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Críticas de Manospondylus
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Críticas 85
Críticas ordenadas por utilidad
6
21 de febrero de 2022
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si ya lo dice Tong, el mango gusta a casi todo el mundo. Es una fruta muy completa, pues contiene mucha vitamina C, vitaminas A, B1, B2, B3, B5, B6, B9, E y K, calcio, hierro, zinc, magnesio, manganeso y beta caroteno, del que si se abusa te vuelve la piel naranja (carotenodermia). Es bajo en calorías, tiene un efecto antioxidante y es de fácil digestión. Algo parecido puede decirse de los dragones. ¿A quién no le gustan los dragones? No son tan saludables como los mangos, es más, ni siquiera son reales, pero sí son más variados (en personalidad, procedencia, poderes, tamaño, color, forma, número de cabezas y extremidades... como los wyverns que, sí, son dragones, de hecho, dragones heráldicos) y siempre han destacado entre las demás criaturas de los vastos catálogos de fauna mitológica de todas las culturas por su poder, astucia, elegancia y sabiduría. Podría decirse que, a diferencia de los mangos, los dragones son tan alucinantes que no necesitan existir para serlo. Al contrario, su condición de imaginarios les beneficia en este sentido.

Por supuesto, estas criaturas tienen un extenso recorrido en el cine y la TV, porque habiendo dragones por medio, muy mal tiene que hacerse todo lo demás para que no den buen resultado. Como ejemplos famosos, encontramos desde al expresivo y cruel Smaug el Terrible a los variopintos y casi siempre más amigables dragones de Cómo Entrenar a tu Dragón, pasando por personajes tan inolvidables como Vermithax, Falkor, Draco, Dragona, Drogon, King Ghidorah y Nigihayami Kohakunushi. Por supuesto, una compañía de la talla de Disney los ha llevado al cine en varias ocasiones, como en Pedro y el dragón Elliott, película de 1977 que tuvo un remake en 2016. Sin embargo, los dragones no han gozado de mucha relevancia en los Clásicos Animados, pues, en 58 películas realizadas a lo largo de 82 años, sólo hemos tenido las transformaciones de dos hechiceras, Maléfica y Madam Mim, y al sidekick y alivio cómico Mushu. Finalmente, el Clásico 59 llegó para otorgarles el protagonismo que merecían también en esta filmografía.

Con una acertadísima ambientación basada en los paisajes y culturas del sudeste asiático (Laos, Camboya, Vietnam, Malasia, Indonesia y Singapur) en la que no faltan los dragones asiáticos (long, rồng, ryong, ryū) también inspirados en los nāga de la mitología hinduista (deidades del agua con apariencia de serpiente y rasgos humanos, a menudo el término se extiende hasta englobar a cualquier dragón), Raya y el Último Dragón es un filme heredero del cine Disney de temática princesil, aunque ya muy alejado de los estereotipos y esquemas añejos (no tanto de según qué clichés cinematográficos), y que, para alegría de mucha gente y decepción de otra mucha (entre quienes me encuentro), prescinde de los números musicales.

Sin embargo, el argumento no es muy original, es decir, no es original en absoluto: la ficticia tierra de Kumandra, que se nos plantea como idílica con humanos y dragones coexistiendo en armonía, es asolada por los Druun, unos seres con el poder de convertir en piedra a quien tocan; los últimos dragones se sacrificaron para crear una joya que los mantuviera encerrados, pero cuando estos escapan, la única esperanza es encontrar a Sisu, la última dragona de la que se dice que pudo haber sobrevivido. Sin embargo, contrariamente a lo que sugiere la sinopsis, la trama no se centra en la búsqueda de Sisu sino que salta, por medio de una elipsis de años, al momento en el que Raya la encuentra y juntas comienzan a reunir los fragmentos de la joya que funciona como MacGuffin durante todo el segundo acto (sí, esto recuerda bastante a InuYasha). Paralelamente, a ellas se irán uniendo personajes que han perdido a alguien a causa de los Druun, conformando una peculiar compañía de historia de fantasía con todos sus integrantes bien definidos pero sin profundizar mucho en ninguno por cuestiones de tiempo y ritmo (salvo, obviamente, Raya y Sisu). Así pues, Raya y el Último Dragón se resume en una mezcla de Moana y un shōnen cualquiera.

