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España España · El Puerto de Santa María
Críticas de Jesus Gonzalez
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Críticas 79
Críticas ordenadas por utilidad
7
14 de enero de 2016
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Hacer una muesca en el Universo. Darle a la mente humana su bicicleta particular. ¿Pueden los ordenadores ser cuadros? ¿Obras de arte ideadas por el imaginario de un hombre? Steve Jobs creía que sí. Y convenció a medio mundo de ello. Danny Boyle dirige con determinación este atípico biopic sobre el cofundador de Apple, de cuyo guion se ha encargado Aaron Sorkin, aclamado por otros trabajos como “La Red Social” (2010), con la que “Steve Jobs” (2015) comparte ciertas similitudes, ya que también iba a ser dirigida por David Fincher. Una pena que acabase saliendo del proyecto.

La estructura narrativa de la obra es original, sencilla y solvente. No es casual que estas características sean comunes en los productos de la manzana mordida. La película consta de tres partes, tres actos muy bien diferenciados que corresponden a los momentos previos de tres presentaciones de productos icónicos en la vida de Steve Jobs: la presentación del Apple Macintosh en 1984, la del NeXT en 1988, y finalmente, la del iMac en 1998. Como curiosidad, fue Lope de Vega, durante su etapa de teatro barroco (revolucionario en su tiempo) el primero en estructurar la obra en tres actos claramente diferenciados, y no en cinco, como se venía haciendo hasta entonces. El “Fénix de los ingenios”, llamado así por Miguel de Cervantes al haber sido uno de los autores más prolíficos del siglo de Oro del teatro español, fue también quien se encargó de romper las normas que encorsetaban al teatro antes de su etapa dorada, por lo que podríamos decir que sí, Lope de Vega, como Steve Jobs, también era una visionario.

Durante el tiempo que precede a esas presentaciones, que nunca, bajo ningún concepto, podían empezar tarde, podemos ver a Steve Jobs enfrentándose a los problemas que más marcaron su carrera, tanto profesional como sentimentalmente: la obsesión por el control, los obstáculos que le suponían las relaciones humanas, la paternidad o las diferencias de visión con sus coetáneos dentro de la empresa. La banda sonora se integra perfectamente en los momentos dramáticos de la película, coincidiendo con la aparición de pequeños flash backs puntuales que ayudan a construir la trama argumental, y que ofrecen al espectador la suficiente información como para despertar en ellos la curiosidad sobre la historia de un hombre extraordinariamente complejo.

Lo cierto es que el guion de Aaron Sorkin ofrece más preguntas que respuestas durante todo el metraje, al menos desde mi posición, la de alguien que no ha indagado demasiado en la vida del genio/sociópata. Pero eso sí, he disfrutado hartamente de las frases lanzadas como cuchillos a través de pasillos y bastidores.

Michael Fassbender consigue meterse dentro de la piel de uno de los personajes más representativos de nuestra época, exhalando talento en cada matiz de su interpretación, lo que bien le podría valer como aval en esta temporada de premios cinematográficos. Todo son halagos también para Kate Winslet, Jeff Daniels y, especialmente, Seth Rogen, al que estamos acostumbrados a ver en comedia, y que demuestra aquí que su capacidad para el drama es bastante notable.

Es necesario elogiar el trabajo del reparto en una película en la que las interpretaciones y los diálogos actúan como el armazón que evita que todo se desplome. Steve Jobs creía que la mente humana necesitaba de una “bicicleta” para alcanzar el máximo de su potencial, y a ello se dedicó en el diseño de sus productos. Aaron Sorkin consigue precisamente esto con su guion, regalando a los actores su bicicleta particular, con la que consiguen sacar el máximo partido a sus apariciones en escena. Steve Jobs estaría orgulloso, pues como él decía, la creatividad consiste en conectar cosas, o en definitiva, en tocar la orquesta.

Para finalizar, no puedo evitar preguntarme qué habría sido de este proyecto si hubiese continuado en manos de David Fincher. Danny Boyle no hace un mal trabajo, de hecho se contiene, dejando el escenario libre para su compañero guionista, pero a la hora de rematar el tercer acto, la cosa decae un poco. Parece que es necesario que el público se reconcilie completamente con Jobs, que lo entienda, que empatice con el genio y se olvide del sociópata, y bueno, puede que funcione con algunos, pero no con aquellos que esperábamos más sombra en lugar de luz, más Fincher y menos Boyle. Nos queda el consuelo de poder ver cuando queramos el retrato sobre Mark Zuckerberg que David esbozó en la fantástica y anteriormente mencionada: “La Red Social” (2010).

