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España España · Ávila
Críticas de Ludovico
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Críticas 75
Críticas ordenadas por utilidad
3
10 de enero de 2008
20 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
El llamado «realismo» —la reproducción supuestamente fiel de la realidad en sus aspectos externos—hace años que dejó de interesar a la literatura o a la pintura, y la actitud de la crítica hacia esta tendencia (incluida la crítica de izquierdas) es básicamente la de verla como un movimiento «superado». Curiosamente, sin embargo, en el cine sigue con plena vigencia suscitando la admiración de crítica y público. ¿Qué hay, entonces, detrás de esta llamativa división de criterio? ¿Una distinta naturaleza del cine respecto de las otras artes que condiciona una orientación diferente de sus temáticas y objetivos? ¿O una incoherencia por simple falta de reflexión sobre la razón de ser de la obra de arte? Dejemos la pregunta en el aire y que cada cual se la responda como quiera…

En cualquier caso, estamos aquí ante un ejemplo típico de realismo social con afán claramente pedagógico y «concienciador». Guédiguian nos ofrece un atiborrado repertorio de calamidades sociales en el que no se ha dejado fuera ni uno sólo de los problemas «de candente actualidad»: emigración, drogas, racismo, paro, violencia doméstica, problemas laborales, marginación… Ni uno sólo se queda fuera en esta especie de «informe» sociológico en el que no se ha querido desaprovechar la oportunidad para meter cualquier cosa que funcione mal a nivel social. Desde luego, no seré yo quien le contradiga con una visión optimista del mundo, pero el problema es que lo que puede funcionar como «informe sociológico» puede no funcionar como película. Una película es algo más que un repleto catálogo de miserias, por muy reales que éstas sean.

Víctima de esta bulimia «concienciadora», Guédiguian incurre incluso en lo peor en que puede caer el realismo: en la caricatura, echando mano de unos golpes de efecto fáciles, esperpénticos y fuera de lugar que, en algún caso, más que incrementar el dramatismo, como pretende el director, pueden provocar justamente el efecto contrario* (spoiler).

Por otra parte, la estructura «coral», tan a la moda ahora en el cine, está empezando a resultar cargante y, desde luego, es demasiado cómoda: resulta relativamente fácil pintar unos personajes con unos trazos gruesos, apelando a que hay que repartir la atención entre todos. Así, en lugar de la necesaria profundidad de uno o dos personajes trazados con rigor de pies a cabeza, nos quedamos con la superficialidad de diez o doce «apuntes», al precio, demasiado bajo, de engarzar sus respectivas historias con una mínima destreza. Pero diez malos personajes no suman uno bueno.

Por si fuera poco, la película es, en mi opinión, estéticamente horrorosa. No me había encontrado con una fotografía tan hortera desde que vi «Todo sobre mi madre».

Y, como guinda, la innecesaria demagogia del título…

En fin, que no.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ludovico
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3
2 de enero de 2008
93 de 184 usuarios han encontrado esta crítica útil
San Juan de la Cruz decía: «No a lo más, sino a lo menos». Y esto es aplicable también al ámbito del cine, pues no es sólo una norma ascética sino una ley cósmica; pero no podemos entrar ahora en eso. En todo caso, Robert Bresson la aplicó al cine de forma sabia y rigurosa, y en sus «Notas sobre el cinematógrafo» escribía: «La facultad de aprovechar bien mis recursos disminuye cuando su número aumenta». O dicho de forma más sintética; cuantos más medios, peores resultados, algo que Norman Jackson, está claro, no comparte. La obsesión por la multiplicación indefinida de los medios ha llevado al cine a renunciar a la creación genuinamente artística para convertirse en lo que hoy es de forma mayoritaria y casi exhaustiva: mero espectáculo de feria (hay excepciones, claro), todo lo sofisticado que se quiera, pero de feria.

Y la trilogía de «El Señor de los anillos» me parece un buen ejemplo. La novela de Tolkien tal vez no sea una cima de la literatura universal, pero es —yo creo— una buena novela, probablemente el intento más serio y logrado, desde los relatos medievales del ciclo artúrico, de construir un universo mitológico integral a partir de unas intuiciones metafísicas profundas: el viaje iniciático; el carácter ambiguo, y en definitiva maléfico, del poder; la sustracción y no la adición como camino de realización, etc. Es verdad —y el propio Tolkien se lamentó de ello a posteriori— que hay en su novela demasiadas concesiones a la literatura «juvenil», al relato de aventuras para adolescentes. Y es cierto también que un proyecto esencialmente sincrético, fabricado con elementos tomados de muy diversas mitologías (pero ¿cómo podría elaborarse hoy en día un relato mitológico si no es de ese modo?) inspirará a los puristas las mayores reticencias. Con todo, su novela me parece el único logro real, con enorme diferencia, entre toda esa corriente de «fantasía heroica» que acumula montañas de estulticia y mediocridad en la literatura y en el cine.

