Hasta 2011 el mundo era un poquito más respirable con la existencia de Sidney Lumet, pero el director incansable se terminó cansando de los vivos y acabó marchándose del más acá para convertirse en alguien inmortal gracias a un buen montón de películas. La última de ellas, 'Before the devil knows you’re dead', refleja con total fidelidad el espíritu de sus mejores cintas.

El tiranosaurio Philip Seymour Hoffman y el chulapo Ethan Hawke dan vida a dos hermanos desesperados que, sin principios ni miramientos, deciden asaltar la tienda de sus padres. Semejante punto de partida pone en alerta las ganas de cualquiera, más aún viniendo de alguien tan original y descarado como Lumet. Las guindas del pastel son Marisa Tomei y Albert Finney. Sabor a raudales.

Before the devil knows you’re dead supone una exhibición en todas y cada una de sus parcelas: dirección, guión, actores, puesta en escena, acción y trama tragicómica. Cine negro, opaco y divertido. Lo patético llevado al extremo. Un caramelo que, por desgracia, también se termina acabando.

Muchos consideran que antes de hacer una película sobre un atentado terrorista hay que dejar pasar el tiempo para suavizar a la opinión pública. Menos mal que Paul Greengrass se pasó la espera por el forro de los cojones y, conocedor de su talento y teniendo sumo respeto hacia las víctimas, realizó una película soberbia y apasionante acerca del mismísimo 11-S solo cinco años después del mismo.

Con United 93 el portentoso realizador inglés da una lección de entretenimiento de altos vuelos (perdonen la licencia) partiendo de un guión propio y fiel a los relatos de las familias que recibieron llamadas de los pasajeros de dicho avión, el único de los cuatro que no alcanzó el objetivo de los terroristas ‘según fuentes oficiales’.

Al margen de la cantidad de dudas que rebosan sobre un tema tan espinoso, United 93 es una magnífica recreación de los hechos en tiempo real que huye del sensacionalismo innato en un argumento predispuesto para la americanada de lágrima fácil. El casting cuasi anónimo, el lenguaje empleado, la cámara al hombro y su montaje visceral son algunas de sus mejores virtudes.

Christman propone un relato descarnado e infinitamente humano con unas primeras secuencias que pueden dejarte seco de un plumazo. Se trata, por encima de todo, de un buen ejercicio de dualidad entre basura y recuerdos. Desechos materiales. Recuerdos existenciales.

El texto es poderoso y hace que el discurso avance a duras penas entre unas imágenes cuyo conjunto carece de fuerza y rebaja el resultado final de forma notable. Además es probable que el espectador se quede con la sensación de que el documental podría haber entrado más en detalle.

'As above, so below’ tiene un gran inicio y un buen cierre, pero su intensidad e interés deambulan de forma irregular a lo largo del metraje. La sensación global es de término medio y cierta decepción.

En 'Mon Jules Verne' (2005) el director santiaguino provoca en el espectador una repentina curiosidad sobre el escritor francés más traducido de todos los tiempos. Guzmán inicia un viaje en el imaginario de Verne a través de distintos personajes que se inspiraron en los cuentos del escritor para sus propios desafíos.

El inicio tiene demasiada pinta de tesis doctoral, pero el tono se va relajando con el paso de los minutos. A mitad de documental uno se pregunta cuál es la ruta de viaje y por qué el director da por sabidos ciertos aspectos de la vida y obra de Verne. Habría bastado con bajar el mito a la tierra.

El tramo final del filme es un canto necesario al ejercicio de la imaginación y la prueba fehaciente de por qué Guzmán es un documentalista imprescindible. Si hay que imaginarse un viaje, lo ideal sería embarcarse con un pasajero como don Patricio, capaz de llevarnos a muchos sitios sin salir de una habitación.

Nueve mujeres de un pueblecito de la región de Anatolia (Turquía) deciden parir una obra teatral. 'OYUN' es el documental que se mete hasta la cocina de dicha función a modo de makin' off. Las estrellas del experimento no son actrices a jornada completa sino cuando salen de sus trabajos en el campo o la construcción.

La directora turca Pelin Esmer recoge el proceso creativo de la obra que se proponen interpretar. Desde la escritura previa hasta la representación final. En el brainstorming miran hacia dentro para hablar de sus vidas, sus problemas y sus inquietudes. Antes de elegir una que sirva de inspiración, las protagonistas pronuncian un par de frases contundentes: "no quiero hablar de mi vida porque es un drama" y "no me gustaría interpretarla, me gustaría olvidarla".

Ninguna de las nueve mujeres necesita meterse en el papel: el drama ya lo traen de casa. Alguna incluso llora antes de interpretar. En 'Oyun' ("La obra" en turco) la Mujer se queda en propiedad del turno de palabra que le corresponde por deuda y derecho. Tiene mucho que contar y demasiado que reprochar. Los hombres, por esta vez, aparecen como meros testigos.

El relato es apasionante por su contenido. Conversaciones fulminantes de distintos personajes que comparten una misma ilusión (sacar adelante la obra) y, sobre todo, un mismo conflicto (los achaques sociales que sufren por su condición de mujeres). Pero también es apasionante por su forma: el montaje es brillante y consigue que no decaiga ni un solo instante. La cámara se mueve y se comporta como una más entre todas las mujeres.

Los distintos temas que representan en la historia son trágicos para cualquier espectador. Para ellas, además, están a la orden del día. Se saben al dedillo cómo empieza y cómo transcurre. Llegado el momento de echar el telón, sólo la directora sabe cómo acaba la obra y es una grata sorpresa descubrir el cómo y el por qué.

"Por mucho que interpretemos, no podemos cambiar la realidad". 'Oyun' es un rosario de confesiones contra el machismo instaurado y un alegato fundamental para afrontarlo el presente. Documental necesario como pocos.