuso Luis Enrique Bacalov y vemos las letras de crédito más características del spaghetti western, con un desierto de fondo. No se puede hacer una declaración de intenciones más clara desde el principio. Tarantino prosigue su labor de homenajear continuamente a sus iconos cinéfilos y culturales. Esta vez, la visión es menos ecléctica: el género del spaghetti es el eje vertebrador para la formulación de esta propuesta.

"Django Unchained" es la nueva pirueta estilística y narrativa de una filmografía que ya se erige incuestionablemente entre las más atrevidas y originales. Sin embargo, en Tarantino siempre prevalecerá un cierto cariz clásico: sus historias están contadas con un pulso firme y ágil; parece imposible que una de sus películas presente un ritmo irregular. Partiendo de esta premisa, la mezcolanza de tonos y registros aparece como siempre lo hizo, ofreciendo un cine impactante, efectista (bendito efectismo...), bizarro y disparatado. Veo comprensible el desapego de un no despreciable número de espectadores hacia Tarantino: este tipo de directores suelen provocar cierta división. O los amas, o los vomitas. Pero queda clara una cosa, algo que no se le puede reprochar: Tarantino tiene un universo propio, paradójicamente tomado de otros universos dispares, que han convergido milagrosamente para constituir un imaginario y unas iconografias reconocibles, intransferibles. "Django unchained" no es más que la confirmación de esta regla, una película que no quiere ocultar su pretensión homenajeadora, su continuo guiño al precedente.

Acción dosificada y magistralmente rodada; primeros planos de los que nunca se abusa y que nos recuerdan directamente al genial Sergio Leone; diálogos triviales e irreverentes que anteceden a un torbellino de acontecimientos; constante uso del zoom (otra huella del spaghetti de los sesenta); violencia desencadenada y deliciosamente excesiva; guión detallista y virtuoso; puesta en escena maravillosamente sincronizada con un recital de encuadres que no son sino una pista más de este desaforado, deslumbrante ejercicio de estilo. Sumémosle, por cierto, el uso de la música que a tantos nos tiene asombrados: esta vez, Tarantino se regodea en un recorrido por la música paradigmática del spaghetti western (¡ese inclasificable tema de "Dos mulas y una mujer"!), salpicado de algún eco rap, tan desvergonzado como la diversión que Tarantino se esmera en proporcionar. Sobra, en mi opinión, la cámara lenta en la matanza de la casa Calvin, y esa riada de ketchup. Se lo perdonamos, quién lo duda. Ya contábamos con ello.

Declaro abiertamente mi disfrute durante el cameo de Franco Nero. "Deletréame tu nombre", le dice el italiano. Ay, guiños irónicos y oportunos. Qué revisión tan perfeccionada del antiguo film de Sergio Corbucci. Dice Jordi Costa que a "Django Unchained" le falta esa imagen poderosa de un hombre arrastrando un ataúd en mitad del barro. Es posible. Pero sería difícil olvidar el monólogo de Samuel L.Jackson mientras Jamie Foxx cuelga en una comprometida postura, o a un cazarrecompensas negro con gafas de sol redondas. En el spaghetti de 1966 los actores eran lacónicos e inexpresivos. Esta vez, asistimos a una compleja dirección de actores, capaz de engrandecer a unos Di Caprio y C.Waltz necesariamente sobreactuados, o a un Foxx contenido y temible. Además de ese retrato colectivo de gentes del sur, tan paletos, racistas y satirizados como era de esperar.

Qué formidable puedes llegar a ser, Tarantino. Hasta tu cameo encaja. Qué gozosa diversión puedes llegar a ofrecernos; qué despropósito de estética, de tiroteos, reacciones, conversaciones, actitudes, referencias. Locura, humor, talento a partes iguales. Y a raudales. Gracias por darle otra vuelta de tuerca al western (llámese southern), que ya lleva unas cuantas. Demuestra lo inagotable del género.
Dicen que Tarantino quizás no vuelva a dirigir otra película. Bah, rumores, quiero pensar. Que tarde cinco o seis años en volver. Pero que vuelva. A pesar de esa incipiente barriga, está en plena forma.
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9
18 de julio de 2009
17 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hacía tiempo ya que quería ver este western, mayormente atraído por el espectacular reparto. No encontré en él la sencillez y el lirismo de J. Ford o de H. Hawks, sin embargo sí pude ver un film apasionado y de tonos épicos con un hilo principal amoroso pero que tiene como trasfondo la eterna lucha por la propiedad de los territorios occidentales de una nación cuya frontera aún parecía no vislumbrarse en el horizonte.
La inmensa interpretación de Lionel Barrymore, cuyo personaje se alza sobre los demás y se impone como mejor baza del filme, representa a ese colono que llegó del este atravesando un dificultoso y largo camino, el cual, una vez alcanzada la meta, no está dispuesto a abandonar por ningún precio su valiosa posesión que antes de iniciar el viaje formó parte de la Tierra Prometida. Ese descomunal esfuerzo despierta en él un sentimiento de agresividad: la defensa de la propiedad rural.

