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Críticas de FATHER CAPRIO
Críticas 641
Críticas ordenadas por utilidad
9
5 de octubre de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde Mayo de 1940 en que el ejercito alemán ocupó la vecina Francia la producción cinematográfica francesa pasa a manos de Continental-Films, una sociedad creada por Joseph Goebbels con capital alemán y fines propagandísticos. Entre las películas que produce figura esta "L`homme de Londres" basada en un relato de George Simenon, aquí sin el comisario Maigret, cuyo argumento tiene lugar en Dieppe, localidad portuaria francesa situada en el canal de Mancha, frente a la ciudad inglesa de Newhaven. Al contrario que en la novela, donde la ubicación geográfica de los hechos resulta clara y meridiana para los lectores, el film se somete a los dictados de una censura alemana inflexible con todo lo británico y en ningún momento se nos informa de la procedencia del navío que acaba de atracar ni tampoco del pasajero que, al desembarcar evita con habilidad el control de su equipaje. Podría haberse llamado "El hombre de París" o "El hombre de Berlín" aunque esta segunda opción tampoco les debería parecer políticamente correcta para un personaje demasiado turbio y de negro futuro.

Aunque han habido otras versiones cinematográficas de la novela (la de Bela Tarr en 2007 goza de merecida fama) este trabajo de Henri Decoin me ha hecho sentir como si, transgrediendo los límites de mi propia realidad, estuviese paseando por los muelles, invisible por la espesa niebla, deteniéndome para tomar un calvados en el café-baile Moulin Rouge y escuchar los sueños rotos de Camelie la buscona, al tiempo que el aire se llena de las notas de una melodía

Le silence est son ami
Le brouillard est son complice
Et tant pis pour la police
L’aventure aime la nuit

Aunque la gran mayoría de películas pretenden implicar al espectador en la historia narrada no es fácil que nos sintamos como Cecilia en "La rosa púrpura del Cairo". Sin embargo Decoin consigue que superemos nuestro estático rol contemplativo ante una historia tan sencilla como probable que nos muestra, en un magnífico tono "noir francés", a la tentación viviendo arriba, en la caseta de trabajo de un guardagujas portuario al que la esquiva fortuna parece querer compensar de una vida de penurias y rutinas. El azar como si de un movimiento de ajedrez se tratara pone en jaque su honestidad y honradez, y hasta unos principios debilitados por toda una existencia de pobreza. La elección entre la puerta ancha y fácil que conduce a la perdición o la angosta y dura que lleva a la vida (frase evangélica citada al inicio de la película) es ciertamente el eje central de esta obra que me ha hecho recordar el buen sabor cinéfilo de aquel "Quai des brumes" de Marcel Carné con distintos personajes pero igualmente llenos de alma, de sentimientos y dudas, de ambiciones y de generosidad y de sueños que se desvanecen entre esa bruma que todo lo invade.

Un auténtico clásico. Una obra no sé si desconocida u olvidada pero magistral.
FATHER CAPRIO
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7
2 de octubre de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El hecho de que Ronald Reagan haya pasado más a la historia como presidente de los EEUU de América que como actor de cine entra dentro de la lógica más aplastante. La Historia (con mayúsculas) tiene sus escalafones y estar al frente del país más poderoso del orbe se suele anteponer a las cualidades artísticas, aunque algunos mandatarios sean más dignos del club de la comedia que de otra cosa. Desconocía la frase de Xavier Cugat (citada por el compañero floïd blue) en la que afirmaba que como había sido un mal actor sería un mal presidente. Sin entrar en si fue mejor o peor presidente (este no es el foro adecuado) lo que es evidente es que ambas cosas no guardan relación alguna. Y por zanjar la cuestión artística, Reagan fue un actor “normal”, como tantos actores “normales”, que se adaptaba bastante decentemente a los westerns y que, incluso en otros registros, acababa consiguiendo el aprobado.

Por su parte Viveca Lindfors, cuyo parecido con Ingrid Bergman hizo que se depositasen en ella muchas esperanzas como posible nueva perla de Hollywood, tampoco es una actriz para que redoblen los tambores y se encienda la traca final. Al menos no en esta película. Pero cumple bastante bien en un personaje psicológicamente complejo alterado por la muerte en circunstancias trágicas de su esposo Bill, cuya voz afirma escuchar en la mansión que fue su residencia.

Cierto es que una película es siempre algo más. No basta un actor “normal” y una actriz cumplidora. El argumento, la consistencia del guion, la fotografía y el elenco en su conjunto forman parte en su justa proporción de la valoración total. Y es aquí donde quiero detenerme porque he leído comentarios que achacan al film un tono altamente depresivo, al yuxtaponerse la epilepsia de John Galen (Reagan) con los comportamientos psicóticos de Ann (Lindfords). No niego la realidad. Esto forma parte fundamental de la historia pero no por ello estamos ante una película lacrimógena o depresiva sino ante dos seres con unos problemas que, es evidente desde el principio, se resolverán mejor en compañía que en soledad. No hay que confundir el interés por los dramas humanos con la morbosidad o con sentimientos depresivos. A veces toca comedia disparatada y a veces dramas humanos. Simplemente eso.