Desafortunadamente y pese a varios diálogos de exposición, algunos detalles de la trama no quedan nada claros. Hay sacrificios que parecen bastante gratuitos y dejan la impresión de que el personaje en cuestión simplemente se está rindiendo (no es el caso, pues se entiende que confían en ser salvados, pero dada la situación queda un pelín exagerado). Por ejemplo, en ambas entregas de Frozen encontramos algo similar, pero mucho más justificado. Y, cómo no, de cara a la conclusión hay un deus ex machina bastante cantoso; y no me refiero a cómo los protagonistas resuelven sus problemas, que era algo que ya habían sembrado aunque pueda parecer abrupta su realización, sino a lo que pasa después, que no había sido anticipado y queda como salido de la nada (es sabido que fue cosa de Osnat Shurer, productor del filme, que creía necesario el incluir un final tradicional Disney).

Por otro lado, esta película tiene mucho humor, más de lo que suele incluir un Clásico Disney y en algunos momentos funciona muy bien y en otros, por saturación de gags, no tanto.

Otro aspecto en el que Raya y el Último Dragón sobresale entre los Clásicos Disney es el las escenas de acción física de espadas y puños. Tras lo tibios que se mostraron en Disney con Frozen II, no esperaba mucho, pero este filme ofrece unos combates bien coreografiados y dirigidos que son más espectaculares e intensos que los de algunas películas de imagen real (sin ir muy lejos, el remake live action de Mulán que salió unos meses antes). Los enfrentamientos entre Raya y Namaari (deuteragonista que hace de principal antagonista) son los más impactantes y sorprende lo poco que han tirado de flipadas y acrobacias absurdas siendo que en animación pueden tener un pase. Aunque se agradecería que la relación entre ellas, de amienemistad (puede que con una ligera tensión romántica beligerante) o lo que sea, estuviera más matizada y desarrollada.

(Continúa sin spoilers)
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Manospondylus
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4
21 de diciembre de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Porque no cuestionarse nada es la única forma de disfrutar esta película en la que todo ocurre porque tiene que ocurrir, porque "podía pasar", y la historia es básicamente Batman v Superman pero con un conflicto mucho peor construido. Godzilla vs. Kong basa todo su atractivo en su espectacularidad, porque las peleas entre dos kaijū de ciento veinte metros de altura por fuerza tienen que ser espectaculares, pero el guion es un desastre; y no es que a estas alturas esperara gran cosa, pero seguramente es el más flojo del MonsterVerse.

A ver, tampoco es que quiera linchar este filme, pues ofrece bunas dosis de acción kaijū, los efectos visuales son espectaculares, la música cumple y la fotografía es bastante buena, con esos marcados contrastes entre naranja y azul que han mantenido desde Kong: Skull Island y Godzilla: King of the Monsters. Pero hay que considerar que es la primera película que enfrenta a estos dos monstruosos iconos de la cultura pop desde la de 1962 (mucho más humilde): el simio que más ha emocionado en toda la historia del cine (incluso por delante del César de Andy Serkis) y la encarnación reptiliana del horror nuclear sufrido por Japón en la Segunda Guerra Mundial. Merecían una historia más elaborada y un acompañamiento humano menos repelente.

La trama arranca con Godzilla furioso con la humanidad porque una compañía está usando la cabeza de King Ghidorah (concretamente el cerebro) para crear un Mecha capaz de superar al mismísimo Godzilla. El motivo es una chorrada como todo lo que mueve a los humanos en esta saga: "que la humanidad vuelva a ser la especie apex", cuando en Godzilla: King of the Monsters quedó claro que podrían llegar a matar a Godzilla con la clásica y cuestionable bomba destructora de oxígeno (o al menos debilitarlo mucho). El caso es que Godzilla sabe lo que están haciendo por alguna razón que desconocemos, pero no voy a criticarlo porque que Godzilla bien podría detectar la radiación, la actividad cerebral de Ghidorah o lo que se quieran inventar. No es algo negativo per se.