Joseph Cotten: - ¿Dispararías contra hombres desarmados?
Lionel Barrymore: - ¡Como a culebras, si se les ocurre atravesar los límites de mis tierras!

La “violación” de esa cerca o de esa alambrada por parte de la llegada de la civilización (el ferrocarril) hace estallar un conflicto civil que sólo podrá ser resuelto mediante la violencia.

Vidor logra narrar de forma ligera y transparente una historia en la que los personajes están impecablemente perfilados y cuyo final no me pareció de lo más acertado, amén de lo atípico que resulta. La estupenda música de Dimitri Tiomkin y la espectacular fotografía de inspiradísimos planos, acompañadas de las buenas actuaciones de Joseph Cotten y Gregory Peck, hacen de éste un gran western sólo empañado por la ridícula interpretación Jennifer Jones.
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8
6 de febrero de 2010
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Corrí el riesgo de asistir a un ladrillo pese a lo bien que me habló un profesor de Historia Antigua acerca de “Pharaón”; yo por entonces prescindí de la idea de que el buen cine histórico lo podemos encontrar cuando menos lo esperamos, sin tener que provenir de Hollywood (que más de un batacazo ha dado en este género), no obstante, quizás fue ese inquietante magnetismo que la civilización del Nilo ejerce constantemente lo que me embarcó en esta sensacional historia.

La idea del guión resulta convincente y sobre todo efectiva, ya que el pulso entre este faraón ficticio y el clero está perfectamente planteado, y no viene a ser más que una desviación del enfrentamiento que sostuvo Amenofis IV, si bien este último fue un faraón pacífico y muy creyente en el Sol, mientras que el Ramsés XIII del filme es un soberano belicista, mujeriego y poco atento a los asuntos religiosos.

La película cuenta con una verosimilitud histórica bastante considerable aun siendo del año 66 (véase lo magníficamente interpretados que están los sacerdotes). Sin embargo, la escena del eclipse podría haber estado más trabajada, y el maquillaje resulta torpe, al contrario de la destreza exhibida en los vestuarios.
Kawalerowicz consigue reflejar con innegable buen oficio el espíritu hierático y sacro de la cultura egipcia, ese cariz de solemnidad presente a lo largo de la cinta constituye un rasgo acertadísimo, haciendo gala de una puesta en escena hábil y majestuosa, y mostrando eficacia en el uso de la música (especialmente los cantos de los sacerdotes, que resuenan escalofriantes por las galerías de aquellos colosales templos) y de los escenarios, tanto decorados como localizaciones reales. A esa notable dirección artística habríamos de sumarle un sobresaliente trabajo de fotografía, que saca el máximo provecho moviéndose inteligentemente entre las ruinas arqueológicas del otrora Imperio, bien conservadas y grandiosas.

Y es precisamente de grandiosidad de lo que no carece esta película, ya que Kawalerowicz consigue que nos metamos de lleno en el Egipto Antiguo, bien sea rodando con esmero los rituales religiosos o adentrándose cámara en mano en medio de un batallón de lanceros egipcios. Película para disfrutar una tarde bien tranquilo, que a pesar de su metraje se pasa en un visto y no visto y, sobre todo, amantes de la Historia, no se la pierdan.
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9
9 de noviembre de 2013
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para el espectador contemporáneo, acostumbrado a un tiempo en el que las producciones abundan en banalidad y extrema pobreza creativa, asistir a cualquier gran obra del cine clásico conlleva comprobar el contraste que, con los años, se ha implantado entre dos mundos tan alejados. Me explico. Resulta verdaderamente difícil hoy en día encontrar historias tan bien contadas, con un sentido del ritmo tan apabullante y unas propuestas formas de formidable coherencia. Créanselo: ver un western o un film noir de los años 40 o 50 se ha convertido para mí, con el tiempo, en un auténtico oasis, una especie de pompa en la que me sumerjo gozando cada minuto con una forma de hacer cine que, por infinitas circunstancias, ya no se hace. O apenas. Y ya no me refiero a las célebres obras maestras de esta época dorada, desde “Laura” hasta “Atraco perfecto”, por poner dos ejemplos, pasando por el numeroso conjunto de grandes historias en las que destacaron los filmes de Lang, Walsh o Hawks.

Me refiero, esta vez, a pequeñas joyas, a producciones de presupuesto más discreto (a menudo he acabado boquiabierto con la serie B de estos años), a obras menores de directores que, no obstante, conservaban en ellas ese sello de calidad que venía garantizado por la narrativa cinematográfica americana. Hollywood se pobló de películas como estas, porque cada año se sacaban muchísimas, aunque no de bazofia tan generalizada como hoy día. “Poder invisible” es un excelente ejemplo de esto. Coetánea a la inolvidable “Ley del silencio” de Elia Kazan, comparte con ella algo más: la temática y el ambiente de los muelles portuarios de una ciudad de la costa Este. Ya saben: la mafia controlando el tráfico comercial, nadie sabe nada, policías corruptos, estibadores lacónicos y explotados, matones y demás chusma callejera, y una nación con una economía imparable llena de claroscuros. Capitalismo desenfrenado y sindicatos silenciados o controlados. El país se construye, se enriquece, a base de una circulación descomunal de capitales, una producción infatigable, una riqueza natural considerable, y una mano de obra inmigrante que sólo persigue el sueño americano. O sobrevivir.

