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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 869
Críticas ordenadas por utilidad
9
9 de septiembre de 2020
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Tres generaciones” es una película que resultaba totalmente imposible que no fuera buena. Simple y llanamente porque se trata de una apuesta segura con la que nada puede salir mal:

1. Una historia emotiva con tintes tragicómicos, donde los momentos de lágrima con las sonrisas están perfectamente medidos y equilibrados ab initio, sobre un adolescente atrapado en un cuerpo de chica que, a sus 16 años, exige el tratamiento médico adecuado para lograr ser un chico. Y lo logra sin caer en ningún momento en el sentimentalismo barato, la lágrima fácil o la situación cómica forzada. Es natural como la vida misma, es la vida misma, o sea, lo que debe ser el cine.

2. Ese aire con cierto pose intelectualoide que sabe presentar la comedia dramática neoyorquina (y que tanto amamos los que hijos apasionados de Woody Allen), especialmente cuando reviste todas y cada una de las características del mejor cine indie norteamericano.

3. Una DIOSA superdotada para la interpretación como Elle Fanning, perdón, ELLE FANNING, como absoluta protagonista de la función. Junto con Saoirse Ronan, la niña de mis ojos, el futuro absoluto del cine que ya es presente en una interpretación equidistante en cuanto al género cum laude y totalmente creíble de principio a fin. Dramática hasta la lágrima cuando hay que serlo (la escena del grito es desgarradora), divertida cuando toca, emotiva siempre. Elle Fanning no es de este mundo, es un ser nacido para interpretar y vivir delante de una cámara y esta película es prueba palpable de ello.

4. Un elenco de primera magnitud para acompañar en semejante periplo a la diosa Elle Fanning: Naomi Watts como su madre soltera y Susan Sarandon como su abuela lesbiana suponen una conjunción astral de talentos de la que es imposible salir indemne.

5. La sabia por discreta dirección de Gaby Dellal, que deja hacer a sus actrices, las que tienen que brillar, las que importan, las que van a hacer creíble una trama tan humana como conmovedora. Con gran acierto y vocación estética indie, se limita a poner la cámara donde menos molesta y dejar que se despliegue la magia de Elle Fanning y compañía.

A resultas de todo ello, “Tres generaciones” acaba emocionando gracias a su falta de pretensiones, a su verdad, a su humanismo, a su empatía. Es obvio que no está a la altura de “Girl” de Lukas Dhont, la obra maestra definitiva sobre el tema y con la que lógicamente tiene puntos de conexión, pero aunque "Tres generaciones" sea inferior a la película belga,te regala un agradable rato de buen cine y una sensación reconfortante en el alma.
Sergio Berbel
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10
6 de septiembre de 2020
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yo no sería yo si Woody Allen no hubiera existido, posiblemente el cineasta más influyente en mi forma de ver el mundo y la vida. Y “Delitos y faltas” es una de sus más inmensas obras maestras, probablemente su obra cumbre, y se cumple el XXX Aniversario de su estreno.

¿Cuál es la característica más fácilmente reconocible de una obra maestra? Que da igual el año o el momento de tu vida en el que la veas, siempre funciona como el primer día. Y estamos ante el paradigma perfecto de ello. “Delitos y faltas”son, en realidad, dos películas en una: un drama existencialista y ético de dolor y culpa que pareciere salido del insondable pozo de Bergman (cineasta imprescindible para entender a Woody Allen) y una comedia divertidísima donde Allen hace de sí mismo con diálogos brillantes y chispeantes.

Drama y comedia no se rozan durante el metraje de la película hasta un cierto momento concreto. Son absolutamente independientes. Y ambas son maravillosamente deliciosas. Acongoja el alma y la encierra en un puño en su parte dramática (preludio bastante expreso de su posterior obra maestra “Match Point”) con una historia de un médico rico que vive amenazado con la posibilidad de que su amante se presente en su casa y le cuente todo a su mujer; plena de carcajadas, ironía y humor negro marca de la casa en su vertiente cómica, con un Woody Allen en estado de gracia haciendo de sí mismo y con una relación de confianza y confesión con su sobrina absolutamente hilarante.