Pero ahora viene lo absurdo, ¿qué pinta Kong en esto? Nuestro querido simio gigante sigue en la Isla Calavera que ha sido completamente cubierta por una inverosímil cúpula gigante que (en esta película) no sabremos ni cómo se construyó ni por qué Kong dejó que la construyeran, porque no está muy contento con ella. El motivo de esta descomunal (y sin duda carísima) obra es protegerlo de Godzilla, porque intuyen que Kong no lo aceptaría como su superior, ya que Godzilla es ahora el kaijū alfa. ¿Están diciendo que en los dos años que han pasado desde King of the Monsters han montado esa cúpula del tamaño de Skull Island? Luego dan otra explicación del conflicto, que es que las suyas son especies rivales que lucharon hace tiempo, pero, de nuevo, ¿cómo demonios pueden estar tan seguros si nunca nadie ha explorado la Tierra Hueca?

Es que aquí todo el mundo actúa movido por corazonadas y suposiciones vagas, o directamente tienen información que no deberían saber solo porque conviene para el avance de la trama; y por supuesto muchos de estos detalles han sido parcheados en cómics y demás material, pero eso no corrige que la película no sea capaz de mantenerse por sí misma.

En fin, como Kong es muy grande para la isla deciden trasladarlo a la Tierra Hueca, en base a una hipótesis (como no, sin probar) sobre que sigue habiendo de los suyos ahí abajo, en un plan improvisado (porque ni han previsto la posibilidad de que Kong se niegue a bajar a la Tierra Hueca) y en el que cada vez que hay que mover a Kong meten una elipsis para evitar el inconveniente de mostrar cómo cargan a un animal tan grande en los vehículos que lo llevan. Y el resto de la película sigue así, con movidas inexplicables que ocurren porque sí o trivialidades que sobreexplican innecesariamente, porque, paralelamente, tenemos a Millie Bobby Brown junto a un tipo conspiranoico random y a un comic relief de relleno que van metiéndose de forma sencilla y conveniente dónde no deberían, pero no pasa nada pues tienen plot armor ya que el guionista los necesitaba para que vayan explicando la trama aunque precisamente sus explicaciones sean irrelevantes.

Además, dejando a un lado que los motivos de Godzilla y de Kong para partirse la boca son prácticamente inexistentes, hay unas incoherencias en sus enfrentamientos brutales. Por ejemplo, muy al principio, Godzilla se retira sin más explicación que la de que el conflicto central no termine a los cuarenta y siete minutos. Y es un error que ocurre más veces, pues cada vez que uno parece haber ganado un enfrentamiento, se espera a dar el golpe de gracia para la película continúe... o quizá todos los humanos de la película sean gilipollas y Godzilla nunca esté intentando matar a Kong.

Los poderes también son sumamente inconsistentes, especialmente en lo que atañe a Godzilla, que en una escena puede atravesar con su aliento radioactivo miles de kilómetros de roca (y qué puntería tiene Godzilla para acertar en la sala del trono) y en la siguiente Kong lo detiene momentáneamente con un pedazo de edificio de cuatro o cinco pisos de grosor. Es más, Godzilla llega a alcanzar a Kong y solo le chamusca un poco el pelo de la espalda. Literalmente, si Godzilla pudiera generar tanta energía como para atravesar el manto terrestre en minutos, Kong y toda la gente de Hong Kong morirían del calor de su aliento atómico aunque no les golpeara directamente. Además, que tanto Godzilla como ciertos minerales de la Tierra Hueca sean radioactivos tampoco es algo que se tenga en cuenta.

Por lo menos las peleas en sí son muy espectaculares, eso es evidente, especialmente el enfrentamiento en Hong Kong, pero tampoco es nada que no se viera en King of the Monsters. De hecho, después de ver a Godzilla en su modo burning desintegrando y devorando a Ghidorah, las peleas contra Kong se sienten como un marcado retroceso.

(Continúa abajo sin spoilers importantes)
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Manospondylus
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4
16 de julio de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando oí que iban a prescindir tanto del, a veces gracioso a veces molesto, dragoncillo Mushu como de las canciones para la adaptación live-action de Mulán, supuse que se debía a que iban a tirar por un estilo más realista y cercano al cine épico tipo Gladiator o Bravehart (eso sí, en versión family-friendly en cuanto a sangre y eso, que no deja de ser Disney), que podría irle muy bien a la traslación a la gran pantalla de la Balada de Mulán. Me equivocaba.

