El periodismo mediático escasamente se apega a la ética y responsabilidad social que supuestamente lleva implícita la profesión, pero que en los últimos tiempos recobra una notoria inclinación que tiene hacia los intereses político-económicos que incentivan el desentendimiento de los principios del oficio y se enrolan en dinámicas sobre las tendencias instauradas en redes sociales donde la corroboración de los hechos pasa a segundo término.

Como jueces de los hechos y en algunas ocasiones formando parte de las notas, los medios informativos se encuentran en una disputa despiadada por el raiting, siendo la distorsión y exacerbación los recursos más empleados para incrementar y retener a la audiencia, con actos refutables instigados por productores y propietarios de las grandes cadenas, con el fin de generar mayores dividendos.

Con una temporada de 8 episodios, ciertamente vemos a dos protagonistas diametralmente opuestas en personalidad y en valores, la cual se demuestra no sólo con esa marcada disparidad en la edad de cada una, sino en la forma de conseguir la acreditación y reconocimiento de las audiencias. Así, Ashli tiene claro cuál es su objetivo inmediato, mientras que Lale con una visión apegada más a sus valores ético-morales, va experimentado un desplazamiento por no estar a la «vanguardia» en el manejo de la información.

El serial pasa por distintas tónicas de género, y sin tener una dirección definida para encaminar a sus protagonistas y al mismo televidente, se perciben notorios cambios argumentales que no hacen un proyecto redondo, quedando a debernos más thriller que drama.* Además, hay un desbalance más que evidente en el desarrollo de ambas protagonistas, mientras que a una le sobra drama, a la otra le faltan argumentos sólidos para convencernos de su actitud.

Con 8 episodios «Como vuela el cuervo» tiene un fin de temporada inesperado y sorprendente que dejan al público muy intrigado para una entrega más.

Serie turca de artífices que garantiza entretenimiento, sin duda.

Una película efectiva al momento de generar tensión en el espectador, quien siente la opresión en primera instancia de un contexto bélico vivido entre Irak e Irán durante los años 80 y que ingeniosamente ha sido recobrado para una cinta de horror sobrenatural que funciona de principio a fin.

Su efectividad se consigue en base a imágenes sugerentes y algunos recursos que recrean al ente que ronda un edificio habitado previo al bombardeo que se rumora llegará en cualquier momento. Sin embargo, la obstinación de una joven le harán permanecer al interior de su departamento hasta que los sucesos inexplicables la lleven al borde de la desesperación para ser determinante en abandonar su domicilio.

Se percibe una película ágil, de cuestiones técnicas básicas y donde el director recurre al reparto para generar esa tensión necesaria en la interpretación de las protagonistas y omite las trampas habituales del género —elevación repentina del volumen o los maquillajes exagerados.

Un doble terror bien enfatizado.

Todo pareciera ser sosegado en un encuadre abierto que toma a la juventud ajena a la localidad y extraviada en lo que refiere a metas, jóvenes inmigrantes de Europa del Este, que a la búsqueda de algo que llevarse a la boca adoptan roles sí de víctimas del sistema, pero también de un contrario irrefrenable sobre quienes moran las grandes urbes. Por otro lado, Campillo deja entrever en Daniel a un hombre maduro, de timidez absoluta, en la búsqueda de mitigar en primera instancia el deseo y que sin aterrizarlo del todo, también a alguien que llene los huecos de su sofisticado apartamento.

El director junta dos perspectivas opuestas al que irá amoldando de tal forma que los silencios iniciales y las conductas inexplicables, se resuelvan. Todo depende del cristal con que se mire, así es como las víctimas llevarán el caos a lo que tentativa y de inicio será el victimario, mas toda situación evoluciona para dar paso a sentires más profundos de lo que momentáneamente es satisfacción.

La temática se deslinda por completo del tópico de señalamientos, lo cual le da un valor agregado y prefiere ahondar más sobre aspectos sociales, de individualidad e incluso de pareja. Inesperadamente el conocimiento de las circunstancias vuelcan la concepción de la compañía de paga, por afecto instaurado por la costumbre y el compartimiento de espacio y tiempos. El envoltorio de la dicha no siempre es el relumbroso que por costumbre se encuentra en los anaqueles holliwoodenses, éste es muestra de lo que se puede encontrar cercado por la trivialidad y el desorden.

Buenas actuaciones, fotografía, edición, locaciones, pero sobre todo del trabajo hecho en el argumento.

Una película que recrea los tópicos del terror para ajustarlos a este contexto, no hay sorpresas y si muchas referencias de lo que plantean en esta película. Una trama bastante previsible y dosificada en violencia es lo que se puede encontrar; el éxito en su país de origen no garantiza que supere el adjetivo de entretenido.

La casa que habita Beto se encuentra deshabitada y lista para su venta. Él no acepta la decisión de los dueños y nos mostrará sus días dentro del lugar y como se aferra a la soledad que le confiere su empleo. No soy muy afín a este tipo de historias pausadas en las que los actos pesan más que los parlamentos y donde pareciera suceder nada, pero hoy reconozco el gran trabajo de Enrique Rivero, quien a través de su personaje principal te lleva a sentir soledad absoluta, impotencia por decisiones ajenas e incluso miedo ante posibles salidas.

A un año de pertenecer a un grupo selecto de gente (ACLM), coincido por vez primera con su percepción acerca de este tipo de proyectos, y no cerraré otras posibilidades.

Buena