Todos los elementos fijos en la filmografía alleniana están presentes en esta obra maestra: el azar como única explicación del éxito y el fracaso, la muerte, las infidelidades, el sexo, la culpa, los fuera de campo, los diálogos profundos a la par que brillantes, los personajes perfectamente radiografiados, la miseria del ser humano, unos créditos y una BSO jazzística como todo fan alleniano espera… Todo en estado puro se encuentra en “Delitos y faltas”, rodada en el momento de madurez creativa más extraordinario de Allen y una de sus más grandes obras maestras.
Sergio Berbel
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8
25 de agosto de 2020
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me he reencontrado después de muchísimos años con “Cinema Paradiso”, y cuánto hemos crecido ambos desde entonces en sentidos divergentes. Ella para mejor, yo para peor. Más allá de esa obra maestra inmortal de Ennio Morricone que tiene por BSO, absoluto pilar fundamental de la película, nunca la tuve entre mis preferidas ni me apasionó especialmente. Ahora entiendo por qué. Cuando se estrenó, yo era demasiado joven para entender el poder devorador de la nostalgia, el dolor de los sueños frustrados, el rincón de los recuerdos imborrables, el cariño por la gente que te cambia la vida. Es una película de un niño que no es para niños, porque tienes que ser un adulto vapuleado por la vida para entender completamente la profundidad de su historia, para paladear debidamente el amargor de todo lo que se ha ido, lo hemos perdido y jamás volverá. Una película sobre la nostalgia y el amor al cine no es para niños, es para adultos tristes. Ahora sí la he hecho mía. Porque, conforme crece Totó y va aprendiendo de la vida, más me gusta la cinta. Si bien el primer tramo infantil tiene cierta tendencia a la astracanada tan propia del cine italiano y por la que le rebajo mi nota a un 8, aún siendo niño, Totó va creciendo delante de nuestros ojos en todos los sentidos y es en ese proceso donde la cinta te engancha irremediablemente.

“La vida no es como en las películas, es mucho más difícil”, le dice Alfredo a Totó. Y tanto que sí. Pero el cine conserva la magia de esa misa atea en común, donde se comulga a través de las lágrimas compartidas, las risas al unísono, los grandes momentos que se prenden a nosotros de forma indeleble en ese tamaño monstruoso en el que todo se ve en el cine.

Y, mientras, Alfredo encuentra el hijo que nunca tendrá y Totó un padre cuando más falta le hace. Y lo mejor es que este padre e hijo que no son padre e hijo, no sólo se necesitan mutuamente, sino que comparten la pasión más grande del mundo: el cine. Y su vida discurre entre besos recortados por orden de la censura, que darán lugar a uno de los finales de película más bellos que se hayan rodado nunca.

Pero Giuseppe Tornatore no escatima en dejar ciertas pinceladas sobre la represión fascista, sobre la opresión del pobre a manos del rico, sobre los que se sientan en palco arriba y escupen a los de la platea abajo, sobre el rito iniciático en el sexo que supone el cine, sobre la prostitución, sobre las gamberradas, sobre la muerte… Todo cabe en ese salón donde se proyectan los sueños grabados a fuego en celuloide.

Y nada de todo esto funcionaría sin la música de Ennio Morricone, el mejor compositor de la historia del cine, que cuenta con cada compás todo lo que a Tornatore no le da tiempo de hacer ver en pantalla, en una armonía entre imágenes y música absolutamente perfecta.

La película tiene otro mérito quizás menos evidente: saber crear toda una galería de personajes secundarios tan numerosos como muy bien definidos todos ellos. Obviamente la fascinación de Totó por Elena marca que ella encarne al ángel que luzca por derecho propio en una película que va descaradamente de menos a más.
Sergio Berbel
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8
19 de agosto de 2020
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Ha vuelto a ocurrir. El equipo capaz de lograr con “Para Elisa” una vuelta de tuerca al género de terror otorgándole solidez y originalidad, lo consigue igualmente por la puerta grande con el thriller de atmósfera enrarecida y algún tono terrorífico en “Rocambola”, que igualmente acaba siendo otra pieza de cámara que funciona con la precisión de un reloj suizo (de oro, en este caso).