En lugar de cualquier intento remoto por hacer algo medianamente comedido, tenemos un desenfreno caótico de flipadas acrobáticas, una bruja cuyos poderes varían convenientemente, un fenghuang (el fénix chino) que revolotea por ahí sin hacer nada y mucho, mucho qí. Y no es que el tema fantasioso sea lo que hunda la película, pero el rollo del qí contradice y destruye el (intento de) mensaje feminista y de autoaceptación que tan desesperadamente te tira a la cara; y cuando toda la película está construida en torno a algo que falla tan estrepitosamente, pues... digamos que el resultado no puede ser bueno.

Para ahorrar una búsqueda en Google, porque la película apenas lo menciona brevemente, voy aclarando que eso del qí (o chi) es una supuesta energía mística que fluye por la naturaleza y por unos canales en el cuerpo de los seres vivos. Es un concepto extendido en la filosofía oriental y la pseudomedicina china, y ha sido popularizado como "ki" por Akira Toriyama en su famoso manga Dragon Ball y posteriormente por la serie anime de Toei, así como también ha inspirado los poderes sobrenaturales en otras obras niponas de fantasía, destacando Naruto donde recibe el nombre de "chakra".

O sea, que el principal error de concepción no ha sido el enfocar esta adaptación de Mulán hacia la fantasía (la película de animación también era de género fantástico), sino añadir un elemento innecesario que, en lugar de sumar, resta.

La trama, en líneas generales, es la conocida: una chica ocupa el puesto de su padre en el ejército para evitar que vaya a la guerra contra unos invasores. En esta versión, los invasores son rouranos, mientras que en la animada eran los hunos (lo que desató las quejas de los nacionalistas turcos, pues se consideran sus descendientes), pero el cambio afecta poco a la trama: hunos y rouranos fueron confederaciones de tribus nómadas del interior de Eurasia entre los siglos IV y VI, y ambos grupos se enfrentaron a China. En el filme, son comandados por Böri Khan (personaje inventado) que se diferencia del malo del Clásico Animado, Shan Yu, en que da muestras de misoginia (un intento de reforzar el mensaje arruinado por el qí y los pésimos personajes) y en su motivación, vengar a su padre (lo que es una mejoría respecto a Shan Yu), aunque no se dedica apenas tiempo a profundizar en esto. También lo acompaña una incoherente bruja que han metido como reemplazo del halcón de Shan Yu (con eso lo digo todo).

Como era de esperar, resulta que Mulán nació con un qí muy alto. Altísimo. Sólo falta Vegeta gritando eso de que son más de 9000 (sí, sé que es un error del doblaje estadounidense, pero el meme es el meme). Luego, cuando se enrola en el ejército, nos presentan a un montón de personajes bastante planos: Li Shang ha sido dividido en dos, Tung y Chen Honghui, el segundo parece sentirse atraído por Mulán antes de descubrir que era una mujer (tomado de una teoría fan de la película animada sobre Li Shang), pero es una subtrama con tan escaso tiempo en pantalla como relevancia en el conjunto de la historia. El resto de compañeros de Mulán son todavía más intrascendentes (dudo que alguien se quede con el nombre de alguno). También aparece un fenghuang que no hace nada ni interactúa con nadie y sólo sirve para componer un plano idéntico a uno visto al final de Juego de Tronos.

Es decir, que si la práctica totalidad de los personajes adolece de falta de profundidad y estos resultan caricaturescos o directamente irrelevantes es resultado de que todo el peso de la historia recaiga en Mulán y su qí inmenso, que son quienes ocupan la mayor parte del metraje. Y al final la involuntaria moraleja es que una mujer sólo puede destacar si tiene un qí muy alto.

Efectivamente, Mulán cae de lleno en el estereotipo Mary Sue, un término que últimamente se emplea mucho como crítica, multitud de veces de forma incorrecta (por nombrar algunos ejemplos erróneos que he encontrado: David Bowman, Naruto Uzumaki, Harry Potter, Madoka Kaname, Elsa y Luke Skywalker, que no lo son), en un abuso sólo comparable al del término "deus ex machina", que suele utilizarse (mal) para referirse a todo fiat, coincidencia y conveniencia de guion aunque no rompa la lógica interna del relato. Sin embargo, en este caso, decir que Mulán es una Mary Sue es totalmente acertado. Este estereotipo (o su equivalente masculino, Marty Stu, que tampoco son escasos, como Eragon, muchos James Bond o Ash Ketchum en las películas de Pokémon) se refiere a un personaje (no necesariamente protagonista) plano e idealizado hasta un extremo de repulsiva perfección que frecuentemente no es sino un reflejo de las fantasías de quien crea la obra (un avatar del propio autor, su pareja ideal...), pues este fenómeno está especialmente presente en el mundillo del fanfic, que es de dónde proviene su nombre. Una Mary Sue o un Marty Stu es especial y todo el mundo le recuerda lo especial que es, destaca en todo (al menos en todo lo que sea necesario para la trama) y las cosas le salen bien pues porque sí; y generalmente se rodea de ineptos o se enfrenta a enemigos paupérrimos para destacar más aún. No simplemente un mal personaje, sino un indicativo de una mala historia.

