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España España · Barcelona
Críticas de BERLANGA'S
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Críticas 7
Críticas ordenadas por utilidad
6
8 de noviembre de 2021
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cortometraje final de la época estudiantil de Roman Polanski. Dos hombres pasean con un armario desde el mar hacia la ciudad, sitio dónde serán rechazados y volverán de dónde salieron. La mezcla de la realidad social con imágenes líricas ya vaticina el cine que hará Polanski y, en general, el Nuevo Cine Polaco.

El interés por el paisaje urbanístico después de la Segunda Guerra Mundial es una característica común de los cines emergentes nacionales, especialmente aquellos que sus calles se convirtieron en zona de combate como ejemplifica el Neorrealismo italiano. Este telón de fondo crea la sensación de estar viviendo una situación post-traumática que se debe seguir soportando. Las calles vacías, el intento de renovación arquitectónica y los edificios destrozados mientras los personajes agarran agua con una lata son una clara señal de esta sensación.

Pero la guerra sigue latiendo por debajo. La renovación es falsa, la violencia continúa ahí. Los protagonistas son recibidos con hostilidad por el poder y ellos son hostiles con las demás especies. Tiran piedras al gato mientras a ellos le echan a patadas de un hotel. El señor adinerado que se mira al espejo en su armario le da igual, hay otro espejo detrás, lo que importa es su reflejo y no el espejo. Ellos juegan a pegarse y llegan a apalizar a otro de su misma condición, las cosas no han cambiado tanto. Los penúltimos contra los últimos. Los trabajadores de Burger King odiando a los mendigos que vienen a por comida.

Los que llevan el armario, los que matan el gato, el señor adinerado y el del hotel son todos hombres. Puede parecer evidente pero siempre está bien recordarlo. Los temas del cine moderno, mirado desde una persepectiva de la teoría feminista, giran entorno a una masculinidad que ha perdido su sentido en el mundo y que se ha visto envuelto en la violencia, John Wayne ha muerto para dar paso a James Dean. El mismo ideal que llevó a los hombres para ir a la guerra se murió cuando vieron lo peor de la especie humana en el supuesto escenario de la masculinidad homérica. Las mujeres escucharon la radio, suplieron los puestos de trabajo y la infraestructura del país siguió funcionando gracias a ellas. La única aparición de la mujer en este cortometraje es un objetivo sexual frustrado, otro impedimento del mundo moderno dónde ya no es posible ni la virilidad seductora. Así pues, la mirada de este cortometraje gira entorno al hombre como centro activo de la Historia. No lo digo como reproche sino como algo evidente desde la contemporaneidad que nos permite revisionar gustosamente el cine falocéntrico con nuevas herramientas de análisis.

El niño que está jugando con la arena no es consciente de lo que ha pasado, para él el trauma no existe y por eso puede crear en vez de destruir. Esta relación entre la productividad y la destrucción en el final del cortometraje se pregunta sobre un porvenir indeciso que nosotros ya hemos superado.
BERLANGA'S
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7
1 de diciembre de 2021
3 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
En mi casa se ha mamado mucho de Fernando Luis de Aranoa. Mi padre encontraba en su filmografía un espejo sobre cómo funciona la realidad social de nuestro país según él, un cine que hacía hincapié en aquello que los rojillos ven como fundamental. Un producto perfecto para una clase media ajena a la alta cultura y que no conoce el cine comprometido con la realidad (cómo lo llaman las élites culturales) ni han visto una película del amigo del pueblo Glauber Rocha.

Evidentemente, a mi padre, no le importa el dispositivo cinematográfico porqué ya lo da por supuesto, sino que le importa el contenido (y no la concepción) de los distintos cajones y el discurso ideológico que se articula a partir de ellos. Aprecia el discurso con moralina, los personajes-estereotipos y, en definitiva, el control. Y todo esto Aranoa lo hace fenomenal, es innegable. No habrá nadie en su sano juicio que salga de ver El Buen Patrón y diga que acaba de ver una oda al neoliberalismo. Pero justamente esta claridad que agradecen algunos espectadores, a otros les causa rechazo. Perciben una pegajosa artificialidad. El demïurgo Aranoa lo tienes durante toda la película susurrándote al oído. Y aunque aquello que te esté susurrando tenga una métrica impoluta, no te gustan, en general, los susurros al oído.

Pero a los que no nos gusta que nos susurren al oído hemos de saber valorar los buenos susurros. Y como mínimo para mí, El Buen Patrón es uno de esos. La empresa familiar Básculas Blanco espera la recibida de una comisión para llevarse el premio a la mejor empresa, un contexto perfecto para que este supuesto idílico negocio familiar empiece a derrumbarse. Como lo haría Berlanga (no, no es mi abuelo, ojalá) hace deambular un elenco de personajes representativos de la sociedad española actual, alrededor del jefe de la empresa: un grandioso Javier Bardem. El indignado que su vida se ha convertido en ser indignado, el subjefe que dice que todo lo solucionará pero que nunca lo soluciona, el chaval que se ve envuelto por problemas y parece que se quedará estancado en su posición social, el inmigrante que se tiene que tragar las palabras para poder ascender dentro del mercado laboral y, por supuesto, el empresario que intenta vender la imagen de amigo con los empleados en un momento histórico en qué el sistema de encargados en las grandes multinacionales es la viva representación de lo que Hannah Arendt llamaba la banalidad del mal.

Pero dentro de estos fantásticos personajes hay algo que huele fuerte, y más en nuestros tiempos: la becaria. Una especie de femme fatale que se acaba convirtiendo en un trauma casi incestoso. Algunas escenas de esta trama me dieron la sensación que se trataba de una película anterior al #metoo, ya que exploraba de una manera terriblemente ingenua (y machista) las situaciones de abuso de poder en los entornos de trabajo. Y cuando descubres toda la tragedia edípica montada por detrás, el susurro se empieza a transformar en pitido, y lo que te estaba dando cringe te está empezando a dar otitis.

También hay que decir, que aunque nos parezca viejuna esta secuencia, Robert McKee la aplaudiría, por conseguir un girito de guión que nos mantiene pegados a la pantalla. Y en último término, esto es lo que persigue Aranoa: mantener al espectador pegado en la pantalla mientras explica sus historias bañadas de ideología progre. Y esto lo hace muy bien, sin lugar a dudas, es un buen susurro. Pero todos aquellos que, de vez en cuando, creemos poder producir o consumir un cine ajeno al filtro de la ideología, siempre debemos recordar que Eisenstein es igual de ideológico que Griffith y que los Lumière, es decir, que las superestructuras althusserianas forman parte de nuestra individualidad y no podemos hacer nada por destruirlas. Sólo nos queda el derecho a ser o no ser panfletarios.
BERLANGA'S
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