La película ha conseguido cargarse todos los hallazgos que la novela de Tolkien sugería o desarrollaba de forma incipiente, sin dejar ni rastro. Cediendo a todas las concesiones posibles exigidas por un público infantilizado, ávido de acción y de efectos especiales, todo el sencillo encanto y la profundidad metafísica del relato de Tokien han sido radicalmente arrasados. Batallas y más batallas… eso es todo: puro espectáculo banal para entretenimiento de mentes adormecidas. Cierto, la recreación visual de algunos escenarios está bastante lograda. Pero eso es lo menos que se podía pedir a uno de los proyectos más millonarios de la historia del cine. El problema es que para conseguir esa recreación —que no deja de ser algo secundario— ha sido necesario aniquilar todo lo esencial. En fin, siempre nos quedará la novela…
Ludovico
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2
20 de febrero de 2011
48 de 94 usuarios han encontrado esta crítica útil
No, pero seré breve.

Lo último que le quedaba a uno por ver: un militar yanqui salvando de su decadencia a la ancestral tradición japonesa de los samurais. Nada, unas semanitas de entrenamiento y ni los siete de la película de Kurosawa podrían con Tom Cruise. ¿Es posible imaginar mayor despropósito?

Ya sé que es lo de menos, pero lo de Tom Cruise es penoso; le da igual estar en una fiesta de Nochevieja que en el entierro de su madre: siempre la misma cara.

(Nota: la vi “forzosamente” en un autobús. Que conste.)
Ludovico
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3
20 de abril de 2008
28 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
Infame panfleto militarista, homenaje, se nos dice, a quienes hicieron posible el perfeccionamiento de la técnica —esencial, en verdad, para una civilización que recorre la historia a bombazo limpio— de los bombardeos diurnos. ¡Magnífico! ¡Que habría sido de nosotros si no hubiéramos aprendido a bombardear como es debido! No quiero ni pensarlo... Como los admiradores de esta película, que, probablemente, tampoco quieren pensar demasiado: situaciones ya no tópicas, sino ultratópicas, tópicas al cuadrado, al cubo, tópicas en un universo de tópicos; diálogos que parecen una antología de lugares comunes; personajes a los que uno tiene la sensación de haber visto quinientas mil veces en el cine americano; impulsos elementales, puros y primarios, sin la menor sombra de complejidad, sin el menor atisbo de ambigüedad, todo plano y chato, en la superficie misma de la emotividad, sin disonancias intempestivas, sin necesidad de que se agite una sola neurona del cerebro, todo calculado para llegar directamente al corazón de unos espectadores con atrofia intelectual congénita, necesitados, como niños, de creer en un poder fuerte y paternal, severo pero bondadoso, que les ampara y les guía.

Afortunadamente, gracias a tan ínclitos benefactores de la humanidad, hemos aprendido a bombardear tanto de día como de noche, con nublados o con sol. Sin ellos, no hubiera sido posible Vietnam, Corea, Afganistán, Iraq... Tal vez —horroriza pensarlo— ni siquiera las armas nucleares hubieran sido posibles y nuestro mundo estaría ahora amenazado por cualquier terrorista.
Ludovico
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2
10 de enero de 2008
77 de 168 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un amigo vidente me ha asegurado que en ningún caso voy a vivir más de setecientos años. Se comprenderá, pues, que no tengo tiempo que perder: dejo a otros el entretenimiento y el «pasar el rato» porque yo debo ceñirme estrictamente a lo esencial; algunos me considerarán pretencioso (tal vez con razón), pero no puedo evitar que sólo me interese el cine como expresión artística, es decir, en su capacidad de desvelar la esquiva realidad, de sugerir el fondo oculto de las cosas, de apuntar en su radicalidad hacia el misterio mismo de la existencia, y todo eso a través de la belleza.

Visto desde esta perspectiva, se comprenderá que «En busca del arca perdida», como casi todo el cine que se ha hecho en las últimas décadas me parezca una película insignificante y superflua. Desde los años setenta del pasado siglo, el cine no ha dejado de seguir, en mi opinión, un proceso de decadencia, de caída progresiva en la «industria del espectáculo», del que sólo escapan unas pocas excepciones, pero entre las cuales no figura, desde luego, esta película, paradigma de banalidad e intranscendencia. Personalmente, no tengo tiempo para «entretenimientos»; no busco «diversión», sino «uni-versión», o lo que es igual, vertimiento en la unidad, unificación de mi ser disperso y escindido. Para eso sirve el arte. Y «En busca del arca perdida», como casi todo lo que se hace ahora, sirve justo para lo contrario: para di-vertirse, dividirse, atomizarse, o, lo que es igual, para suicidarse por desintegración espiritual. En el mejor de los casos, para perder el tiempo o, más exactamente, para que el tiempo le pierda a uno.

Comprendo que a los «fans» de Spielberg e Indiana Jones, que han valorado con tan alta nota esta película, podrán molestar mis comentarios. En realidad, mi intención no es ni molestarles a ellos —a los que puedo entender—, ni meterme con el personaje o el director —que me resultan más bien indiferentes—, sino sencillamente suscitar una vía de posible reflexión.

Por lo demás, que el director tenga oficio y que se haya rodeado de un grupo de «buenos profesionales» no eleva su obra a la categoría de cine, del mismo modo que una buena edición, un buen papel o una tinta de calidad, no convertirán a la guía de teléfonos en una obra literaria.
Ludovico
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