Por ejemplo, en esta película, Mulán sólo se muestra imperfecta (es decir, como un humano real) cuando oculta su qí, y la única vez en la que parece recibir ayuda por parte de sus compañeros soldados en realidad sólo le están quitando las masillas del medio para que ella pueda lucirse contra el final boss.
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Manospondylus
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4
1 de junio de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante el 25º Clásico Disney, Taron y el Caldero Mágico (The Black Cauldron), una película extraña para el estudio por su estética a veces lúgubre y ciertas escenas algo violentas (para ser Disney, un estudio que, recuerdo, se opuso a que fuera una película para adultos), realizada durante una de las etapas más experimentales de la animación. Disney arriesgó y la jugada le salió mal: los continuos problemas durante la producción trajeron como resultado una trama entrecortada y simplona, y unos evidentes fallos de animación, revirtiendo en un estrepitoso fracaso comercial que terminó con las carreras de muchos de los involucrados y estuvo cerca de hundir al propio estudio.

Basado en una serie de novelas escritas por Lloyd Alexander, de las que sólo toma algunos personajes y situaciones de las dos primeras y los mezcla de la forma menos original posible, Taron y el Caldero Mágico parte de una premisa bastante básica: hay un malo malísimo que se hace llamar el Rey del Mal (no es muy sutil) que busca un poderoso caldero (lo que no es sino el MacGuffin de fantasía típico) para crear un ejército de guerreros inmortales y dominar el mundo porque sí, porque es malo. La trama sigue a un muchacho, Taron, que cuida a una cerdita con el poder de mostrar el paradero del caldero (otro MacGuffin), y como por algún motivo el Rey del Mal está al tanto de ello, tiene que huir de su granja (en realidad, la granja es de un señor mayor que no sabemos quién es, no aparece durante la aventura y no vuelve a interactuar con Taron) con ella y evitar que la encuentren.

El resultado es una historia de fantasía bastante genérica en la que el protagonista es un humilde granjero que va congregando un grupo de variopintos personajes a su alrededor y se autoimpone la tarea de derrotar al villano; manteniéndose en general muy en la línea de otras obras de la época como Willow, Legend y la serie de Dragones y Mazmorras, y estando muy influenciada por la película de El Señor de los Anillos de Ralph Bakshi (de hecho, el auge de la fantasía medieval durante los 80 estuvo motivada por la obra de Tolkien, aunque estas otras producciones sean sólo acercamientos muy superficiales a los trabajos del profesor).

Como puede intuirse, esta película exige una suspensión voluntaria de la incredulidad casi total. Es decir, el medio animado siempre requiere de un mayor grado de suspensión de la incredulidad que el live action (pues porque son dibujos, básicamente, y nuestro cerebro tiene que aceptarlos como si fueran personas y escenarios reales) y por ello puede permitirse el hacer y mostrar cosas que no funcionarían en un filme de imagen real. Sin embargo, en Taron y el Caldero Mágico directamente no nos podemos cuestionar nada, ni el más nimio aspecto de la trama, porque todo ocurre porque sí, para que avance, sin explicación ni justificación alguna. Y no me refiero a, por ejemplo, los poderes de los personajes u objetos mágicos, que son aceptables en un contexto de fantasía, sino a que muchos de esos personajes y objetos aparecen salidos de ningún sitio, en el momento preciso, y a nadie le importa.

Aún así, el principio tiene cierta gracia, pero se va desinflando a medida que avanza, se suceden las situaciones aleatorias y empieza la saturación de tópicos. Entre los distintos clichés que brotan como amapolas en primavera, destacaría al arma mágica oportuna, las razas (gnomos), la muerte irónica, el deus ex machina final, la renuncia al poder y la gloria por los amigos (bueno, es un mensaje que no está mal) y una historia romántica obligada que resulta forzadísima (vamos, lo típico en prácticamente todo el cine hasta la actualidad).