Resaltar el excelente trabajo de Broderick Crawford, actor que no pasa nunca desapercibido. Da vida a un dibujante de novelas rosas y pintor cuyos pensamientos (no sé bien si espiritualistas o espiritistas) son el contrapunto perfecto a las ideas agnósticas de John Galen. En referencia a las presuntas alucinaciones de Ann y coherente con su creencia en una forma de vida tras la muerte, afirma: “Ver la muerte como el final de todo es despreciar la vida”. Evidentemente, esta afirmación y otras similares que abran posibilidades a ultramundos o dimensiones paralelas no tienen cabida en el materialismo a ultranza de John, un bioquímico que busca en Florida la tranquilidad y el reposo que su enfermedad requiere.

Sea como sea, la película transpira espiritualidad. Su propio título original deriva de una frase del salmo 19 relativa a la creación del universo y es sacada a colación por el propio Shawn (Crawford) cuando explica a un doctor que atiende a John las razones que le llevaron a pintar un cuadro que llamó La búsqueda:

- “Intenté mostrar la lucha del hombre contra la muerte “…

- “El salmo 19 me ha inspirado: Los cielos cuentan la gloria de dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento, el día al día comunica el mensaje y la noche a la noche transmite la noticia.”

Un gran caserón en la playa de Florida, filmado magistralmente por John Peverell Marley (habitual de Cecil B. de Mille con dos nominaciones a los Oscar), un ambiente sobrecargado, barroco y tenebroso sugerente de conflictos extraños y tormentas internas así como uno de esos huracanes típico y tópico de los cayos configuran un escenario perfecto para que dos vidas llevadas al límite acaben reconstruyéndose mutuamente.

He dado poca vela al papel de Osa Massen como Lisa la hermana de Ann. Su odio fraternal, sus rencores enquistados, sus descarados intentos de seducción y su adicción al brandy sin ice resultarían totalmente prescindibles en la trama si no fuese porque toda explosión, aunque sea la de los sentimientos, precisa de una chispa, y ella es capaz de personificar a la vez la llama, la chispa y hasta el detonador.

En definitiva, una película que nos deja una sensación extraña donde nos cuestionamos aspectos diarios de la vida y quizás de la muerte, donde aparecen esos miedos que todos tenemos a la enfermedad y a lo desconocido. ¿Depresiva? Seguramente después de verla tardemos un rato en tocar las castañuelas. No es una buena opción si andas un poco “tocado”. ¿Interesante? Sin duda.
FATHER CAPRIO
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6
27 de septiembre de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una cosa es que Alfred Hitchcock quisiera hacer una película con Carol Lombard como protagonista (a su afición por las rubias sumémosle una amistad personal) y otra muy distinta es que ésta fuese la película que quisiera hacer. Tampoco hay que perder de vista el hecho de que fuese Norman Krasna, guionista de reconocido prestigio quien propuso el guion a la Lombard implicando en el proyecto a George J. Schaefer por aquel entonces presidente de la RKO Radio Pictures. La dirección de Hitchcock parece que iba incluida en el pack.

Es necesario hacer este tipo de consideraciones antes de pasar a criticar un film de difícil encaje en la trayectoria del director británico porque si Don Alfredo era el mago del suspense, Carol Lombard era una de las diosas de la comedia romántica y de enredo, con especialidad en personajes “screwball”, delirantes y extrovertidos hasta el límite de lo correcto. Películas como “La comedia de la vida” de un maestro del género como Howard Hawks, “Candidata a millonaria” de Mitchell Leisen y también con guion de Norman Krasna, “Al servicio de las damas” de Gregory La Cava, por la que consigue la nominación al Oscar o “La reina de Nueva York” de William A. Wellman son magníficos ejemplos de su predisposición natural y su bis cómica. Punto y aparte para la obra maestra del genial Lubitsch, “To be or not to be” en donde su interpretación de la actriz Maria Tura significó algo así como su testamento cinematográfico al fallecer poco después en accidente de avión tras una gira para promocionar bonos de guerra.