Más en: https://elmurodedocsportello.wordpress.com/2016/01/14/steve-jobs-manzanas-y-bastidores/
Jesus Gonzalez
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8
15 de junio de 2016
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Al presidente del Comité de Actividades Antiamericanas, John Parnell Thomas, lo encarcelaron por corrupción en 1948, tras negarse a declarar frente al tribunal que lo citó, acogiéndose a la 5ª enmienda. La ironía no acaba ahí. Compartió encarcelamiento con Dalton Trumbo, a quien había acusado, junto a muchos otros trabajadores de la industria cinematográfica, de comunista y de infectar Hollywood con propaganda roja e ideología antipatriótica. Así de absurda y oscura fue la caza de brujas llevada a cabo en América durante la guerra fría. ¿Se imaginan que aquí en España se encerrase a los mayores talentos culturales del país por su ideología política? Mejor no doy ideas.

Dalton Trumbo (Bryan Cranston), debido a su decisión de mantenerse firme ante la injusticia que suponía esa vejación de los derechos humanos, pasó de ser uno de los guionistas mejor pagados de Hollywood a encabezar su lista negra, siendo repudiado por las productoras que antes lo adoraban mientras veía como el mundo social y laboral le daban la espalda. Pero en lugar de rendirse ante la tiranía y la injusticia, este hombre mayúsculo se propuso destrozar la tropelía desde dentro, a base de ego, entereza y talento.

Observamos como Trumbo, junto al resto de “Los 10 de Hollywood”, se dedicó a trabajar a destajo en guiones que no podía firmar como suyos, llegando incluso a ganar dos premios Óscar por “Vacaciones en Roma” (1953) y “El Bravo” (1956) que no le fueron reconocidos hasta mucho tiempo después. Privado de reconocimiento, continuó trabajando en secreto, con el fin de mantener en pie a su familia y a su orgullo, hasta que ilustres de la industria, Kirk Douglas y Otto Preminger, decidieron poner fin a la pesadilla reconociendo públicamente la implicación de Dalton en sus películas, “Espartaco” y “Exodus” (1960) respectivamente.

Jay Roach aborda la vida de Trumbo de manera cándida cuando se centra en la relación con su mujer y su hija mayor, pero enseguida adquiere un posicionamiento más formal y acentuado cuando sus personajes dialogan sobre la política y sus consecuencias, destacando especialmente las escenas de Arlen Hird (Louis C.K.) personaje que aporta una interesante réplica al discurso a veces arrogante y sarcástico de Trumbo, materializando lo doloroso que resulta ver coartadas tus convicciones.

En definitiva, un biopic que debería hacer las delicias de cinéfilos interesados en la historia de la industria de los sueños, que transcurre cómodo dentro de su esperado academicismo; siempre ligero, complaciente y seguro. Quizás sus excesivos 120 minutos de duración hacen que el ritmo decaiga inevitablemente en alguna ocasión, a pesar de los hipnóticos altibajos emocionales que incluye la interpretación de Bryan Cranston, exquisita y adecuadamente escoltada por las de Helen Mirren y John Goodman, entre otros.
Jesus Gonzalez
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7
9 de febrero de 2016
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“The Revenant” es el último trabajo de Alejandro González Iñárritu, el nuevo director favorito de Hollywood, que tras triunfar el año pasado con “Birdman” (2014), vuelve a repetir su fórmula mágica para narrar una fría historia de venganza, un épico viaje de supervivencia a través de la naturaleza más feroz y desangelada.

Es curioso que el viaje que lleva realizado el propio Iñárritu, al observar su filmografía, parezca también una historia de supervivencia. El estilo del mexicano dista mucho del que parecía tener en películas no tan lejanas en el tiempo, como es el caso de “21 Gramos” (2003), pero su alianza con Emmanuel Lubezki y el “divorcio” que sufrió al separarse de su guionista predilecto, Guillermo Arriaga, parecen haber tenido algo que ver en la transformación del director, convirtiéndose en el nuevo fetiche hollywoodense, que es lo que parecía desear ansiosamente.

El guion de “El Renacido” adapta a la gran pantalla la novela de Michael Punke, que recoge la historia popular de Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), un explorador encargado de guiar a un grupo de tramperos estadounidenses que han sido salvajemente asaltados por una tribu de indios, los “Arikara”. Durante el camino de vuelta a casa, Glass sufre el brutal ataque de una osa grizzly, quedando malherido. Dos de sus compañeros, interpretados por Tom Hardy y Will Poulter, y su hijo, de madre india, se quedan con él, bajo la promesa de cuidarlo hasta su muerte. Previendo el inevitable final que le depara, John Fitzgerald (despreciable y soberbio Tom Hardy) decide que será mejor abandonarlo a su suerte y darlo por muerto, no sin antes asesinar al hijo mestizo de Glass, que se negaba a descuidarle. Comienza entonces una descarnada lucha por parte de DiCaprio para volver a la vida en busca de venganza.