Los personajes no siempre son los estereotipos característicos, aunque son escasamente interesantes y carecen de cualquier complejidad o trasfondo. Taron, el protagonista, es el más arquetípico (junto al villano unidimensional), y su diseño es una copia del de Arturo de Merlín el Encantador, eso sí, con otro color de pelo. Lo acompaña la Princesa Elena (quizá el personaje con el título de princesa más desconocido de la factoría Disney, aunque es mucho menos insoportable que sus predecesoras), que es uno de esos personajes que se encuentra con Taron de forma conveniente e inexplicable (uno de los numerosos errores es que llama a Talon por su nombre de inmediato aunque él no se lo ha dicho). Porta con ella una burbuja de luz flotante que, para variar, nunca nos dicen qué es (tampoco lo usa para nada importante, a decir verdad, y termina desapareciendo de la película sin más). También está Gurgi, que no es más que un furry Gollum en versión Disney, y un trovador que sólo aporta algo a la trama en, literalmente, dos ocasiones. Frente a ellos está el Rey del Mal, un nigromante que es malo y quiere dominar el mundo (no hay absolutamente nada más que decir de él) y su improbable esbirro cómico. Además hay tres brujas que parecen distintas variaciones de Madam Mim, de nuevo, de Merlín el Encantador, una raza de gnomos (the fair folk) y un anciano que sale sólo al principio y al final.

A los problemas de guion de Taron y el Caldero Mágico se le suman varios problemas de animación. Si bien los movimientos son fluidos y los dibujos detallados (casi siempre), el tono del color de la ropa o del pelo de los personajes puede cambiar bruscamente en molestos parpadeos, y el contorno de los personajes se desdibuja ocasionalmente o aparece con un trazo tosco más propio de un boceto rápido. Además, personajes y objetos animados a veces muestran un espantoso margen alrededor que los hace resaltar sobre el fondo como si hubieran sido recortados burdamente y pegados sobre una imagen (es especialmente evidente en una escena en la que el cielo es una grabación real alterada). Sin olvidar que algunas animaciones han sido recicladas de Merlín el Encantador y de Fantasía, aunque esto es más frecuente de lo que parece en la historia de Disney.

(Continúa en el "spoiler" por falta de espacio, sin spoilers)
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Manospondylus
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At Home With Olaf (Miniserie de TV)
MiniserieAnimación
Estados Unidos2020
4.6
58
Animación, Voz: Josh Gad
5
11 de mayo de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
At Home With Olaf parte de una curiosa iniciativa por cuenta de Walt Disney Animation Studios y de Hyrum Osmond quien, confinado como tantísima gente durante la primavera de 2020 debido a la pandemia de COVID-19, se le ocurrió crear esta webserie compuesta por una veintena de cortos (realmente cortos, los más largos apenas llegan al minuto y el total de la serie comprende unos 15 minutos de metraje, más un especial de 2 minutos que hizo las veces de cierre) que serían difundidos a través de YouTube y cuyo propósito original fue, más que distraer durante un rato (lo que difícilmente pueden hacer dada su duración), recompensar (casi) diariamente a lo largo de un mes a los niños y niñas que también permanecían en sus casas.

Efectivamente, este es uno de esos casos en los que la historia detrás de la creación de una obra es más interesante que la propia obra resultante: Osmond, que fue el supervisor de animación precisamente del personaje de Olaf en Frozen (también había trabajado en Bolt, Enredados, Zootrópolis y Vaiana) y había dejado Disney en 2018, ideó esta webserie cuyos primeros 6 episodios fueron animados por él mismo desde su casa. De igual forma, Josh Gad, voz de Olaf en todas las películas y cortometrajes de la franquicia, vuelve para poner voz al personaje (aunque pronuncia pocas palabras inteligibles), un trabajo que también hizo desde su vivienda (algo que se publicitó como forma de concienciar a la gente de que respetara las restricciones de movilidad e incluso que limitara sus movimientos donde no las hubiera).