La aceptación por parte de Hitchcock a la realización de este film fue sin duda una consecuencia de la amistad que él y su esposa Alma Reville tenían con Carole Lombard y su marido Clark Gable. En otras circunstancias, muy probablemente Hitchcock hubiese rechazado el trabajo pero aquí se trataba de un favor personal a la actriz, así que aceptó sin cambios el guion de Krasna y puso su talento, que era mucho, “al servicio de la dama”. Sin embargo la unión de dos talentos, tan excepcionales como diferentes, no tuvo como resultado una obra genial. Hitchcock se esmeró, Lombard puso lo mejor de si e incluso Robert Montgomery nos brinda una interpretación más que correcta pero las screwballs no eran ni fueron nunca las especialidades de la casa Hitchcock. Preguntarnos qué hubiese pasado si Don Alfredo hubiese podido meterle mano al guion y añadirle algo de esa intriga tan suya sería entrar en el terreno de las conjeturas aunque estoy por creer que el producto final hubiese mejorado.

El film parte de un supuesto poco o nada creíble. Un problema territorial que invalida los matrimonios realizados en un determinado condado estatal. Esta circunstancia, inviable desde un punto de vista legal, se solventa con la devolución del importe de la licencia matrimonial y la posibilidad, claro está, de volverse a casar. Sobre este hilo argumental, absolutamente endeble, se trata de soportar una comedia de amor muy al gusto de las audiencias de la época, del estilo “Ahora te quiero, ahora no te quiero, pero te sigo queriendo…” Una comedia, alocada por supuesto, donde el resultado no importa porque es conocido desde el minuto uno y donde lo que realmente interesa es quien se llevará el gato al agua en cada una de esas pequeñas batallas que, como movimientos de ajedrez, se libran, a veces de forma oral, a veces pasando al terreno de la acción. Una especie de juego de tronos versión “screwball” que intentó, allá por los 40, seducir a un público predispuesto a este tipo de comicidad sin acabar de conseguirlo del todo y que visto en el 2020 provoca una cierta curiosidad cinéfilo-histórica al tiempo que las sonrisas acaban desparecidas en combate.

Hitchcock era mucho Hitchcock y consigue que el film acabe alcanzando su máximo, el techo de sus posibilidades. Algunos buenos diálogos, escenas donde los silencios expresan más que las palabras, secuencias bajo la lluvia o la nieve muy interesantes, e incluso algún instante donde el toque Lubitsch es más que evidente. Cosas de genios. Pero Hitchcock era un “diablillo” que sabía mucho de cine pero que torcía el gesto cuando hablaba de esta película. Y “El diablillo dijo no”
FATHER CAPRIO
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7
17 de septiembre de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cary Grant cumplidos los 40 encuentra en el personaje de Ernie Mott una oportunidad para evitar el encasillamiento al que parecía conducirle su carrera. Con honrosísimas excepciones como Sospecha (Alfred Hitchcock, 1941) sus películas eran, en su mayoría, exponente de una comedia generalmente fácil y romántica muy al gusto de los espectadores y donde la figura de Grant tenía un lugar de privilegio. El cambio resultó chocante y no consiguió la aceptación popular a pesar de un excelente trabajo interpretativo que le condujo, muy justamente, a su segunda nominación al Oscar como mejor actor. El proyecto resultaba apasionante para el actor y un gran reto para el guionista-director Clifford Odets (cuyas experiencias en Hollywood podemos conocer un tanto superficialmente siguiendo la película The big knife dirigida por Robert Aldrich) al tener que ajustar un actor de 40 a un personaje de 18-20, por muy Cary Grant que se llamase.



“Un corazón en peligro”, basada en una novela de Richard LLewellyn autor también de “¡Que verde era mi valle!” es una película claramente marcada por las dos contiendas mundiales y que se ambienta no en los ambientes sofisticados de la City sino en el ambiente cockney del Londres más pobre, o lo que es igual, los bajos fondos del East End londinense. Allí conviven en difícil armonía la criminalidad local y las desesperanzas de la gente buena y humilde resignada una suerte inexorablemente adversa y es allí mismo donde se representa el drama personal de Ernie Mott un joven independiente y de espíritu libre a quien la vida, cruda y despiadada, coloca en ese punto crucial donde los caminos se bifurcan y hay que optar entre la libertad soñada y una realidad que encarcela las ilusiones. La grave enfermedad de su madre (Ethel Barrymore) es el detonante de una serie de acontecimientos a través de los cuales Ernie trata de encontrar su propio destino sin perder su coherencia personal.



A mi parecer, la esencia del film se contiene en lo expuesto. Los hechos que se tejen alrededor de esa búsqueda de sí mismo resultan decisorios en la medida que condicionan el resultado final. Ahí están sus dubitativas aproximaciones a la delincuencia o la búsqueda de un amor que conmueva sus fibras más profundas. Ahí esta su rechazo a la rutina de reabrir una y otra vez los mismos surcos, a ese amor civilizado que cantaba Sabina, a la riqueza que se alimenta de la pobreza (la escena de la mujer que empeña su pajarito es absolutamente solemne) y en definitiva a todo aquello que signifique rendir las armas de su juventud ante una realidad que no se doblega. En todo ello está el verdadero mensaje del film. La aventura sentimental con la ex mujer de un mafioso local, su participación en el robo a los pequeños comerciantes locales o incluso la vida en el East End con las pequeñas historias de sus convecinos son solo el paisaje para una batalla, la de la supervivencia de un corazón que peligra en territorio hostil. Si hacemos del paisaje el argumento principal nos equivocaríamos y la película perdería todo su sentido.