Durante toda la película, Iñárritu parece encomendarse al espectacular trabajo de Emmanuel Lubezki, aclamado director de fotografía, para narrar una historia que podría haber sido (en ocasiones lo es, voy a ser justo) un espeluznante viaje a través de los instintos más primarios del hombre: la búsqueda de venganza, el ansia de supervivencia, el racismo intrínseco y la mezquindad del ser humano; pero que acaba quedándose en la ensangrentada piel de un guion al que, por momentos, se le ven las cicatrices. Iñárritu se empeña en engrandecer cada elemento de la historia para alcanzar la trascendencia en todo momento, y acaba olvidándose del alma de su obra, de transmitir emociones e ideas al espectador, rozando lo fútil en algunas escenas de carácter pretendidamente onírico. ¿En serio, Iñárritu? ¿Otra vez el cometa en llamas cruzando el cielo? Ojalá algún día alguien me explique qué significa eso.

Pese a lo anterior, todo aspecto técnico de la película roza la perfección, y la cámara sabe en todo momento dónde debe estar, quedando capturados, de manera imponente, los paisajes nevados y los fantasmagóricos bosques, ya sea a través de majestuosas panorámicas o de primerísimos planos que nos ilustran y nos definen a los personajes en mayor detalle. Hay que destacar aquí el excelente uso de grandes angulares y la osadía de rodar exclusivamente con luz natural, lo que dificultó, quizás en demasía, un rodaje marcado por las adversidades. Sin embargo, el resultado acaba siendo extraordinario y embaucador. Los planos secuencia, al menos en las escenas de acción, consiguen su objetivo y el grado de realismo que encontramos en la violencia explícita es atronador cuando surge de la propia madre naturaleza.

La película que parte como favorita en los esperados premios Oscar puede ser la elegida para acabar con la maldición que persigue a DiCaprio, quien, a pesar de realizar un trabajo tremendo y tortuoso (durante el rodaje mordió y masticó un corazón de buey, se comió un pescado crudo, se introdujo casi por completo en aguas heladas…) pudo y debió haber ganado el ansiado premio con mayor merecimiento mucho antes, por ejemplo por su papel en “The Wolf of Wall Street” (2013), donde también le vemos arrastrarse por el suelo y escupir por la boca.

En definitiva, pese a que las virtudes en “The Revenant” tienen un peso fundamental en la experiencia que resulta de su visionado, la mayoría de ellas conciernen al aspecto técnico y visual. Iñárritu lo sabe y no se corta en ningún momento, si no que sigue añadiendo elementos vacíos, ideales para el público impresionable, pero que comienzan a destapar sus reprochables carencias, comenzando por lo bastas que resultan sus críticas sociales y terminando por la manía de hacer las cosas de manera especial sin motivo aparente ni una explicación que las sustente. Detrás de toda esa luz natural y esos planos secuencia, bajo todo el bonito cartón piedra con el que adorna cada escena, parece no haber nada. Y cuando el truco pierda el efectismo, el estilo de Iñárritu puede desaparecer tal y como lo haría el mejor mago escapista.
Jesus Gonzalez
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9
5 de diciembre de 2015
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Dice mi hermano que, según Orson Welles, dirigir es el trabajo más fácil del mundo y cualquiera puede hacerlo.

Puede que tenga razón. Cualquiera puede grabar un plano secuencia (ya hasta hacen películas enteras así), y cualquiera puede hacer encuadres vertiginosos y, ¿barrocos, he leído? así como sorprendentes movimientos de cámara adelantados a su tiempo.

No tiene que ser tan difícil convertir un guión vulgar, casi de serie B, en lo que viene siendo una obra de culto mientras te encuentras en batalla continua con la productora. ¿Qué director que se preste no ha reescrito un par de escenas de un día para otro?

No hay que ser un genio para colar a una actriz de la talla de Marlene Dietrich en el rodaje y darle un papel que llene la pantalla con la fugaz densidad del humo de un cigarro.

Tampoco me parece tan extraña esa capacidad de Welles para convertir un personaje escrito en un trozo de papel en algo tangible, en un ser mezquino y despreciable, rebosante de kilos y de maldad, de alma solitaria y moral ebria, con una pierna tan cargada de intuiciones que le obliga a llevar un bastón para andar.

Seguramente sea cierto. Cualquiera puede ser director, guionista o actor. Unos serán considerados mejores y otros peores, al final, ¿qué importa lo que uno diga sobre la gente?.

Más en: https://elmurodedocsportello.wordpress.com/
Jesus Gonzalez
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8
28 de abril de 2016
7 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llegué a Málaga nervioso, impaciente y también algo asustado. Recogí mi acreditación pensando seriamente que no me la merecía, que quién era yo para llevar colgada en mi cuello esa tarjeta rosa que me abriría todas las puertas de los cines del centro de Málaga, de la alfombra roja y de las mil y una ruedas de prensa que sucederían a la proyección de las películas. Tocaba demostrar que sí era digno de pertenecer a ese selecto grupo de prensa cinematográfica, aunque nunca me haya considerado uno de ellos hasta el momento.