Aunque llamativos, los peculiares detalles detrás de la creación de At Home With Olaf tampoco es algo que vaya a tener en cuenta (sólo lo comento porque me parece curioso), es decir, que si mi crítica parece demasiado benevolente con una obra tan simple no es ni por las dificultades en su producción ni por su simpático objetivo, sino porque 30-60 segundos no dan para contar mucho y menos aún si se trata de pequeños sketches infantiles sin más pretensiones. Y a pesar de ello el resultado no es malo (ni muy bueno, sino... meh), de hecho presenta un par de puntos dignos de ser comentados.

Al tratarse de una serie completamente improvisada, At Home With Olaf no sigue una línea argumental, sino que cada uno de los microepisodios (¿Esa palabra existe?) cuenta una brevísima historia sobre Olaf, el personaje sidekick de Frozen que ha alcanzado una gran popularidad entre los niños (insisto en que es a quienes va dirigida esta webserie, más que al fandom de Frozen o la protagonista habría sido Elsa, pero esta ni aparece, ni se la menciona, salvo por un cameo nímio). En cada entrega, Olaf realiza alguna actividad aleatoria, como bailar al son de la "Danza del Hada del Azúcar" de Tchaikovsky (perdono el anacronismo porque me encanta esta pieza), tocar "Old MacDonald Had a Farm" (otro anacronismo), cepillarse su único diente (no, aunque lo parece, esto no es un anacronismo), jugar al escondite con los Snowgies o contemplar la salida del sol. Sin duda, el episodio más flojo es "Sleep" en el que simplemente duerme apoyado en un árbol (aunque seguramente la idea era la de transmitir cierta sensación de paz, cosa que consigue, la verdad es que es un episodio tan anodino que, sea intencionado o no, no aparece en la lista de reproducción de la serie del canal de Walt Disney Animation Studios en YouTube). En cambio, otros episodios son genuinamente divertidos, como "Birthday" (no es la premisa más original del mundo, pero está muy bien ejecutada), "Doggies" (tampoco es especialmente original pero funciona bien) y, sobre todo, "Adventure". Este último seguramente sea el mejor de todos: construido en torno a un gag sencillo pero ingenioso y, sobre todo, muy bien planteado y desarrollado, es también es el episodio con más escenarios diferentes (7, aunque todos corresponden al Bosque Encantado), el único que sigue una narrativa no lineal (in media res, en este caso por motivos humorísticos) y además aparece Bruni (posiblemente la criatura más descaradamente adorable salida de un Clásico Animado Disney).

Aunque inicialmente la serie se iba a dejar en 20 episodios, se decidió añadir un último especial que cerrara esta obra de una forma algo más rotunda y emotiva (intentándolo al menos). Para ello, Robert Lopez y Kristen Anderson-Lopez (compositores habituales de las canciones de la franquicia) regresaron para componer la canción que da nombre a este episodio final, "I Am With You", agradable y poco más, acompaña a un montaje con fragmentos de distintas películas de Disney (como Alicia en el País de las Maravillas, Tarzán, Lilo & Stitch, Enredados, Zootrópolis, Merlín el Encantador, Tiana y el Sapo, La Dama y el Vagabundo, Vaiana, Rompe Ralph, Pocahontas, Dumbo, El Rey León, obviamente Frozen, y media docena más).

Como he dicho, las 6 primeras entregas fueron realizadas íntegramente por Osmond en el que fue su primer trabajo para Disney desde que dejara el estudio dos años antes. A partir de ahí se fueron sumando otros animadores (también trabajando desde casa y ya digo que esto es algo en lo que se insistió especialmente) hasta llegar a alrededor de una veintena, que se ocuparían de los restantes (Osmond continuó en el proyecto y animó otros dos episodios). El resultado del CGI es realmente bueno, sobre todo teniendo en cuenta que no sólo todo el staff trabajaba desde casa, ni la rapidez con la que se produjo, sino que las webseries animadas acostumbran a tener una calidad bastante baja en lo que a dibujo y animación se refiere. En este caso y a pesar de que los tres primeros episodios repiten escenario, los movimientos de cámara no abundan y generalmente los elementos del fondo, como la vegetación, presentan poca movilidad o se mueven en bucle (lo que a menos que se observe detenidamente apenas es perceptible), la animación es muy digna, y Olaf y los objetos y personajes con los que interactúa, muchas veces, parecen sacados de una de las películas.

(Sigue sin spoilers)
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Manospondylus
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