Punto y aparte para la interpretación de esa señora de la escena cuyas apariciones en la pantalla grande se hacían desear más de lo conveniente dada su predilección por las candilejas teatrales. Ethel Barrymore está soberbia en su papel de “Ma” y su Oscar a la interpretación femenina merecidísimo. Honor y gloria para la familia Barrymore. June Duprez, Jane Wyatt y Barry Fitzgerald conforman un trío de lujo para un film que, al contrario de aquellos a los que nos tenía acostumbrados Cary Grant, ofrece mucho para reflexionar. Quizás por ello no acabó cuajando. La audiencia, especialmente la mas devota, suele preferir las digestiones fáciles.



Una referencia final para Clifford Odets quien, en su primer trabajo como realizador, le faltó experiencia para transmitir la fuerza del mensaje y otra para Cary Grant que, se diga lo que se diga, no aparenta la adolescencia que se le supone. Pero le pone ganas y lo intenta. Eso si.
FATHER CAPRIO
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8
14 de septiembre de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Casi todas las reseñas sobre Union Station acaban, de un modo u otro, intentando determinar si estamos ante un ejemplo de cine negro o de un policial que cuestiona ciertos procedimientos llevados al límite de la legalidad. Aunque, a mi juicio, le falten algunos de los elementos que definen el “noir” (la seducción viviendo en la barra de un bar, los incautos cogidos en un mal paso y esa fauna de aves de paso nocturnas) pienso que tal discusión no resulta bizantina especialmente si consideramos que Rudolph Maté procedía de una escuela fotográfica europea y que había trabajado a las órdenes de Alexander Korda, Karl Freund y Carl Theodore Drayer, cineastas que hicieron del blanco y negro su instrumento de lenguaje expresionista. No era casual por tanto que sus películas respiraran esa atmósfera tan característica del cine negro, máxime si se cuenta con un director de fotografía como Daniel L. Fabb con 7 nominaciones a los Oscars en su haber y si además la violencia hace equilibrios en la cuerda floja de la legalidad (obsérvense algunos métodos policiales para hacer cantar a los delincuentes) pues casi casi tenemos el “noir” en plena ebullición. Ciertamente no el “noir” puro de los 30-40 pero “noir” al fin y al cabo.

Ciertamente la fotografía es uno de los valores a destacar en este trabajo de Maté. Las secuencias de persecuciones (en los trenes, en la propia estación ferroviaria o en los sótanos de la misma) plantean problemas de difícil resolución pero que se resuelven magistralmente. El relevo policial durante el trayecto en tren de uno de los secuestradores es una obra de arte fotográfica y queda como una de las secuencias cumbre de la película. Claro que, todo esto debe tener sus complementos. Una película es un todo, una suma de diferentes elementos que debemos valorar uno a uno y en su conjunto.


En su día se calificó de “thriller criminal tenso” y más gráficamente, de película para morderse las uñas. Sinceramente creo que hay un mucho de exageración en tales afirmaciones. La trama argumental es interesante pero se soporta sobre hechos poco convincentes lo que, a mi entender, le resta credibilidad. El rapto de la hija ciega de un adinerado empresario americano es “descubierto” (digámoslo así) por su secretaria quien, en un viaje en ferrocarril sospecha de un par de individuos que perseguían el tren y que consiguieron subir a él en una parada reciente. Si aceptamos que el mundo es un pañuelo y que nada impide que la secretaria que acababa de despedirse de la secuestrada hace escasas horas acabe colaborando “casualmente” con la policía de la estación e incluso tenga un papel destacado en la resolución del caso, es completamente factible seguir el resto de la trama con verdadero interés e incluso sentir los efectos del suspense, aunque mis uñas no sufrieron los efectos destructivos del mismo.

Dicho esto y lamentando una cierta previsibilidad en un final que hay que encuadrarlo en la tónica general de aquellos años, no me queda otra cosa que valorar positivamente tanto el trabajo de los actores, especialmente William Holden y Barry Fitzgerald como el de su director Rudolph Maté que sabe dotar al film de un ritmo frenético dentro de una atmósfera claustrofóbica y que consigue captar la atención del espectador de principio a fin, aun a sabiendas que la probabilidad de que tantas coincidencias se den en la vida real es absolutamente negativa. Pero, nimiedades al margen ¡Esto es cine!
FATHER CAPRIO
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