Juanra Fernández crea un artefacto adictivo en torno al inoportuno robo de una casa de campo a través del que despliega la “Divina Comedia” de Dante (así se llama su coprotagonista, no casualmente) dividida en tres actos: Paraíso, Purgatorio e Infierno. Y créeme que cuando habla de infierno es absolutamente literal sin exageración alguna.

Pero la sorprendente cinta no quiere parar con semejante referencia en torno a la que alambicarse, sino que guarda sorpresas para el cinéfilo más exigente mediante expresos homenajes cargados de gloria a “El resplandor” de Stanley Kubrick (durante unos gozosos cinco minutos de paraíso cinéfilo en un remedo castellano del Overlook) e incluso a “La lista de Schindler” (esa forma de vestirse del protagonista ante el espejo sonando música de época está perfectamente medida e intencionalmente marcada).

Una fiesta para los sentidos y la tensión agarrados al brazo del sillón que gravita alrededor de un Juan Diego Botto perfilando uno de los malos más malos entre los malos visto en los últimos tiempos, un Jan Cornet siempre perturbador e impredecible (Almodóvar lo encasilló maravillosamente en esa ambigüedad mediante su participación histórica en “La piel que habito”) y una sufridora Sheila Ponce que es golpeada, arrastrada, colgada o disparada con una profesionalidad encomiable, sufridora nata en pantalla que merecería algún momento de descanso en alguna película para variar.

La historia, sencilla en su planteamiento pero alambicada e intensa en su desarrollo, nos cuenta la llegada a una casa presuntamente vacía de un ladrón a la búsqueda de la caja fuerte. Sin embargo, en la casa se encuentra con unos personajes bastantes más peligrosos y delincuentes que él, y la espiral de violencia comienza a girar sin remedio alrededor de la locura de Juan Diego Botto, un ser nacido sin piedad ni empatía alguna, la más peligrosa de las víctimas de robo posibles.

Todo ello repitiendo el minimalismo de medios y el derroche ambicioso de inteligencia de “Para Elisa”, su obra previa. A destacar muy especialmente la escena de arranque de la cinta, de un virtuosismo formal arrebatador a través de las calles de Cuenca y que despunta por vocación propia. Y su final, claro, porque todo infierno esconde su redención. Sin dejar atrás la impagable conversación con la cartera de Correos, un contrapunto irónicamente modélico ante la insoportable tensión de la trama.
Sergio Berbel
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6
15 de agosto de 2020
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La austríaca Jessica Hausner, uno de los nombres a seguir en el panorama cinematográfico europeo actual no tuvo su mejor momento a la hora de rodar la insulsa y anodina “Lourdes”. Si algunos afirman que es la heredera natural del dios Michael Haneke, no lo será con esta película, donde le falta todo el nihilismo y la mala leche ácida y corrosiva que impregna la filmografía del citado genio inmortal.

Con vocación claramente documental, plasmando la historia de sus personajes de forma aséptica, mostrando sin tomar partido a través de largos planos fijos la realidad del negocio que oculta el turismo religioso de peregrinaciones, había material para haber entrada a saco, supuestos milagros incluidos, y no dejar títere con cabeza, pero la oportunidad de oro para ello es desperdiciada por Hausner que deja una cinta plana, que se acaba haciendo larga a pesar de su ajustado metraje y que no emociona ni deja de emocionar en ningún momento.

Y ello a pesar de contar para sus dos protagonistas con sendas actrices colosales en estado de gracia. La mujer tetrapléjica que llega a Lourdes con bastante agnosticismo y escasas creencias en nada que ha elegido este viaje porque el turismo de peregrinaciones es el más asequible para alguien en su estado, que interpreta magistralmente Sylvie Testud, daba para mucho más.

Y luego está la siempre portentosa y maravillosa Léa Seydoux, que eleva todo lo que toca o en lo que participa, que siempre pone carne, sensualidad y profesionalidad en todos sus personajes, y que en esta película interpreta a la cuidadora voluntaria en Lourdes de la protagonista.

Más allá de todo ello, la extensa sucesión de planos fijos a través de los que asomarse a tan exótico (antropológicamente hablando) lugar no emociona ni conmociona, y acaba dejándonos una indiferencia absoluta ante una película gélida en forma y fondo.
Sergio Berbel
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