La política de Macarthy que alguien ha señalado para este contexto me parece oportuna. Esta especie de terror a la delación y a la infamia se traduce, en el guión, en una persistente amenaza de traiciones y dobles caras que conduce al espectador en todo momento hacia la duda y la sospecha. Esa oscura ambigüedad que es parte esencial del género. El protagonista, un detective corriente, grandullón y honesto, se ve inmerso en una trama que no necesita ser intrincada para convertirnos en adictos y que engarza perfectamente con toda esa tradición de novelas negras en las que el argumento tiene unos estereotipos, unos esquemas, unos iconos, unas metáforas que fueron siempre las mismas, pero modificadas de alguna manera por cada autor y cada cineasta. Broderick Crawford construye un personaje al estilo Bogart, lleno de ironía, chulesco, socarrón, cínico, aunque si cabe más feo y vulgar. Y enormemente contradictorio, humano, cuando lo ves hacer un papel dentro de otro papel. Los diálogos son cortantes, secos, directos, tan magníficos como los mejores del noir; presten atención al intercambio de balazos dialécticos con el hostalero o con la rubia.

Parrish no da descanso en la narración, algo normal en las películas que se destilaban por aquellos años. Hace, de un guión sencillo, pura orfebrería en el arte de contar una historia. Y se mueve como pez en el agua al recrear ese ambiente peligroso, lúgubre y podrido que es el muelle de una gran ciudad, donde el proletario se ve envuelto en peleas, alcoholismo y tratos sucios con capos del crimen organizado. A partir de ahora, recordaré a Broderick Crawford como el irlandés provocador que siempre pedía en la taberna una jarra de cerveza junto a una copa de vino blanco. Son imágenes que permanecen. Las gabardinas, los sombreros, los revólveres, las calles encharcadas y las alcantarillas humeantes, las putas y los desempleados; los bajos fondos, en fin, son el decorado del que uno piensa: “menudo sitio por el que se mueve esta gentuza. Y parece hasta fácil, pero ya no se hacen películas como ésta.”
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8
3 de septiembre de 2010
14 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que pusieran esta pelicula hace poco en la 2 de TVE fue para mí tan impensable como sorprendente, en estos tiempos en que hubiera sido rápidamente calificada por algunos de fascista, reaccionaria y militarista.
Pero negar la maestría y el buen hacer general en este filme sería tarea sólo aplicable a personas prejuiciosas e hipócritas, aquellas mismas que pudieran echar por tierra cualquier film de John Ford o Raoul Walsh. No seré yo quien dude del tono exaltador (lícito, por otra parte) de "Paso al noroeste", ni del papel poco favorable que puedan jugar los indios (algunos, no todos, recuérdense los porteadores).

"Paso al noroeste" hace gala de admirables y meritorias escenas de acción (portentosa la del paso del río) y momentos de sosegada comicidad protagonizados por un (como siempre) impagable Walter Brennan; amén de una banda sonora (de tendencia convenientemente épica) tan idónea como ajustada.
Si bien la secuencia del ataque sorpresa es excesiva y sobradamente violenta (más si se trata de una obra rodada en 1940) , la de la llegada al fuerte (hacia el final de la película) de los casacas rojas me pareció memorable; al igual que las palabras últimas de un esforzado y fabuloso Spencer Tracy (en un registro inédito en él), que nos hablan de que estamos ante un western tempranísimo, cuando el Oeste aún estaba inexplorado y sus rutas sin abrir, anunciándonos lo que años después sería la partida de pioneros, emigrantes europeos o simples aventureros hacia las tierras más occidentales.

"El sueño de todo hombre es encontrar el camino hacia los deseos más hondos de su corazón", se dirá cuando los Rangers parten de nuevo hacia lo ignoto, la aventura, el riesgo y lo remoto.

Por todo ello, me parece que Vidor sabe llevar a buen puerto las premisas temáticas e ideológicas de la obra sirviéndose de una historia repleta de intensidad, calidez, energía, garra y entretenimiento de calidad.
Adelantándose en cierto modo a la insuperable Trilogía de la Caballería que filmase Ford, "Paso al noroeste" se acerca a la cotinianeidad de un grupo de hombres que tienen que superar una serie de dificultades y situaciones adversas. Es entonces cuando afloran conceptos como el heroísmo, la camaradería, el liderazgo, la solidaridad entre compañeros, la amistad, el valor, o la lealtad al deber. Pero eso es de fachas y belicistas, y películas como ésta son nocivas para nuestra sociedad de valores. Es mejor poner maravillas como "Mentiras y gordas". Hay que joderse.
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