Quizás por eso, y por toda la mezcla de sentimientos descrita anteriormente, me colé con más de una hora de antelación para el estreno de “Toro”. Aquella mañana del 22 de Abril había un Audi rojo aparcado frente a la puerta del cine Albéniz. Debía ser uno de los pocos coches que sobrevivieron a la temerosa conducción que Mario Casas y Luis Tosar realizaron durante el rodaje de una de las persecuciones más espectaculares del año a través del río seco de Málaga. Resulta curioso saber que cuando el director de “Toro”, Kike Maíllo, presentó el proyecto a sus protagonistas, el guion de este apenas ocupaba media cuartilla de folio: “algo sobre dos hombres en un coche y una niña”, recordaba Tosar en rueda de prensa tras la proyección de la película que ha abierto este año el Festival de Cine de Málaga.

Una rueda de prensa en la que no conseguí armar ninguna pregunta en voz alta. Ni en las que la siguieron a lo largo del Festival. No creo que pesase tanto la falta de valor como sí las ganas de escuchar, de aprender, de dejar que los que sabían de esto me ilustrasen con su experiencia. Por eso aprendí, desde esa primera rueda de prensa en el cine Albéniz, que el que mandaba en ellas era Fernando Méndez-Leite. Qué figura más icónica, ilustre en su esquina derecha de la mesa, hablando a directores, actores y productores como si fuesen niños de colegio y él el profesor que les da la palabra. En definitiva, un lujo, un espectáculo de moderador.

Pero sigamos con “Toro”. Algo en esas tres líneas primigenias debió llamar la atención de los interpretes que, uno a uno, fueron cayendo en las redes del director para conformar un reparto prodigioso que aúna lo mejor de varias generaciones de actores, desde un inconmensurable José Sacristán hasta la fantástica y omnipresente Ingrid García Jonsson, sin olvidar el lujoso plantel de secundarios que aparecen en la cinta, como José Manuel Poga o Luichi Macías, que no hacen más que fortalecer y cohesionar el plano físico-social en el que se mueve la cámara del catalán, mostrando una particular visión de la realidad de nuestra tierra de caciques y sometidos, de gente anclada y trepas despiadados, desde un escalón ficticio que dota a la historia de la identidad necesaria para atrapar al público en ella a través de este ecosistema de mafia y violencia.

Porque Toro es un animal. Una bestia salvaje que sobrevive a base de reprimir la rabia y el pasado. Por eso, cuando su hermano llama a su puerta en busca de ayuda, la coraza que había vestido durante 5 largos años comienza a resquebrajarse, dando paso a una espiral de violencia estilizada que es, en realidad, la única forma de expresión posible para quien ansía obtener la libertad a través de la venganza. Hay que ser muy osado para comparar a Mario Casas con Tom Cruise, pero que el gallego haya rodado el 85% de las escenas de acción sin necesidad de dobles especialistas y que muestre una tremenda facilidad paraque expresar todo lo que siente su personaje a través del físico, le hacen merecer, al menos, la opción de que en un futuro se gane la comparativa. Esperemos que siga eligiendo más trabajos de este estilo, más en la línea de “Grupo 7” (2012) que de “Tres metros sobre el cielo” (2010), su carrera y la consideración que el público tiene de él, podría cambiar drásticamente si corrige su camino hacia el del thriller de acción.

No hay duda aluna de que “Toro” es una película de género, y como tal, necesitaba de una cantidad suficiente de elementos distintivos para llegar a ser algo por sí misma. De ahí que el personaje de Romano, patrón y falso padre, hermano mayor de la cofradía El Silencio, esconda cuchillos bajo la manga como si de Robert de Niro en “Taxi Driver” (1976) se tratase, mostrando la religión como mero adorno contextual y espiritual, reflejando la hipocresía de todo aquel devoto carente de piedad. Y también que el devenir del destino dependa de la superstición hacia una carta de la baraja española como es el Caballo de Espadas, o que Málaga aparezca fotografiada bajo filtros que la oscurecen durante el día y la tiñen bajo baratas luces de neón cuando cae la noche.

La columna vertebral del guion de “Toro” sigue estando compuesta por esa simplista línea argumental que fue creciendo en la mente de Kike Maíllo, pero todo el armazón de elementos y detalles que la adornan y la protegen consiguen que la película crezca, casi sin darnos cuenta, hasta alcanzar la posición de referente, incluso de futuro clásico, dentro del género en nuestro país. Y a pesar de sus defectos, a “Toro” siempre habrá que defenderla. Como a un mal hermano.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jesus Gonzalez
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